sábado, 3 de diciembre de 2011

Capítulo 11 / El castigo

Manuel cenó solo esa noche. No quiso la compañía de nadie. Solamente Adem le sirvió unas ligeras viandas y se retiró cerrando la puerta del comedor. Su mala hostia ya había remitido hacía horas, pero no usó a ninguno de sus perros después de la escena en el despacho. El detonante del enfado fueron asuntos ajenos a sus esclavos, mas a eso se sumó la aptitud de Bom respecto a Jul. O al menos lo que él imaginaba que le sucedía al muchacho. Bom siempre había sido un perro despreocupado de todo que no fuese comer, dormir, pelearse y follar. Bueno, sin olvidar que adoraba a su amo y aunque fuese para pegarle deseaba ser objeto de su atención. Pero Manuel quizás no se equivocaba y por la sangre joven del mastín también corría un conato de amor. Jul era muy guapo y desprendía un irresistible atractivo por sus formas y sus ademanes; y sobre todo con su mirada de cristal limpio y verde.

Bom era un ejemplar espléndido, sin la menor duda. Hermoso, fuerte, viril, siempre pletórico de salud y energía, al que tampoco resultaba difícil querer. Y los chicos pasaban tiempo juntos, solos o con Geis, que siempre les hacía gracias, y empezaban a entenderse y a pasarlo bien jugando o simplemente acompañándose el uno al otro cuando el amo no los usaba para nada. Tampoco eran demasiados esos ratos, puesto que Jul era la mascota de Manuel y éste lo tenía a su lado constantemente e incluso dormía al pie de la cama de su dueño y no en la perrera como los otros dos. Sin embargo hasta un amo llega a tener celos de sus perros. En este caso infundados por parte de Jul, que no sólo amaba a su amo con una irracional locura, sino que por sus compañeros únicamente sentía un cariño que iba en aumento al pasar los días, sin que pudiese considerarse como un mínimo atisbo de enamoramiento hacía ninguno de ellos. Le caía mejor Bom, eso estaba claro, pero nada más que eso. Y si hacía alguna caricia era a Geis, que, si podía y Bom no lo espantaba, se acercaba a Jul como una linda gata cariñosa.

El amo se fue a su dormitorio, pero en la misma puerta volvió sobre sus pasos y descendió a la cueva. Bom, posiblemente agotados sus nervios, dormía acurrucado contra los barrotes de hierro como si lo defendiesen de enemigos acérrimos. A Jul la proximidad de su dios le animó e iluminó la oscura celda donde se hallaba atrapado como un ratón, preso en una trampa de madera, pero sólo escuchó un chorro líquido repiqueteando en el los hierros y sobre algo distinto al suelo. El amo, con la chorra fuera de sus pantalones, se meaba sobre el enjaulado mastín, que despertó con un arranque de furia amenazando a sus fantasmas.

Y Jul oyó la voz de Manuel dirigiéndose al sobresaltado Bom: “El machito recuperó los cojones... Abre la boca, perro!”. Y se meó dentro de las fauces del asustado animal, diciéndole: “Después del gatillazo de esta mañana sólo sirves como retrete, puto cerdo. Bebe... Aprovecha lo que te da tu jodido amo, castrón! Oler a orines y a mierda es lo único que te queda por cobarde e inútil. So imbécil!... Porque si no lo hubieses hecho por listo, cosa que tú no eres, tendría un pase, porque su agujero sería la guillotina para tu pito si llegas a meterlo. Pero no le entraste al culo del cachorro por cobarde. O por algo peor....Por amor?. O es que no pudiste aguantar lo que sueñas y te hace delirar por la noche revolcándote en tu camastro?. Tanto lo follaste en tu mente, que ella te traicionó helándote la sangre en la verga a la vista de ese ojete rosado que se ofrecía ante ti?... Créeme si te digo que eso le puede pasar al más pintado. Y por esta vez te libras porque acertaste al no caer en la tentación de joder a mi mascota. Y sin embargo he de castigarte por desobedecerme, ya que has de cumplir mis órdenes aunque te vayan los huevos en ello”.

Manuel sacó a Bom de la jaula y lo arrastró por el collar hasta la cruz en aspa para sujetarlo de cara a ella. Agarró un látigo trenzado y le flageló la espalda con veinte azotes silbantes como saetas. Jul tragó saliva con cada zumbido en el aire y restallido del cuero sobre el piel de Bom, hasta que resonó el último. Mas en ningún instante pudo percibir el menor quejido del noble perraco, que se estremecía con cada ráfaga que cruzaba su espalda y el ardor que le escocía el alma. Manuel enrolló el largo flagelo y dijo: “Ahora voy a por el otro...Es su turno”. Y con aquellas palabras a Bom le cayeron las lágrimas, apoyando la frente en la madera.

El amo abrió la celda y en dos pasos se acercó a Jul, que miraba contra un muro. El chico no podía volver la cabeza impedido por el cepo, pero olió y notó el calor del cuerpo que estaba a su espalda. Y escuchó su voz: “Crees que me gusta castigarte?...Habla, perro!”.”No... mi señor”. Dijo Jul. “Entonces por qué me provocas, puto cabrón!...Mejor dicho, por qué lo provocas a él cuando no estoy delante?”, decía Manuel. “No, mi señ...”, quiso replicar el chico pero una patada en el culo lo calló. “Calla!... Crees que no puedo hacerte sufrir?...Cuanto más te ame, so mierda, más padecerás el tormento hasta que el dolor sea tu único placer. Lo último que me podría ocurrir es que un perro me de celos y tú no vas a ser el primero que vaya a conseguirlo. Has emputecido a ese cabestro que esta ahí fuera lacerado y crucificado como un reo de sacrilegio. Y tú eres el culpable!”. Con esa cara de inocente nos encandilaste a los dos y sólo eres un puto masoca que cuanto más te arrean más gruñes relamiéndote de gusto. Pero ten por seguro que tengo otros métodos para joderte vivo hasta dejarte el alma hecha un guiñapo. Pero por el momento te voy a dibujar un mapa en el culo con este arreador”.

Y Manuel, con la modalidad del rebenque preferida por los caudillos para castigar a sus caballos, bien agarrado, en su mano derecha, por el mango de plata labrada y sujeto a su muñeca por la argolla, descargó espaciados otros veinte trallazos sobre las nalgas del cachorro, despellejándoselas en cada lengüetazo con que la lonja de cuero probaba su carne. La quemazón del azotador era superior a la punzada de cada golpe que, aún sin precipitarse uno a otro, iban adormeciendo los terminales nerviosos de sus glúteos. Y si Bom no se empalmó con la flagelación, Jul casi se corre, mientras el dolido mastín sentía sobre si mismo el dolor de los mismos azotes que disfrutaba la mascota de su dueño.

El amo liberó a Jul de su presa, con el pijo absolutamente duro, y lo sacó de la mazmorra para mostrarle el costal rallado del perrote. Y desató a Bom llevándolo al potro. Primero lo colocó a él, bien amarrado a las patas del instrumento de gimnasia y ofreciendo el culo, y luego puso sobre su espalda a Jul, atado también como su compañero. Bom se debatía entre el placer del contacto con el otro cachorro y el insoportable roce sobre su piel. Y Manuel, detrás de Jul cargó su peso sobre los dos muchachos apretando los muslos contra el culo del último. Podría considerarse el tren del horror para los dos perros, pero la polla de Jul se transformó en un grueso salchichón en cuanto su dueño le metió la suya por el culo, rascándole con fuerza la piel reventada de las nalgas. Y el cipote de Bom creció aún más al sentir el miembro erecto del otro chaval restregándoselo por la raja de su trasero. Y el amo echó mano a la chorra de su mascota y la enfiló al ano del otro, bastando un seco empujón con sus piernas para que Jul se la clavase entera al chuleta de Bom. Jul nunca había penetrado a otro tío, ni su sexualidad le pedía hacerlo. Y al macho peleón le humilló la traición de su sexo enardecido por la invasión del otro perro. Dolor o placer, ya no había diferencia para los chicos. El amo llenó a su mascota como nunca lo había hecho hasta entonces. Y éste se derramó en Bom, uniendo su estremecimiento al de su dueño. Y Bom, en un espasmo sin fin, se corrió como jamás lo hubiese soñado siendo preñado por el otro cachorro.



Al mismo tiempo, en la cocina, Adem, con permiso de su señor, tenía empalado por detrás a Geis, que, con los ojos en blanco, sujeto por las caderas y sin tocar el suelo, subía y bajaba por el falo mitológico del mandinga, pegándole al dilatado agujero sus cargados cojones. Viendo la escena de Adem follándose al perro, diminuto en comparación con el rinoceronte que se lo ventilaba, podría asegurarse que al animal le iba a rebosar la leche del mastodonte hasta por la orejas. Y en poco tiempo una espesa nata blanca se escurría hacía el suelo desde el culo de Geis. Que, en cuanto el gran toro lo dejó libre sobre el suelo, se precipitó a lamer la mancha de semen sobre las baldosas, masturbándose como un poseso.

Manuel y sus dos cachorros permanecieron un rato eterno unidos por su pene y el de Jul, que todavía latían medio excitados al cobijo de la carne caliente de cada enculado. Y una vez liberados ambos perros los apretó contra su pecho, besándose los tres juntos en la boca. Daba lástima ver a cachorros tan hermosos heridos y cubiertos por detrás de cardenales y verdugones. Uno por encima de la cintura y el otro por debajo. Y entre los dos formaban un solo cuerpo bien castigado por la mano de su amo.

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