domingo, 18 de diciembre de 2011

Capítulo 16 / La cata

Al encenderse la luz, al joven negro le costó acostumbrarse a ella, pues Adem lo había dejado a oscuras en la cueva, sin más compañía que el frío de los barrotes de hierro de una pequeña jaula en la que sólo podía sentarse o ponerse a cuatro patas como un perro.

Vio acercarse al amo con sus tres perros y sonrió porque al fin venían a buscarlo. Sí. Su dueño venía pero para usarlo y someterlo a su voluntad. Y con él los otros cachorros, dos en pie y el tercero gateando como una gata feliz y juguetona.

Manuel ordenó a Bom que soltase al prisionero y se lo trajese andando sobre sus cuatro patas, como correspondía a un cachorro aún sin domesticar. Y para evitar aullidos estridentes y molestos, lo amordazaron con una bola sujeta con una correa abrochada en la nuca y volvieron a colgarlo del techo por los pies, pero permitiendo que apoyase las manos en el suelo. El amo lo balanceó, haciéndole perder el apoyo, y le gritó: “Dóblate y trepa, mierda del carajo. Agárrate a los pies si no quieres que la sangre te salga por los putos ojos”. El chico, demostrando una agilidad propia de un felino, tomó impulso y al segundo intento alcanzó sus piernas con las manos y en segundos se asía con toda su alma a las correas de los tobillos. “Bien, cabrón. Voy a catarte y creo que aprenderás más rápido de lo que imaginaba”. Sentenció Manuel, y siguió: “Haré de ti el mejor trozo de carne para sexo que haya existido nunca....Bom, engánchale las muñequeras a las de los tobillos...Rápido, maricón, que te voy a cortar la pelotas como no te des más prisa...Así...Venga, pon el barreño grande debajo y apártate. Y tú, Jul alcánzame la manguera”.

El amo le retiró a Aza el tapón anal e introdujo el pitorro de la manguera por el ano, ordenándole a Geis que abriese el grifo a la mitad. El agua inundó el recto del cachorro y al sacar el pitón soltó un par de chorros casi sin restos orgánicos, acompañados por tres redobles de pedos, para terminar con otro chorrito y una traca final. Sin duda el perro ya estaba limpio para complacer a su amo.

Manuel había decidido que sus cachorros fuesen sus asistentes durante la primera sesión a que sometía al nuevo perro, a fin de que de se modo lo admitiesen cuanto antes como un hermano. Sobre todo Jul, que había temido que fuese un competidor que lo apartase de su dios.

Y entonces el señor dijo a su mastín: “Bájalo hasta que su culo llegue a la punta de mi polla...Así....Un poco más...Eso es...Y ahora vamos a ver como tomas por el culo”. Y lo empitonó con la verga de un empujón, levantándolo con sus piernas. Parecía un ovillo de hilo negro pinchado en una aguja gorda de coser lana. Sonó “plof” y los ojos del chico chillaron lo que su boca sólo pudo mascullar. Y su dueño se ensañó fornicando su ano de una manera brutal. Los otros cachorros miraban atentos, esperando los temblores de su amo indicándoles que los huevos le quedaban vacíos. La follada fue larga, pero terminó como estaba previsto y ahora lo que salía del culo del negro era el semen del dueño. El del muchacho se quedó entre sus muslos y el estómago, que es donde tenía aplastada la polla.

Y resonó potente la voz de Manuel: “Bom, ponlo en el jodido suelo y desengancha a este puto que ahora viene lo mejor...Bien....Ven aquí, pequeño que aún no terminamos por hoy”. Le apresó la cabeza bajo su brazo, apretándole el cuello con los músculos y con la paleta de cuero le dio una zurra en las nalgas, que por ser negras su color no podría competir con una plancha al rojo vivo, pero el calor de su carne no envidiaba al de la resistencia de un brasero. “Y ahora (dijo el dueño) comprobaré tu aguante....Acerca ese banco, Bom....Súbete, zorra! (le dijo al negro). A cuatro patas, puto de mierda!. Tú sólo usarás tus puñeteras manos para caminar, cabrón del carajo!”. Y le asestó otra manta de hostias por todas partes. Jul contemplaba impertérrito como si en el fondo viese en todo aquello su venganza sobre el intruso, aunque realmente envidiase aquel trato si venía de su señor.

“Bom ponte detrás y tu Jul por delante”. Gritó el amo y continuó: “Cálzalo, Bom... Sin piedad. Como un macho bragado ha de cubrir a un perra. Clávasela hasta que le llegues al ombligo por dentro... Ponte de rodillas y que la muy zorra se entere bien que le están dando por culo. Así, joder!. Así Que oigan los de ahí arriba los golpes de tus cojones en su agujero. Y tú, Jul haz lo mismo pero por la boca de esa guarra....Venga y ni lo pienses!. Atragántalo con tu capullo, hostia!...Eso es...Agarralo por la orejas y que respire por los ojos si no puede por otro sitio. Dale, coño. Dale...Joder! Qué par de cabrones estáis hechos, so maricones. Lo vais a reventar!. Has visto Geis como le dan caña al negrito?. Ya te gustaría estar en el sitio de ese jodido cachorro. Verdad, puta?...Contesta cuando te hablo, nenaza de los huevos!”. Y le propinó unos coscorrones de esos que escuecen de cojones. “Sí... mi... amo”. Respondió Geis lacrimógeno. “Ya te llegará el turno a ti también”, le garantizó su jodido dueño.

El joven negro recibía por proa y popa dos vendavales encontrados, que si no hiciesen corriente de aire en su interior y se le escapase un gas a intervalos, reventaría como un globo demasiado hinchado. Pero la naturaleza le había dotado de una resistencia y elasticidad que su vientre y estómago se adaptaron pronto, no sólo a los embates furiosos de un ciclón con dos epicentros, sino también al desembarco masivo de dos ejércitos de espermatozoides que, avanzando en sentido opuesto, pugnaban por enfrentarse dentro de su cuerpo, mientras que los suyos abandonaban el campo por la retaguardia y a través de su pito. Bom se portó como un verdadero semental de una dehesa andaluza y Jul despachó su amargura aporreando a chorrazos la boca del joven muchacho color bengué.

Por el momento iba surtido de nabo y leche, así que era el momento de someterlo a otra cosa. Y antes de darse cuenta ya estaba crucificado con la espalda pegada a unos maderos en forma de aspa y otra vez amordazado. Tocaba el trabajo de pecho, pene y testículos. Y Manuel se puso a ello sin dilación ni pereza.

Le puso en los pezones pinzas hemostáticas y le ordenó a Bom que las retorciese tirando fuerte de las tetillas del cachorro, que se estiraron como el chicle. Otras metálicas se las colgó de la punta de la minga y en ambos huevos, conminando a Jul a que tirase de ellas con ganas de caparlo. Y casi lo consigue si su amo no le da el alto. Aza se retorcía y respiraba agitado para sofocar los gritos que se apagaban en su boca embolada y con los ojos enrojecidos no paraba de lagrimear. Pero un perro ha de demostrar que puede soportar y vencer el sufrimiento para la satisfacción de su dueño y el chico lo estaba consiguiendo. También aguantó varias descargas en el recto, después que Manuel le metiese un dildo metálico grueso, conectado a una batería eléctrica, y por esta vez se libró de la sonda en el pito para la misma función. Luego dijo que lo bajasen de la cruz y destapasen su boca.

“Ahora te toca a ti, Geis”. Y el amo, después de decir eso, subió en sus brazos al amanerado perrillo y posó sus cuatro patitas en el banco donde Aza fuera emparedado (aunque quizás sería más adecuado decir empollado) por sus hermanos mayores. Y llevando al nuevo cachorro por el collar, siempre a gatas, lo subió por la retaguardia del otro y se dirigió a Bom: “Tú que conoces bien el oficio, sácale la cola a la zorra y coges la churra de Aza para enchufársela a ella en el culo, que ya tiene el coño en ebullición de ver tanto rabo tieso...Eso es...Joder!...Esta puta las absorbe. Con que velocidad la tragó a pesar de la talla que se gasta el jodido... Vale... Así. Y ahora dale caña a esa perra y si consigues dejarla grogui te ganas un premio. A follar, cabrón, a ver si eres tan semental como el hijo puta de tu hermano Bom”.

Aza solamente había metido el rabo entre las piernas pero nunca en un agujero y menos en un chocho hirviendo como el de Geis. La sensación del chico al penetrar un cuerpo produjo en su miembro una reacción de crecimiento y ensanche como nunca lo hubiese imaginado su dueño. Más por instinto que por la experiencia de lo que ya le habían hecho a él, el joven inició un movimiento horizontal de mete saca, dando la impresión que alguno se dejara su instrumento dentro del culo de Geis, saliendo injertado al manubrio del neófito cachorro, doblándole su tamaño.

“Hostias!. Menudo puto mandoble que tiene este hijo de perra”. Exclamaba Manuel: “Este destroza a la perra y se la saca por la boca... Jodido negrito!...No sé cuanta leche tendrán esos conjoncillos, pequeños y pegados al culo como los de un tigre, bueno, en este caso serían de pantera negra, pero si está en proporción a la lanzadera, tanto la cantidad como el disparo le llega al estómago a esta cacho puta oriental”. Geis se estaba volviendo loco con aquello dándole caña cada vez más rápido y sin rendirse al cansancio ni por un instante. El novato, alternaba el empuje con los riñones con giros sobre sus rodillas y balanceos de caderas en un remolino continuo. Era una auténtica revelación folladora la criatura. Semejante potro podría cubrir en un día una docena de yeguas, dejándolas a todas preñadas, porque el puto cabrito, sin sacar la polla, se corrió dos veces en media hora.



La viciosa perra no lo podía creer. Y los espectadores estaban asombrados de la energía y potencia sexual del muchacho. Antes de producirse la segunda lechada, Manuel le dijo a Bom: “Menéatela y dale tu leche a Geis, pero que no te la mame. Viértesela en la boca nada más. Y tú Jul, coge ese cuenco y ponlo debajo del culo de esta zorra, que ya debe estar llena como un odre. Y en cuanto la saque este animal de la sabana, recoge todo lo que salga, sin perder gota, que quiero ver cuanta leche da este joven semental. Si cumple como un jabato embotello semen para orgías”.

Y vaya si rindió. Cinco andanadas espesas y blanquísimas expulsó Geis por el ojo del culo, seguidas de unos pedorros y otras tres más. El, sólo manchó el tanga y se echó mano al trasero para tocarse el chochazo, que el joven cachorro se lo dejó como un bebedero de patos en tiempo de sequía. Manuel, pasó la mano por la testa y el lomo del negro y recogió el recipiente casi lleno de semen, diciendo: “Merece un homenaje!”. Y probó el contenido como catando un vino de crianza. Y continuó: “Ahora tú, Bom. Sorbe el fruto de tu hermano menor”. Y el mastín, humillado por el alarde del joven perro, bebió del cuenco. “Jul. Bebe”, le ordenó el amo. Y lo hizo jodido por no ser el jugo de su señor. “El resto es para ti, Geis. También te lo has ganado y ya vas cenado por esta noche”. Y con esa palabras Manuel puso la leche aún templada en el hocico del frágil cachorro, que de un trago se lleno las fauces relamiéndose con la lengua los restos en sus labios.

“Bom, llevate a los perros y que descansen, porque tu hermano menor se merece un buen sueño....Tú no Jul... Quédate que aún tengo que hacer algunas cosas contigo”.

Y sin decir nada más, el amo despidió a sus otros cachorros dejando grabada la intriga en la cara de Jul.

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