jueves, 22 de diciembre de 2011

Capítulo 17 / La calma

Bom cerró la puerta de la cueva y amo y esclavo quedaron solos mirándose las caras frente a frente.

“Serás hijo puta, Jul. Por qué sigues celando de tus hermanos?. Mejor dicho del nuevo, porque el otro, el chulo de Bom, si que te hace gracia, el muy mierda. Crees que no me di cuenta de como le tiraste de los huevos?. Fue por si había suerte y se los arrancabas, cabrón?. Contesta cuando te pregunto, hijo de perra!”. Gritó Manuel, descargando sobre Jul un castañazo que si le acierta mejor le jode la cara. “Sí, mi amo”.

“Ah sí?. Y encima lo confiesa el muy cabrito de mierda!”, replicó Manuel. Y prosiguió: “Debería hostiarte esa puta cara hasta desfigurarla, puto niñato de los cojones!. Pero eso es lo que te gustaría porque eres un jodido masoca. Es eso?. Es lo que le envidiabas al negro esta noche?. Querías estar en su sitio y que te perrease a ti. No es así, perro cabrón?... Habla o te dejo hecho un escuerzo aquí mismo, cacho maricón!”. “Si, mi señor”, musitó el chico.

“Esto es la leche en vinagre. Sólo tienes vicio en el cuerpo. La madre que parió a este imbécil!... Tendría que estrangularte por zafio....No ves lo que te rodea, verdad?. No te das cuenta de que todos te miran con ojos obscenos. Que te comerían a pedazos y muchos de los que hoy están aún ahí arriba darían un brazo por follarte ese culo de adonis que tienes. Estoy tentado de entregarte al mejor postor y librarme de ti de una puta vez”. “No. No. Mi amo, no. No me dejes. No me vendas. Me moriré sin ti, mi señor”. Gritó Jul histérico. Y otra leche en la cara, acompañada de las palabras del amo, volvió a una cierta calma al muchacho, que se protegió con las manos y bajo la vista al suelo: “Cuantas veces he de decirte que no abras la puta bocaza sin preguntarte, desgraciado?. No llores!. Joder!. Marica, que pareces una nena lloromiqueando a todas horas!. Leche!... Ven...Siéntate en mis rodillas”. Y amo y esclavo se acomodaron en el banco, uno encima del otro.

Y Manuel, serenamente, sin gritos, habló sosegando al muchacho: “Cómo me voy a separar de ti, cabrón. Aún dudas que te quiero?. Que necesito verte y tocarte a todas horas. Mi niño. Mi pequeño muchacho. Eres mi amor y lo malo es que lo sabes...No me mires así. Esos ojos me matan. Por qué eres tan guapo?. Lo sé, eso ya no importa. Es tu ser el que me tiene agarrado por los huevos”. Y mientras hablaba mecía al chico que se abrazaba fuertemente a su cuello con ambos brazos. Jul ya no lloraba ni tampoco sonreía. Sólo soñaba despierto, subido a una nube imposible. Y escuchó de nuevo a su señor: “Nunca pude imaginar que llegaría a esto, pero aquí estoy, mimando a un puñetero cachorro que solamente es una repugnante lombriz a mi lado. Un insecto que debí aplastarlo hace tiempo en cuanto vi sus artes. Y no lo hice y ya es tarde para eso. Jul. Qué voy a hacer contigo?...Contesta y no me obligues a cascarte otra vez”.

Y Jul contestó: “Mí señor. Haz conmigo lo que desees. Soy tuyo y no quiero ser más que un gusano a tus pies para que me destruyas si ese es tu capricho”. “Jodido niño!”, añadió Manuel y siguió: “Que te destruya como a un gusano!. Y luego qué?. A sufrir al no tenerte?. A joderme dando cabezazos por las esquinas?. Eso es lo que pretendes, maricón de mierda?”. “No mi señor...Eso no”, saltó Jul aún si permiso para hablar. “Pues di lo que sientes, memo!”. Volvió a vociferar Manuel. Y Jul se atrevió a decirlo: “Te amo, mi señor. Desde que te vi no pude dejar de quererte y pertenecerte por entero. Eres mi único sentido y fin para vivir. Y si he de perder a mi amo prefiero morir”. Manuel miró dentro de los ojos del chico y añadió: “Di mi nombre...Quiero oírlo en tu boca con el sonido de tu voz. Di mi nombre, Jul”. En un minuto solamente hubo silencio y el muchacho lo rompió obedeciendo a su señor: “Manuel. Ese es el nombre de mi amo...Manuel. Mi dios y señor”. Y el amo cerró la boca de su esclavo con sus labios en un beso profundo sin lujuria, sin lascivia, sin vicio. Sólo el amor entre dos hombres que la vida los colocó en posiciones de dominio diferentes, pero que el alma del superior supo unirse al espíritu del sometido, elevándolo hasta formar un único ser con su dios.

Y Manuel levantó de sus rodillas a su esclavo y besando su mano le musitó al oído: “Julio vamos a hacer el amor hasta el amanecer”. Y salieron de la cueva abrazados como dos amantes.

La cama fue el mudo testigo de aquella pasión. De su fuego y el ardor que consumía el alma de los dos. Desnudos, relajados y felices, se entregaron uno a otro sin reservas de ningún tipo. Manuel exigió a Jul que dejase a un lado su condición y diese rienda suelta a su deseo y a su amor. Por esa vez quería a su amante entero, libre decidido a complacer y complacerse en un torbellino de sexo desenfrenado y cargado de ternura y comprensión entre los dos. Manuel necesitaba sentirse deseado y querido sin miedo, sin obediencia ciega, sin obligación de satisfacer su capricho. Simplemente querer por querer y deleitarse en el placer de su amado, como su amado en el suyo. Daba igual quien llevase la iniciativa o como se desencadenase la fuerza de una pasión retenida y amordazada hasta ese momento.

Se abrazaron y se mordieron la boca, comiéndose la lengua y los labios, confundiendo su saliva en un mismo sabor. Sus olores eran un incentivo para su deseo buscándose el punto más atractivo para su olfato y su imaginación de sueños eróticos. Aun cerrando los ojos, sabían por el gusto donde estaba su lengua en cada instante y Manuel se perdía entre las nalgas del chico sorbiendo su ano y lamiéndolo con un ansia desmedida.

Puestos al contrario uno sobre el otro, se besaron la polla y fueron recorriéndolas con la punta de su lengua, jugando con la entrada de la uretra antes de cobijarlas en su boca para masajearlas con las más intensas chupadas. De las vergas a los cojones, cosquilleándolos a besos y mojándolos de saliva para amasarlos mejor en sus dedos. A Jul le ponía ciego que Manuel recorriese despacio ensalivando la sutil costura que une el escroto con el ano y meterle toda la lengua en el esfínter intentando alcanzar su próstata.

El muchacho se derretía y su corazón latía sin control. Jadeaba y su respiración era sincopada y profunda. Y el sudor le caía por la frente y bajaba desde la nuca por el centro de la espalda, filtrándose por la raja del culo hasta el agujero, rosado y tan redondo y jugoso que aún parecía el de un niño. Las manos de Manuel no sabían por que lado sobar los muslos y gemelos del chaval, casi sin vello, perfectos y suaves al tacto. Sin embargo al chico le gustaba enredar las yemas de sus dedos en el vello de su amante. Sobre todo en su pecho, en su entrepierna, en su vientre y en aquellas piernas fuertes que cientos de veces lo sostuvieron mientras lo hacía saltar sentado en su verga rotunda y gruesa, que tanto mamó. Manuel solía ir casi siempre mal afeitado y a Jul le encantaba el roce de su barba en sus mejillas, raspándole el mentón cuando buscaba su cuello para morderlo.

Era su hombre. Su macho. El único que le hizo sentir pasión y placer. Y dolor. Con él llegó al éxtasis del sufrimiento y el sublime deleite del refinamiento erótico. Su amante le decía a veces que era un puto masoquista, pero era el dolor o el sufrimiento en sí lo que disparaba sus neuronas a alturas insospechadas. Era Manuel y su morbo el que lo subyugaba hasta perder el sentido y la sensibilidad. Su sistema nervioso no transmitía al cerebro otra cosa que no fuese el gozo sin fin de ser el placer de su amante. Y en eso no era posible el sufrimiento ni la tortura. Sólo el gusto de estar en manos de su amor. En las manos de Manuel, prendido en sus dedos largos y huesudos, adornados de un vello adorado.

Y se amaron con toda su vida, su juventud y su experiencia. Con todos sus sentidos y su corazón. Manuel lo puso sobre la cama panza arriba para poder besarlo en la boca. El muchacho colocó sus pies en los hombros de su amante y, con la manos, separó sus nalgas ofreciéndole el agujero, que se movía palpitante incitando a Manuel para entrar a saco dentro de su amor. Un pene hinchado de pasión y crecido de ansias de poseer, se apoyó en el sonrosado ojete del chaval, del que caía un leve hilo de jugos, y con pausado tino fue abriéndose camino en la carne de Jul, que recibía aquel pene con bienvenida de caricias al pecho de su amante y lamiéndolo con ligeros movimientos de su recto a cada milímetro que entraba en él. Era la penetración más gloriosa que nunca habían sentido ninguno de los dos. Jul encarnado en Manuel y éste en su maravilloso amor.


Los testículos de Manuel notaban como se hundía hacia dentro el ano del chico al empujarlo para llegar al alma del muchacho. Y el chico, hambriento de su amante, lo atraía aún más apretándole las nalgas hacía la entrada de su ser. Y la presión en el culo del chaval aumentaba y la ciega furia del macho crecía con cada apretón que su ímpetu salvaje le daba. Y llegó el culmen del acto más humano del hombre. Derramar con su ser amado la semilla de sus propias vidas, fecundándose los dos en su amor.

Jul acarició la espalda de Manuel, que rendido sobre el pecho del muchacho, buscaba su boca para no terminar de besarse nunca. Y Manuel le preguntó: “Peso un poco, verdad?”. “No”. Contestó Jul. Y por primera vez se quejó: “Pero me duele el culo porque me lo has destrozado, cabrón”. “Sí?”, preguntó otra vez Manuel. “Sí. Pero si aún te quedan fuerzas jódeme otra vez, porque me encanta cuando me das con tanta mala leche”. “No es mala leche, jodido”, replicó el otro. “Lo sé. Pero quiero que me partas el culo otra vez antes de amanecer”, exigió Jul. “Es un capricho?”, insistió Manuel. “Es lo que más deseo en esta vida. Y ya que no es posible preñarme, deshaz este puto agujero que sólo quiere tu pollón taladrándolo como un martillo neumático”. “Lo que te voy a dar es en los morros con la verga como si fuese un martillo pilón, crío degenerado!..Hummmmmm. Mi pequeño vicio y mi cachorro querido. Te quiero. Te amo Julio. Y no te lo diré más veces porque yo soy tu amo y tu mi vil y puto esclavo. Que no se te olvide, so perro cabrón!”. Soltó Manuel. “Sí, mi amo”. Contestó el cachorro a su amado amo y señor.

“Y jamás olvides que los otros son tus hermanos y mis putos perros. Y a ellos también he de usarlos porque son míos y porque no sólo los quiero también, sino que además me hacen feliz viéndolos y sirviéndome de objetos de placer. Y no serán los únicos que entren en esta casa a mi servicio. Tenlo claro y nunca pierdas los papeles conmigo. Me has entendido de una puta vez, puto cachorro del infierno?”. Le dijo Manuel a su amada mascota aleccionándolo para el futuro. Y él volvió a bajar los ojos al suelo, sonriente y satisfecho diciendo: “Sí, mi amo. Ellos y yo somos tuyos y si tú lo ordenas yo mismo te traeré otros perros para tu casa y tu capricho, porque sé que siempre seré tu mascota. Tu esclavo más sufrido y el más sensual de toda la perrera. Sí, mi señor. Será como tú mandes a tus siervos y perros”. Jul, al fin lo tuvo claro, porque el amo, aunque crea en algún momento otra cosa, no precisa de un esclavo en concreto, pero un puto perro esclavo siempre necesita de su señor.

Jul nunca tendría que temer por su amor. Su dueño era su padre, su amante y su dios. El primero y único amo en su vida.

Y por fin la calma reinaría en la casa de Manuel.

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