Si Jul creía que después de un tiempo de relativa calma, su amo por fin se había aplacado y relajado la mano con sus perros, estaba equivocado.
A media tarde escucharon el silbido del dueño en el patio y corrieron a plantarse ante él a cuatro patas, pero el chico se paró en seco al ver al lado de Manuel otro cachorro más joven de raza negra, vestido con una túnica de lino blanco. Un efebo de azabache, de su altura, con pelo muy corto y rizoso cuya boca, carnosa como una fruta, era una constante incitación para mordérsela.
El muchacho aún en pie cayó de rodillas golpeando su cabeza contra el suelo. Y la nueva adquisición del amo, erguido junto a Manuel, veía a los tres esclavos con sus expectantes ojos negros, como interrogándose cual sería su destino en aquella casa.
No se trataba de un mal sueño. La pesadilla de Jul ya era una realidad y el nuevo juguete de su señor había llegado.
Manuel rasgó la tela que cubría su nuevo capricho y dejó que se deslizase hasta el suelo para descubrir ante los otros su espectacular cuerpo de ébano, cuya espalda se remataba con una lustrosa bola de cañón estallada a la mitad. Y Adem dijo admirado: “¡Un bello ejemplar, señor!”.
El amo, sopesando los genitales del nuevo perro, añadió: “Es de buena casta y está entero y sin estrenar”. Y dándole la vuelta lo inclinó hacia adelante. Y presionándole hacia afuera las nalgas, separándolas con cierto esfuerzo, dejó al descubierto un pequeño agujero, tan cerrado que parecía difícil que le entrase un simple palillo. Y prosiguió: “Merece la pena esperar un poco y desvirgarlo el día de mi cumpleaños”. Y acto seguido lo anilló con un aro plano de acero brillante que cerró para siempre al rededor de su cuello. Y ordenó: “Adem, llévatelo y tenlo apartado de los otros perros hasta entonces.
Dos regueros corrían por las mejillas de Jul ante la impenetrable mirada de su amo, que no le quitaba la vista de encima.
Para Geis aquello suponía tan sólo un compañero para divertirse y, con suerte, gozar comiéndole el rabo. A Bom, la llegada del nuevo cachorro podría proporcionarle más tiempo para retozar con Jul , al no ser usado con tanta frecuencia por su dueño. Pero para Jul era el peor martirio al que lo sometía su señor. El más dolorosamente cruel, ya que a partir de la fiesta en la que Manuel tomase posesión de su nueva mascota, comenzaría su interminable suplicio, viéndose privado de la generosa atención de su amo y del supremo privilegio de su sexo que disfrutaba diariamente casi a todas horas.
Aunque siguiese complaciendo a su dios, sus sentidos pocas veces volverían a alcanzar el delirio que los embargaba cuando su amo lo poseía. Los ojos se le nublaron de tristeza y envueltos en melancolía se arrastraba por el suelo buscando los pies de su dios para llamar su atención como el más vil de los gusanos.
Manuel veía el dolor del muchacho y le hubiese gritado lo mucho que lo deseaba, pero, por el bien de los dos, su corazón no podía claudicar, ya que era la única manera de destruir el ínfimo reducto de dignidad de su cachorro preferido, dejándole marcado en su alma que un perro nunca es imprescindible para su señor. Podía cambiar de mascota, una tras otra, y él solamente sería uno perro más de su jauría, al que le esperaba compartir un sitio en la perrera común.
Ante los acontecimientos, Jul temía el desapego de su amo y tendría que apurar la copa de doloroso placer que él quisiese escanciarle, aunque sólo fuese en contadas ocasiones. Y Manuel se mordía la lengua y apretaba los labios para no comérselo a besos al verlo tan humillado y desesperado por ser el primero en servirle en todo y para cualquier cosa que su dios quisiese hacer con él. Cómo podía saber el muchacho que Manuel estaba colado por él hasta el tuétano.
El amo quiso romper la tensión y ordenó a los cachorros que lo siguieran al gimnasio. Allí se deslomaron los cuatro a base de ejercicios, aunque Geis un poco menos , lógicamente, pero también hizo lo suyo. Aeróbic, gimnasia en el suelo y estiramientos y muchos saltos. Los demás eran más de aparatos, pesas, ejercicios de potencia y fuerza y cosas por el estilo. Todo demasiado brusco para Geis.
Bañados de sudor amo y esclavos se estiraron en el suelo y Manuel ordenó a Geis que le diese masajes como sólo el condenado chico sabía hacer. El delicado cachorrillo se volvía una anguila que no dejaba ni un ápice de piel o músculo sin relajar, acariciando el cuerpo del otro como si miles de mariposas de seda revoloteasen por encima, casi sin rozarlo pero proporcionándole un gusto infinito. Y luego también se lo hizo a los otros dos cachorros y lo que tenía que pasar pasó.
Manuel se enzarzó con ellos en una orgía de sexo sólo imaginable en una bacanal romana. Geis cabalgó sobre la verga de su amo mamando la polla de Bom y cambió de montura encima de Bom para chuparle el rabo a Manuel. Jul no tenía humor para eso y hubiera preferido quedarse al margen, mas un esclavo no es nadie para desear o dejar de hacerlo, ni mucho menos para pensar o retraerse cuando su dueño quiere usarlo. Manuel le comió el culo mientras le dio por el culo al más pequeño y lo besó en la boca al follarle la boca a Geis, enculado por el mastín. Sin duda el amanerado muchacho se estaba llevando la mejor parte y su cara era un fiel reflejo de ello.
Pero el dueño quiso más emoción y llevó a Jul a uno de los aparatos y lo penetró en seco mientras le obligaba a hacer el ejercicio. Al mismo tiempo Bom lamía el esfínter de su amo y Geis le comía a él el culo. Y desde luego era un experto haciéndolo porque el cachorrazo se corrió. Jul experimentaba ese punzante dolor de una embestida cruel y salvaje, desollándole casi las mucosas del recto. Y el aliento de su dios, mezclado de saliva y mordiscos en su boca, lo dejaron con los huevos secos en poco tiempo. Y Manuel lo giró bruscamente lo amarró por la nuca y le dio su leche en la garganta. Geis ya se había desnatado hacía rato, pero su resistencia para el sexo era encomiable y le limpió a todos los restos de semen en las mingas.
El amo se sentó en un banco y les hizo acercarse sentándolos a sus pies para acariciarles la cabeza. Jul no pudo contenerse y apoyó la frente en la rodillas de su señor; y éste notó que se prendían en su vello unas lágrimas. Manuel se decía por lo bajo cómo podría permanecer impasible ante unos sentimientos tan intensos como los de aquella criatura. Nunca se imaginó al cazarlo en los urinarios del parque que prendía su propio ser en el del joven muchacho. Había dado con un ser capaz de agotarse dándose entero a lo que adoraba. Su amo y señor. A Manuel, su único amor y dueño.
Manuel se piso en pie entre sus esclavos, separando ligeramente las piernas, y dejó que los perros olfateasen y lamieran el sudor que bañaba todo su cuerpo. Sus lenguas le limpiaron primero los brazos, disputándose los tres el regalo de sus sobacos mojados, y luego los muslos y pies, sin pasarles por alto hacerlo bajo las pelotas y la raja del culo. El amo iba requiriendo la boca de alguno para morderla y se abandonaba a las mil sensaciones que los cachorros causaban en su piel. Pero siempre insaciable en el placer, él ansiaba olerlos y frotar con el suyo sus jóvenes cuerpos sudorosos, sobrados de testosterona. La lasciva fragancia de Jul, fruto de su fatiga física, le erizaba los pelos de toda su anatomía, que eran muchos al ser un hombre velloso, y no dejaría ni un reducto del chico sin probar y aspirar su calor. Especialmente al rededor de sus genitales e el trasero. Pues el ano siempre era uno de los lugares preferidos en la geografía corporal del cachorro. Tanto como podían ser las axilas de Bom, o sus marcados pechos, adornados con dos pezones oscuros, que eran un manjar morderlos después de pellizcarlos para ponerlos tiesos.
El culo del mastín tampoco lo dejaba sin catar profundizando en sus cavidades. Y desde luego los cojones, que parecían una pera en vino dulce. Y Geis, todo él era un pastel o un delicioso canapé que había que degustarlo a trocitos , sin olvidar sus bolitas en plan guinda que rematase ese postre.
Y como el dueño se sentía generoso y complacido, permitió que también los perros se lamiesen entre ellos. Aunque estaba claro que quién aprovechaba mejor el dispendio era Bom, que se empachó de Jul cuanto le dejaban y podía atiborrarse con tan jugoso bocado, emborrachándose con su sudor. Aquellas tres criaturas eran una delicia para el paladar y el olfato, además de serlo para follarlos o zurrarles el culo, según se diese el día y el humor del amo.
Con la desazón del nuevo perro, aún sin cambios en la rutina ordinaria, pasaron los días y llegó la anunciada fiesta del cumpleaños de su señor.
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