Jul percibió en el aire que iba a ser un día duro, porque su amo había vuelto de la calle irritado y con cara de muy pocos amigos. En el medio año que llevaba en su casa nunca lo había visto tan malhumorado.
Esa mañana su señor se fue temprano, después de meterle una soberana follada, que le dejó el culo como un horno de pan después de una larga jornada de trabajo un domingo de madrugada. Pero apenas habían transcurrido tres horas y entraba en la casa, dando un portazo y pisando fuerte con sus temibles botas de cuero negro de las que ya probara más de un puntapié.
Manuel entró en la biblioteca, dejó sobre la mesa unos papeles que sacó de una cartera, y pegó un fuerte silbido que les hizo mover el culo a sus perros para acudir junto a él. Los tres presentían que algo serio les aguardaba esta vez, mas a cuatro patas y en silencio aguantaban la tensión sin despegar la vista de los pies de su dueño. Y bramó el amo como un trueno: “Tú, cabrón de mierda, quítame las botas y déjamelas relucientes con esa jodida lengua llena de babas”, le gritó a Bom. Y al sumiso perraco le falto tiempo para descalzar a su señor y ponerse a desgastar el cuero sacándole brillo con la lengua. Al mismo tiempo, Manuel llamó a Geis a su lado lo subió a su regazo poniéndolo boca a bajo y con la peor mala leche del mundo le zurro la badana al chico sin pronunciar palabra. La mano de amo caía sin cesar sobre la carne del infeliz, que al poco maullaba lastimeramente como una gata con el rabo ardiendo. Aquel culito de porcelana se ponía rojo como el coral y Manuel aun le atizaba con más rabia como si el pobre chucho hubiese robado las alhajas de un sultán.
Jul hubiera querido preguntarle a su señor cual era la causa de se enfado, pero si malamente osaba respirar, cuanto más insolentarse dirigiendo a su dueño sus miserables palabras. Jamás se hubiese atrevido a tanto aunque la desazón le royese el corazón.
Manuel arrojó al suelo a su perrillo faldero, maltrecho y con el culo amoratado, y después de follarle la boca unos minutos lo despidió diciendo: “A tu sitio, flor de loto, que ya llevas el cuerpo arreglado por hoy”. E increpó de nuevo a Bom: “Deja ya de babarlas, que le sacas lustre hasta en la suela. Ahora chupame los pies. Y límpialos bien que están sudados de andar con esas putas botas de los cojones”. El mastín, realmente asustado, desnudó los pies del señor y comenzó su tarea por los desos, metiéndose uno a uno en la boca y pasando luego la lengua entre ellos, para terminar con un húmedo masaje por la planta y repetir la jugada en el pie izquierdo. Fueron varios minutos los que tardó Bom en satisfacer a su dueño, pero debió gustarle su servicio porque quiso premiarlo. “Bien, campeón”, le dijo frotándole la cabeza. “Eres un baboso pero mereces un premio...Voy a darte un gustazo...Eso que estas deseando desde hace tiempo. Y a ver si se te va esa tristeza de los ojos, que pareces un puto cabestro sin cojones”.
Y eso era cierto, porque el perrazo llevaba un mes melancólico y a ratos parecía triste, él que siempre estaba dispuesto a cualquier juego o podía pasar horas mirando a las moscas con ganas de tocarse la polla o frotarse los huevos, libre del envoltorio que los tapaba.
“Pero antes te toca a ti. Acércate Jul”. El amo lo llamaba y él estaba dispuesto a que desfogase sobre él el tremendo cabreo que llevaba en el cuerpo. El cachorro gateó rápido a sus pies para besarlos, pero su señor lo subió por la orejas sentándolo en los muslos y le dijo: “Agarrate a mi cuello que vamos a saltar, puto del diablo”. Y al metérsela a la brava, en seco, casi se la despelleja y se rompe el frenillo. “La madre que te pario, hijo de perra!. Cuándo se te abrirá como es debido ese puto agujero, joder!. Y le estampó dos leches en la cara al cachorro que casi lo descabeza. Jul quedó fuera de la realidad con la empitonada y ni se enteró de los soplamocos que le arreó Manuel. Bom no pudo evitar alzar la mirada del suelo y ver al cachorro subir y bajar sobre las piernas del amo, con un pedazo de carne metido en su culo, que sacaba y metía sin parar los bordes de su ano enrojecido. El perraco, excitado, se comía con los ojos las nalgas del otro muchacho, que su señor no cesaba de apretárselas con las manos y darle sonoras palmadas. Y ya estaba a punto de correrse cuando el amo lo hizo dentro del otro esclavo, rugiendo como un tigre e hincando los dedos en la carne del chico, que se había corrido al sentir el primer espasmo de su señor dentro de su cuerpo. El semen del amo salía del culo del chaval, escurriéndose por la polla aún clavada en él, y el salido mastín a duras penas podía contenerse.
Y habló el amo: “Ahora tu premio, machote. Acércate, Bom...Rápido!...Ponte en pie y quítate el suspensorio para ver ese rabo en libertad...Eso es...Hermoso y en forma como siempre...Aquí tienes lo que tanto envidias...Lo ves bien?...Ves este agujerito donde tengo clavada mi verga?...Pues es tu premio...Se la voy a sacar y tú se la metes...Así sentado en mis rodillas y enganchado a mi cuello, el culo de mi mascota es para ti y ya te lo dejo bien lubricado con mi leche...Fóllalo”. Gritó Manuel.
No se oía ni el vuelo de una mosca en todo la estancia. Hasta Geis, que sin dejar de llorar se quedó como si anunciasen el fin del mundo por la tele. Jul apretó los párpados intentando que sus pestañas detuviesen las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Y a Bom se le bajó la verga y su capullo apuntaba al suelo.
“Estoy esperando, jodido de mierda!...Qué pasa?...Te has vuelto impotente o de tanto estar con esa zorra ya sólo sirves para que te den por culo?. Fóllalo o te juro que no catas otro en tu puta vida, maricón!. Te castro y quedas para ser la puta de Adem...Es eso lo que buscas?. O prefieres ser el eunuco del harén sin huevos?”. Decía Manuel quemando con la mirada al apabullado perrote, que, desarmado y hundido, se puso a llorar como un niño.
En unos minutos de la bronca se pasó a la tragedia y todo era llanto alrededor de Manuel, que se lamentó: “En el fondo sólo sois unos mocosos de mierda. Y ahora llorones, para terminar de joderla. Putos críos!..Levántate Jul...Y largaros de aquí todos...Fuera!”.
Los tres esclavos salieron a gatas a toda prisa, y entró Adem que le preguntó a su señor: “Qué hago con los perros, señor?”. “Nada”. Contestó Manuel, pero añadió: “Por el momento ponle fomentos a Geis en las nalgas que le hará falta. Y a los otros dos átalos y enciérralos, pero separados. No vaya a ser que recupere la fuerza en la polla el otro cabrón. Te has dado cuenta, Adem, que el jodido animal se enamoró del cachorro?. Tan ciego está y tantas ganas tiene de montarlo que se le bajó la verga, no sé si del susto o del ansia de metérsela. Al puto cobarde se le derritió la minga como una vela a la puerta de un horno. Sólo lo provoqué para saber si se atrevía, puesto que no iba a dejar que lo follase, por supuesto. Ese puñetero agujero lo quiero cerrado para mí, aunque me despelleje la picha al taladrarlo. Quiero a un lobo no a un cordero mirando lánguidamente a una oveja todo el jodido día. Y no puedo dejar que mi campeón pierda su empuje ni su agresividad en la pelea. Mételo en la jaula y ponle un cinto de castidad o se mata a pajas. Y tú no le des mimos cuando está dormido porque también sé de que pie cojeas respecto a ese puto bravucón. A mi cachorro, a la mazmorra en el cepo y sin nada más... Ya le ajustaré las cuentas más tarde por darle confianzas al otro. Ahora voy a lavarme y mudarme de ropa que estoy pringado de leche por todas partes. Joder!, con que fuerza le sale al puto cachorro que me llegó hasta el cuello!. Y los pantalones chorreados con la que echó por el culo. Bonito mapa me dejó el muy cerdo”.
“Me permites hablar, señor?”. “Habla”. Dijo el amo. “El cachorro no hizo nada malo, señor. Al contrario, solamente quiere obedecerte y llevarse bien con los otros perros. Estoy seguro que su peor castigo sería que otro que no seas tú se lo follase”.
“Eso es todo?. Con mis perros hago lo que me sale de los putos cojones y si me peta desfogo la mala leche con ellos, que para eso los tengo y son míos”. Respondió Manuel. “Sí, señor. Pero a veces es difícil entenderte, señor. Y ellos sólo son cachorros a caballo entre la adolescencia y la juventud, mi señor”. “Lo sé. Claro que lo sé”, acató el amo. Y el criado salió a cumplir lo que le había ordenado el dueño de la casa.
Primero encerró a Bom, cabizbajo y sombrío, en una jaula dentro de la cueva de las sesiones, con el pito enjaulado en plástico transparente y con candado. Al fornido africano le enternecía el muchacho, pero tenía que cumplir las órdenes del amo. Pasó su mano por la cabeza del perro y le dijo en voz baja: “No tengas miedo que el amo no te va a cortar nada. Se valiente y pórtate como un macho”. Después encarceló a Jul, en una mazmorra de escasos metros, anexa a la cueva, aprisionando su cabeza y las manos con un cepo de madera al estilo medieval. El chico sólo hacía llorar y sorber los mocos. Y por último se encargó de Geis, que con mucho mimo le suavizó las nalgas con cremas y aceites, mientras se deshacía de gusto la muy perra y pretendía chuparle la soberana cabeza del pijo al inexpresivo criado.
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