Después de la fiesta del cumpleaños de Manuel, siguió un período de tranquilidad en su casa y diariamente disfrutaba con sus esclavos, cada vez mejor entrenados y adaptados, no sólo a su condición de seres inferiores sino también a los gustos y deseos de su señor.
Jul, había comprendido su posición entre los otros perros y aceptaba sin reservas tanto la amistad de Bom y la divertida compañía de Geis, como el apego que Aza le demostraba desde el momento en que se unió a su hermanos de condición en la perrera de Manuel. Es verdad que el amo usaba al joven negro con frecuencia, pero la mayor parte de la noche, cuando ya se retiraba a su dormitorio, la reservaba para Jul. Indiscutiblemente el cachorro seguía siendo la mascota de Manuel.
Por su parte, Bom, se acercaba cada día más a Adem, a quién ya no temía, e incluso el amo le permitía que ayudase al sirviente en algunas de sus ocupaciones. No es que el señor hubiese autorizado al fiel mandinga que usase al muchacho, pero sabía que para el sirviente el mastín era especial entre los cachorros de la casa. Adem quería al chico con esa mezcla entre amor paterno y atracción incestuosa por el hermoso hijo que la naturaleza quiso regalarle. Aunque en este caso, de regalárselo alguien sería su señor. Cosa harto difícil conociendo el cariño que sentía Manuel por el chico y las satisfacciones que le daba ese mastín.
Geis, desde la noche de la orgía en la que el amo cató al joven negro en la cueva, seguía a Aza siempre que podía y le dejaban. Para una perra viciosa, un buen rabo tira mucho.
El amo, se complacía viendo a sus cachorros, bellos, sanos y fuertes, que vivían con la misa intensidad los momentos de ocio y descanso como las sesiones de adiestramiento y sexo. Aunque Bom todavía no lograba superar el golpe a su orgullo de macho que le había causado la fabulosa potencia viril y energía del joven Aza follándose a Geis. Como tampoco éste último podía dejar a un lado el recuerdo de tal experiencia.
Era aún temprano cuando Manuel despertó a su mascota con un pollazo que lo atravesó hasta el colchón. Y, después de ventilárselo, pero sin dejar que circulase el aire en el interior del perro, porque le taponó bien el agujero del culo, le dejó el recto encharcado. Primero con su semen y, sin sacarle la chorra ya flácida, con la primera meada mañanera, cargada y cuantiosa, que obligó a Jul a apretar con fuerza el esfínter, igual que la almohada con las manos, para no cagarse hasta que su amo le autorizase levantarse de la cama. Y Manuel dijo: “Venga, vago cabrón, en pie y afloja el culo en la taza, que como mojes o manches las sábanas te breo y no vienes conmigo al campo”.
Al campo?. Había oído bien Jul? Desde que su dueño lo encontró en los urinarios del parque no había vuelto a pisar la calle ni salir de la casa para nada. Sería posible que su señor lo llevase al campo? Y para qué? El chico no necesitaba ni quería salir del lugar donde encontrara la felicidad suprema de servir a un ser superior, que era su dios desde entonces. Para qué otro escenario distinto al de la casa de su amo. Esas paredes eran como el refugio seguro para un pobre perro callejero, que un día lo recoge un amo generoso y lo hace suyo, cuidándolo y manteniéndolo a su lado.
Pero jamás osaría importunar a su señor con explicaciones a sus dudas o temores. Lo seguiría al infierno si Manuel se lo ordenaba. Y para más de un perro el lugar donde lo llevaría su amo era demoníaco o cuando menos terrible.
Manuel estaba contento y bromeó con sus cachorros mientras desayunaba, arrojándoles, como de costumbre, alguna galleta o dejándosela entre los dientes para que la devorasen apoyando la cabeza en el suelo. Y se dirigió al sirviente: “Adem, después de comer me voy a la casa del amo Tano y regresaré mañana. Me llevo a los dos mayores. Ya me entiendes. Geis siempre será el más pequeño de todos, independientemente de su edad”. “No era necesaria la aclaración, señor. Entiendo perfectamente.”, contestó el sirviente. “Sí. Lo sé... A ti nuca se te escapa nada”, replicó Manuel, añadiendo: “bien. Prepárales vestimenta adecuada…A Bom, silp blanco de algodón, que esa verga y ese culo merecen un respeto. A Jul, otros más vistosos y ajustados, que inciten a follarlo haciéndolos jirones... Un vaquero apretado y raído de chulazo al perrazo y otros bien puestos, de cintura baja, para que Jul luzca la goma de los calzoncillos de marca. Y los dos con deportivas de esas por las que se mearía de envidia cualquier mariquita de diseño”. “ Y con qué le cubro el pecho, señor?” preguntó Adem. “Ah, sí… Es verdad. Por ahí fuera no es costumbre llevarlos sin algo encima... Bueno… Un par de camisetas que les marquen los pectorales, pero sin exagerar... Y nada de cinturones, que los pantalones no se les caen a ninguno de los dos… Esas nalgas bastan para sujetarlos”.
“Algún adorno más, señor?”, volvió a preguntar el criado. “Estos no necesitan más adornos que ellos mismos, Adem”, dijo el amo. Y terminó con una última indicación: “Adem, déjalo todo en mi habitación que yo mismo los vestiré”. “No sería conveniente demorarse demasiado, señor. Porque hasta la casa del amo Tano hay un buen trecho”, le advirtió el sirviente. Y Manuel se dijo para sí mismo: “Jodido negro!...y si me los follo qué!...Por supuesto que lo haré y me da igual que sea viéndolos en calzoncillos o ya con los pantalones puestos. Se los bajo y les dejo el culo que hacen ventosa en el asiento del coche para mayor seguridad durante el trayecto. Y además van encantados con el sabor salado de mi semen en la boca. Pues claro que me los voy a follar!...Faltaría más!...Y aceleraré luego. Y si me ponen una multa, que se la metan por el culo porque me da igual”.
Y claro que le daba lo mismo todo ante los culos de sus esclavos. Pero lo que sí tiene importancia para un amo, es controlar a sus esclavos en todo, incluso en lo que pueda parecer una nimiedad. Debe anularlos como seres humanos y reducirlos a simples animales, guiados por los propios instintos primitivos de la especie llamada hombre, bajo la permanente custodia y vigilancia de su dueño. Por eso hay que domarlos y su adiestramiento tiene que ser permanente y completo. Un entrenamiento radical que corrija sus querencias y malas inclinaciones hasta que sólo sean un mero reflejo de su señor, que es la luz que los alumbra y el aire que por su magnificencia y autorización expresa inhalan para no morir de asfixia.
Tras el refrigerio, lo mejor era dedicar la mañana al ejercicio y Manuel se dirigió al gimnasio con todos sus perros. Como siempre, cada uno se dedicó a realizar las tablas gimnásticas que tenían fijadas por el amo, bajo su supervisión, y al cabo de media hora los ojos de Manuel estaban fijos en los glúteos de su nuevo cachorro que hacía abdominales estirado boca a bajo en el suelo. La carne negra de las nalgas del joven se contraía con cada elevación del tronco y parecía que sus muslos crecían al cargar el peso sobre los dedos de los pies. El amo veía los músculos de los brazos del chico, tensos y fornidos, recorriendo su propia longitud sin merma en su rendimiento.
El cachorro era un verdadero hallazgo. Una buena adquisición, sin lugar a dudas. Manuel estaba seguro que le iba a dar mucho juego en todos los campos. Como semental ya lo había demostrado con creces cubriendo a Geis y como pasivo dominado por otro macho, además de la experiencia de su desvirgue, tampoco se había portado mal al ser ensartado en la cueva. Y Manuel no lo pensó más. Se fue hacia el joven cachorro, lo agarró por las caderas y tiró de su cuerpo hacía arriba, dejándolo de rodillas, y lo enculó por detrás sin más historias.
Ni saliva le puso en el agujero. Lo taladró como si su verga fuese un berbiquí y le ajustó las clavijas internas, apretándoselas mejor que lo haría un torniquete. Aza se estremecía entre el dolor del puyazo y la fricción continua que la polla del amo le daba en las mucosas del recto, pero se abría de patas impulsando el culo para atrás engulléndola totalmente. Manuel montaba a su potro a pelo y sin bridas como sólo un consumado jinete sabe hacer. Y el negro cachorro respondía a los empujones y giros del amo como un pura sangre. Los otros perros continuaban los ejercicios impuestos, haciendo esfuerzos para contener el semen en sus cojones y no ver como su dueño jodía al novato de la jauría. Al rato Manuel desmontaba y salía del ano del cachorro un reguero de esperma, que formaba otra mancha en el suelo algo separada de la que se podía ver bajo el cuerpo del perro.
Y al terminar la comida, Manuel les dio por el culo a los dos cachorros mayores, cuando los vestía, y en la boca de ambos repartió su leche, después de sacar la verga del agujero al segundo que le bajo los pantalones. Es decir a Jul.
Cuando por fin estuvieron completos, el amo dio una vuelta al rededor de los cachorros y dijo: “Qué guapos estáis, hijos de puta!” Se tiró a sus bocas para darles un morreo y se fueron los tres a la casa del amo Tano a las afueras de la ciudad.
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