Había sido una noche intensa para el amo y sus dos preciosos cachorros, terminando los tres agotados y sudorosos después del castigo sufrido por los perros y el placer gozado con su amo, unidos no sólo por el sexo y el deseo sino también por la pasión entre ellos.
Aunque a Manuel le costase admitirlo, realmente quería a esos muchachos por igual, y no cabía en su mente separarse de ninguno de ellos. Sentía obsesión por Jul pero quería con todo su corazón al noble vencedor de sus peleas. Uno y otro eran el contrapunto y el complemento, al mismo tiempo, de un ser único e ideal para él.
Jul era intenso e inteligente y sobre todo sensible y sutil. Bom era cálido, noble, sencillo, auténtico en todo y valiente para entregarse por entero. Sabía que los dos lo adoraban y que el alma del más fornido era tan grande que podía amar a su dueño y al otro perro dejándose la piel en ello. Y esa noche casi pierde la de su espalda sino llega a ser por los cuidados de Adem, lo mismo que a Jul le habría quedado el culo como el de un mandril sin las artes del africano para aplicarles remedios a los dos.
Cubiertos de ungüentos calmantes, Manuel los llevó a su dormitorio y se acostó con ellos en la cama. Se estiraron al lado del amo, reposando la cabeza a cada lado de su pecho, Y Manuel, cobijándolos con los brazos levantó sus bocas hasta la suya para deleitarse en un único beso con los dos. El dueño sabía que sus cuerpos padecían aún los rigores del látigo, pero los esclavos, ya excitados, sólo podían agradecer con los ojos la ternura de su señor. Y Manuel, también empalmado, no quería sexo ni otra cosa que no fuese el amor de sus dos perros. Y los dos cachorros se durmieron, besándose con su amo, con los brazos entrelazados sobre el cuerpo de su dios.
El amanecer fue perfecto tanto para el amo como para sus no dos perros, que aún dormían como dos niños satisfechos cuando su amo, en silencio, les confesó su amor. Manuel suavizó sus moratones con saliva y recorrió los dos cuerpos penetrándose de su olor y su aliento. No podría decidir jamás cual de los dos era más bello, aunque desease poseer a todas horas al más nuevo en la casa. Y dándoles la vuelta les metió la lengua en el culo sucesivamente. Le tenía querencia a esos dos ojetes, tan redondos y jugosos, y tuvo que follarlos a los dos en cuanto el primero abrió un ojo. Y no precisamente el del culo, porque ése se lo abrió su dueño a uno y a otro, alternativamente, intercambiándoles sus fluidos rectales. El amo los inseminó a ambos y ellos, comiéndose la boca mutuamente, se dejaron la leche en el colchón. Luego Manuel alimentó con su propia mano a los dos, repartiendo su desayuno entre ellos y quitándose algún trozo de la boca el uno al otro, como es normal en perros jóvenes siempre dispuestos a jugar.
El resto del día los cachorros retozaron, rieron, se pelearon por alguna bobada y hasta Bom fue amable con Geis y no lo corrió como de costumbre al acercarse a Jul. Y sin embargo, Adem no estaba tranquilo. Algo le decía que, por su carácter, a veces demasiado impulsivo, su señor se cebaría con los muchachos al menor descuido que tuvieran entre sí. Y esta vez podría ser aún más duro con ellos. Cuanto más los amase más estricto sería para exigirles fidelidad y obediencia ciega. Cuanto mayor fuese el gozo de sus cuerpos con él, peor sería el dolor que les haría padecer si al amo le placía verlos sufrir por él. Es que aún dudaba si podrían ofenderle en algo aquellos muchachos?. Si respiraban era para inhalar su aire. Si veían era para venerar su imagen. Si vivían era para servirle y hubieran muerto por él si fuese preciso. Aunque verdad era que siendo machos podría tirarles la sangre y hacer alguna tontería sin la autorización de su dueño.
Hasta Geis daría el pito por su amo. Bueno, eso no sería dar mucho, pero daría el culo por su dueño si fuese necesario. Y si no lo fuese también, para que negarlo, pero el chico también era fiel y se moría por sentarse en la polla de Manuel, o por que le zurrase las nalgas si luego se la metía atornillándosela hasta el fondo. O simplemente si su señor le daba su leche para merendar. Cualquier cosa estaría bien para el frágil perrillo, porque a su manera lo amaba tanto como los otros.
Adem quedaba deshecho viendo a los cachorros torturados, pero nunca desobedecería a su señor incumpliendo su deber de ayudarlo a someterlos y darles el merecido castigo que ordenase el amo.
Y si algo tenía claro el africano, es que Manuel sabía como domar al perro más rebelde convirtiéndolo en un cordero. No había muchos amos en el mundo que supiesen apretar tan bien las clavijas a un gusano para elevarlo a la categoría de uno de sus perros. Manuel podía amar sin mesura pero también era inflexible cuando era necesario aplicar mano dura a los cachorros, disciplinándolos no sólo físicamente. No hay mejor arma que la humillación para debilitar el ego de un ser, anulándolo absolutamente como persona y poniéndolo en el único sitio que le corresponde estar. Un simple perro al servicio de su amo para usarlo y abusar de él si le place. Ser una mera propiedad sin otro fin que cumplir el supremo deseo de su señor. Adorar a su dios, a cambio de su desprecio o su amor si así lo premia. Y con el amor premiaba Manuel a sus esclavos, haciéndolos partícipes de su gozo, en un éxtasis de refinado e insufrible placer, hasta tocar la cima del más cultivado erotismo.
Pero ese día Adem no debía ser pájaro de mal agüero y levantar los fantasmas del miedo y la sospecha. Lo que tenga que ser, será, se decía. Y él tenía que atender la intendencia de la casa, como era su obligación, y procurar que los cachorros estuviesen siempre preparados y dispuestos para lo que el amo quisiese hacer con ellos. No era su misión preguntarle al señor el por qué de sus decisiones o sus temores.
Sólo Manuel era dueño de sus actos y sus perros esclavos. Y sabía perfectamente que medicina le sería más provechosa a cada uno para su salud física y mental, sometiéndolos a su dominio por la buenas o a la brava, como hay que hacer con animales de buena raza.
Y lo peor que podría haber para Jul era que su amo trajese a casa un nuevo juguete que lo desplazase, apartándolo de su lado.
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