jueves, 2 de febrero de 2012

Capítulo 28 / El regreso

Manuel llamó a su casa para dar la buena noticia de la aparición de Geis y Adem, junto a los otros cachorros, los esperaban en la entrada de la casa con el corazón en un puño.

El amo entró con el cachorro en brazos y se lo traspasó al sirviente, diciendo: “Me lo han machacado, Adem. Pero por fortuna no tiene lesiones de consideración. Tenemos que cuidarlo y vigilar la evolución de sus heridas. Ponlo en un cuarto de invitados y que no le falte nada... Mi pobre perrillo. Te juro que esto no quedará así... Lo pagará caro ese puto cerdo de mierda”. Y besó a Geis en la frente.

Los otros perros se morían por acercarse a su hermano pequeño y el amo, con una señal, les permitió hacerlo.

Bom, frunció el entrecejo y sus ojos reflejaron la tensión previa a la pelea. Hubiera destrozado de cuatro dentelladas al puto cabrón que maltrató a su compañero.

Los ojos de Aza se empañaron y acercó la cabeza a la del cachorro que le hacía tantas mamadas y le daba tanto gusto con el culo.

Jul, miró a su señor con tristeza, rogándole sin voz que le dejase abrazar al perrillo, pero Manuel, que no le hacía falta oír a su mascota para entenderlo, le dijo que lo besara nada más, porque Geis debía descansar y no estaba para demasiadas efusiones y mucho menos para achuchones, aunque fuesen cariñosos.

Y Geis era el ser más feliz de la tierra viéndose otra vez con su amo, Adem y sus hermanos de perrera. Y la alegría flotaba en la casa de Manuel, volviendo a la normalidad con el regreso del cachorrillo, maltrecho, pero vivo y sin graves dolencias irreversibles.

De todos modos su amo no le forzó a contar lo que le había hecho el puto ladrón de cachorros y le dijo que cuando estuviese mejor tendría tiempo de hacerlo con todo detalle, para tomar nota del nivel de venganza que procediese tomar contra el puto cabrón que lo hirió de aquella manera.

Esa misma noche el amo quiso celebrar el feliz acontecimiento y después de la cena, en compañía de sus cachorros, acostó a Geis en una litera y a cada lado se colocaron los dos machos de la casa, con sus pollas al alcance del perrillo convaleciente, para que jugase con ellas. Y cuando le apeteciese los ordeñase el mismo y se nutriese con la exquisita leche de los campeones. Evidentemente Manuel tuvo que llamarle la atención por miedo a que se empachase de tanto abusar de los dos perros. Y evitar, además, que les secase los huevos con tanta extracción de semen.

A Jul le hacía gracia ver a Geis como la reina de Saba , tendido en la cheslón y escoltado por dos hermosos machos a los que no paraba de sobar hasta donde le alcanzaban las manos. Nunca se había visto en mejor ocasión para aprovecharse de sus dos hermanos, la muy zorra. Pero su dueño quería mimarlo por lo ocurrido y Bom y Aza tenían que cumplir y darle hasta la última gota de su esperma si Geis la quería. Y si se cansaba de masturbarlos, eran ellos los que se pajeaban acercando el capullo a la boca del perrillo para darle sus vitaminas sin molestarse en mamar del teto. Vamos, ni la favorita de un sultán estaría mejor servida que la puta perra viciosa. En el fondo, el muy puta, estaba encantado de que lo hubiesen robado a la vista de lo consentido y mimado que lo tenía su amo para compensarle de los padecimientos sufridos en el secuestro.

A Bom se le estaban hinchando las pelotas con tanto miramiento hacia la jodida perra, pero sin embargo, Aza sonreía mirando a Geis con ojos de cordero degollado. Aunque ninguno de los dos podían quejarse, puesto que Manuel, entre ordeño y paja, les dio por el culo a ambos un par de veces, para que elaborasen más leche en los cojones y ofrecérsela al insaciable Geis. Y eso ya no le causó tanta gracia a Jul, porque restaba los polvos que su amo pudiese meterle el resto de la noche. Y cuando menos mermaba la leche de su señor.

Pero Jul se equivocaba en parte, ya que su amo tenía pensado pasar el tiempo hasta la madrugada en su cama con sus tres cachorros sanos. Quería tenerlos cerca y gozarlos hasta agotarse y quedar rendido de sueño junto a ellos. Tenía que aparcar el mal trago del robo y sentirse amado por sus perros y arropado por el calor de sus cuerpos y sus corazones. No le importaba dormir apretado, pero necesitaba a los tres consigo.

Manuel, situado en el centro, estaba escoltado por Bom y Jul, con las cabezas de los dos cachorros sobre el pecho, y Aza puso una mejilla encima de la polla excitada de su amo. Los tres perros echaban líquido por sus penes, que latían paralelos a sus vientres y duros como los barrotes que adornaban las esquinas del lecho de su señor.

Sus cuerpos desnudos eran tan hermosos, que sólo contemplándolos se podría tener un orgasmo. Los muslos eran perfectos y sus nalgas estaban tan bien formadas que invitaban a no dejar de mirarlas. Ni el juez más riguroso sería capaz de decidir cual de los tres culos era el más bello y sugestivo. Tres colores para tres tentaciones imposibles de rechazar. Y Manuel no iba a ser quién despreciase aquellos regalos de la naturaleza.

Los estiró a los tres, muy pegados y de bruces sobre la cama, y encima de las piernas de Jul, abarcando con los brazos las de los dos machos, situados a cada lado del cachorro, les besó los glúteos a los tres y jugó a lamer los ojetes de los muchachos. Los agujeros se abrían y cerraban al contacto de la lengua de su amo y la verga de éste segregaba babilla, lubricando el glande que sobresalía enteramente del prepucio.

Los chicos no se tocaban y su piel trasmitía de uno a otro los escalofríos de placer que su señor les causaba. Manuel deseaba la pasividad total de sus perros y no les dejó que le hicieran nada. Sólo él se regodeaba sobando y saboreando sus cuerpos, hasta que montó sobre el más joven y lo penetró. Bombeó en él un rato y salió para subirse encima de Jul, que también lo folló otro poco. Y descabalgó de él y le dio por el culo a Bom, hincándole la tranca hasta el corvejón. Y volvió a repetir la operación en sentido contrario tres veces . Y cuando ya en su cipote aparecía la muestra de su semen, les dio la vuelta, juntando sus cabezas y se corrió en las tres bocas abiertas. Los perros no necesitaron tocarse el pito para correrse también.

Pero no se durmieron aún. Manuel no se cansaba de usar a sus cachorros y ahora les tocaba por delante. Les mordisqueó las tetillas y retorció fuertemente sus pezones hasta hacerles chillar como becerros. Y luego pasó a los huevos, apretándolos y tirando de ellos, y también les mordió las pollas, estirando con los dientes el prepucio de los tres carajos. Y cuando las lágrimas ya asomaban a los ojos de los perros, subió a besárselos y morderles la boca a continuación.

Al rato ya estaban empalmados y babeando otra vez. Y el amo puso a Aza boca a bajo y con las patas abiertas y se lo ofreció al mastín: “Fóllalo, Bom, porque eres mi gran macho y mi campeón. El líder de mi jauría y te doy el derecho a darle por el culo al que podría haber sido tu sucesor en mi perrera... Levanta el culo, Aza, que tu hermano mayor te va a dejar el agujero como una amapola en primavera... Vamos, campeón. Dale caña y que se entere de como sabe follar un avezado garañón”.

La verga de Bom no es que estuviese excitada. Ardía y bullía como una olla a presión Fue como una locomotora entrando en un túnel y se la clavó al negro con todas las ganas acumuladas desde la pelea. Y como ya iba a ser su segunda corrida en poco tiempo, le dio rabo durante media hora larga, sin bajar la intensidad de la follada. Le dejó el ano para el arrastre, pero el negrito derramó su leche en el colchón cuando Bom lo preñaba a él.



Jul estaba salido como una perra viendo a los dos machos incustrados el uno en el otro y pedía con la mirada a su amo que le diese por el culo también. Pero Manuel prefería ver bien el polvo de sus machos y no hizo caso de la insistencia libidinosa de su mascota, hasta que acabaron los otros dos de joder. Vaciadas las bolas de la pareja de machotes, Manuel colocó a Jul con el culo en pompa y le sacudió estopa en las nalgas mientras le traspasaba el ano con la verga y se la metía hasta el fondo de su ser. Y lo jodió otra media hora, sin dejar de azotarlo y morderle la espalda y el cuello, y soltaron la lefa que aún les quedaba en el cuerpo a los dos. Después, se durmieron los cuatro abrazos entre sí, disputándose los tres perros el calor de su amo.

Y a la mañana siguiente Manuel pondría orden en su casa y planearía el ajuste de cuentas al raptor de su cahorro oriental.

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