lunes, 6 de febrero de 2012

Capítulo 29 / Los Imeseleben

Amaneció un día luminoso, con un cielo limpio de temores y penas. Y llegaron los africanos.

Manuel salió al patio de la casa y allí estaba Adem flanqueado por cuatro jóvenes de piel oscura, bien tensada sobre músculos de acero. Grandes como su pariente, los cuatro guerreros mandinga formaban una estampa sobrecogedora y a la vez impactante por su extraordinaria armonía de facciones y miembros. Eran dos parejas de imesebelen, dignos de defender la tienda del califa almohade Muhammad An-Nasir en la batalla de las Navas de Tolosa, y serían los fieles guardianes de la casa y los perros de Manuel.

Los cachorros también fueron al patio y quedaron anonadados al ver a semejantes titanes, cuyos cuerpos relucían como armaduras de hierro ennegrecido. A penas se llevaban unos meses de edad y eran primos entre sí. Manuel preguntó al sirviente como se llamaban los muchachos y tan parecidos eran los cuatro que resultaba difícil diferenciarlos. Pero Adem enumeró sus nombres: “Honio, Zula, Calen y Gomar”. Iba a ser necesario ponerles unas placas al cuello para saber con cual de ellos estabas. Y, ademas, no hablaban la lengua de este país y únicamente Adem se entendía con ellos. Sería como tener unos soldados mudos, pero no sordos y eso era lo principal.

Al cabo de una hora los cuatro africanos ya estaban vestidos con unos pantalones cortos de lino blanco, que dejaba ver el capullo de sus vergas flácidas por la pernera izquierda, y el torso cubierto a medias por chalecos granates abiertos en el pecho. A tenor del bulto de sus paquetes y el trozo de cipote que se veía, a Geis se le hacía el culo gaseosa imaginando como serían aquellos cuatro pollones bien duros y tiesos. Y al resto de los cachorros le daban algo de miedo los mandingas de la tribu de Adem.

Manuel le pidió al criado que les explicase las condiciones de su trabajo y sus obligaciones al servicio de la casa. Pero el fiel sirviente le contestó al señor que sus familiares venían a prestarle un servicio incondicional, con la misma obediencia y fidelidad que si fuesen esclavos sin derechos, ni otro fin que cumplir la voluntad de su señor. Manuel sólo tendría que ordenar y ellos cumplirían a ciegas su mandato.

El dueño de la casa dispuso para ellos un alojamiento común, en una habitación suficiente para sus catres y algún otro mueble, y el uso de un servicio con ducha para cuidar de la higiene de los jóvenes guardianes. Podría decirse que cada perro tendría un vigilante permanente cuando salieran fuera de los muros del hogar de su amo, a pesar de que jamás iban a ninguna parte sin su dueño. Pero, después de lo acontecido en el aparcamiento público con el perrillo, Manuel no deseaba exponerse a otro incidente de igual naturaleza. Valían demasiado sus perros para no tomarse en serio su custodia.

En consecuencia, fuera de casa, Honio, guardaría preferentemente a Bom. Gomar, no dejaría ni a sol ni a sombra a Jul, Calen, no se separaría ni un palmo de Aza y Zula estaría pegado a Geis como una lapa. Los perros parecerían ninfas de un serrallo con un eunuco a su espalda, pero, en este caso, los guardaespaldas no estaban castrados precisamente.

Y eso preocupó a Manuel de repente. Los chicos eran muy jóvenes y tendrían necesidades sexuales y seguramente andarían presentando armas por las esquinas, manchando la ropa cada dos por tres, si no desfogaban y desalojaban la carga seminal de sus bolas. No es que temiese que fuesen a violar a sus cachorros, pero era mucho más prudente poner remedio a cualquier eventualidad. Y cortarles los atributos sexuales sería una verdadera lástima teniendo en cuenta la belleza de tales ejemplares. Además no conocía las preferencias sexuales de los muchachos ni sus tendencias, como para tomar una decisión al respecto. Así que directamente se lo planteó a su pariente: “Adem, de que van estos tíos?. Son maricas?. Le gustan la tías o le dan a todo sin importar donde la metan?... No sé como os lo montáis en tu pueblo. Y sobre todo unos chavales tan jóvenes”. “Señor (respondió el criado), serán lo que tú les pidas o mandes... Y si no les dejas hacer nada pues se joden y se la cascan por la noche en la cama si tienen ganas... Como todo el mundo, señor”. “Pero yo me refiero si entre ellos se lo montan o piensan en mujeres para machacársela a pajas?”. “No sé, pero da igual. A los perros no los tocarán si tú no quieres”, afirmó Adem. “Y tú, cabrón, te los vas a follar?”, insistió con morbo el señor. “Sabes, señor, que sólo la meto donde y cuando tú dispones... Y cuando me duelen los cojones demasiado por no follar, pues me corro dormido sin tocármela, señor... Quieres probarlos, señor?... Di a uno que ponga el culo y verás como lo abre par ti, señor. Son muy obedientes y vienen bien enseñados”.

Manuel quiso probar lo que decía su criado y se dirigió a uno de ellos, sin distinguirlos muy bien aún, que resultó ser el vigilante de Bom. Y por señas le indicó que diese la vuelta y se doblase hacia delante para verle mejor las nalgas. El joven lo hizo sin dilación y sin duda de ninguna clase, como si ya estuviese esperando que el señor le ordenase tal cosa. Manuel se acercó al chaval y palpó sus glúteos, firmes y recios como rocas de granito, y fue bajando despacio el short de lino que llevaba, dejando poco a poco al descubierto dos nalgas como dos soles oscurecidos por un eclipse de luna total.


A Manuel se le cayeron los pelos del sombrajo al ver el culo del guerrero. Y más cuando separó la carne y apareció un aura más oscura que circundaba un cerrado redondel, arrugado hacia dentro, que indicaba que por allí se entraba en el chico. Y presionó con un dedo hasta que lo metió dentro. El negro ni se movió ni hizo el menor gesto de dolor o quiebro para evitar la penetración. Manuel sacó el dedo y lo chupó para meterlo otra vez, pero con más comodidad, y ya entró entero sin esfuerzo. Lo movió unas cuantas veces de adentro afuera, con un ligero bombeo, y aquel esfínter respondía de maravilla a la intrusión digital de Manuel. La cosa se fue animando y el señor dio un paso más. Escupió en el agujero y volvió a empujar, metiendo dos dedos juntos. Lo siguiente sería la polla, lógicamente. Y el dueño de la casa no lo pensó más, sacó la chorra, ya como una moto de lanzada, y se la fue clavando por el culo al joven mandinga hasta hacer tope con los cojones. Y puestos a ello, se lo folló tan ricamente, con un polvazo de muerte, por cierto.

El resto de los asistentes sólo veían y se ponían burros con la escena, manchando el suelo unos al estar a cuatro patas y otros los pantalones a la altura de la cintura por estar de pie y sin sacar los rabos al aire. Menos Jul, que aunque también se empalmo, forzó su mente a no prestar atención a lo que estaba pasando ante sus hocicos, pero no le dolió ni le entristeció que su amo usase a otro para abrirle el culo y rompérselo a pollazos. Ya tenía asumido claramente que a un esclavo sólo le correspondía ser la puta de su amo cuando éste le concedía tal privilegio y honor. Y el joven mandinga escupió la leche en el suelo, unos minutos antes de que se corriese Manuel en sus tripas. Y luego vertió el semen del señor por el ojete y fue resbalando por las patas hasta los tobillos del chico.

Ahora sólo restaba planear el castigo para el desgraciado cerdo que había robado y maltratado a Geis, aunque todavía el cachorro no había contado nada respecto a lo ocurrido durante el secuestro, para poder ponderar el nivel de represalia que merecía el puto miserable que lo lastimó de un modo tan vil.

No hay comentarios:

Publicar un comentario