jueves, 9 de febrero de 2012

Capítulo 30 / El abuso

Geis, estaba bastante recuperado de todas las lesiones causados por el estúpido que se lo llevó a la fuerza y a media mañana el amo lo llamó a su estudio para que le contara con detalles lo que le había pasado. También quiso que estuviesen presentes el resto de los habitantes de la casa, así que se presentaron en el despacho del amo para oír la versión del perrillo sobre los hechos.

En el parking solamente recordaba un golpe seco en la cabeza y cuando despertó estaba atado de pies y manos en un lugar extraño para él. Un tío con pinta de asqueroso se le acercó, profiriendo insultos y freses ofensivas hacia Manuel, y le cogió la cabeza intentando meterle la polla por la boca, pero el cachorro se resistió a abrirla y el fulano aquel le arreó un par de hostias en la cara que lo dejó aturdido y logró metérsela .Pero Geis, rabioso, le dio un mordisco terrible y acto seguido le rompió la boca a puñetazos.

El perrillo medio grogui fue colgado por las muñecas, sin tocar el suelo, y el jodido cabrón de amo aficionado, le pintó el cuerpo de grana con toda la corte cardenalicia papal, hasta dejarlo como un nazareno después de la flagelación. A partir de aquí, Geis ya sólo tenía vagas imágenes y un sin fin de sensaciones incoherentes.

Veía el momento en que lo descolgaron y lo apresaron por el cuello y las muñecas en un cepo de madera, que también pendía de una viga, y el puto tío lo abrió de patas, dándole patadas en las piernas, los riñones y el culo, vociferando más insultos y groserías, y comenzó a hurgarle con los dedos en el ano. Y después le metía algo muy grande que el chico no pudo ver ni distinguir lo que era. Sólo tenía medianamente clara la impresión de dureza y grosor de lo que le estaban endiñando por el culo y que lo retorcían como si fuese un tornillo y su ojete una tuerca. Luego debieron darle golpes a esa especie de trabuco para clavárselo más y Geis volvió a desmayarse del dolor. Al despertarse otra vez ni se daba cuenta que le corría un hilo de sangre por los muslos. No sabía si realmente lo habían follado o si solamente aquel hijo de puta sólo pretendía deshacerle los intestinos, pero le abrasaban los bajos como si le hubiesen introducido carbones encendidos por el recto.

A continuación el guarro aquel le meo en la boca, sin que el perrillo pudiese defenderse porque le había puesto un aparato de acero que se la mantenía abierta de par en par, pero apenas trago su asqueroso meo. Y volvió a pegarle mandobles por todas partes, ciego de ira y escupiéndole en al cara gargajos y palabras mal sonantes. Geis recordaba que nunca había tenido tanto pánico y cree que se meo, aunque ya no era capaz de diferenciar nada a esos momentos. Y el tío guarro debió darle algo por la boca porque empezó a alucinar en colores. Ya jodido, mazado a golpes y drogado, el resto no era más que una pesadilla de la que despertó en brazos de su amado dueño y señor.

El hijo de la gran puta que abusó del perrillo, debió torturarle el pecho y los huevos y cualquier otra cosa que se le fue ocurriendo sobre la marcha. Y con los esfuerzos del chico por librarse de las ataduras se lesionó aún más. Luego, al verlo inconsciente, debió entrarle miedo y lo tiró como un fardo inútil en el pozo donde lo habían encontrado. Y Manuel quería suponer, que no lo hizo con la intención de que su cachorro muriese por falta de asistencia, abandonado como una mierda a su suerte. Previsiblemente muy mala, si la fortuna no hubiese ayudado a Manuel y su perrillo para dar con su paradero.

La cosa ya no tenía remedio, pero Manuel tenía que cobrarse la afrenta y vengar a su cachorro también. Nadie jugaba con su perros y menos poniendo en peligro sus vidas o su integridad física. Así que había que urdir un plan, pensado y detallado con tranquilidad y detenimiento. Ya se dice que la venganza es un delicioso plato que siempre ha de saborearse en frío. Y Manuel ante todo era un excelente gourmet.

Y además, ahora contaba con sus imesebelen y eso era una baza importantísima a su favor. Aquellos espeluznantes guerreros esclavos de leyenda, se trasladaban desde el pasado glorioso de Al- Andalus para protegerle y servirle como los más fieles perros de presa que jamás pudo soñar un amo. Que por cierto hay que decir, que a estas alturas ya se había ventilado a los cuatro, con idéntico placer con que le dio por el culo al primero. Menudas monturas daban los chicos mandinga!. Y por supuesto también le habían llenado la panza de leche al perrillo, dejando descansar un poco a sus hermanos, que aún siendo tan machos, todo tiene un límite y hasta el mejor semental se agota de tanto ñaca ñaca.

Desde luego las vergas de los africanos eran tan impresionantes como la de Adem, así que podría asegurarse que Geis aguardaba impaciente su recuperación completa, por si le caía en suerte probarlas por su trasero, además de por su boca. Seguía siendo muy puta esa zorra, aunque, por el momento, sólo Manuel había catado por el ano a los fieros guardianes de su harem canino. Porque entre ellos tampoco se les permitía hacer nada que debilitase sus fuerzas y se portaban como auténticos castrados, sin reacción alguna que no fuese provocada por su señor.

De todos modos, las noches del amo sólo eran para Jul y algunas veces participaba en ellas el noble mastín, que cada día andaba más encandilado por ese cachorro. Cuando podía tocarlo y besarlo, su mundo se transformaba en el jardín del edén. Y siempre venía a su mente los minutos que estuvo dentro del culo de esa preciosa mascota, que se beneficiaba su amo con una asiduidad casi obsesiva. Y eso que cada vez disponía de más cachas a las que zurrar, antes, durante o después de perforar el agujero que guardaban entre sus carnes. Manuel disfrutaba a sus anchas de una pléyade de selectos esclavos que pocos amos podían igualar. Y de ahí las envidias y odios que generaba entre algún mal nacido, indigno de llamarse amo y dominador de perros esclavos.

Y también el amo gustaba de usar durante el día a Aza, porque a parte de estar cada vez más guapo, el cachorro se entregaba a su dueño con tanta intensidad y celo, que no quedaba ni un sólo átomo de su cuerpo sin ponerlo a disposición de su señor para darle el mayor gozo y placer. El chico era una máquina sexual en todos los sentidos. Era lo que se dice redondo y completo para todo uso. Y nunca daba un renuncio o quiebro, ni un mal paso para servir a su amo. Su carne se mantenía como la de un potro de carreras, manteniendo siempre el tono muscular para proporcionar una inmejorable monta a su jinete. Que solía espolearlo a tope cuando se la hincaba por retaguardia, jodiéndole bien el culo.

Tenía una piel tan bonita que Adem podía pasarse horas frotándosela con cremas y ungüentos para nutrirla y dejarla más sedosa. E incluso en alguna ocasión le deslizó un dedo por el ojete para disfrutar la suavidad de su interior. Aquel muchacho era de puro terciopelo de seda color zaino.

El cachorro le traía a la memoria su juventud, en otros mundos diferentes y salvajes, llenos de vida y aventuras con otros críos de su aldea, compartiendo ensoñaciones y jornadas de caza de animales salvajes, para demostrar su hombría y virilidad. Aza, al igual que los cuatro imesebelen, formaban parte de la cultura ancestral de su tierra. Y quizás en lo más recóndito de su deseo esperaba que un día su señor le dejase follar a ese joven negro como lo había hecho con su amor secreto, el noble y hermoso mastín del señor.

Manuel, ya tenía pergeñada la estrategia del castigo al puto maricón que osara lastimar a su perrillo, pero tenía que atar cabos y perfilar algunas cosas con los amigos que participaron en el rescate del cachorro. No quería dejar nada al azar y además de satisfacción, buscaba un escarmiento para cualquier otro cuatrero que robase otro perro con dueño.

Y como pensaba mejor cuando estaba aliviado de la presión sexual, despachó a todos menos a Jul, Bom y al negro potrillo de piel brillante, y creyó que lo más conveniente era ponerles el culo de verano, aprovechando la estación.


Les hizo acercarse a su mesa de trabajo y empezó la fiesta carnal con ellos. Primero les calentó las posaderas a los tres con una regla de madera, doblados sobre la mesa, porque eso le despajaba las ideas, y luego les comió el culo, dilatándoselo con los dedos después. Y les metió caña para terminar dejando su esperma dentro de Jul. El de los cachorros quedó sobre la madera y los tres lamieron el suyo, sacando brillo de paso al barniz.

Pero al terminar sólo largó fuera del despacho a los dos machotes y se quedó con su mascota tumbado a sus pies, porque era probable que necesitara calentarle o joderle las carnes otra vez antes de dar por concluido su plan. O simplemente que le hiciese unas mamadas mientras ataba flecos sueltos en su estratagema. Manuel nunca pensaba con lucidez si le dolían los huevos y le era imprescindible vaciarlos y eliminar la desagradable presión en su vientre, que le provocaba la acumulación excesiva de esperma en las putas pelotas. Y, en esos casos, prefería a Jul para que se las trabajase y se lo absorbiese con la boca o el culo. Manuel no tenía manías en eso, con tal de que lo dejase seco y con los cojones arrugados. Y Jul sabía muy bien como sacarle a su amo hasta el más pequeño de los espermatozoides que corretease por su uretra.

Cuando entró Adem para decirle al señor que tenía dispuesto un refrigerio para reponer fuerzas, Manuel, después de dos corridas suyas y tres de su cachorro, ya sabía con todo lujo de detalles como llevaría a efecto su venganza contra el hijo de la gran puta que puso sus sucias patazas sobre la fina piel de su cachorro oriental.

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