jueves, 16 de febrero de 2012

Capítulo 32 / El apego

Manuel se encontraba en un estado psicológico contradictorio, porque, por un lado, necesitaba tener a Jul cerca en todo momento y, sin embargo se disciplinaba a sí mismo apartándolo de él durante horas. Amo y esclavo llevaban mal la separación, que se reflejaba en mala leche por parte del dueño y en una mustia tristeza en el cachorro. Llevaba casi quince días en que solamente llamaba a su mascota para pasar la noche en su habitación. Y no siempre solos, puesto que con frecuencia los acompañaba Bom. Eso no le importaba a Jul, puesto que entre los dos cachorros había crecido un lazo de cariño especial, que en el caso del mastín era mucho más que eso y su mayor ilusión era volver a compartir con su amo el culo de Jul. Y cuando el amo los usaba juntos, ellos procuraban verse a los ojos y arrimar los dedos de la mano más próxima al otro, para rozarse y compartir el dolor y el placer del compañero.

Era una escena hermosa ver como ofrecían sus culos al amo y se trasmitían con la mirada la mínima sensación de sus cuerpos. Pero esa compresión mutua no impedía que, en cierto modo, compitiesen entre sí para dar mayor placer a su señor, apretando el esfínter cuando los penetraba o los labios al mamarle la polla. O también, aguantando con más resignación los azotes si su dueño los castigaba por algún motivo, o sencillamente, porque le relajaba zurrarlos, sintiendo el calor de su sangre en la mano.

El amo era consciente de la complicidad de los dos cachorros, pero en lugar de sentirse celoso o enfadado, se complacía viendo el apego entre ellos, porque lo que sí sabía era que ambos lo adoraban. Y uno de ellos, el que le quitaba la serenidad en el sueño y la calma en su descanso, lo amaba hasta agotar el alma de pasión. Esos cachorros estaban repletos de lujuria y rezumaban amor por todos sus poros. Y Manuel se abandonaba entre sus cuerpos, sin desear algo que no fuese tenerlos y sentirse no sólo su dueño, sino también su único dios.

Alguna vez incluso deseó ser un mero espectador de la lívido desenfrenada de aquellos dos seres jóvenes, llenos de vida y ansia de darle placer, pero su persistente deseo de poseer a Jul le impedía darse el gusto de ver ese magnífico espectáculo del sexo entre sus dos perros esclavos.

Durante el día, cuando Manuel quería sexo, quien se aprovechaba de la situación era el joven negro, al que cada día le gustaba más que su amo le diese por el culo, aunque también lo pasase teta follándose a Geis, que ya estaba restablecido del percance y lo ocurrido quedara en el olvido para todos.

Manuel seguía mimando bastante al perrillo y además de montarlo Aza un par de veces al día, fue probando al menos una vez por semana los vergazos de los cuatro jóvenes mandingas, como en una especie de cata para determinar cual de ellos era el mejor follador.

De saber como ponían el culo ya se encargaba Manuel, pero también era preciso conocer sus facultades como machos y para eso nada mejor que un ano experto como el de Geis. El perro oriental era capaz de apreciar por popa las más sutiles modalidades de bombeo y trajín dentro de su recto. Y semejantes gigantes suplían con potencia la experiencia que aún les faltaba en cubrir hembras, ya que cuando llegaron a la casa de Manuel eran vírgenes por todos lados y solamente se habían cascado la minga haciéndose puñeteros pajotes.


Pero sus manubrios eran tan grandes y robustos y se levantaban en vertical con tal consistencia, que el perrillo quedaba ensartado como un cochinillo a punto de asarlo. Adem, que tampoco era manco en tamaño de cipote, veía asombrado la facilidad de Geis para engullir tanta carne por el esfínter y, sobre todo, que el glande de sus parientes no asomase por la boca del puto cachorro, porque daba la impresión que sus trancas eran más grandes que el delicado oriental. Y, sin embargo, cómo tragaba el condenado!.
Incluso desaparecían dentro de su boca como hace un faquir con el sable. Enteras para dentro y sin pestañear ni atragantarse, la muy zorra. No era raro que el punto filipino en cuestión, anduviese cada dos por tres al rabo de alguno de los mandinga por si le caía algo. Aunque sólo fuese unas gotas de leche desprendidas del capullo.

Se podía asegurar que el perrillo también sentía mucho apego por los imesebelen, además del que ya tenía por Aza, que era el que más lo cubría y no para resguardarlo del frío precisamente. Puesto que en el momento en que se la iba a meter, idefectiblemente le entraba un escalofrío general desde la nuca hasta el dedo gordo del pie, que lo dejaba traspuesto y con el agujero abierto para recibir al negrito.

No podía decirse que hubiese una tensión incómoda, propiciada por celos o envidias entre los perros, porque todos se acomodaban de la mejor manera. Y hasta la cuestión de la marca había perdido protagonismo entre ellos. Si bien, vérsela a Jul bajo el ojete, hacía torcer el morro a más de uno. Y principalmente a Geis que consideraba que el emblema del amo en la piel de un perro era un honor y no un castigo, aunque fuese doloroso estamparla en la carne. Y realmente tenía razón el perrillo, que de tonto no tenía un pelo, porque un buen amo nunca pondría sobre sus animales su hierro por el hecho de hacerles sufrir, sino para mostrar al mundo que eran suyos y estaba orgulloso de ser su dueño. Sería inconcebible exhibir en una feria a un espléndido ejemplar sin haberlo marcado e incluso hacerle lucir los colores del ganadero en una escarapela.

De todos modos, Manuel presentía la necesidad de darle un giro radical a todo aquello, empezando por él mismo, replanteándose la situación y, principalmente, su relación con Jul. Y, para eso, nada mejor que empezar por cambiar de aires para ver las cosas con más nitidez y meditar sobre el futuro de su vida y la de sus cachorros. Incluyendo además a su criado y ahora tampoco podía olvidarse de los cuatro jóvenes africanos, que eran un lujo sin precedentes en la guardia y custodia de unos perros.

Pero tal elenco, aumentaban aún más su responsabilidad y obligaciones para con todos ellos. Un amo tiene un indiscutible derecho sobre sus esclavos, pero se carga con la preocupación de su seguridad y mantenimiento. Y eso no es ninguna tontería que se pueda tomar a la ligera. A un perro se le usa pero hay que cuidarlo también.

Así que el amo decidió ir a la finca, heredada de sus antepasados, generación tras generación, y allí no sólo disfrutarían sus cachorros del aire libre, sin contaminación alguna, sino que, además, romperían un poco sus rutinas y aliviaría la monotonía diaria de la vida en la casa.

Y llamó a Adem para preparar la marcha, después de decírselo a sus cachorros. Bom casi daba botes de alegría, porque le encantaba el campo y correr como un loco tras los conejos y nadar en el río tirándose desde un árbol o alguna piedra de la orilla. A Geis también le gustaba sentirse como un pájaro fuera de su jaula. Y Jul y Aza nunca habían estado allí, por lo que para ellos sería una novedad con promesas de posibles aventuras compartidas con el mastín y el perrillo. La diferencia era que esta vez además de Adem también irían con ellos y su amo los cuatro imesebelen.

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