domingo, 19 de febrero de 2012

Capítulo 33 / La finca

Se levantaron temprano y tras un desayuno ligero, Manuel y el resto de los habitantes de la casa su pusieron en marcha hacia la finca. Un todo terreno y la furgoneta bastaban para desplazarlos a todos, además del equipaje y otros enseres, principalmente para los perros.

Con la paradas justas para que estirasen la patas y measen los cachorros, llegaron a primera hora de la tarde al portalón que daba entrada a la heredad de Manuel. Era un coto de caza de bastantes hectáreas, con un viejo casón de dos plantas, y un gran porche en su fachada principal. Y algo alejados de la vivienda, estaban los establos y otras dependencias para el cuidado del ganado y la basta extensión de terreno dedicado a bosques y praderas.

Por uno de los límites del predio, pasaba un río no muy ancho, pero lo suficientemente caudaloso para no hacer pie en el centro del cauce. Hacía calor y zumbaban en torno a ellos un enjambre de moscas, pesadas y tenaces, empeñadas en posarse sobre el amo y los hocicos y orejas de sus cachorros, sin respetar tampoco a los imponentes africanos, que no se molestaban en espantarlas aunque osasen pasearse cerca de sus labios.

Una familia compuesta por el matrimonio y un par de hijos saliendo de la adolescencia, eran los caseros que cuidaban la finca y atendían que todo estuviese dispuesto para la llegada del dueño. Aunque, mientras permaneciese Manuel en la propiedad, tenían orden de no aparecer por las inmediaciones de la casona si él no les llamaba. Los cachorros necesitaban moverse con libertad, sin trabas ni tapujos, y mucho menos ropa que les tapase sus preciosas carnes. Así que dicha familia, ocupaba una casa suficientemente alejada de la principal como para no enterarse de lo que pasaba en ella durante la estancia del señor. Para el servicio directo del amo y su perros ya estaba Adem. Y ahora también sus cuatro parientes negros.

Tan pronto salieron del coche, los cachorros se desnudaron y Bom comenzó a dar piruetas y cabriolas como un cachorro de un año. Geis no tenía que llevar la colita y su agujero estaba libre por si le metían un rabo más consistente y carnoso. Y eso lo hacía feliz. Y los otros dos tenían que acostumbrarse aún a un sitio extraño y desconocido para ellos, pero el negrito rápidamente se contagió de la euforia del mastín y compitió con él en hacer locuras. Jul miró con curiosidad el entorno y una cierta intriga desvió sus ojos hacia los establos. Cuando en eso, aparecieron una pareja de mastines, de los que ladran pero no hablan, con mirada aviesa y gruñéndole a los extraños que acompañaban a Manuel. El amo, con una sola palabra, los paró en seco y le dijo a Adem que los encadenase detrás de las cuadras.

Manuel llamó a sus perros y les ordenó que todos entrasen en la casa. Estaba algo cansado del viaje pero tenía ganas de sobarlos. O jugar con ellos metiéndole los dedos por el culo y permitirles que todos al tiempo le chupasen la verga, mientras recuperaba fuerzas aposentado en un cómodo sillón. Simplemente deseaba solazarse con sus cachorros de alguna manera, tomándose su tiempo para planear los ejercicios que les impondría y la forma exacta en que llevaría a cabo los planes pensados de antemano.

Antes de nada, le dijo a Geis que lo descalzase y le relajara los pies con su hábil lengua. Ninguno como el oriental para trabajarle las plantas y los dedos chupándoselos uno por uno. A Bon y a Jul les indicó que se arrodillasen a los lados de sus piernas y le lamiesen a duo la verga, sin dejar de chupar los cojones, que eso le gustaba un montón. Y Aza, en pie a su espalda, tenía que rebajar con un masaje la tensión en su cuello y los hombros, de conducir tantos kilómetros. Y después de un rato les dijo que quería bañarse con ellos, así que los llevó a la planta de arriba donde estaba su habitación y un enorme cuarto de baño.

Bom llenó la bañera y vertió gel, haciendo mucha espuma, y Manuel se estiró dentro para que sus cachorros lo enjabonaran y frotasen todo con esponjas. Y cuando salió, los fue metiendo en la misma agua de dos en dos, siendo él quien los lavase a ellos por todos los recodos y cavidades de sus cuerpos.

Cuando terminó el aseo, el amo los llevó a la cama, acostándolos de través y alternando una cabeza con dos pies, hasta sumar a cada lado dos testas y veinte dedos, como si fuesen sardinas en una lata. Y les dijo que se pusiesen de lado, mirándose por parejas, para hacerse el sesenta y nueve unos a otros. Procuró que el cipote y la boca de Bom se acoplasen a los labios y verga de Jul. Y Aza y Geis formasen otra pareja invertida. Y los cachorros empezaron a mamarse las pollas para tomar su merienda después del baño, mientras el amo los contemplaba encantado de verlos con tan buen apetito a todos. Incluso a Jul, que ya se estaba acostumbrando a tirar del teto del mastín desde que frecuentaban juntos el dormitorio de su señor. Y cuando acabaron todos su leche, los mandó fuera del cuarto y se espatarró en el lecho para dormir una siesta el solo. Luego, después de la cena, ya les daría por culo a todos si le apetecía.

Y efectivamente aunque esa noche no comió demasiado, el postre si fue más abundante y lo compartió con sus cachorros. Como siempre los cachorros estaban postrados cerca de la mesa del amo, y él les daba al azar algo de su plato, porque a un perro siempre le gusta más lo que come su dueño que lo que le pongan en su comedero. Y cuando Adem puso un frutero sobre el mantel, Manuel llamó a Aza, que se acercó a sus pies, y le dijo que se diese la vuelta mirando a sus compañeros.

El negrito obedeció y el amo cogió una banana de buen tamaño, la mondó y se la metió por el ojete, dejando la mayor parte fuera como un rabo. Y le dijo que no apretase el culo para no deshacerla. Hizo una seña a Jul para que también se acercase y le hizo ponerse al lado del otro cachorro ofreciéndole el culo a su dueño. Ahora eligió unas cerezas y se las introdujo en el ano como un rosario de bolas. Y llamó a Bom y también le puso algo en el culo. Al mastín le tocaron un par de ciruelas. Y por último se acercó Geis. Y al perrillo le llenó el recto con fresas. “Y ahora vamos a saborear esas frutas mucho mejor” dijo Manuel a sus perros.

Empezó por el mismo orden y levantó al joven negro, apoyándole el pecho en al mesa y le fue metiendo el resto del plátano, hasta que sólo quedaba a la vista la punta. Y sacó el mandoble, armado para la faena, y empujó la banana con el capullo hasta meter todo el cipote dentro del culo del chico. El movimiento del pene en el recto del perro fue destrozando la fruta y al cabo de unos minutos, el amo sacó la tranca y sin descolocar al negro, puso a su lado a Jul y repitió la jugada machacando dentro de él las cerezas. Su polla abandonó el trasero de la mascota y la metió en el de Bom, puesto también al lado de los otros perros. Y esta vez fueron las dos ciruelas las que exprimió la verga de Manuel en el interior del mastín. Y ya sólo quedaba Geis con las fresas en el culo y también lo usó de mortero para pisarlas con su almirez.

Quién no lo haya probado, no puede imaginarse el gustazo que da follar a un cachorro relleno de frutas variadas. Se siente en la polla, al mismo tiempo, el calor y suavidad del interior del perro y la frescura y textura del relleno frutal. Es un deleite exquisito para iniciados en tales placeres.

“Bien (dijo el amo). Algunas de esas frutas están mejor con nata o leche. Así que vamos a remediar eso... Aza dale por culo a Geis y ponle nata a las fresas que ya están a punto para la jodienda... Y tú, Bom, se la endiñas al negro, que el plátano machacado con leche queda muy bien... Y nada mejor que unas ciruelas lacteadas, Así que yo te la meto a ti y te las baño en mi leche... Ah. Faltas tú, Jul... Bueno, por el momento esperas y ya te llegará el turno después...Posiblemente a media noche que siempre entra hambre... Por el momento deja las cerezas en tu culo que ahí están bien”. Y formaron el tren, cuya locomotora era Geis y el vagón de cola Manuel. Y Jul, como un perro vagabundo, buscándose la vida en un apeadero, miraba pasar el convoy por su lado.

Y todos se fueron corriendo en sentido inverso a partir de la máquina. Primero el pito de Geis, siempre muy tieso, se agitó y soltó chorritos de semen en el mantel. Le siguió Aza, que le puso una buena cantidad de nata a las fresas dentro del perrillo. Y a continuación fue Bom quien se vació en el negrito haciendo navegar al plátano en su leche. Y casi al mismo tiempo, su dueño le llenó el culo a él. Mientras que Jul, incómodo con su rosario vegetal en el recto, seguía con su picha dura, desafiándole el ombligo.

“Adem”, llamó el amo. “lleva a los perros y que defequen el postre en unas bacinillas... Y si alguno se resiste a soltarlo ponle una lavativa con la pera de goma y lo dejas limpio. Aunque no creo que los use más tarde”, añadió Manuel. “ A todos, señor?”, preguntó el criado. “Sí... Por esta noche no quiero más fruta... Y que cenen los africanos que hasta mañana no tienen ningún servicio que hacer”. “Como tú mandes, señor”, contestó el sirviente. “Espera (gritó el señor)... Cambié de idea... A todos menos a Jul... El, que vaya a mi habitación que le voy a sacar del culo las fresas una a una”. “Sí, señor”, dijo Adem y salió con los perros.

Jul esperaba en la alfombra del dormitorio a su amo y éste cerró la puerta tras él y se acercó al cachorro. Lo agarró por el collar y lo arrastró al pie de la chimenea. Lo miró tirado en el suelo, mirándole a la cara con sus ojos verdes, y le dio la vuelta con un pie. Y le dijo: “Levanta el culo, perra!...Deja la cabeza en el suelo y levanta el culo separando las patas. Te voy a sacar las cerezas con los dedos... Hummmm... Abrete más, puta!... Así... Eso es... Están desechas las jodidas... Aquí viene un hueso... Pero aún quedan cinco ahí dentro... Haz fuerzas para que vayan saliendo... Otro más... Sigue... Y otro... Ya quedan sólo tres... Echalos, coño... Están muy arriba las putas pepitas... Voy a tener que meterte la mano si no salen... Venga, un esfuerzo más como si estuvieses estreñido... Joder!. Te estás poniendo morado y no sueltas ni una más...Pues habrá que recurrir al enema”.



Manuel sacó de un cajón un preparado de farmacia y le metió la cánula por el ano al cachorro, apretando el recipiente plástico para que el líquido le entrase por el culo. Le volvió a dar la vuelta y puso las dos manos sobre el vientre del muchacho, apretándoselo y dándole masajes circulares, que pronto hicieron su efecto. El cachorro tenía fuertes retortijones de barriga y su amo seguía calcándole en el abdomen. Y en menos de un par de minutos ya se estaba cagando, sentado en un orinal, y con los gases y el chorro del enema y restos de cereza, oyeron el ruido de las tres pepitas pertinaces al caer en la bacinilla. “Os costó salir, puñeteras!” dijo Manuel. Y levantó al chico, le limpio el trasero y lo acostó en al cama.

Manuel se tumbó al lado del cachorro y lo abrazó. El contacto con la polla tiesa de Jul le puso la suya en forma y, sin decir nada, lo giró hacia el otro lado y le embutió el culo con la verga. Pero no se movió. Solamente se quedó clavado en el muchacho empapándose de la tibieza de su vientre y sintiendo en las manos los latidos del corazón de su esclavo. Y al cabo de un rato, los dos se quedaron profundamente dormidos insertado uno en el otro.

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