domingo, 26 de febrero de 2012

Capítulo 35 / El furor

Al mediodía todos se preparaban para ir a comer, pero no se habían percatado que había un nuevo habitante en la casa. El nuevo cachorrillo de Manuel estaba con el amo, con la barriga llena de leche después de hacerle dos mamadas completas desde que volviese de la casa de sus padres. Ya desnudo y a cuatro patas como un perro de ley, fue presentado a su nueva familia. “Este es un nuevo perro. Se llama Pal y es joven e inexperto, pero aprenderá rápido todo lo que debe saber y hacer para servirme... Pal, ve con tus hermanos”. Y Manuel, tras estas palabras, los envió a todos al comedero, añadiendo: “Luego venís todos al comedor para acompañarme en el almuerzo, como siempre”.

Jul volvió a ver el cielo negro sobre su testa. Ahora otro joven venía a quitarle más tiempo de estar con su dueño. Además parecía simpático y no era feo, por lo que podía ser un serio competidor en la cama de su amo. Aunque no quería que su señor advirtiese su pesar, porque le castigaría. Y no con azotes ni penas físicas, que esas no eran sanciones sino goces para él. Manuel le infringiría otro tipo de sufrimiento peor y sería estrujándole el corazón. Pero era tarde, porque su disimulo no engañó a su señor.

Ya en el comedor, el amo arrastró a Jul por el collar hasta pegarlo a la pata de su silla y se sentó a comer. Miró a su cachorro desde lo alto y le puso un pie sobre la cabeza, diciendo: “Vas a terminar sirviéndome sólo de alfombra por tu tozudez... Serás puñetero y mamón, pedazo de cabrón!”. Y empezó su almuerzo sin pronunciar ni una palabra más. Sólo le dio a los otros cachorros los acostumbrados trozos de su comida para ver como se los disputaban entre ellos. Y Jul seguía bajo el pie de su dueño, como ha de estar siempre un puto perro que le cuesta obedecer a su amo.

El cachorrillo se adaptaba más que bien, porque se lo tomaba todo como un juego y sabía como quitarles la comida de la boca a sus nuevos compañeros. Además le gustaban y sin saber que podía ser castigado severamente, les tocaba descaradamente los huevos y las pollas, para que al encogerse soltasen el pedazo de entre los dientes. Iba a ser un perro listo el joven Pal. Y Manuel no quería ser excesivamente estricto con él aún, por lo que hizo la vista gorda y no le volvió a poner el culo como las brasas por meter mano a sus hermanos sin permiso. Además era bueno conocer hasta donde llegaba su vicio y por que parte de la anatomía de los otros perros tenía preferencia el muy puta. Y estaba claro que a quien le había salido un serio rival era a Geis. Las vergas le pirraban al chico!. Como no se le pusiese freno andaría todo el día soltando semen por el culo.

A media tarde, Manuel le ordenó a Adem que llevase a los perros y a sus guardianes a la vieja cuadra. El criado así lo hizo y esperaron a que fuese el amo, preguntándose por lo bajo que iría a hacerles allí.

Entró el amo y todos pusieron las orejas en posición de alerta. Y habló: “Adem, tápale los ojos a todos los cachorros con estas vendas negras... y que los imesebelen sujeten a Bom, poniéndolo de espaldas sobre esa mesa... Los cuatro... Bien... Ahora vosotros dos agarrarle con fuerza la cabeza y las manos. Y vosotros levantarle las patas y abrirle bien el compás... Así... que no se mueva... Adem, ponle la barra de goma entre los dientes para que no se muerda la lengua... Eso es”.

El amo se acercó al cachorro con una especie de desatornillador grande en la mano, cuya punta terminaba con su hierro. Y lo apoyó en la entrepierna de Bom, justo en el mismo lugar en el que llevaba la marca Jul. Y al apretar un botón le dio una descarga, grabándole su letra en al piel. El mastín se estremeció con violencia, mordió el bozal hasta clavar sus colmillos y las lágrimas cayeron a los lados de su cara. Manuel había decidido marcar a todos sus perros, con algo más actual que el hierro y el fuego, y había comprado un marcador eléctrico parecido al que usan los criadores de cerdos. De ese modo si robaban otro de sus cachorros sería notorio quien era su dueño.

Adem corrió a ponerle un calmante a su cachorro predilecto y a tranquilizarlo con su dedicación y cariño. A una señal del amo los guardianes lo soltaron y Manuel le dijo a su criado: “Llévatelo y cura su herida... Ahora le toca a Geis y vuelve a por él”.

El perrillo ni nervioso se puso. Se abrió de patas el mismo, como si fuesen a follárselo los cuatro negros, y aunque mordió el barrote y le pegó un calambre el marcador, el perrillo aguantó el tipo como un machote. Quién iba a decir que para eso era más valiente que el mastín!. Y detrás fue Aza, que también se portó como un bravo recibiendo el chisporroteo junto a sus cojones con resignación.

Y ya sólo quedaban con el amo los guardianes, Jul y Pal. Y les ordenó a los africanos que trajesen a Jul. El cachorro creía estar seguro de lo que le había hecho a sus hermanos y no entendía que lo fuese a marcar otra vez. Pero no era eso precisamente lo que le esperaba a él, aunque muy posiblemente también le dejase marca en el alma.

Manuel dijo que lo pusiesen de bruces, atado de pies y manos a las cuatro patas de la mesa, y una vez cumplida la orden por los imesebelen se aproximó al culo del cachorro y acarició en círculo su esfínter con las yemas de los dedos. Y se sentó mirando de frente el trasero de Jul.

Pasado un breve tiempo, el chico empezó a mover el culo en todas las direcciones, cerrando y abriendo el ano con nerviosismo, como si necesitase urgentemente que algo le aliviase un terrible escozor, parecido al que se siente en el ojete cuando se tienen lombrices en el intestino. El cachorro no paraba y su picor iba en aumento. Se retorcía cuanto podía y levantaba el trasero como buscando un nabo para metérselo dentro y que le frotase el interior, que cada vez le urgía más sentirlo lleno.

Manuel, quieto, observaba la escena, con el muchacho crispado sobre la mesa como un cabrito endemoniado y los cuatro custodios en las esquinas mirando al tendido como si no hubiese nada encima del tablero. Jul gemía y jadeaba con sudores fríos y parecía que iba a partir los dedos de las manos intentando clavar las uñas en la madera, sobre la que apretaba la frente. La babas caían de su boca y los lamentos subían de tono.

El otro cachorrillo no podía ver nada, pero oía asustado la quejumbrosa ansia del cachorro y no se atrevía ni a respirar por miedo a lo que pudiese hacerle el amo.

Entonces Manuel se levantó y se acercó a las cachas de Jul, diciéndole: “El deseo violento e insaciable en la mujer de entregarse a la cópula, se llama furor uterino. Y eso es lo que tú tienes ahora. Esa sensación y ese fuego que te quema el ano te lo produce una sustancia que te he puesto con mis dedos y como mejor se alivia es follando. Ruégame, mejor, suplícame que permita a estos cuatro negros que te follen y no sólo gozarás como una perra sino que ese chocho ardiendo se apagará con el semen de estos salvajes. Suplica, Joder!... Pídemelo y no pararán de darte por el culo hasta que el efecto de la droga haya pasado... Vamos Jul!”.

El cachorro negó con la cabeza y volvería a renegar cuantas veces fuese preciso antes de aceptar voluntariamente que otra verga distinta a la de su dios le diese el menor consuelo en su furor. Manuel se fue hacia el cachorrillo lo levantó y lo llevó a la mesa, doblándolo en ella para Jul viese como su amo lo follaba. Y su señor le metió un buen polvo al cachorrillo ante la desesperación de su mascota. El nuevo perro tenía aguante y Manuel le dejó el culo como una flor deshojada, pero satisfecho y repleto de lefa, que es lo que al chico le gustaba cada vez más.

Y Manuel volvió a su asiento y le preguntó otra vez al cachorro: “Quieres polla, puta?... Contesta a tu amo, guarra!”. “Sí, mi amo. La tuya y nada más”, respondió el esclavo. “Conque la mía... Y no prefieres la de tu amigo Bom?... Esta mañana en el río os lo pasabais muy bien juntos... Ah, no me acordaba que tiene la entrepierna quemada y no está para polvos ahora... Bueno siguen aquí mis bellos africanos y ya sabes que tiene un buen cipote... Te hace, zorra?”. “No. mi señor... No me tortures así...Perdón... Perdón, pero no hice nada malo con Bom. Sólo jugar en el agua, mi amo”, dijo el chico llorando como una magdalena. “Lo sé, imbécil... Crees que esto es por estar con Bom?... No... Es porque me da la gana y gozo viéndote padecer ese martirio insoportable que tienes en el jodido culo... Pero ya que eres tan fiel voy a ser generoso y te voy a suavizar el tormento”, le contestó Manuel. Se incorporó y cogió un palo de tamaño mediano, muy pulido y redondeado en el extremo, y se lo introdujo por el agujero del culo a su mascota, diciendo: “Esto te refrescara la comezón de ese celo irredento que tienes”. Jul intentó mover el palo como para consolarse con su roce, pero su amo le atizó un zurriagazo en las nalgas con una vara, chillando. “Ni se te ocurra masturbarte con eso, puto cerdo!. Si te lo meto es para que lo tengas dentro y nada más... Y si quieres polvo, ya sabes que a tu lado está la solución a tus males... Pal, chúpamela que quiero darte caña otra vez. Esta tarde estoy salido y necesito dar por culo a tope”.

El cachorrillo se puso a la tarea con máximo empeño y al rato la verga de su dueño ya estaba tan dispuesta para el ataque como la suya. Y Manuel se lo benefició otra vez, pero con más energía y ganas, disparada su lujuria por el dolor que su amado sentía en el alma. Definitivamente creía ser más fuerte que su cachorro y como aplastarlo y reducirlo a polvo. Aunque posiblemente no calibraba bien la resistencia y fuerza de su esclavo. Al terminar de ponerle el culo a Pal como una coliflor desmochada, bañada en leche que le caía por las patas, y de dejar el chico una buena corrida en el suelo, el amo despachó al cachorrillo y a los imesebelen y se quedó solo con su mascota.

Sin decir nada removió el palo dentro del culo del muchacho y éste gimió agradecido por el descanso que eso le daba a su picor. Manuel se sentó de nuevo y se quedó mirando a su amor sin hacer el menor ruido. Pasados quince minutos movió otra vez el palo y Jul se estremeció de gusto. Manuel se excitaba por momentos al ver el culo de su mascota pinchado como una aceituna y a la media hora hizo lo mismo con el palo. Repitió la operación y una hora más tarde le sacó el consolador y le dijo:”Eres un cabezota, Jul. Por qué me haces hacerte estas cosas?. Y cómo puedes tener tanto aguante, cabrón?”. “Perdoname, mi señor. Pero no puedo evitar amarte y desearte más que a mi vida. Mi amo... Mi dios”, respondió el muchacho. Y Manuel no pudo reprimir el deseo de estamparle un beso y follarlo allí mismo sin desatarlo de la mesa.



La sustancia también hizo su efecto en la verga del amo, poniéndola como una berenjena de gorda y morada, y más que una follada fue un cabalgar sin rumbo ni destino, pero que no tenía fin. Y ninguno de los dos tenía suficiente esperma es sus cojones para aguantar semejante desenfreno de libidinosa locura.

Aquella noche durmieron abrazados, sin despegar los labios para besarse hasta dormidos.

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