miércoles, 22 de febrero de 2012

Capítulo 34 / El río

La alegría de Bom era incontenible esa mañana. El amo les había dicho que irían a río y eso al mastín le encantaba. Y en esta ocasión mucho más, puesto que sería la primera vez que iba con Jul y jugarían juntos en el agua y podrían tumbarse sobre la hierba a secarse al sol. Tendría al cachorro muy cerca y casi creería por unas horas que eran algo más que compañeros en la perrera de su dueño.

Manuel tenía que resolver asuntos de la finca, así que no estaría con los cachorros, ni disfrutaría del baño con ellos. Los cuatro guardianes acompañarían a los perros, mientras Adem preparaba el almuerzo del señor y del resto de los habitantes de la casa. Al africano no le gustaba que otras manos anduviesen en sus fogones, por lo que siempre se resistía a tener ayudantes en la cocina. Desde que estaban sus parientes en la casa de Manuel, les permitía que realizasen tares auxiliares, como servir la mesa, poner el agua y la comida para los cachorros o trabajos de lavandería y plancha. Lo cual le aliviaba bastante el trabajo diario al criado.

Cuando el amo dio su permiso, salieron corriendo los cachorros y sus vigilantes africanos, todos completamente desnudos y bamboleando sus badajos en un concierto tremendamente armónico. Y en una desenfrenada carrera se fueron hacia un remanso del río, que formaba una piscina natural, en la que podían nadar y lanzarse al agua sin miedo a golpearse en la cabeza, ni lastimarse con alguna piedra sumergida. Era una zona conocida y explorada desde su infancia por Manuel y de la que Bom ya conocía todos los secretos para moverse en ella como en el patio de la casa de la ciudad.

Todos corrían y saltaban matorrales y arbustos, como jóvenes criaturas, y era digno de ver a ocho culos brincando sin temblarles las carnes y rebotando el sol sobre sus diferentes tonos de piel. Llegaron a la orilla del remanso jadeando y un poco cansados, pero al mastín le falto tiempo para meterse en el agua, primero despacio tanteando su frialdad, pero a los dos minutos ya estaba nadando y salpicando al resto, provocándolos para que le acompañasen y se mojasen el culo con él. Fue Jul el primero en recoger el guante del desafío y se lanzó, golpeando la superficie del agua como una bomba, para sumergirse bajo ella y emerger empujando a Bom con fuerza. Este se revolvió, agarrando al cachorro por la cintura, y lo elevó sobre su cabeza para dejarlo caer en el agua otra vez. Jul recuperó la vertical de un salto y su torso sobresalió entre un arco iris de gotas de luz, sacudidas por un movimiento en abanico de su cuerpo, que relucía al sol como si fuese de cristal.

Enseguida se animaron Aza y Geis y el negrito pronto quiso emular al mastín tirándose desde las piedras más altas de la orilla, y sacar la cabeza a la superficie después de tirar de los pies del perrillo para hacerle tragar agua. Geis se ponía furioso y nadaba tras él joven cachorro para devolverle la broma y, de paso, agarrarle la polla o los huevos y disfrutar unos segundos sobándolo. Geis casi nunca perdía ocasión de meterle mano a Aza o a cualquiera de los cuatro negrazos, que también se echaron al agua, exhibiendo el brillo de sus cuerpos y su destreza nadando a braza. Los cuatro poseían flexibilidad felina saltando en carpa desde las rocas y aún siendo tan grandes, no dejaban de ser como niños a la hora de divertirse. La belleza de los ocho muchachos alegraba la vista de cualquiera y, al parecer, también la de un chaval que los espiaba escondido tras unas matas.

Era el mayor de los hijos de los caseros de Manuel, que no sólo conocía el paraje sino que dominaba todos sus escondrijos y senderos. El chico tenía la bragueta abierta y se manoseaba la polla excitada, sin perderse nada de los juegos y movimientos de los cachorros y sus custodios. En esas estaba el muchacho, cuando una mano le tocó un hombro por detrás y al volverse sobresaltado, su susto fue mayor cuando vio que era Manuel quien lo había cachado con las manos en la masa.

El amo se lo había pensado mejor y optó por atender sus asuntos más tarde y pasar un rato con sus cachorros en el río. Pero como conocía muy bien el terreno, fue por un atajo y así pescó al intruso cuando se la cascaba a la salud de sus perros y guardianes. Pero no sólo no le dijo nada, sino que con el dedo le indicó que no hablase él ni hiciese ruido alguno y se sentó a su lado.

El chico estaba nervioso y colorado como una tomate y Manuel le pasó el brazo por los hombros y le dijo por lo bajo: “Te gusta verlos. Eh?... Son todos muy guapos. Verdad?”. “Sí señor”, contestó él azarado. “Y cuál es el que más te gusta?”. Preguntó Manuel. El crío tardó en responder, como si no entendiese la pregunta, pero ante la insistencia de su interlocutor, dijo: “Aquel”. “Vaya (exclamó Manuel)... Pues ese es sólo mío... Y por qué te gusta más que los otros?... Habla y no te cortes, porque te entiendo perfectamente. A mí también es el que más me gusta”. El chaval cogió confianza y habló si reparos: “No sé. Lo veo más guapo y mira de una forma que me pone nervioso, pero me gusta verle a los ojos”. “Ya... Sí. Va a ser eso. Los putos ojos verdes del chiquillo es lo que encandila al resto de los mortales (dijo Manuel). Y preguntó: “Saben algo de esto tus padres?”. “No!... No, señor... No se lo dirá, verdad?”. Rogó el chico muy apurado. “No... Yo no soy ningún chivato. Y además seguro que ellos no lo entenderían como yo”, le contestó Manuel tranquilizándolo. “Claro que no, señor... Mi padre me mataría si sospechase algo”. “Pero ya has estado con algún tío”, inquirió Manuel. “No... No, señor... Aún no, Pero me gustaría porque ya estoy harto de hacerme pajas pensando en otros colegas del pueblo... Y si se diesen cuenta de que me gustan... Joder!... O me corren a hostias o me meten un palo por el culo. Así le hicieron a uno de un pueblo vecino, que le quiso chupar la picha a otro de aquí, detrás de la caseta de tiro durante las fiestas de San Antón”. Contestó el muchacho. Y dijo Manuel: “Pues menos mal que no hicieron la matanza con él en honor al Santo... Que brutos pueden ser estos paletos!“, apuntilló Manuel algo preocupado por el chaval. “Bueno, pues ahora lárgate a casa que ya está bien de tocarte los huevos a dos manos”, añadió Manuel despidiendo al chaval.

El amo se quedó sentado, mirando a sus cachorros, y reflexionó sobre el encanto de Jul, que hasta había conquistado a un mozo del pueblo, que con apenas dieciocho años iba a pelársela en su honor noche tras noche, hasta que encontrase un tío que le destapase el frasco de las esencias del sexo.

Y posó los ojos en la espalda de su mascota, echado al sol pegado a Bom, que haciéndose el dormido acercaba su mano a la del otro como cuando los follaba el amo a los dos juntos. Cuánto daría el mastín por subirse sobre su compañero y recorrer su cuerpo con los labios, pensó Manuel. Qué tenía aquel puto perro, que a todo el mundo enganchaba con esa indolencia y ese descuido personal que lo hacían tan atractivo?. Y, sin embargo, no era frecuente verlo feliz del todo, a no ser que estuviese a solas con su amo. Y eso era lo que Manuel quería corregir en su cachorro. Su adoración y su amor por él no debían impedir que el chico gozase del resto que tenía a su alrededor. Y por supuesto que se encontrase a gusto en la perrera con sus hermanos. Era su sitio y su destino no podía ser otro que ser un mero juguete para uso sexual de su señor. Pero la situación se estaba volviendo muy distinta. Manuel se pasaba el día con su mascota en la mente y tenía que admitir que le faltaba algo si no estaba con él. Y por más vueltas que le daba no conseguía evitarlo. Era necesario empezar a desprenderse del chico, entregándolo sexualmente a otro. Pero para eso necesitaba mucha fuerza de voluntad y admitir un sacrificio que no sabía si podría soportar.

Y volvió a pensarlo mejor y regresó a la casa sin que los cachorros se diesen cuenta de que los había estado mirando sentado tras un matojo. Y al llegar cerca de la casona, le pareció oír un gruñido que venía de las cuadras y se aproximó sin hacer ruido a ver de lo que se trataba. Juraría que fue uno de los mastines, pero no estando seguro era mejor comprobarlo. Esos perros , que no hablan, si ladran o gruñen es por algo. Y efectivamente lo era.



Detrás de unas tablas el mirón del río volvía a tocarse la minga, con los pantalones bajados, pero esta vez ayudaba su fantasía masturbando al perro, que le agradecía el favor con gruñidos , jadeos y lametazos en la cara. Manuel su fue hacía los dos como una exhalación y levantó por las orejas al muchacho. Lo arrastró hasta un cobertizo donde guardaban aperos de labranza y, sin darle tiempo ni de rechistar, lo puso de bruces sobre un madero y le arreó una somanta de azotes en el culo que no la olvidaría en meses.

El chico, llorando como un niñote, le pedía perdón e intentaba proteger sus nalgas con las manos, pero Manuel era un experto en zurrar un trasero por mucho que se resistiese el azotado. Cuando ya era todo hipos y lágrimas, Manuel le ordenó ponerse contra una pared, sin subirse los pantalones, y que se quedase allí hasta que le refrescasen los glúteos, colorados como fresones, y le bajase la polla, todavía dura como un poste. Y la verdad es que el muchacho tenía un bonito culo para otros usos también y un cipote muy aprovechable. Y encima era bastante guapo al estilo rústico.

Manuel fue a la casa a ver unos papeles y a darle instrucciones a Adem, respecto a lo que haría esa tarde y regresó al lugar donde purgaba su culpa el chico de los caseros. Ni se había movido y se frotaba con ambas manos la carne dolorida y caliente. Y Manuel se acercó por detrás y le palpó las nalgas, que estaban ardiendo, y profundizó con los dedos entre ellas, repasándole la raja del culo. El muchacho siguió sin moverse y retiró las manos. Y Manuel, dijo: “Jamás vuelvas a tocar a uno de mis perros sin mi permiso, o te cortaré las manos y los huevos... Has comprendido, cabrón?”. “Sí, señor”, contestó el chaval atemorizado.”Estas seguro que lo has entendido?”, insistió el señor. “Sí. Que no toque a los mastines”, dijo el muchacho. “Ves como eres torpe y hay que enseñarte a golpes (dijo Manuel). Los que estaban en el río también son mis perros”. “Son chavales como yo!”. Dijo el chico asombrado. Y añadió Manuel: “No son chavales. Pero sí son como tú, porque tú también eres un perro y yo soy tu amo”.

El chico quedó desconcertado, pero no se atrevió a mirar a Manuel ni a mover un solo pelo. Y éste le preguntó: “ Lo entiendes ahora, puto de mierda!... Contesta cuando te habla tu amo” y le dio otro azote que sonó en media finca. “Sí”, respondió el chaval. “Sí qué”, volvió a oír. “Sí... mi... amo”, le salió por la boca sin darse cuenta que se entregaba a la propiedad de Manuel. “Está bien, cerdo... Te voy a enseñar a obedecerme como ellos y voy a hacerte lo que tanto deseas... Dóblate”, ordenó el amo. Y dejó caer un lapo en su verga y otro en los dedos, para mojarle el agujero, y con bastante cuidado la metió un poco, la sacó del todo, volvió a escupirle en el mismo ojete y esperó. El chico estaba tenso y respiraba muy agitado y Manuel le dijo con cariño: “Relájate y respira hondo, que será mejor así. Esto ya es irremediable y te voy a dar por el culo. Así que disfrútalo y haz que yo goce también... Abre más las patas y afloja el culo”. El chaval tiró el culo para atrás y, de pronto, el glande del amo se coló dentro del muchacho, llevando consigo el resto de su verga. Manuel conocía pocos que se hubiesen entregado del todo la primera vez, pero era justo admitir que este crío fue uno de ellos. Lo folló como si todos los días le metiesen media docena de polvos y el chico terminó antes que el otro. Pero el señor, al tocarle el pito y darse cuenta de que ya se había corrido, le dijo: “El placer que cuenta es el mío, así que vas a aguantarte porque te voy a seguir jodiendo hasta que me salga toda la leche dentro de ti, guarro de los cojones!”. Y el chico siguió abriendo el culo y eyaculó otra vez al tiempo que Manuel. El amo había encontrado otro cachorro que prometía. Sólo había que educarlo y enseñarle unas cuantas cosas más. Y además sería otro motivo para joder y castigar a su mascota viendo al lado de su dueño otro competidor.

“Ya veo que estabas caliente, puto maricón!, le dijo Manuel al muchacho. “Sí”, respondió el chaval y le cayó una hostia en la cara seguida de las palabras del amo: “Sí, amo. O sí, señor. Que te lo voy a meter en esa puta cabeza a leches y a correazos, puto mierda!”. “Perdón, No lo haré más”, balbuceó el chico y Manuel lo volvió a tumbar con el culo en pompa sobre una rodilla y le asestó otra zurra repitiendo con cada azote: “Sí, amo... Sí, amo... Sí, amo... Perdón, amo... Sí, señor...”. Y el chaval quedó otra vez con las nalgas calientes. Y el amo le ordenó: “Y ahora vete a tu casa y le dices a tus padres que te quedas conmigo porque necesito tus servicios... Y vuelve rápido que te voy a enseñar como se mama una polla”. “Sí, amo... Me quedaré también por la noche, amo?”. “Es que no habló claro, estúpido!?... Pues claro que te quedaras de día y de noche”, respondió el señor. “Para siempre, amo?”, quiso saber el muchacho. “Si mereces la pena como perro, sí... Alguna pregunta más, cabrón?”, respondió Manuel. Y sí quiso preguntar más el chaval: “Me follaran los otros también, señor?”. Manuel se rió y dijo: “Puede que alguno juegue contigo de vez en cuando... Pero al principio serás para mí solamente... De todos modos eso es cosa mía y a ti ni te incumbe ni te importa... Tu cuerpo me pertenece y tu vida es mía para hacer lo que quiera con ella... Así que lárgate ya y vete volando porque te quiero en mi casa a la hora de comer... Cuanto antes empieces con una dieta adecuada, mejor... Por cierto, cómo te llamas?”. “Raúl, amo”, respondió el chico. Pero el amo lo bautizó como a los otros perros y dijo: “No me gusta... Te llamaré Pal, de paleto. Eso es. Serás Pal”. Y le metió un puntapié en el trasero a su nuevo cachorrillo, poniéndolo en marcha hacia la casa donde vivían sus padres.

Y no habían transcurrido diez minutos cuando aparecían los bañistas, contentos y cansados por el ejercicio. Y Manuel, al verlos, se dijo para sí: “Tengo que cambiarles los collares a Bom y a Geis, porque los tienen estropeados del agua y no me gusta que anden con esa humedad en el cuello. Son mejores los de acero como el de Aza. Y de paso le traeré uno al nuevo, que un perro no puede andar si collar”.

Los imesebelen saludaron al amo y los perros se pusieron a sus pies, aguardando que acariciase sus cabezas, y les dio permiso para entrar en la casa. La excursión al río había terminado.

1 comentario:

  1. me encanta tu serie. no puedo esperar a saber como lo toma jul psicologicamente. saludos

    ResponderEliminar