Jul estuvo convaleciente durante unos días para curar la herida en su entrepierna, pero no abandonó por ello la cama de su amo por las noches. Manuel lo abrazaba por la espalda, arrimando el bajo vientre al culo del chico para sentir su calor y su vida en los latidos del esfínter pegado a su polla. El muchacho se acurrucaba contra el pecho protector, acunado por el compás del corazón de su amo. Manuel besaba la nuca y el cuello del chico antes de dormirse y velaba su descanso como si de aquel chiquillo dependiese el futuro de su vida.
Y en cierto modo así era. Jul era mucho más que un puto esclavo para Manuel. El cachorro era la otra versión de su propia persona. El mismo lavaba y desinfectaba a diario la cicatriz del muchacho y antes de taparla con una ligera gasa, le introducía el pene por el ano con delicadeza, sosteniéndole los talones sobre sus hombros, sin dejar de mirarle a los ojos que le iban contando cada sensación, cada escalofrío, cada suspiro y los gemidos que se precipitaban y subían de tono hasta la eyaculación de ambos. El chico lo hacía en la mano de su amo y éste dentro del culo del muchacho. A Jul le molestaba la herida con la postura, pero el gusto de tener a su señor en su cuerpo compensaba cualquier dolor que pudiese causarle.
Lo peor para Jul era caminar a gatas porque se rozaba la entrepierna con las vendas y aunque el amo le autorizó a hacerlo a dos patas, delante de los otros perros, el chaval no podía cerrar las piernas y andaba como un vaquero sin caballo. A Geis le hacía gracia ver al cachorro así, pero Bom recordaba la escena en la casa del amo Tano y no conseguía ni forzar una mueca parecida a una sonrisa. Aza no entendía nada de lo que había pasado y no se imaginaba como se había lastimado el otro cachorro detrás de los huevos. Si le dejasen, él mismo le lamería la herida como hacían los animales en su pueblo. El joven negro era inocentemente primitivo, transparente y puro como un diamante, pero sin tallar aún.
Manuel empezaba a acostumbrarse al joven muchacho africano y, ante la situación de su cachorro, lo sometía a largas sesiones, acelerando su entrenamiento para un uso de alto rendimiento. Aquel ejemplar tenía madera y su cuerpo le daba grandes satisfacciones. Cada vez gozaba más al follarlo, ya fuese por el culo o por la boca, y ver su verga excitada y siempre tiesa como el estandarte de una procesión, lo ponía ciego de lujuria.
Era una fábrica de semen encerrada en dos bolitas de un tamaño increíble para tanta producción. Si no le llenaba el culo a Geis con la leche del muchacho, lo ordeñaba sobre un recipiente y su lefa la repartía entre los demás cachorros como un sobrealimento de proteínas y vitaminas. En cualquier caso, fuese dentro de la perra viciosa o en el cacharro, Aza daba leche más de seis veces al día por lo menos, lo que tenía totalmente acomplejado a Bom, que ya veía el ocaso de su gloria como el macho preferido de su amo. Su consuelo era que él seguía siendo el más duro para la pelea por el momento y el joven africano asumía claramente el liderazgo de Bom en la perrera de Manuel.
Aza estaba hecho para el sexo y era incansable e insaciable. Y Geis estaba en la gloria con aquel chico. Le habían dado por el culo mucho y muy fuerte, pero el joven negro le hacía abrir la carne y más que temblar cuando lo invadía de esperma, lo desplazaba verticalmente como si la ola de un tsunami lo lanzase al cielo. Se sentía lleno de polla y de leche. Y con qué fuerza se la lanzaba el animal en las tripas!. Por más esfuerzos que hiciese en retener todo el fruto de los cojones de Aza en su interior, Geis terminaba cagándose patas a bajo por la presión que le producía en su vientre. Pero no la desperdiciaba, porque la lamía del suelo como si fuese un yogur natural y cremoso que le cayese al piso. Por falta de vitaminas no iba a quedar desnutrido el perrillo faldero teniendo a ese cachorro cerca.
Porque, además, cuando Bom lo follaba lo hacía para desfogarse solamente. Igual que el amo, desde hacía un tiempo, sólo le partía el culo por diversión o capricho, pero el nuevo cachorro usaba su agujero como un macho usa el coño de una perra en celo y disfrutaba jodiéndolo. Y eso a Geis le sacaba hasta las entretelas de gusto. Se sentía deseado y encima lo cubría el mejor semental que había conocido en su vida, aunque nunca igualase al placer que podía darle su amo si volvía a montarlo como antes de llegar Jul a la casa.
Jul no veía el momento de enseñar orgulloso el hierro del amo, cerca del agujero del culo, y cuando Manuel le preguntaba si aún le dolía, contestaba que no, que sólo le picaba un poco.
Y por fin, el médico, un amigo de su señor que también tenía esclavos, le destapó la marca, aconsejando que se curaría antes estando al aire. Todavía estaba enrojecida, pero cicatrizaba sin ningún problema y pronto sólo quedaría sobre la piel de Jul una pequeña letra con un triángulo intentando acuñarse en ella por el medio.
Y aquella noche, Manuel separó las patas de su cachorro para mirar detenidamente su emblema y como si un resorte se disparase en su interior, su verga reaccionó creciendo y engordando con un pálpito incesante. La polla de Jul ya se había levantado al acostarse al lado de su amo, puesto que simplemente su olor lo excitaba y lanzaba su imaginación y su apetito sexual a cotas insospechadas. Cualquier cosa que su señor pudiera hacerle, se quedaba corta al lado de las que el chico elucubraba en su imparable escalada de sueños eróticos.
Manuel besó su letra y siguió besando hacia las pelotas de su cachorro, para metérselas en la boca. Las saboreó como dos mirabeles en almíbar y con el regusto de ellos en su paladar, acarició con los labios el capullo del chico, presionando con la punta de la lengua el orificio con gotas de suero seminal. Engulló entero el miembro de Jul y lo mamó lentamente, apretándole la base para retardar la salida del esperma. El cachorro arrugaba las sábana con las manos y se mordía el labio inferior para soportar el reiterado gusto que le daba su dios. Sabía que era otra manera de usarlo, pero prefería ser él quien se la chupase a Manuel. En todo caso el amo mandaba y decidía como debía complacerle su esclavo.
Manuel siguió escalando por el cuerpo de su cachorro, recreándose en cada parcela del chico, jugando a morderle el ombligo o dando pequeños bocados sobre su estómago hasta alcanzar los pectorales. Allí estaban sus preciosos pezones con su aureola tostada, destacando en la piel dorada del muchacho. Ese era un delicioso fruto para Manuel. Ahí se quedaba un buen rato pellizcándolos con los dientes y succionándolos como un lactante. El cachorro enloquecía con ese juego. Sus tetillas eran hipersensibles y a duras penas lograba aguantar sin correrse el acoso de la boca de su amo sobre ellas.
Por fin Manuel llegó a los labios de Jul, que se entreabrieron para recibirlo, y entró en ellos precedido por su lengua bañada en deseo. Los besos entre amo y esclavo eran eternos y pasionales. Confundían sus bocas y ninguno de los dos podía distinguir su saliva.
El amo soltó la boca del muchacho y le dijo besándole el oído: “Date la vuelta y ponte a cuatro patas... Quiero ver al derecho lo que hasta ahora sólo vi al revés”. Jul no entendió a su señor, pero se puso rápidamente a gatas y bajó la cabeza apoyándola sobre la cama. “Abrete bien...Así...ahora veo mi marca bien puesta y no patas arriba”. El cachorro no había podido verse la entrepierna en un espejo, porque no se lo permitió su dueño, y no sabía que su amo había grabado la letra con la base del triángulo hacia el ojo del culo y la eme mirando a sus huevos. De tal forma que al follarlo por detrás como a una perra, veía la marca al derecho. Y eso lo enervó aún más Manuel y se la calzó al muchacho sin lubricarle el ojete. Presionó a fondo para forzar la entrada completa de su cipote en el chaval y arremetía contra su culo como si quisiese atrofiar sus cojones de tanto golpearlos en su marca impresa bajo el ano del cachorro. Y le decía: “ Traga polla, cabrón! Traga...Así...Abrete más....Joder!... Me destrozas el rabo cuando aprietas el ojete... Hostias!...” Y le palmeaba las nalgas al chaval como a un pura sangre en el tramo final de la carrera.
Fue una cabalgada soberbia, digna del dios Neptuno sobre uno de sus tritones. Y cuando de sus pollas brotó el semen, quedaron tumbados de bruces sobre la cama, uno junto al otro.
Manuel, pasó un brazo por encima del cachorro y se durmió con el muchacho, que ni tiempo le dio a vaciar su vientre, rezumando algo de leche por el culo.
Bom, solo en su perrera, cerca de la que ocupaban Geis y su adonis de ébano, como éste le llamaba al joven negro cuando estaban solos, añoraba la compañía de Jul y, sobre todo, no compartir con el cachorro el placer de su amo. Adem, lo comprendía y lo vigilaba todo para que nada se desmadrase alterando el control que su señor ejercía sobre la casa. Y, de ese modo, continuase todo en perfecto orden, tal y como disponía el amo de los cachorros.
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