Jul siguió a Adem, que tiraba de él por la cadena, casi recordando que tenía que avanzar una mano y la rodilla contraria para poder andar tras el criado.
Alzó un poco la testa y vio a los cachorros de un lado y al otro costado su amo aguardaba sentado en un silla de tijera. Miró mendigante a Manuel y bajó los párpados ante la frialdad de su señor. Y escuchó su voz: “Ve al lavadero, zorra! Hay que comprobar si estás en condiciones de ser usado”. El cachorro obedeció y Manuel se levantó del asiento, metiéndole agua por el ojete con la manga riega del patio sin delicadeza ni miramientos.
Unos chorros de agua limpia y un ligero pedorreo dieron fe de que el perro estaba listo para lo que el amo quisiese hacer con su culo. Y Manuel gritó: “Geis, sécale tú el trasero, que entre perras os entendéis mejor”. El aludido corrió a atender las posaderas de Jul y el amo añadió: “Ahora lámeselo a fondo y ponlo jugoso para que de más gusto a la polla de un macho... Nadie maneja la lengua como tú, so guarra!... Ya está bien, que lo vas a desgastar de tanto dar lametazos... Vuelve a tu sitio y que se acerque esa otra puta”. Jul caminó como el más mísero de los gusanos y se aproximó a su señor, casi temblando. Manuel separó las nalgas del muchacho y exclamó: “Este es el premio que ofrecí al ganador de la pelea... El coño de mi puta perra favorita para disfrutarlo a sus anchas el vencedor. Pero los dos (dirigiéndose a la pareja de perros) sois tan machotes, que ninguno permitió que lo follase el otro. Así que mereceríais el galardón de campeón los dos en lugar del oprobio de la derrota... Adem, tráeme unos almohadones grandes y una alfombra mediana”.
El sirviente fue a cumplir el encargo y los cachorros estaban en ascuas esperando los acontecimientos que vendrían a continuación.
Adem regresó y colocó todo en el suelo, según las indicaciones del señor, y Manuel habló de nuevo: “Los dos tendréis el privilegio de montar a mi mascota, pero conmigo... Y os acercaréis a tomarlo cuando os llame por vuestro nombre”.
Dicho esto, Manuel se acostó de cúbito supino en el lecho de almohadas y le dijo a Jul: “Siéntate en mi vientre mirándome a los ojos”. El cachorro lo hizo a la velocidad de la luz, desconcertado y con un gesto de duda en la mirada.
Así... Eso es... Que vea tus ojos verdes y lea tu dolor y temores en ellos... Mi rabo ya está duro y esperando ensartarte, pero restrégamelo con tus cachas... Así... Humm... Sabes hacer tu trabajo, puta... Ahora cógemela con la mano y clávatela entera... Sí... Sí, métela toda y no te muevas... Inclínate hacia mí y pega tu cara a la mía... Así mi cachorro, así... Va a dolerte pero no tanto como a mí”, terminó susurrándole al chico junto al oído, y volvió a hablar en voz alta: “Bom, ven y endíñasela con la mía dentro... Joder! Vienes como un burro de excitado, cabrón!... Venga... Para adentro y fóllalo conmigo”. Jul se abstrajo de su entorno y sólo adoraba el rostro de su dios.
El mastín parecía fuera de sí de tan salido que estaba y penetró a Jul como una puta bestia y casi le desgarra el ano, ya ocupado por la polla del amo. La mascota acusó el impacto brutal del capullo del perraco y embebido por el calor de la carne de su señor, relajó el esfínter como si la verga de Manuel fuese a engordar de repente dentro de su cuerpo. El otro cachorro bombeó con su nabo dentro de Jul, frotándose con la verga de Manuel, y su propio furor le llevó al orgasmo más rápido de lo deseado, anegando al miembro de su señor, que se movía en el recto de Jul nadando en semen. Quedó extenuado sobre la espalda del otro muchacho, más por nervios que por cansancio, y el amo le mandó desmontar para dejarle el sitio a Aza y hacer lo mismo que el perrazo.
El joven negro, más rápido aún, se colocó en cuclillas tras la mascota del amo y se hizo un hueco presionando el agujero y apretando con su tranca el pene de Manuel, hasta juntar los dos las pelotas a la entrada del culo de Jul, que aguantó el dolor y ni inmutó el gesto con la incursión de otro pene en su culo. Con los labios y la legua de su amo en la boca, en su interior sólo podía estar su dios y no contaba ningún otro invitado al festín de sexo en su cuerpo. Y empezó la follada a dos rabos en el afinado y bello ojete de uso exclusivo de su señor hasta entonces.
Fue más larga y contundente que la de Bom. Y el vaivén acompasado de los dos trabucos, unido al roce continuo y profundo con las suaves paredes internas del enculado, hicieron que éste trepidase y se corriese encima de Manuel, que lo hizo a su vez con los latidos de la polla del potente negro, cuando del cráter del capullo en erupción salieron golpes de lava caliente, convulsionando el cuerpo del amo y del macho. Ninguno de los dos salió del cachorro y se mantuvieron clavados en el cuerpo de Jul por unos minutos, que sólo atendía los besos que su señor le daba, babándole toda la cara.
Manuel notaba en la suya la chorra del joven cachorro, todavía dura y grande como un dildo de castigo, y temió que el animal volviese a darle por culo a su mascota, inundándolos otra vez de lefa, y le mandó salir de Jul. El africano aún presentaba un empalme de antología y de la punta del capullo le salían espesas gotas de leche, muy blanca y olorosa. La concentración de testosterona en aquel cachorro era prodigiosa.
El amo llamó a Geis y le ordenó poner la boca abierta bajo el ojete de Jul, que todavía estaba taponado por su verga, y, en cuanto la sacó, el semen acumulado de tres machos caía a borbotones en la lengua del perrillo glotón, que casi no se creía tanta delicia. Y Manuel le dijo al negrito: “ Calza a la perra y suelta el resto de semen que aún te queda en las bolas, mientras se alimenta como una cerda”. Y así fue. Aza demostró una vez más que era un semental de primara clase, escanciando a Geis otra respetable cantidad de esperma. Si estas perras fuesen fértiles sería un negocio la cría de cachorros con este garañón, pensaba el dueño del perro.
Por fin Manuel levantó a Jul, desclavándolo de su ariete, y lo miró con un amor que sólo un dios mitológico podría igualar. El cachorro le devolvió con adoración la mirada y desde ese instante se olvidó para siempre que cualquier otro que no fuese su dueño lo había follado. Seguía siendo patrimonio exclusivo de Manuel y su vientre no conocía más semilla que la de su señor. Y no pudo reprimir el deso de abrazar a su dios lazándole los brazos al cuello.
El amo quiso pasar por alto ese desliz y lo empujó hacia el suelo para ponerlo a cuatro patas a sus pies. Luego le dio con el pie en las ancas y lo mandó con los otros perros. Pero Jul iba feliz y pleno de satisfacción y agradecimiento a su señor, aún sabiendo que siempre sería una mera lombriz despreciable al lado de su amado amo.
Pero Adem sospechó que Manuel no había acabado de repartir premios, aunque pudiese considerarse que los que viniesen a continuación fuesen más bien de tipo punitivo, y el sirviente comprendió que pretendía hacer el señor de la casa.
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