martes, 10 de enero de 2012

Capítulo 22 / La lucha

A media tarde, Manuel tocó a arrebato y ordenó lavativa para todos su esclavos. Adem los llevó al lavadero del patio posterior de la casa y puestos en hilera a cuatro patas, alzando los cuartos traseros, les enchufó por dos veces a cada uno la manguera en el ojo del culo, dejándoles llenas las panzas con orden de retener el agua hasta la señal de descarga.

Al aparecer el amo, gritó: “Ya!”, y hubo cagada general de chorros medio limpios primero, luego con restos y al final con gases. Manuel mandó repetir la operación de limpieza y volvieron a irse por la pata a bajo sus cachorros soltando con fuerza solamente agua. Adem hizo las pertinentes comprobaciones pasando revista a los rectos de los cuatro perros y comunicó al señor que los animales estaban dispuestos para ser usados como le viniese en gana.

El amo dispuso que el sirviente aceitase los cuerpos del mastín y del cachorro más joven de color negro y colocase una lona sobre el enlosado a modo de palenque. Y entonces dijo dirigiéndose a ellos: “Vosotros dos, los machitos de mi casa, quiero ver cual de los dos es el más fuerte y logra dominar al otro hasta montarlo y descargarle dentro su semen. No basta con tumbarlo de bruces y metérsela por el culo. Hay que sujetarlo e inmovilizarlo para que no se zafe de su opresor y se rinda a ser follado por el vencedor de la contienda. No valen ni mordiscos ni contusiones que dejen hematomas. Solamente dominio sobre el contrincante por la fuerza del adversario... Ni que decir tiene que el vencido será forzado a castidad por tiempo indefinido y condenado a la pena de cincuenta azotes que se ejecutará de inmediato. Y se arrastrará por el suelo apoyándose en los codos y las rodillas mientras no le rehabilite como semental en mi perrera... El campeón, ganará un premio especial. Rozará el cielo reservado sólo para su señor. Esta noche cubrirá a mi mascota hasta llenarlo de esperma. Esa es la mayor distinción a que uno de vosotros puede aspirar en mi casa. Montar a mi puta perra personal”.

Bom pasó de abrírsele la tierra bajo los pies ante la posible humillación de ser derrotado por su nuevo rival en la jauría, a levantar las orejas y el rabo delantero, provocando al cielo con su rigidez, por el premio que obtendría con la victoria. Había oído bien?, se preguntaba el mastín. Poder darle por el culo a la mascota del amo?. A Jul?. Eso tenía que conseguirlo aunque para ello muriese en el intento. Ese culo dorado y redondo, sin un puto pelo y con un ojete sonrosado y jugoso, podía ser suyo!. El, Bom, el campeón de mil peleas, podría ver la marca del amo mientras se la metía por el ano, a sus anchas, al perro más hermoso que jamás había visto. A su hermano, a su amigo, al sueño de mil noches húmedas. A su amado Jul. Eso no podía ser cierto, pero el amo nunca mentía. Y si ese era el laurel para el vencedor, el chico pondría el culo para su polla. De eso si estaba seguro.

Para Aza sólo era un nuevo reto. Vencer en al lucha al hasta ahora campeón del amo. Y si encima se beneficiaba a su capricho al otro cachorro, con el que su dueño estaba encoñado, pues mejor. El no estaba en condiciones de elegir ni despreciar ningún agujero donde meterla y menos el de Jul, que sólo la proximidad de su tufillo le avivaba la lívido. Porque Jul despedía un aroma cargado de feromonas que excitaba a todo el que estuviese cerca. Pero si perdía, lo que menos le importaba era que lo jodiera el otro. El problema estaba en el castigo que podía ser terrible para él.

Un temblor amargo sacudió a Jul al ser ofrecido por su amo como recompensa de una lucha entre sus machos. Y no pudo resistir el llanto, ocultando su cara entre las manos y mordiendo con rabia un pulgar. A Geis, al parecer, no le tocaba nada, pero también tendría su parte. Y el amo siguió, mirándolo a él: “Tú, lamerás y tragaras la leche directamente del culo de Jul, en cuanto el macho triunfador en la lid agote sus reservas y lo desmonte... Jul la cagará toda en tu boca sin reservar nada en su vientre... Preñarlo es un privilegio que me reservo yo de momento... Adem, llévate a Jul y que no sepa quién fue el ganador hasta esta noche... Geis, chúpame la polla y lame mis cojones mientras se pelean los machos...Y que empiece el combate”.

Los dos perros se agazaparon en esquinas contrarias, tanteándose y midiéndose la distancia para sorprender al rival atacándolo por el flanco más vulnerable. Los ojos centelleaban y sus hocicos husmeaban la adrenalina producida por el miedo del contrario. La saliva se les secaba en las fauces y la respiración se agitaba nerviosa tensando sus músculos para saltar en el momento más inesperado sobre el otro cachorro.

Sería una lucha de titanes por conseguir la posición preeminente como macho ante su amo. Y Bom tenía el aliciente añadido de poseer por unos minutos al cachorro que muchas noches le quitara la paz y el sosiego. Sólo podía vencer o morir lentamente de vergüenza y oprobio en el último rincón de la casa de su señor. Y el joven negro no se lo pondría nada fácil. El otro chico no sólo era joven, sino ágil y fuerte y acostumbrado a sobrevivir en circunstancias adversas. Se movía como una pantera escurridiza y lo atravesaba con el fuego de su mirada hasta ponerlo cachondo. Sí. La polla de Bom se empinaba descarada y desafiante a cada movimiento del negro cachorro, que ahora le disputaba el puesto de triunfador, ganado a pulso para su dueño pelea tras pelea.

Bom hizo un amago de ataque pero el otro cachorro saltó como si tuviese muelles en lugar de patas y se desplazó fuera del alcance del mastín, contraatacando a su vez, también empalmado y meando gotas de líquido seroso. Y ahora fue Bom quién evito la presa con que intentó atraparlo Aza. Caminaban en círculo sin perderse la cara. Y el perro más veterano, con un quiebro, engañó al novato y lo amarró por detrás, rodeándole el pecho con un brazo. Y con la mano contraria, le apretó los ijares para cortarle el resuello y obligarle a aflojar los músculos que le mantenían cerrado el culo, juntando con fuerza las cachas.

El chico se defendió pretendiendo escurrirse de su captor y pataleando para hacerle perder el equilibrio sobre su lomo. Pero el otro ya enfilaba con la verga su trasero, resbaladizo por el aceite, para empitonar el esfínter del joven negro. El cachorro, brillante como el charol, se resistía como un jabato y al notar el capullo que ya entraba por su ano, hizo fuerzas para cagarlo y logró expulsarlo a un pelo de que se lo clavase hasta el fondo. Bom no retrocedió en su empeño y de nuevo lo aplastó bajo su cuerpo, metiendo sus piernas entre las del muchacho, que dejaba el ojete sin protección. Y de nuevo el capullo del mastín venció la resistencia del ano de Aza y esta vez le pegó los huevos al culo.

El joven era más rápido de lo que supuso Bom y en con un esfuerzo desesperado consiguió dar la vuelta a la situación y quedarse encima de la barriga del otro, elevando los glúteos y librándose de la verga que ya lo violaba. Ambos perros rodaron por la lona y como gatos salvajes se incorporaron sobre sus cuatro patas con las garras prestas para otro ataque.

Y ahora fue el cachorro negro el que como un felino se encaramó a los lomos del perrazo y se pegó a su piel como una lapa apretándole con un bíceps la garganta. Bom tenía que librarse del brazo que lo ahogaba y descuidó la retaguardia. Lo que no desperdició el cabrón del otro para deslizar su pollón por la raja del culo del mestizo, colocando la punta justo en su ano, que atravesó como un clavo al rojo la mantequilla. Bon sintió una punzada de dolor y vergüenza, seguido de los vaivenes del cipote del negro en su interior y profiriendo un rugido estremecedor catapultó al otro cachorro, volteándolo en el aire con un impulso soberbio.

Aza rodó delante de los morros de Bom y se revolvió con la rapidez de un rayo, pero el mastín ya hacía presa en él otra vez, poniéndolo decúbito prono y acostándose encima en la misma posición. Y volvió el forcejeo y otra penetración del capullo del mastín en el recto del negro cachorro. Y casi logra follarlo, pero a la media docena de embates ya se libró el jodido negro de la tranca y se le escapó de las manos a Bom.

Manuel prestaba más atención a la lucha que a las mamadas de Geis y gozaba como un sátrapa con la bella estampa que le ofrecían los lustrosos cuerpos entrelazados de sus dos machos. Tenía la chorra y los cojones empapados de babas de la puta perra insaciable y prefirió joderla otra vez sentándola en su manubrio de cara al espectáculo. Y que saltase ella para ahorrarle esfuerzos al amo.

La pelea por el título del más macho de los perros de la casa continuaba su curso, pero a cada avance de uno de los contendientes, seguía su retroceso y la iniciativa del otro. Los dos eran fuertes, pero el veterano tenia mayor potencia muscular. Y el otro, por su anatomía y elasticidad era mucho más habilidoso para eludir las tretas del mestizo y salir airoso del trance.

Aquello iba camino de quedar en tablas con un claro empate entre la pareja de machotes de la perrera de Manuel. Los dos se habían ensartado con sus rabos y hasta jodido un poco, pero ninguno eyaculó dentro del otro. Así que la lucha no tenía un ganador merecedor del premio otorgado por el amo. Pero tampoco merecían el desprecio ni el castigo de la derrota. Jul iba a librarse de ser entregado a un vencedor, mas aún le quedaban arrestos a los dos cachorros para dar por zanjada la cuestión.



Se recrudeció la brega entre los perros y nuevos ataques y rechazos se sucedieron, cada vez más brillantes y escurridizos al unir el sudor al aceite. Bom entró otra vez en el negro y éste lo escupió fuera de su cuerpo. Y así, tras varios simulacros de polvo la cosa se mantenía igualada en metidas y sacadas de nabo entre los cachorros litigantes.

Adem, que había vuelto dejando a Jul encerrado y atado por el cuello con una cadena, Miró al señor, que aún no se había corrido a pesar de los masajes en la polla que le daba Geis con el culo, y en sus ojos se leía la pregunta, “hasta cuando van a seguir mazándose estos infelices, señor?”. Y Manuel comprendió su preocupación y le dijo: “Me aburre esta historia. Parece el cuento de nunca acabar, así que me largo y mañana me dices cual fue el que ganó y me traes la leche que le haya salido del culo al otro... Vigílalos y que se cumplan mis reglas”. “Y el otro cachorro, señor?”, quiso saber Adem. “Este? (pregunto Manuel refiriéndose a Geis). Ya estoy harto de que me trajine el pito con su puto coño”. Y se levantó dejando caer al suelo a Geis. “Me refería al otro, señor”, insistió el criado. “Que se quede donde está hasta la noche”, ordenó el amo y se marchó a su habitación.

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