miércoles, 25 de enero de 2012

Capítulo 26 / La pérdida

A pesar de lo que Manuel creyera después de la lucha organizada entre sus dos machos, para aliviar las tensiones a causa de la marca de su mascota, un mes no había sido suficiente para que sus perros dejasen de darle importancia, más, cuando diariamente la veían plasmada entre los cuartos traseros de Jul. Esa tarde asistiera a un velada en casa de unos amigos y pasó la noche agitado y con molestias de estómago. Y aunque se había follado un par de veces a Jul, después de la cena y a media noche, no andaba con demasiadas ganas de jaleo. Y dejó que el cachorro se duchase solo, sin obligarle a mamarle la verga y después darle por culo, para mear dentro de su tripa una vez que se había aliviado los huevos, como solía ser habitual cada mañana.

Casi no desayunó y llamó a su amigo el médico que curaba a sus perros, para que le recetase un remedio para aliviar su dolencia. El doctor le dijo que fuese a verlo en una hora y Manuel se arregló sin tardanza para ir a la consulta de su amigo. Mandó a Adem que preparase a Geis, porque llevaba tiempo sin pasar la revisión sanitaria y quería aprovechar la visita para hacerlo. Adem, siempre diligente, lavó y vistió al cachorro, dejándolo como un pincel, que hasta parecía el niño mimado de una señora rica y algo pija. Iba hecho una auténtica monada y daban ganas de apretarle el culito como a un muñeco de goma. La verdad es que el perrillo era amanerado pero tenía un tipo y una cara que no desmerecía a la de un modelo fotográfico para lucir ropa de moda. Estaba muy bien formado el cabrón.

Salieron en coche y en poco tiempo estaban aparcando en un parking público cerca de la clínica del amigo de Manuel. El médico auscultó al amo y revisó a fondo al esclavo, desde la boca al culo, por donde le metió los dedos abriéndole el ano, para palparle el recto, y luego le introdujo un especulo para examinar por la reflexión luminosa de una linterna la cavidad anal del perro. El examen del cachorro dio un resultado satisfactorio y el amo solamente se había excedido comiendo algo picante y simplemente le ardía el estómago.

A la entrada del aparcamiento, al ir a recoger el automóvil, se cruzaron con otro amo, que Manuel sólo conocía de vista por haber coincidido en alguna fiesta, y al ir a abrir el coche, Manuel se dio cuenta que no tenía las llaves. Posiblemente se las había dejado en la consulta de su amigo, así que mientras iba a buscarlas le dijo a Geis que se quedase junto al vehículo, sin moverse de allí para nada.

Efectivamente el llavero se había caído en la alfombra del despacho del médico y Manuel regresó corriendo al garaje para llevarse a Geis a casa cuanto antes. Al amo no le gustaba demasiado sacar a los perros de casa, si no era imprescindible y, aún así, procuraba que sólo estuviesen fuera el tiempo estrictamente necesario y nunca solos, por supuesto. Y cual no sería su asombro cuando no encontró a Geis esperándolo al lado del coche.

Era imposible que el perro se hubiese marchado solo a otro sitio y tampoco parecía probable que se fuese a casa por su cuenta. Nunca se le hubiese ocurrido irse sin su amo y menos él solo. Algo raro estaba pasando y a Manuel aquello no le hacía ninguna gracia. Preguntó a los vigilantes del parking, pero no obtuvo respuesta a sus pesquisas. Salió a la calle y peinó la zona como un sabueso. Mas tampoco encontró rastro del chico y empezó a temer que se trataba de un robo. Le habían birlado al cachorro delante de sus narices y sospechaba quién fuera el ladrón que se lo llevó por la fuerza.

De nuevo fue a ver a su amigo el médico y le contó lo sucedido y sin omitir que se habían cruzado con aquel el puto amo de mierda, que nunca le había caído nada bien a pesar de que apenas lo conocía. Al médico le pareció extraño que alguien robase al cachorro, pero sí sabía que el jodido amo, al que se refería Manuel, tenía fama de cabrón y andaba siempre acechando en los bares a los esclavos de otros para levantárselos, si no estaban bien enseñados y sus dueños no sabían mantenerlos bajo su control. Pero ese no era el caso de Manuel y lo improbable era que Geis se fuese voluntariamente con otro tío sin saberlo su señor.

La cosa se estaba poniendo fea y el amigo de Manuel le aconsejó que se tranquilizase y se fuese para casa, que él se encargaba de hacer algunas averiguaciones con otros amos de confianza.

Manuel llegó a la casa muy alterado y al criado no le hizo falta preguntar para saber que algo malo le había ocurrido a Geis al no verlo volver con su amo. Manuel le dio la receta del fármaco que le recetó su amigo y le dijo que fuese a una farmacia a que le dispensasen el medicamento y regresase cuanto antes. Adem salió de la casa como una saeta y al cabo de media hora ya estaba de vuelta, nervioso y preocupado por la ausencia del pequeño cachorro oriental. Entonces el señor le contó con pelos y señales lo que había pasado y le pidió que los otros perros no se enterasen por el momento de lo ocurrido. En cuanto notasen la falta de su hermano, les diría que se quedara en la clínica para hacerle unos análisis de rutina sin la mayor importancia.

Y esa fue la explicación, pero Jul no la creyó. La tensión y el nerviosismo que reflejaban las caras de su amo y del criado, le hacían barruntar que algo sucedía y no precisamente bueno. El conocía a su señor y sabía que nunca dejaría solo a uno de sus cachorros en ninguna parte ni por motivo alguno. Así que la ausencia de Geis tenía que deberse a otra cosa y eso desasosegó al muchacho viendo la preocupación de Manuel.

El amo se metió en su estudio, solo, y Jul se atrevió a ir junto a él, exponiéndose a un duro castigo por la impertinencia de molestar a su dueño sin haber sido llamado. Pero no dudó en hacerlo, temeroso y decidido al mismo tiempo, para averiguar la gravedad de la causa que lo agobiaba.

Desde la puerta entreabierta miró cauteloso a su señor y éste, al verlo, salió de su estado de concentración, ensimismado por el problema, y le indicó que se acercase. Jul se dio prisa en llegar hasta él y esperó a los pies del amo la reacción por romper su retiro.

Manuel lo miró con infinita ternura y alargó los brazos para levantarlo del suelo y sentarlo en sus rodillas. El chico se abrazó a su dios y sin saber todavía el alcance de la situación, se echó a llorar contagiado por la pena de su señor. Y éste le dijo al oído: “Eres listo y es difícil ocultarte algo”. Manuel apretó al cachorro contra su pecho y las lágrimas corrieron por sus mejillas pensando en lo que pudiera pasarle a Geis en manos de un desalmado.

Y pronunció sus pensamientos a media voz: “Mi pequeño cachorro oriental. Me lo han robado, Jul... Me lo han robado por mi descuido y falta de cuidado... Es tan frágil y tan delicado, que tiemblo pensando en lo que puedan hacerle... No me importa que me priven de mis otros bienes, pero no de mis cachorros. Quitarme a uno de vosotros es como amputarme un pedazo de mi ser... Sois mi única preocupación y mi vida. Y os quiero a todos conmigo”. En esos momentos, Manuel necesitaba el calor y el amor de su mascota más que la luz que alumbraba sus ojos. Se encontraba desamparado ante un hecho tan detestable y en cierto modo refugiaba su corazón herido en el de su adorado muchacho, estrechándolo con toda su alma.

2 comentarios:

  1. se me iso corto esta capitulo! me a quedado en el diente! xD!

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    1. Se me hace que no sabes escribir, anónimo. Ni una hache donde debe ir, ni una zeta donde debe ir. Un borrico hecho y derecho.

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