No había cerrado bien las contraventanas y un rayo de sol abrió los ojos de Manuel. En cuanto se hizo a la claridad vio ante sí la cara de Jul, dormido como un niño, y se fijó en el perfil de sus labios, preciosos como el resto del muchacho, y le entraron ganas de contemplarlo eternamente hasta morir sin mover ni un dedo por no despertarlo.
Y le dijo entre dientes: “Serás cabrón, que al final siempre te sales con la tuya!. Aunque te reventase el culo con la calentura que tenías ayer no querías otra polla que la mía y la conseguiste. Terminé follándote como un lobo furioso y debes tener el agujero más jodido que si tuvieses almorranas. Pero ya ves que cara de felicidad tiene el puñetero mocoso... Hay que joderse con este puto muchacho!.. Y que listo eres, maricón... Por muy serio que me ponga no te engaño... Y te das cuenta que no me hace puta gracia que otro te joda, aunque grite y vocifere lo contrario. O me adivinas el pensamiento o me tienes tomada la medida y lo voy a tener crudo contigo... Y, sin embargo, es esa inteligencia y esa sagacidad la que me cautivó desde que empecé a conocerte... Duerme, mi amor... duerme tranquilo. Descansa a mi lado sin miedo alguno, porque sólo imaginas una ínfima parte de lo que te quiero”.
Manuel estuvo tentado de besar al chico, pero éste sonrió sin abrir los párpados, como si soñase con algo bueno, y se tocó el ano con dos dedos, reflejando en un gesto la molestia que le producía la escocedura e irritación que tenía en el culo.
“Duermes?”, preguntó Manuel. Y Jul siguió en sueños, o se hizo el dormido. Y el amo se levantó de la cama. Se miró en un espejo de cuerpo entero y volvió la cabeza hacia el muchacho. Y pensó: “Eres muy joven aún, pero el tiempo irá ajando tu frescura, aunque jamás te afectará eso, porque tu belleza está por dentro, mi amor. En cambio como estará mi cuerpo dentro de unos años?.. Seguirá despertando en ti la misma pasión que ahora?. O estás enamorado de mi alma como yo de la tuya?.. Debo estar haciéndome viejo para pensar estas cosas... Todavía estoy muy bueno, que coño! Y me queda mucha leche que dar a mis cachorros. Y mucha guerra también. Así que espabila, Manuel, que tienes que hacer muchas cosas hoy. Y déjate de bobadas. Seguro que este niño te querrá eternamente como tú a él. A lo que iba es a mear, por lo tanto adiós, tío cachondo, o me meo vivo”. Y al intentar separarse del espejo, oyó la voz de su cachorro: “Mi amo. Si no me besas, al menos mea dentro de mí, porque me pica y necesito que me refresques el culo”.
“Serás puta! Estabas despierto, jodido cabrón! Cómo te atreves a hablarme sin permiso! Te voy a arrancar esa puta lengua de un mordisco”.
Y Manuel se lanzó en plancha sobre Jul, pero no le cortó la lengua sino que le besó la boca.
Y rápidamente le levantó las piernas y observó su esfínter: “Lo tienes muy irritado. Como decían las viejas de este pueblo cuando yo era pequeño, lo mejor sería sentarte en agua con sal. No sé si eso cura, pero ellas aseguraban que era bueno para todo”.
“Puedo hablar, amo?”, pidió el chaval. “Habla, zorra, que te las sabes todas”, autorizó el señor y Jul dijo: “La sal me ardería mucho”. “Sí. Seguro que sí”, afirmó Manuel. Y añadió: “Si me llego a dar cuenta ayer de eso, te meto el culo en un caldero lleno de agua con sal gorda, por cabrón... Pero ahora me meo por la pata abajo”. Y, como la voz de su mascota ya le había engordado la verga, se la enchufó por el culo y después de un polvete rápido le soltó una meada como para a pagar un incendio. Y si el meo es bueno para los sabañones, también le fue estupendamente al culo de Jul, porque se lo alivió bastante después de correrse como un cerdo, encima del estómago, al descargarle su amo la orina en las tripas.
Y, enseguida, Manuel obligó a su perro a levantarse, pero éste no pudo apretar el culo lo suficiente como para no mojar la cama. Y su dueño le dijo: “Porque tienes el ojete hecho una mierda , sino te rompía la crisma por guarro. Vete al baño cagando leches, puto cerdo!”. “Amo. Me permites hablar otra vez?”, rogó el esclavo. “Que quieres ahora, jodido!”, preguntó el amo. “Decirte que ese espejo no sirve”, contestó el chico. “Vaya!. Y por qué no sirve?.. Es que no te ves suficientemente guapo?”, le dijo Manuel. “No, mi amo. No es eso, porque yo no me miro en ese espejo... No sirve porque no puede reflejar lo hermoso que es mi señor”, respondió el cachorro.
Manuel quedó estupefacto y soltó: “No eres normal!.. Tu lees mis pensamientos, cabrón!”. Se acercó a Jul, sin dejar de penetrar en su mirada, y abrazándolo le susurró: “Tú me ves tal y como soy?”. “Sí... Yo veo a mi dios que está dentro de ti”, dijo el muchacho a su amo. Y Manuel mezcló sus lágrimas con las de Jul. Pero el perro, con tanta emoción, no pudo evitar mojar el suelo también. En pleno abrazo, Jul se lamentó: “Perdón, amo. Soy un cerdo y te estoy manchando toda la habitación”. “No me importa que la pongas hecha una mierda. Y no eres un cerdo. Eres lo que más quiero en el mundo, aunque suframos los dos por ello... Nos vamos a duchar juntos y te lavaré ese culo, que lo tienes irritado como el de una mona de tanto vicio”. Y le palmeó el trasero a su mascota con cariño.
No es fácil que dos almas se encuentren y se compenetren formando una sola. Pero la casualidad llevó a Manuel hasta Jul y se acoplaron tan perfectamente que era difícil distinguir quien dirigía el destino de sus vidas. Manuel era el amo y mandaba sobre su esclavo y lo protegía, amándolo sin medida. Y Jul obedecía y alimentaba el espíritu de su amo llenándolo de energía, sin dejar de adorarlo. Qué mortal pudiera pedirle más al amor.
Cuando terminó de asearse con su cachorro, el amo fue a ver como estaban sus otros perros y como iban las cicatrices de sus marcas. Adem le informó que todo estaba controlado y seguía su curso favorablemente. Mas el señor quiso comprobarlo por sí mismo y fue abriendo de patas a los afectados, dejando a Bom para el final. Y, sentado a su lado, le dijo: “A ver campeón. No fue para tanto. Y lo bien que queda mi marca junto a ese par de pelotas de macho!. Y no digamos si se la ve desde atrás, bajo estas nalgas que sólo por tocarlas muchos darían una fortuna. Pero son mías. Y yo las sobo, las zurro y aplasto mi vientre contra ellas cuando te follo...
Bom, no si te das cuenta de lo que me gustas y de lo que te quiero”. El mastín, enternecido, miró a Jul y Manuel continuó. “Sí, ya sé lo que piensas, pero no es así. Os quiero a todos, pero él y tu sois especiales, aunque con diferente matiz. Además tú no le quieres como a los otros, puto cabrón!. No digas nada que a mí no me engaña nadie. Sé que estas loco por ese jodido cachorro. Y él te quiere a ti también, pero es muy terco y algo duro de mollera. Ya lo sabes. Pero cuando ya estés curado del todo y vuelva del viaje que tengo que hacer, va ser todo muy distinto. Y además te haré un regalo. Algo que te volverá loco de alegría, ya lo verás. Eres mi mejor macho y eso merece una recompensa... Pero no llores, que eso no va con un garañón como tú!. Venga, mi cachorro, que no sé quién diablos te hizo y te dio esos morros que superan hasta el culo con que te parieron. La madre que te parió tan bien hecho!”.
Y morreó al mastín, cuya verga crecía un centímetro con cada muerdo que su amo le daba en la lengua y los labios. Y el señor añadió: “ Cuando me vaya puedes hacerte una paja... Mejor que te la haga Adem para que no te esfuerces...Y tú, Geis no te celes que también te traeré un regalo. Fuiste todo un valiente... Mira por donde voy a tener que dejar de llamarte nenaza. Que te den leche una vez al día los africanos, Pero en la boca... Bueno. Aza, también te has portado muy bien y tendrás un premio como los demás. Adem te pajeará también una vez cada día... Por cierto, Adem, dónde está el nuevo?”. “Atado, señor”, contestó el criado. “Que hizo?”, preguntó el amo. “Hacer nada, pero lo pretendía... Quería chuparles la polla a mis cuatro parientes y no los dejaba en paz. Además se les pone delante, doblado en cuatro, y se abre el culo con las manos para que lo follen”, explicó el sirviente. “Esa perra no es que esté salida!. Es que no entra nunca en razón! Será puto obseso!.. Tráelo!”, ordenó el amo, que le iba a ajustar las clavijas al cachorrillo vicioso.
Adem volvió tirando de la cadena con la que había sujetado al cachorro, que ya gateaba como si nunca utilizase dos pies para andar, y se lo entregó al amo. Manuel muy serio miró al perro y le dijo: “cuando te cacé en las cuadras con uno de los mastines, te dije que si volvías a tocar a uno de mis perros sin permiso te cortaba las manos y los cojones. Pero ahora eres uno de mis perros y no te voy a dejar cojo ni estéril, así que cambiaré el castigo y probarás el cinto. Adem sujétalo bajo el brazo y déjale bien a la vista el culo, que se va a enterar de lo que duele la correa”. “Perdón, amo! No lo vuelvo a hacer, amo!”, gritaba Pal. “Por cada impertinencia son cinco azotes más. Así que cierra la boca para todo lo que no sea contar los que te vayan cayendo encima... Te voy a enseñar a palos a ser un buen perro, puto vicioso!”.
Y silbaron uno tras otro cincuenta y cinco azotes en el aire que estallaban sobre los cuartos traseros del cachorro, dejándolo baldado después de patalear, llorar, aullar y chillar como un gorrino. “Y ahora estarás encerrado hasta que vuelva... Y con cinturón de castidad para que no te la machaques, so guarro. Pero sin dildo en el culo, que te gusta y luego no hay quien te lo saque... Y que no me entere que te metes los dedos en el ojete. Puerco! Y a mi regreso voy a meterte caña hasta por los hocicos!
En poco tiempo vas a ser mejor perro que éstos... Y fíjate que son de los mejores del mundo... Adem, prepara mi equipaje y el de Jul, que tengo que ir de viaje y lo llevo conmigo. Estaré fuera un par de días. Y hasta mi vuelta asumes el mando de la casa y la responsabilidad sobre los cachorros... Saldré después de comer”.
Los cachorros se reunieron con Adem y sus parientes para despedir a su amo y a la mascota y las caras de Bom y Geis dejaban traslucir su pena, por una separación repentina e infrecuente en todo el tiempo en que Manuel era su dueño. Pero, según le oyeron hablar con el criado, se iba a Barcelona unos días, por asuntos de negocios, y esa misma mañana decidió llevarse a Jul con él.
El chico apareció junto al amo, tan bonito que parecía un niño de casa rica, pero sin llegar a pijo, porque ese look no le iba nada al estilo del chaval. Jeans de marca, con un toque descuidado y dejando ver la goma de los slips, calcetos y zapas de moda, camiseta algo ceñida y corta de talle y una chupa ligera en la mano por si acaso. Aunque en verano hace bastante calor bochornoso en la ciudad condal. Era para comérselo crudo de rico que estaba el puto crío, con los ojos relucientes y una sonrisa que alegraba al mundo sólo con verla.
Ya en el coche, Manuel arrancó y lo miro de soslayo, satisfecho viendo a su cachorro tan guapo y lucido. Y le dijo: “Jul, en cuanto salgamos de la finca y hasta que volvamos a ella, serás mi amante. Mi pareja. Comprendes?”.
“Sí, mi amo. Lo entiendo”, contestó el chaval. “No veo que lo entiendas. Un amante no le dice a su pareja , sí, amo”, replicó Manuel.
“Dijiste al salir de la finca y aún estamos en ella, amo”, aclaró el chico. “Si no fuese porque te estropeo esa cara de san luis que llevas, te daba una hostia... Serás maricón, puto del carajo!”. No me llames amo hasta que te lo ordene otra vez!”, le ordenó Manuel. “No te enfades, pero yo hago lo que me dices, porque aunque no te llame amo, tú eres mi dueño y lo serás siempre y en todas partes. Si te parece no te lo llamaré cuando haya gente desconocida delante y puedan oírme”, explicó el chico. “Que no me llames amo no significa que te tomes libertades excesivas. Sólo faltaría que ahora vengas disponiendo tú como has de portarte y lo que has de decir. Te lo repito por última vez. Yo diré como, donde y cuando me llamaras amo. Entendido, perro de mierda?”, pontifico el amo. “Sí. Tú mandas y yo obedezco sin más”, añadió el chico. “Vaya. Por fin pareces razonable... Anda lo que le cuesta a este cabrón acomodarse a una situación tan simple. Intenta pensar como cuando no eras mi cachorro. Y punto. Es bien fácil. Además, por mucho que aparentes ser otra cosa, sigues llevando al cuello la cadena y el candado de plata. El collar que te puse al aceptarte como mi perro y que siempre llevarás puesto”, insistió Manuel. “Sí. Si tú lo dices lo haré... Tu collar lo llevo en el corazón también... Y puedo hablar sin permiso estando solos?”, preguntó el chaval. “Si no es para decir tonterías o impertinencias fuera de tono, sí... Y sin abusar de mi confianza, claro. Porque por la noche, en la habitación del hotel te lo haré pagar muy caro si te pasas. No olvides que aún tienes el culo escocido como un mandril. Y te lo puedo dejar mucho peor. Por si acaso he traído un poco de la sustancia que te puse ayer. Y, si me provocas, volveré a torturarte”, amenazó el señor. “Si es para follarme como ayer, pónmela ahora mismo. Tu eres mi señor y mi dueño y aún estamos en tu finca”. “Qué pasa?.. Te pone caliente mi paquete que no dejas de mirarlo?”, dijo Manuel sobándose la bragueta. “Sí... Mucho, amo”, contestó Jul mordiéndose el labio inferior.
Manuel frenó en seco. Lo miró de abajo arriba y exclamó: “Y te atreves a decirme eso, estando como estás?”. “Estoy bien, amo!”, dijo el muchacho. “Que si estás bien? Estás que te cagas!”, volvió a exclamar Manuel. “No, apenas comí, amo!”, contestó Jul. “A veces no sé de donde saliste! Digo que estás bueno que te pasas así vestido... Te pusiste eso para provocarme?”, aclaró el amo. “Me lo pusiste tú, amo. Yo no elegí nada”, se quejó el cachorro. “Baja del coche... Vamos baja”, dijo Manuel saliendo del automóvil y yendo al lado de la portezuela del copiloto. Jul ya estaba saliendo y Manuel lo agarró por detrás y lo empujó contra el capó de auto. Y con fuertes tirones le desabrochaba los pantalones, diciendo: “Joder!. Bájate los pantalones o te los meto por el culo con calzoncillos y todo. Joder!. Putos slips de mierda. Al carajo. Lo mejor es romperlos. Así... Abre las patas... Abre... Síiiiii.... La puta leche que te han dado!
Me encanta follarte! Y agarrarte esta polla que ya esta como la de un burro, babeando sin parar sobre la chapa del coche... Hummmm... Sí... Sí... Jadea como una perra que me pones más cachondo aún. Toma... Toma polla, ya que tanto te gusta mi cipote... Vas a volver andando como John Wayne... Escarranchado de patas de tanta verga que te voy a meter por el culo... Te vas a correr?... Ya tienes el capullo pringado de semen... y yo estoy a punto de preñarte... Toma, joder!... Toma leche... Toma. Toma. Toma... por... maricón y ponerte estos putos slips... que me ponen a mil y nunca me da tiempo de bajártelos... Jodido crío! No sé cuantos calzoncillos te puso Adem, pero vamos a tener que comprar más... Límpiame la polla y tira lo que queda de los monísimos slips que llevabas puestos. De momento te taparás el culo sólo con los pantalones”.
Jul no podía decir nada porque mamaba la verga de Manuel para limpiarla y durante el polvo bastante tuvo con aguantar el dolor en el ojete, apretando el nabo del amo, y no correrse demasiado pronto para gozar a tope el polvo salvaje que su señor le regalaba al pie del coche, antes de emprender viaje.
miércoles, 29 de febrero de 2012
domingo, 26 de febrero de 2012
Capítulo 35 / El furor
Al mediodía todos se preparaban para ir a comer, pero no se habían percatado que había un nuevo habitante en la casa. El nuevo cachorrillo de Manuel estaba con el amo, con la barriga llena de leche después de hacerle dos mamadas completas desde que volviese de la casa de sus padres. Ya desnudo y a cuatro patas como un perro de ley, fue presentado a su nueva familia. “Este es un nuevo perro. Se llama Pal y es joven e inexperto, pero aprenderá rápido todo lo que debe saber y hacer para servirme... Pal, ve con tus hermanos”. Y Manuel, tras estas palabras, los envió a todos al comedero, añadiendo: “Luego venís todos al comedor para acompañarme en el almuerzo, como siempre”.
Jul volvió a ver el cielo negro sobre su testa. Ahora otro joven venía a quitarle más tiempo de estar con su dueño. Además parecía simpático y no era feo, por lo que podía ser un serio competidor en la cama de su amo. Aunque no quería que su señor advirtiese su pesar, porque le castigaría. Y no con azotes ni penas físicas, que esas no eran sanciones sino goces para él. Manuel le infringiría otro tipo de sufrimiento peor y sería estrujándole el corazón. Pero era tarde, porque su disimulo no engañó a su señor.
Ya en el comedor, el amo arrastró a Jul por el collar hasta pegarlo a la pata de su silla y se sentó a comer. Miró a su cachorro desde lo alto y le puso un pie sobre la cabeza, diciendo: “Vas a terminar sirviéndome sólo de alfombra por tu tozudez... Serás puñetero y mamón, pedazo de cabrón!”. Y empezó su almuerzo sin pronunciar ni una palabra más. Sólo le dio a los otros cachorros los acostumbrados trozos de su comida para ver como se los disputaban entre ellos. Y Jul seguía bajo el pie de su dueño, como ha de estar siempre un puto perro que le cuesta obedecer a su amo.
El cachorrillo se adaptaba más que bien, porque se lo tomaba todo como un juego y sabía como quitarles la comida de la boca a sus nuevos compañeros. Además le gustaban y sin saber que podía ser castigado severamente, les tocaba descaradamente los huevos y las pollas, para que al encogerse soltasen el pedazo de entre los dientes. Iba a ser un perro listo el joven Pal. Y Manuel no quería ser excesivamente estricto con él aún, por lo que hizo la vista gorda y no le volvió a poner el culo como las brasas por meter mano a sus hermanos sin permiso. Además era bueno conocer hasta donde llegaba su vicio y por que parte de la anatomía de los otros perros tenía preferencia el muy puta. Y estaba claro que a quien le había salido un serio rival era a Geis. Las vergas le pirraban al chico!. Como no se le pusiese freno andaría todo el día soltando semen por el culo.
A media tarde, Manuel le ordenó a Adem que llevase a los perros y a sus guardianes a la vieja cuadra. El criado así lo hizo y esperaron a que fuese el amo, preguntándose por lo bajo que iría a hacerles allí.
Entró el amo y todos pusieron las orejas en posición de alerta. Y habló: “Adem, tápale los ojos a todos los cachorros con estas vendas negras... y que los imesebelen sujeten a Bom, poniéndolo de espaldas sobre esa mesa... Los cuatro... Bien... Ahora vosotros dos agarrarle con fuerza la cabeza y las manos. Y vosotros levantarle las patas y abrirle bien el compás... Así... que no se mueva... Adem, ponle la barra de goma entre los dientes para que no se muerda la lengua... Eso es”.
El amo se acercó al cachorro con una especie de desatornillador grande en la mano, cuya punta terminaba con su hierro. Y lo apoyó en la entrepierna de Bom, justo en el mismo lugar en el que llevaba la marca Jul. Y al apretar un botón le dio una descarga, grabándole su letra en al piel. El mastín se estremeció con violencia, mordió el bozal hasta clavar sus colmillos y las lágrimas cayeron a los lados de su cara. Manuel había decidido marcar a todos sus perros, con algo más actual que el hierro y el fuego, y había comprado un marcador eléctrico parecido al que usan los criadores de cerdos. De ese modo si robaban otro de sus cachorros sería notorio quien era su dueño.
Adem corrió a ponerle un calmante a su cachorro predilecto y a tranquilizarlo con su dedicación y cariño. A una señal del amo los guardianes lo soltaron y Manuel le dijo a su criado: “Llévatelo y cura su herida... Ahora le toca a Geis y vuelve a por él”.
El perrillo ni nervioso se puso. Se abrió de patas el mismo, como si fuesen a follárselo los cuatro negros, y aunque mordió el barrote y le pegó un calambre el marcador, el perrillo aguantó el tipo como un machote. Quién iba a decir que para eso era más valiente que el mastín!. Y detrás fue Aza, que también se portó como un bravo recibiendo el chisporroteo junto a sus cojones con resignación.
Y ya sólo quedaban con el amo los guardianes, Jul y Pal. Y les ordenó a los africanos que trajesen a Jul. El cachorro creía estar seguro de lo que le había hecho a sus hermanos y no entendía que lo fuese a marcar otra vez. Pero no era eso precisamente lo que le esperaba a él, aunque muy posiblemente también le dejase marca en el alma.
Manuel dijo que lo pusiesen de bruces, atado de pies y manos a las cuatro patas de la mesa, y una vez cumplida la orden por los imesebelen se aproximó al culo del cachorro y acarició en círculo su esfínter con las yemas de los dedos. Y se sentó mirando de frente el trasero de Jul.
Pasado un breve tiempo, el chico empezó a mover el culo en todas las direcciones, cerrando y abriendo el ano con nerviosismo, como si necesitase urgentemente que algo le aliviase un terrible escozor, parecido al que se siente en el ojete cuando se tienen lombrices en el intestino. El cachorro no paraba y su picor iba en aumento. Se retorcía cuanto podía y levantaba el trasero como buscando un nabo para metérselo dentro y que le frotase el interior, que cada vez le urgía más sentirlo lleno.
Manuel, quieto, observaba la escena, con el muchacho crispado sobre la mesa como un cabrito endemoniado y los cuatro custodios en las esquinas mirando al tendido como si no hubiese nada encima del tablero. Jul gemía y jadeaba con sudores fríos y parecía que iba a partir los dedos de las manos intentando clavar las uñas en la madera, sobre la que apretaba la frente. La babas caían de su boca y los lamentos subían de tono.
El otro cachorrillo no podía ver nada, pero oía asustado la quejumbrosa ansia del cachorro y no se atrevía ni a respirar por miedo a lo que pudiese hacerle el amo.
Entonces Manuel se levantó y se acercó a las cachas de Jul, diciéndole: “El deseo violento e insaciable en la mujer de entregarse a la cópula, se llama furor uterino. Y eso es lo que tú tienes ahora. Esa sensación y ese fuego que te quema el ano te lo produce una sustancia que te he puesto con mis dedos y como mejor se alivia es follando. Ruégame, mejor, suplícame que permita a estos cuatro negros que te follen y no sólo gozarás como una perra sino que ese chocho ardiendo se apagará con el semen de estos salvajes. Suplica, Joder!... Pídemelo y no pararán de darte por el culo hasta que el efecto de la droga haya pasado... Vamos Jul!”.
El cachorro negó con la cabeza y volvería a renegar cuantas veces fuese preciso antes de aceptar voluntariamente que otra verga distinta a la de su dios le diese el menor consuelo en su furor. Manuel se fue hacia el cachorrillo lo levantó y lo llevó a la mesa, doblándolo en ella para Jul viese como su amo lo follaba. Y su señor le metió un buen polvo al cachorrillo ante la desesperación de su mascota. El nuevo perro tenía aguante y Manuel le dejó el culo como una flor deshojada, pero satisfecho y repleto de lefa, que es lo que al chico le gustaba cada vez más.
Y Manuel volvió a su asiento y le preguntó otra vez al cachorro: “Quieres polla, puta?... Contesta a tu amo, guarra!”. “Sí, mi amo. La tuya y nada más”, respondió el esclavo. “Conque la mía... Y no prefieres la de tu amigo Bom?... Esta mañana en el río os lo pasabais muy bien juntos... Ah, no me acordaba que tiene la entrepierna quemada y no está para polvos ahora... Bueno siguen aquí mis bellos africanos y ya sabes que tiene un buen cipote... Te hace, zorra?”. “No. mi señor... No me tortures así...Perdón... Perdón, pero no hice nada malo con Bom. Sólo jugar en el agua, mi amo”, dijo el chico llorando como una magdalena. “Lo sé, imbécil... Crees que esto es por estar con Bom?... No... Es porque me da la gana y gozo viéndote padecer ese martirio insoportable que tienes en el jodido culo... Pero ya que eres tan fiel voy a ser generoso y te voy a suavizar el tormento”, le contestó Manuel. Se incorporó y cogió un palo de tamaño mediano, muy pulido y redondeado en el extremo, y se lo introdujo por el agujero del culo a su mascota, diciendo: “Esto te refrescara la comezón de ese celo irredento que tienes”. Jul intentó mover el palo como para consolarse con su roce, pero su amo le atizó un zurriagazo en las nalgas con una vara, chillando. “Ni se te ocurra masturbarte con eso, puto cerdo!. Si te lo meto es para que lo tengas dentro y nada más... Y si quieres polvo, ya sabes que a tu lado está la solución a tus males... Pal, chúpamela que quiero darte caña otra vez. Esta tarde estoy salido y necesito dar por culo a tope”.
El cachorrillo se puso a la tarea con máximo empeño y al rato la verga de su dueño ya estaba tan dispuesta para el ataque como la suya. Y Manuel se lo benefició otra vez, pero con más energía y ganas, disparada su lujuria por el dolor que su amado sentía en el alma. Definitivamente creía ser más fuerte que su cachorro y como aplastarlo y reducirlo a polvo. Aunque posiblemente no calibraba bien la resistencia y fuerza de su esclavo. Al terminar de ponerle el culo a Pal como una coliflor desmochada, bañada en leche que le caía por las patas, y de dejar el chico una buena corrida en el suelo, el amo despachó al cachorrillo y a los imesebelen y se quedó solo con su mascota.
Sin decir nada removió el palo dentro del culo del muchacho y éste gimió agradecido por el descanso que eso le daba a su picor. Manuel se sentó de nuevo y se quedó mirando a su amor sin hacer el menor ruido. Pasados quince minutos movió otra vez el palo y Jul se estremeció de gusto. Manuel se excitaba por momentos al ver el culo de su mascota pinchado como una aceituna y a la media hora hizo lo mismo con el palo. Repitió la operación y una hora más tarde le sacó el consolador y le dijo:”Eres un cabezota, Jul. Por qué me haces hacerte estas cosas?. Y cómo puedes tener tanto aguante, cabrón?”. “Perdoname, mi señor. Pero no puedo evitar amarte y desearte más que a mi vida. Mi amo... Mi dios”, respondió el muchacho. Y Manuel no pudo reprimir el deseo de estamparle un beso y follarlo allí mismo sin desatarlo de la mesa.
La sustancia también hizo su efecto en la verga del amo, poniéndola como una berenjena de gorda y morada, y más que una follada fue un cabalgar sin rumbo ni destino, pero que no tenía fin. Y ninguno de los dos tenía suficiente esperma es sus cojones para aguantar semejante desenfreno de libidinosa locura.
Aquella noche durmieron abrazados, sin despegar los labios para besarse hasta dormidos.
Jul volvió a ver el cielo negro sobre su testa. Ahora otro joven venía a quitarle más tiempo de estar con su dueño. Además parecía simpático y no era feo, por lo que podía ser un serio competidor en la cama de su amo. Aunque no quería que su señor advirtiese su pesar, porque le castigaría. Y no con azotes ni penas físicas, que esas no eran sanciones sino goces para él. Manuel le infringiría otro tipo de sufrimiento peor y sería estrujándole el corazón. Pero era tarde, porque su disimulo no engañó a su señor.
Ya en el comedor, el amo arrastró a Jul por el collar hasta pegarlo a la pata de su silla y se sentó a comer. Miró a su cachorro desde lo alto y le puso un pie sobre la cabeza, diciendo: “Vas a terminar sirviéndome sólo de alfombra por tu tozudez... Serás puñetero y mamón, pedazo de cabrón!”. Y empezó su almuerzo sin pronunciar ni una palabra más. Sólo le dio a los otros cachorros los acostumbrados trozos de su comida para ver como se los disputaban entre ellos. Y Jul seguía bajo el pie de su dueño, como ha de estar siempre un puto perro que le cuesta obedecer a su amo.
El cachorrillo se adaptaba más que bien, porque se lo tomaba todo como un juego y sabía como quitarles la comida de la boca a sus nuevos compañeros. Además le gustaban y sin saber que podía ser castigado severamente, les tocaba descaradamente los huevos y las pollas, para que al encogerse soltasen el pedazo de entre los dientes. Iba a ser un perro listo el joven Pal. Y Manuel no quería ser excesivamente estricto con él aún, por lo que hizo la vista gorda y no le volvió a poner el culo como las brasas por meter mano a sus hermanos sin permiso. Además era bueno conocer hasta donde llegaba su vicio y por que parte de la anatomía de los otros perros tenía preferencia el muy puta. Y estaba claro que a quien le había salido un serio rival era a Geis. Las vergas le pirraban al chico!. Como no se le pusiese freno andaría todo el día soltando semen por el culo.
A media tarde, Manuel le ordenó a Adem que llevase a los perros y a sus guardianes a la vieja cuadra. El criado así lo hizo y esperaron a que fuese el amo, preguntándose por lo bajo que iría a hacerles allí.
Entró el amo y todos pusieron las orejas en posición de alerta. Y habló: “Adem, tápale los ojos a todos los cachorros con estas vendas negras... y que los imesebelen sujeten a Bom, poniéndolo de espaldas sobre esa mesa... Los cuatro... Bien... Ahora vosotros dos agarrarle con fuerza la cabeza y las manos. Y vosotros levantarle las patas y abrirle bien el compás... Así... que no se mueva... Adem, ponle la barra de goma entre los dientes para que no se muerda la lengua... Eso es”.
El amo se acercó al cachorro con una especie de desatornillador grande en la mano, cuya punta terminaba con su hierro. Y lo apoyó en la entrepierna de Bom, justo en el mismo lugar en el que llevaba la marca Jul. Y al apretar un botón le dio una descarga, grabándole su letra en al piel. El mastín se estremeció con violencia, mordió el bozal hasta clavar sus colmillos y las lágrimas cayeron a los lados de su cara. Manuel había decidido marcar a todos sus perros, con algo más actual que el hierro y el fuego, y había comprado un marcador eléctrico parecido al que usan los criadores de cerdos. De ese modo si robaban otro de sus cachorros sería notorio quien era su dueño.
Adem corrió a ponerle un calmante a su cachorro predilecto y a tranquilizarlo con su dedicación y cariño. A una señal del amo los guardianes lo soltaron y Manuel le dijo a su criado: “Llévatelo y cura su herida... Ahora le toca a Geis y vuelve a por él”.
El perrillo ni nervioso se puso. Se abrió de patas el mismo, como si fuesen a follárselo los cuatro negros, y aunque mordió el barrote y le pegó un calambre el marcador, el perrillo aguantó el tipo como un machote. Quién iba a decir que para eso era más valiente que el mastín!. Y detrás fue Aza, que también se portó como un bravo recibiendo el chisporroteo junto a sus cojones con resignación.
Y ya sólo quedaban con el amo los guardianes, Jul y Pal. Y les ordenó a los africanos que trajesen a Jul. El cachorro creía estar seguro de lo que le había hecho a sus hermanos y no entendía que lo fuese a marcar otra vez. Pero no era eso precisamente lo que le esperaba a él, aunque muy posiblemente también le dejase marca en el alma.
Manuel dijo que lo pusiesen de bruces, atado de pies y manos a las cuatro patas de la mesa, y una vez cumplida la orden por los imesebelen se aproximó al culo del cachorro y acarició en círculo su esfínter con las yemas de los dedos. Y se sentó mirando de frente el trasero de Jul.
Pasado un breve tiempo, el chico empezó a mover el culo en todas las direcciones, cerrando y abriendo el ano con nerviosismo, como si necesitase urgentemente que algo le aliviase un terrible escozor, parecido al que se siente en el ojete cuando se tienen lombrices en el intestino. El cachorro no paraba y su picor iba en aumento. Se retorcía cuanto podía y levantaba el trasero como buscando un nabo para metérselo dentro y que le frotase el interior, que cada vez le urgía más sentirlo lleno.
Manuel, quieto, observaba la escena, con el muchacho crispado sobre la mesa como un cabrito endemoniado y los cuatro custodios en las esquinas mirando al tendido como si no hubiese nada encima del tablero. Jul gemía y jadeaba con sudores fríos y parecía que iba a partir los dedos de las manos intentando clavar las uñas en la madera, sobre la que apretaba la frente. La babas caían de su boca y los lamentos subían de tono.
El otro cachorrillo no podía ver nada, pero oía asustado la quejumbrosa ansia del cachorro y no se atrevía ni a respirar por miedo a lo que pudiese hacerle el amo.
Entonces Manuel se levantó y se acercó a las cachas de Jul, diciéndole: “El deseo violento e insaciable en la mujer de entregarse a la cópula, se llama furor uterino. Y eso es lo que tú tienes ahora. Esa sensación y ese fuego que te quema el ano te lo produce una sustancia que te he puesto con mis dedos y como mejor se alivia es follando. Ruégame, mejor, suplícame que permita a estos cuatro negros que te follen y no sólo gozarás como una perra sino que ese chocho ardiendo se apagará con el semen de estos salvajes. Suplica, Joder!... Pídemelo y no pararán de darte por el culo hasta que el efecto de la droga haya pasado... Vamos Jul!”.
El cachorro negó con la cabeza y volvería a renegar cuantas veces fuese preciso antes de aceptar voluntariamente que otra verga distinta a la de su dios le diese el menor consuelo en su furor. Manuel se fue hacia el cachorrillo lo levantó y lo llevó a la mesa, doblándolo en ella para Jul viese como su amo lo follaba. Y su señor le metió un buen polvo al cachorrillo ante la desesperación de su mascota. El nuevo perro tenía aguante y Manuel le dejó el culo como una flor deshojada, pero satisfecho y repleto de lefa, que es lo que al chico le gustaba cada vez más.
Y Manuel volvió a su asiento y le preguntó otra vez al cachorro: “Quieres polla, puta?... Contesta a tu amo, guarra!”. “Sí, mi amo. La tuya y nada más”, respondió el esclavo. “Conque la mía... Y no prefieres la de tu amigo Bom?... Esta mañana en el río os lo pasabais muy bien juntos... Ah, no me acordaba que tiene la entrepierna quemada y no está para polvos ahora... Bueno siguen aquí mis bellos africanos y ya sabes que tiene un buen cipote... Te hace, zorra?”. “No. mi señor... No me tortures así...Perdón... Perdón, pero no hice nada malo con Bom. Sólo jugar en el agua, mi amo”, dijo el chico llorando como una magdalena. “Lo sé, imbécil... Crees que esto es por estar con Bom?... No... Es porque me da la gana y gozo viéndote padecer ese martirio insoportable que tienes en el jodido culo... Pero ya que eres tan fiel voy a ser generoso y te voy a suavizar el tormento”, le contestó Manuel. Se incorporó y cogió un palo de tamaño mediano, muy pulido y redondeado en el extremo, y se lo introdujo por el agujero del culo a su mascota, diciendo: “Esto te refrescara la comezón de ese celo irredento que tienes”. Jul intentó mover el palo como para consolarse con su roce, pero su amo le atizó un zurriagazo en las nalgas con una vara, chillando. “Ni se te ocurra masturbarte con eso, puto cerdo!. Si te lo meto es para que lo tengas dentro y nada más... Y si quieres polvo, ya sabes que a tu lado está la solución a tus males... Pal, chúpamela que quiero darte caña otra vez. Esta tarde estoy salido y necesito dar por culo a tope”.
El cachorrillo se puso a la tarea con máximo empeño y al rato la verga de su dueño ya estaba tan dispuesta para el ataque como la suya. Y Manuel se lo benefició otra vez, pero con más energía y ganas, disparada su lujuria por el dolor que su amado sentía en el alma. Definitivamente creía ser más fuerte que su cachorro y como aplastarlo y reducirlo a polvo. Aunque posiblemente no calibraba bien la resistencia y fuerza de su esclavo. Al terminar de ponerle el culo a Pal como una coliflor desmochada, bañada en leche que le caía por las patas, y de dejar el chico una buena corrida en el suelo, el amo despachó al cachorrillo y a los imesebelen y se quedó solo con su mascota.
Sin decir nada removió el palo dentro del culo del muchacho y éste gimió agradecido por el descanso que eso le daba a su picor. Manuel se sentó de nuevo y se quedó mirando a su amor sin hacer el menor ruido. Pasados quince minutos movió otra vez el palo y Jul se estremeció de gusto. Manuel se excitaba por momentos al ver el culo de su mascota pinchado como una aceituna y a la media hora hizo lo mismo con el palo. Repitió la operación y una hora más tarde le sacó el consolador y le dijo:”Eres un cabezota, Jul. Por qué me haces hacerte estas cosas?. Y cómo puedes tener tanto aguante, cabrón?”. “Perdoname, mi señor. Pero no puedo evitar amarte y desearte más que a mi vida. Mi amo... Mi dios”, respondió el muchacho. Y Manuel no pudo reprimir el deseo de estamparle un beso y follarlo allí mismo sin desatarlo de la mesa.
La sustancia también hizo su efecto en la verga del amo, poniéndola como una berenjena de gorda y morada, y más que una follada fue un cabalgar sin rumbo ni destino, pero que no tenía fin. Y ninguno de los dos tenía suficiente esperma es sus cojones para aguantar semejante desenfreno de libidinosa locura.
Aquella noche durmieron abrazados, sin despegar los labios para besarse hasta dormidos.
miércoles, 22 de febrero de 2012
Capítulo 34 / El río
La alegría de Bom era incontenible esa mañana. El amo les había dicho que irían a río y eso al mastín le encantaba. Y en esta ocasión mucho más, puesto que sería la primera vez que iba con Jul y jugarían juntos en el agua y podrían tumbarse sobre la hierba a secarse al sol. Tendría al cachorro muy cerca y casi creería por unas horas que eran algo más que compañeros en la perrera de su dueño.
Manuel tenía que resolver asuntos de la finca, así que no estaría con los cachorros, ni disfrutaría del baño con ellos. Los cuatro guardianes acompañarían a los perros, mientras Adem preparaba el almuerzo del señor y del resto de los habitantes de la casa. Al africano no le gustaba que otras manos anduviesen en sus fogones, por lo que siempre se resistía a tener ayudantes en la cocina. Desde que estaban sus parientes en la casa de Manuel, les permitía que realizasen tares auxiliares, como servir la mesa, poner el agua y la comida para los cachorros o trabajos de lavandería y plancha. Lo cual le aliviaba bastante el trabajo diario al criado.
Cuando el amo dio su permiso, salieron corriendo los cachorros y sus vigilantes africanos, todos completamente desnudos y bamboleando sus badajos en un concierto tremendamente armónico. Y en una desenfrenada carrera se fueron hacia un remanso del río, que formaba una piscina natural, en la que podían nadar y lanzarse al agua sin miedo a golpearse en la cabeza, ni lastimarse con alguna piedra sumergida. Era una zona conocida y explorada desde su infancia por Manuel y de la que Bom ya conocía todos los secretos para moverse en ella como en el patio de la casa de la ciudad.
Todos corrían y saltaban matorrales y arbustos, como jóvenes criaturas, y era digno de ver a ocho culos brincando sin temblarles las carnes y rebotando el sol sobre sus diferentes tonos de piel. Llegaron a la orilla del remanso jadeando y un poco cansados, pero al mastín le falto tiempo para meterse en el agua, primero despacio tanteando su frialdad, pero a los dos minutos ya estaba nadando y salpicando al resto, provocándolos para que le acompañasen y se mojasen el culo con él. Fue Jul el primero en recoger el guante del desafío y se lanzó, golpeando la superficie del agua como una bomba, para sumergirse bajo ella y emerger empujando a Bom con fuerza. Este se revolvió, agarrando al cachorro por la cintura, y lo elevó sobre su cabeza para dejarlo caer en el agua otra vez. Jul recuperó la vertical de un salto y su torso sobresalió entre un arco iris de gotas de luz, sacudidas por un movimiento en abanico de su cuerpo, que relucía al sol como si fuese de cristal.
Enseguida se animaron Aza y Geis y el negrito pronto quiso emular al mastín tirándose desde las piedras más altas de la orilla, y sacar la cabeza a la superficie después de tirar de los pies del perrillo para hacerle tragar agua. Geis se ponía furioso y nadaba tras él joven cachorro para devolverle la broma y, de paso, agarrarle la polla o los huevos y disfrutar unos segundos sobándolo. Geis casi nunca perdía ocasión de meterle mano a Aza o a cualquiera de los cuatro negrazos, que también se echaron al agua, exhibiendo el brillo de sus cuerpos y su destreza nadando a braza. Los cuatro poseían flexibilidad felina saltando en carpa desde las rocas y aún siendo tan grandes, no dejaban de ser como niños a la hora de divertirse. La belleza de los ocho muchachos alegraba la vista de cualquiera y, al parecer, también la de un chaval que los espiaba escondido tras unas matas.
Era el mayor de los hijos de los caseros de Manuel, que no sólo conocía el paraje sino que dominaba todos sus escondrijos y senderos. El chico tenía la bragueta abierta y se manoseaba la polla excitada, sin perderse nada de los juegos y movimientos de los cachorros y sus custodios. En esas estaba el muchacho, cuando una mano le tocó un hombro por detrás y al volverse sobresaltado, su susto fue mayor cuando vio que era Manuel quien lo había cachado con las manos en la masa.
El amo se lo había pensado mejor y optó por atender sus asuntos más tarde y pasar un rato con sus cachorros en el río. Pero como conocía muy bien el terreno, fue por un atajo y así pescó al intruso cuando se la cascaba a la salud de sus perros y guardianes. Pero no sólo no le dijo nada, sino que con el dedo le indicó que no hablase él ni hiciese ruido alguno y se sentó a su lado.
El chico estaba nervioso y colorado como una tomate y Manuel le pasó el brazo por los hombros y le dijo por lo bajo: “Te gusta verlos. Eh?... Son todos muy guapos. Verdad?”. “Sí señor”, contestó él azarado. “Y cuál es el que más te gusta?”. Preguntó Manuel. El crío tardó en responder, como si no entendiese la pregunta, pero ante la insistencia de su interlocutor, dijo: “Aquel”. “Vaya (exclamó Manuel)... Pues ese es sólo mío... Y por qué te gusta más que los otros?... Habla y no te cortes, porque te entiendo perfectamente. A mí también es el que más me gusta”. El chaval cogió confianza y habló si reparos: “No sé. Lo veo más guapo y mira de una forma que me pone nervioso, pero me gusta verle a los ojos”. “Ya... Sí. Va a ser eso. Los putos ojos verdes del chiquillo es lo que encandila al resto de los mortales (dijo Manuel). Y preguntó: “Saben algo de esto tus padres?”. “No!... No, señor... No se lo dirá, verdad?”. Rogó el chico muy apurado. “No... Yo no soy ningún chivato. Y además seguro que ellos no lo entenderían como yo”, le contestó Manuel tranquilizándolo. “Claro que no, señor... Mi padre me mataría si sospechase algo”. “Pero ya has estado con algún tío”, inquirió Manuel. “No... No, señor... Aún no, Pero me gustaría porque ya estoy harto de hacerme pajas pensando en otros colegas del pueblo... Y si se diesen cuenta de que me gustan... Joder!... O me corren a hostias o me meten un palo por el culo. Así le hicieron a uno de un pueblo vecino, que le quiso chupar la picha a otro de aquí, detrás de la caseta de tiro durante las fiestas de San Antón”. Contestó el muchacho. Y dijo Manuel: “Pues menos mal que no hicieron la matanza con él en honor al Santo... Que brutos pueden ser estos paletos!“, apuntilló Manuel algo preocupado por el chaval. “Bueno, pues ahora lárgate a casa que ya está bien de tocarte los huevos a dos manos”, añadió Manuel despidiendo al chaval.
El amo se quedó sentado, mirando a sus cachorros, y reflexionó sobre el encanto de Jul, que hasta había conquistado a un mozo del pueblo, que con apenas dieciocho años iba a pelársela en su honor noche tras noche, hasta que encontrase un tío que le destapase el frasco de las esencias del sexo.
Y posó los ojos en la espalda de su mascota, echado al sol pegado a Bom, que haciéndose el dormido acercaba su mano a la del otro como cuando los follaba el amo a los dos juntos. Cuánto daría el mastín por subirse sobre su compañero y recorrer su cuerpo con los labios, pensó Manuel. Qué tenía aquel puto perro, que a todo el mundo enganchaba con esa indolencia y ese descuido personal que lo hacían tan atractivo?. Y, sin embargo, no era frecuente verlo feliz del todo, a no ser que estuviese a solas con su amo. Y eso era lo que Manuel quería corregir en su cachorro. Su adoración y su amor por él no debían impedir que el chico gozase del resto que tenía a su alrededor. Y por supuesto que se encontrase a gusto en la perrera con sus hermanos. Era su sitio y su destino no podía ser otro que ser un mero juguete para uso sexual de su señor. Pero la situación se estaba volviendo muy distinta. Manuel se pasaba el día con su mascota en la mente y tenía que admitir que le faltaba algo si no estaba con él. Y por más vueltas que le daba no conseguía evitarlo. Era necesario empezar a desprenderse del chico, entregándolo sexualmente a otro. Pero para eso necesitaba mucha fuerza de voluntad y admitir un sacrificio que no sabía si podría soportar.
Y volvió a pensarlo mejor y regresó a la casa sin que los cachorros se diesen cuenta de que los había estado mirando sentado tras un matojo. Y al llegar cerca de la casona, le pareció oír un gruñido que venía de las cuadras y se aproximó sin hacer ruido a ver de lo que se trataba. Juraría que fue uno de los mastines, pero no estando seguro era mejor comprobarlo. Esos perros , que no hablan, si ladran o gruñen es por algo. Y efectivamente lo era.
Detrás de unas tablas el mirón del río volvía a tocarse la minga, con los pantalones bajados, pero esta vez ayudaba su fantasía masturbando al perro, que le agradecía el favor con gruñidos , jadeos y lametazos en la cara. Manuel su fue hacía los dos como una exhalación y levantó por las orejas al muchacho. Lo arrastró hasta un cobertizo donde guardaban aperos de labranza y, sin darle tiempo ni de rechistar, lo puso de bruces sobre un madero y le arreó una somanta de azotes en el culo que no la olvidaría en meses.
El chico, llorando como un niñote, le pedía perdón e intentaba proteger sus nalgas con las manos, pero Manuel era un experto en zurrar un trasero por mucho que se resistiese el azotado. Cuando ya era todo hipos y lágrimas, Manuel le ordenó ponerse contra una pared, sin subirse los pantalones, y que se quedase allí hasta que le refrescasen los glúteos, colorados como fresones, y le bajase la polla, todavía dura como un poste. Y la verdad es que el muchacho tenía un bonito culo para otros usos también y un cipote muy aprovechable. Y encima era bastante guapo al estilo rústico.
Manuel fue a la casa a ver unos papeles y a darle instrucciones a Adem, respecto a lo que haría esa tarde y regresó al lugar donde purgaba su culpa el chico de los caseros. Ni se había movido y se frotaba con ambas manos la carne dolorida y caliente. Y Manuel se acercó por detrás y le palpó las nalgas, que estaban ardiendo, y profundizó con los dedos entre ellas, repasándole la raja del culo. El muchacho siguió sin moverse y retiró las manos. Y Manuel, dijo: “Jamás vuelvas a tocar a uno de mis perros sin mi permiso, o te cortaré las manos y los huevos... Has comprendido, cabrón?”. “Sí, señor”, contestó el chaval atemorizado.”Estas seguro que lo has entendido?”, insistió el señor. “Sí. Que no toque a los mastines”, dijo el muchacho. “Ves como eres torpe y hay que enseñarte a golpes (dijo Manuel). Los que estaban en el río también son mis perros”. “Son chavales como yo!”. Dijo el chico asombrado. Y añadió Manuel: “No son chavales. Pero sí son como tú, porque tú también eres un perro y yo soy tu amo”.
El chico quedó desconcertado, pero no se atrevió a mirar a Manuel ni a mover un solo pelo. Y éste le preguntó: “ Lo entiendes ahora, puto de mierda!... Contesta cuando te habla tu amo” y le dio otro azote que sonó en media finca. “Sí”, respondió el chaval. “Sí qué”, volvió a oír. “Sí... mi... amo”, le salió por la boca sin darse cuenta que se entregaba a la propiedad de Manuel. “Está bien, cerdo... Te voy a enseñar a obedecerme como ellos y voy a hacerte lo que tanto deseas... Dóblate”, ordenó el amo. Y dejó caer un lapo en su verga y otro en los dedos, para mojarle el agujero, y con bastante cuidado la metió un poco, la sacó del todo, volvió a escupirle en el mismo ojete y esperó. El chico estaba tenso y respiraba muy agitado y Manuel le dijo con cariño: “Relájate y respira hondo, que será mejor así. Esto ya es irremediable y te voy a dar por el culo. Así que disfrútalo y haz que yo goce también... Abre más las patas y afloja el culo”. El chaval tiró el culo para atrás y, de pronto, el glande del amo se coló dentro del muchacho, llevando consigo el resto de su verga. Manuel conocía pocos que se hubiesen entregado del todo la primera vez, pero era justo admitir que este crío fue uno de ellos. Lo folló como si todos los días le metiesen media docena de polvos y el chico terminó antes que el otro. Pero el señor, al tocarle el pito y darse cuenta de que ya se había corrido, le dijo: “El placer que cuenta es el mío, así que vas a aguantarte porque te voy a seguir jodiendo hasta que me salga toda la leche dentro de ti, guarro de los cojones!”. Y el chico siguió abriendo el culo y eyaculó otra vez al tiempo que Manuel. El amo había encontrado otro cachorro que prometía. Sólo había que educarlo y enseñarle unas cuantas cosas más. Y además sería otro motivo para joder y castigar a su mascota viendo al lado de su dueño otro competidor.
“Ya veo que estabas caliente, puto maricón!, le dijo Manuel al muchacho. “Sí”, respondió el chaval y le cayó una hostia en la cara seguida de las palabras del amo: “Sí, amo. O sí, señor. Que te lo voy a meter en esa puta cabeza a leches y a correazos, puto mierda!”. “Perdón, No lo haré más”, balbuceó el chico y Manuel lo volvió a tumbar con el culo en pompa sobre una rodilla y le asestó otra zurra repitiendo con cada azote: “Sí, amo... Sí, amo... Sí, amo... Perdón, amo... Sí, señor...”. Y el chaval quedó otra vez con las nalgas calientes. Y el amo le ordenó: “Y ahora vete a tu casa y le dices a tus padres que te quedas conmigo porque necesito tus servicios... Y vuelve rápido que te voy a enseñar como se mama una polla”. “Sí, amo... Me quedaré también por la noche, amo?”. “Es que no habló claro, estúpido!?... Pues claro que te quedaras de día y de noche”, respondió el señor. “Para siempre, amo?”, quiso saber el muchacho. “Si mereces la pena como perro, sí... Alguna pregunta más, cabrón?”, respondió Manuel. Y sí quiso preguntar más el chaval: “Me follaran los otros también, señor?”. Manuel se rió y dijo: “Puede que alguno juegue contigo de vez en cuando... Pero al principio serás para mí solamente... De todos modos eso es cosa mía y a ti ni te incumbe ni te importa... Tu cuerpo me pertenece y tu vida es mía para hacer lo que quiera con ella... Así que lárgate ya y vete volando porque te quiero en mi casa a la hora de comer... Cuanto antes empieces con una dieta adecuada, mejor... Por cierto, cómo te llamas?”. “Raúl, amo”, respondió el chico. Pero el amo lo bautizó como a los otros perros y dijo: “No me gusta... Te llamaré Pal, de paleto. Eso es. Serás Pal”. Y le metió un puntapié en el trasero a su nuevo cachorrillo, poniéndolo en marcha hacia la casa donde vivían sus padres.
Y no habían transcurrido diez minutos cuando aparecían los bañistas, contentos y cansados por el ejercicio. Y Manuel, al verlos, se dijo para sí: “Tengo que cambiarles los collares a Bom y a Geis, porque los tienen estropeados del agua y no me gusta que anden con esa humedad en el cuello. Son mejores los de acero como el de Aza. Y de paso le traeré uno al nuevo, que un perro no puede andar si collar”.
Los imesebelen saludaron al amo y los perros se pusieron a sus pies, aguardando que acariciase sus cabezas, y les dio permiso para entrar en la casa. La excursión al río había terminado.
Manuel tenía que resolver asuntos de la finca, así que no estaría con los cachorros, ni disfrutaría del baño con ellos. Los cuatro guardianes acompañarían a los perros, mientras Adem preparaba el almuerzo del señor y del resto de los habitantes de la casa. Al africano no le gustaba que otras manos anduviesen en sus fogones, por lo que siempre se resistía a tener ayudantes en la cocina. Desde que estaban sus parientes en la casa de Manuel, les permitía que realizasen tares auxiliares, como servir la mesa, poner el agua y la comida para los cachorros o trabajos de lavandería y plancha. Lo cual le aliviaba bastante el trabajo diario al criado.
Cuando el amo dio su permiso, salieron corriendo los cachorros y sus vigilantes africanos, todos completamente desnudos y bamboleando sus badajos en un concierto tremendamente armónico. Y en una desenfrenada carrera se fueron hacia un remanso del río, que formaba una piscina natural, en la que podían nadar y lanzarse al agua sin miedo a golpearse en la cabeza, ni lastimarse con alguna piedra sumergida. Era una zona conocida y explorada desde su infancia por Manuel y de la que Bom ya conocía todos los secretos para moverse en ella como en el patio de la casa de la ciudad.
Todos corrían y saltaban matorrales y arbustos, como jóvenes criaturas, y era digno de ver a ocho culos brincando sin temblarles las carnes y rebotando el sol sobre sus diferentes tonos de piel. Llegaron a la orilla del remanso jadeando y un poco cansados, pero al mastín le falto tiempo para meterse en el agua, primero despacio tanteando su frialdad, pero a los dos minutos ya estaba nadando y salpicando al resto, provocándolos para que le acompañasen y se mojasen el culo con él. Fue Jul el primero en recoger el guante del desafío y se lanzó, golpeando la superficie del agua como una bomba, para sumergirse bajo ella y emerger empujando a Bom con fuerza. Este se revolvió, agarrando al cachorro por la cintura, y lo elevó sobre su cabeza para dejarlo caer en el agua otra vez. Jul recuperó la vertical de un salto y su torso sobresalió entre un arco iris de gotas de luz, sacudidas por un movimiento en abanico de su cuerpo, que relucía al sol como si fuese de cristal.
Enseguida se animaron Aza y Geis y el negrito pronto quiso emular al mastín tirándose desde las piedras más altas de la orilla, y sacar la cabeza a la superficie después de tirar de los pies del perrillo para hacerle tragar agua. Geis se ponía furioso y nadaba tras él joven cachorro para devolverle la broma y, de paso, agarrarle la polla o los huevos y disfrutar unos segundos sobándolo. Geis casi nunca perdía ocasión de meterle mano a Aza o a cualquiera de los cuatro negrazos, que también se echaron al agua, exhibiendo el brillo de sus cuerpos y su destreza nadando a braza. Los cuatro poseían flexibilidad felina saltando en carpa desde las rocas y aún siendo tan grandes, no dejaban de ser como niños a la hora de divertirse. La belleza de los ocho muchachos alegraba la vista de cualquiera y, al parecer, también la de un chaval que los espiaba escondido tras unas matas.
Era el mayor de los hijos de los caseros de Manuel, que no sólo conocía el paraje sino que dominaba todos sus escondrijos y senderos. El chico tenía la bragueta abierta y se manoseaba la polla excitada, sin perderse nada de los juegos y movimientos de los cachorros y sus custodios. En esas estaba el muchacho, cuando una mano le tocó un hombro por detrás y al volverse sobresaltado, su susto fue mayor cuando vio que era Manuel quien lo había cachado con las manos en la masa.
El amo se lo había pensado mejor y optó por atender sus asuntos más tarde y pasar un rato con sus cachorros en el río. Pero como conocía muy bien el terreno, fue por un atajo y así pescó al intruso cuando se la cascaba a la salud de sus perros y guardianes. Pero no sólo no le dijo nada, sino que con el dedo le indicó que no hablase él ni hiciese ruido alguno y se sentó a su lado.
El chico estaba nervioso y colorado como una tomate y Manuel le pasó el brazo por los hombros y le dijo por lo bajo: “Te gusta verlos. Eh?... Son todos muy guapos. Verdad?”. “Sí señor”, contestó él azarado. “Y cuál es el que más te gusta?”. Preguntó Manuel. El crío tardó en responder, como si no entendiese la pregunta, pero ante la insistencia de su interlocutor, dijo: “Aquel”. “Vaya (exclamó Manuel)... Pues ese es sólo mío... Y por qué te gusta más que los otros?... Habla y no te cortes, porque te entiendo perfectamente. A mí también es el que más me gusta”. El chaval cogió confianza y habló si reparos: “No sé. Lo veo más guapo y mira de una forma que me pone nervioso, pero me gusta verle a los ojos”. “Ya... Sí. Va a ser eso. Los putos ojos verdes del chiquillo es lo que encandila al resto de los mortales (dijo Manuel). Y preguntó: “Saben algo de esto tus padres?”. “No!... No, señor... No se lo dirá, verdad?”. Rogó el chico muy apurado. “No... Yo no soy ningún chivato. Y además seguro que ellos no lo entenderían como yo”, le contestó Manuel tranquilizándolo. “Claro que no, señor... Mi padre me mataría si sospechase algo”. “Pero ya has estado con algún tío”, inquirió Manuel. “No... No, señor... Aún no, Pero me gustaría porque ya estoy harto de hacerme pajas pensando en otros colegas del pueblo... Y si se diesen cuenta de que me gustan... Joder!... O me corren a hostias o me meten un palo por el culo. Así le hicieron a uno de un pueblo vecino, que le quiso chupar la picha a otro de aquí, detrás de la caseta de tiro durante las fiestas de San Antón”. Contestó el muchacho. Y dijo Manuel: “Pues menos mal que no hicieron la matanza con él en honor al Santo... Que brutos pueden ser estos paletos!“, apuntilló Manuel algo preocupado por el chaval. “Bueno, pues ahora lárgate a casa que ya está bien de tocarte los huevos a dos manos”, añadió Manuel despidiendo al chaval.
El amo se quedó sentado, mirando a sus cachorros, y reflexionó sobre el encanto de Jul, que hasta había conquistado a un mozo del pueblo, que con apenas dieciocho años iba a pelársela en su honor noche tras noche, hasta que encontrase un tío que le destapase el frasco de las esencias del sexo.
Y posó los ojos en la espalda de su mascota, echado al sol pegado a Bom, que haciéndose el dormido acercaba su mano a la del otro como cuando los follaba el amo a los dos juntos. Cuánto daría el mastín por subirse sobre su compañero y recorrer su cuerpo con los labios, pensó Manuel. Qué tenía aquel puto perro, que a todo el mundo enganchaba con esa indolencia y ese descuido personal que lo hacían tan atractivo?. Y, sin embargo, no era frecuente verlo feliz del todo, a no ser que estuviese a solas con su amo. Y eso era lo que Manuel quería corregir en su cachorro. Su adoración y su amor por él no debían impedir que el chico gozase del resto que tenía a su alrededor. Y por supuesto que se encontrase a gusto en la perrera con sus hermanos. Era su sitio y su destino no podía ser otro que ser un mero juguete para uso sexual de su señor. Pero la situación se estaba volviendo muy distinta. Manuel se pasaba el día con su mascota en la mente y tenía que admitir que le faltaba algo si no estaba con él. Y por más vueltas que le daba no conseguía evitarlo. Era necesario empezar a desprenderse del chico, entregándolo sexualmente a otro. Pero para eso necesitaba mucha fuerza de voluntad y admitir un sacrificio que no sabía si podría soportar.
Y volvió a pensarlo mejor y regresó a la casa sin que los cachorros se diesen cuenta de que los había estado mirando sentado tras un matojo. Y al llegar cerca de la casona, le pareció oír un gruñido que venía de las cuadras y se aproximó sin hacer ruido a ver de lo que se trataba. Juraría que fue uno de los mastines, pero no estando seguro era mejor comprobarlo. Esos perros , que no hablan, si ladran o gruñen es por algo. Y efectivamente lo era.
Detrás de unas tablas el mirón del río volvía a tocarse la minga, con los pantalones bajados, pero esta vez ayudaba su fantasía masturbando al perro, que le agradecía el favor con gruñidos , jadeos y lametazos en la cara. Manuel su fue hacía los dos como una exhalación y levantó por las orejas al muchacho. Lo arrastró hasta un cobertizo donde guardaban aperos de labranza y, sin darle tiempo ni de rechistar, lo puso de bruces sobre un madero y le arreó una somanta de azotes en el culo que no la olvidaría en meses.
El chico, llorando como un niñote, le pedía perdón e intentaba proteger sus nalgas con las manos, pero Manuel era un experto en zurrar un trasero por mucho que se resistiese el azotado. Cuando ya era todo hipos y lágrimas, Manuel le ordenó ponerse contra una pared, sin subirse los pantalones, y que se quedase allí hasta que le refrescasen los glúteos, colorados como fresones, y le bajase la polla, todavía dura como un poste. Y la verdad es que el muchacho tenía un bonito culo para otros usos también y un cipote muy aprovechable. Y encima era bastante guapo al estilo rústico.
Manuel fue a la casa a ver unos papeles y a darle instrucciones a Adem, respecto a lo que haría esa tarde y regresó al lugar donde purgaba su culpa el chico de los caseros. Ni se había movido y se frotaba con ambas manos la carne dolorida y caliente. Y Manuel se acercó por detrás y le palpó las nalgas, que estaban ardiendo, y profundizó con los dedos entre ellas, repasándole la raja del culo. El muchacho siguió sin moverse y retiró las manos. Y Manuel, dijo: “Jamás vuelvas a tocar a uno de mis perros sin mi permiso, o te cortaré las manos y los huevos... Has comprendido, cabrón?”. “Sí, señor”, contestó el chaval atemorizado.”Estas seguro que lo has entendido?”, insistió el señor. “Sí. Que no toque a los mastines”, dijo el muchacho. “Ves como eres torpe y hay que enseñarte a golpes (dijo Manuel). Los que estaban en el río también son mis perros”. “Son chavales como yo!”. Dijo el chico asombrado. Y añadió Manuel: “No son chavales. Pero sí son como tú, porque tú también eres un perro y yo soy tu amo”.
El chico quedó desconcertado, pero no se atrevió a mirar a Manuel ni a mover un solo pelo. Y éste le preguntó: “ Lo entiendes ahora, puto de mierda!... Contesta cuando te habla tu amo” y le dio otro azote que sonó en media finca. “Sí”, respondió el chaval. “Sí qué”, volvió a oír. “Sí... mi... amo”, le salió por la boca sin darse cuenta que se entregaba a la propiedad de Manuel. “Está bien, cerdo... Te voy a enseñar a obedecerme como ellos y voy a hacerte lo que tanto deseas... Dóblate”, ordenó el amo. Y dejó caer un lapo en su verga y otro en los dedos, para mojarle el agujero, y con bastante cuidado la metió un poco, la sacó del todo, volvió a escupirle en el mismo ojete y esperó. El chico estaba tenso y respiraba muy agitado y Manuel le dijo con cariño: “Relájate y respira hondo, que será mejor así. Esto ya es irremediable y te voy a dar por el culo. Así que disfrútalo y haz que yo goce también... Abre más las patas y afloja el culo”. El chaval tiró el culo para atrás y, de pronto, el glande del amo se coló dentro del muchacho, llevando consigo el resto de su verga. Manuel conocía pocos que se hubiesen entregado del todo la primera vez, pero era justo admitir que este crío fue uno de ellos. Lo folló como si todos los días le metiesen media docena de polvos y el chico terminó antes que el otro. Pero el señor, al tocarle el pito y darse cuenta de que ya se había corrido, le dijo: “El placer que cuenta es el mío, así que vas a aguantarte porque te voy a seguir jodiendo hasta que me salga toda la leche dentro de ti, guarro de los cojones!”. Y el chico siguió abriendo el culo y eyaculó otra vez al tiempo que Manuel. El amo había encontrado otro cachorro que prometía. Sólo había que educarlo y enseñarle unas cuantas cosas más. Y además sería otro motivo para joder y castigar a su mascota viendo al lado de su dueño otro competidor.
“Ya veo que estabas caliente, puto maricón!, le dijo Manuel al muchacho. “Sí”, respondió el chaval y le cayó una hostia en la cara seguida de las palabras del amo: “Sí, amo. O sí, señor. Que te lo voy a meter en esa puta cabeza a leches y a correazos, puto mierda!”. “Perdón, No lo haré más”, balbuceó el chico y Manuel lo volvió a tumbar con el culo en pompa sobre una rodilla y le asestó otra zurra repitiendo con cada azote: “Sí, amo... Sí, amo... Sí, amo... Perdón, amo... Sí, señor...”. Y el chaval quedó otra vez con las nalgas calientes. Y el amo le ordenó: “Y ahora vete a tu casa y le dices a tus padres que te quedas conmigo porque necesito tus servicios... Y vuelve rápido que te voy a enseñar como se mama una polla”. “Sí, amo... Me quedaré también por la noche, amo?”. “Es que no habló claro, estúpido!?... Pues claro que te quedaras de día y de noche”, respondió el señor. “Para siempre, amo?”, quiso saber el muchacho. “Si mereces la pena como perro, sí... Alguna pregunta más, cabrón?”, respondió Manuel. Y sí quiso preguntar más el chaval: “Me follaran los otros también, señor?”. Manuel se rió y dijo: “Puede que alguno juegue contigo de vez en cuando... Pero al principio serás para mí solamente... De todos modos eso es cosa mía y a ti ni te incumbe ni te importa... Tu cuerpo me pertenece y tu vida es mía para hacer lo que quiera con ella... Así que lárgate ya y vete volando porque te quiero en mi casa a la hora de comer... Cuanto antes empieces con una dieta adecuada, mejor... Por cierto, cómo te llamas?”. “Raúl, amo”, respondió el chico. Pero el amo lo bautizó como a los otros perros y dijo: “No me gusta... Te llamaré Pal, de paleto. Eso es. Serás Pal”. Y le metió un puntapié en el trasero a su nuevo cachorrillo, poniéndolo en marcha hacia la casa donde vivían sus padres.
Y no habían transcurrido diez minutos cuando aparecían los bañistas, contentos y cansados por el ejercicio. Y Manuel, al verlos, se dijo para sí: “Tengo que cambiarles los collares a Bom y a Geis, porque los tienen estropeados del agua y no me gusta que anden con esa humedad en el cuello. Son mejores los de acero como el de Aza. Y de paso le traeré uno al nuevo, que un perro no puede andar si collar”.
Los imesebelen saludaron al amo y los perros se pusieron a sus pies, aguardando que acariciase sus cabezas, y les dio permiso para entrar en la casa. La excursión al río había terminado.
domingo, 19 de febrero de 2012
Capítulo 33 / La finca
Se levantaron temprano y tras un desayuno ligero, Manuel y el resto de los habitantes de la casa su pusieron en marcha hacia la finca. Un todo terreno y la furgoneta bastaban para desplazarlos a todos, además del equipaje y otros enseres, principalmente para los perros.
Con la paradas justas para que estirasen la patas y measen los cachorros, llegaron a primera hora de la tarde al portalón que daba entrada a la heredad de Manuel. Era un coto de caza de bastantes hectáreas, con un viejo casón de dos plantas, y un gran porche en su fachada principal. Y algo alejados de la vivienda, estaban los establos y otras dependencias para el cuidado del ganado y la basta extensión de terreno dedicado a bosques y praderas.
Por uno de los límites del predio, pasaba un río no muy ancho, pero lo suficientemente caudaloso para no hacer pie en el centro del cauce. Hacía calor y zumbaban en torno a ellos un enjambre de moscas, pesadas y tenaces, empeñadas en posarse sobre el amo y los hocicos y orejas de sus cachorros, sin respetar tampoco a los imponentes africanos, que no se molestaban en espantarlas aunque osasen pasearse cerca de sus labios.
Una familia compuesta por el matrimonio y un par de hijos saliendo de la adolescencia, eran los caseros que cuidaban la finca y atendían que todo estuviese dispuesto para la llegada del dueño. Aunque, mientras permaneciese Manuel en la propiedad, tenían orden de no aparecer por las inmediaciones de la casona si él no les llamaba. Los cachorros necesitaban moverse con libertad, sin trabas ni tapujos, y mucho menos ropa que les tapase sus preciosas carnes. Así que dicha familia, ocupaba una casa suficientemente alejada de la principal como para no enterarse de lo que pasaba en ella durante la estancia del señor. Para el servicio directo del amo y su perros ya estaba Adem. Y ahora también sus cuatro parientes negros.
Tan pronto salieron del coche, los cachorros se desnudaron y Bom comenzó a dar piruetas y cabriolas como un cachorro de un año. Geis no tenía que llevar la colita y su agujero estaba libre por si le metían un rabo más consistente y carnoso. Y eso lo hacía feliz. Y los otros dos tenían que acostumbrarse aún a un sitio extraño y desconocido para ellos, pero el negrito rápidamente se contagió de la euforia del mastín y compitió con él en hacer locuras. Jul miró con curiosidad el entorno y una cierta intriga desvió sus ojos hacia los establos. Cuando en eso, aparecieron una pareja de mastines, de los que ladran pero no hablan, con mirada aviesa y gruñéndole a los extraños que acompañaban a Manuel. El amo, con una sola palabra, los paró en seco y le dijo a Adem que los encadenase detrás de las cuadras.
Manuel llamó a sus perros y les ordenó que todos entrasen en la casa. Estaba algo cansado del viaje pero tenía ganas de sobarlos. O jugar con ellos metiéndole los dedos por el culo y permitirles que todos al tiempo le chupasen la verga, mientras recuperaba fuerzas aposentado en un cómodo sillón. Simplemente deseaba solazarse con sus cachorros de alguna manera, tomándose su tiempo para planear los ejercicios que les impondría y la forma exacta en que llevaría a cabo los planes pensados de antemano.
Antes de nada, le dijo a Geis que lo descalzase y le relajara los pies con su hábil lengua. Ninguno como el oriental para trabajarle las plantas y los dedos chupándoselos uno por uno. A Bon y a Jul les indicó que se arrodillasen a los lados de sus piernas y le lamiesen a duo la verga, sin dejar de chupar los cojones, que eso le gustaba un montón. Y Aza, en pie a su espalda, tenía que rebajar con un masaje la tensión en su cuello y los hombros, de conducir tantos kilómetros. Y después de un rato les dijo que quería bañarse con ellos, así que los llevó a la planta de arriba donde estaba su habitación y un enorme cuarto de baño.
Bom llenó la bañera y vertió gel, haciendo mucha espuma, y Manuel se estiró dentro para que sus cachorros lo enjabonaran y frotasen todo con esponjas. Y cuando salió, los fue metiendo en la misma agua de dos en dos, siendo él quien los lavase a ellos por todos los recodos y cavidades de sus cuerpos.
Cuando terminó el aseo, el amo los llevó a la cama, acostándolos de través y alternando una cabeza con dos pies, hasta sumar a cada lado dos testas y veinte dedos, como si fuesen sardinas en una lata. Y les dijo que se pusiesen de lado, mirándose por parejas, para hacerse el sesenta y nueve unos a otros. Procuró que el cipote y la boca de Bom se acoplasen a los labios y verga de Jul. Y Aza y Geis formasen otra pareja invertida. Y los cachorros empezaron a mamarse las pollas para tomar su merienda después del baño, mientras el amo los contemplaba encantado de verlos con tan buen apetito a todos. Incluso a Jul, que ya se estaba acostumbrando a tirar del teto del mastín desde que frecuentaban juntos el dormitorio de su señor. Y cuando acabaron todos su leche, los mandó fuera del cuarto y se espatarró en el lecho para dormir una siesta el solo. Luego, después de la cena, ya les daría por culo a todos si le apetecía.
Y efectivamente aunque esa noche no comió demasiado, el postre si fue más abundante y lo compartió con sus cachorros. Como siempre los cachorros estaban postrados cerca de la mesa del amo, y él les daba al azar algo de su plato, porque a un perro siempre le gusta más lo que come su dueño que lo que le pongan en su comedero. Y cuando Adem puso un frutero sobre el mantel, Manuel llamó a Aza, que se acercó a sus pies, y le dijo que se diese la vuelta mirando a sus compañeros.
El negrito obedeció y el amo cogió una banana de buen tamaño, la mondó y se la metió por el ojete, dejando la mayor parte fuera como un rabo. Y le dijo que no apretase el culo para no deshacerla. Hizo una seña a Jul para que también se acercase y le hizo ponerse al lado del otro cachorro ofreciéndole el culo a su dueño. Ahora eligió unas cerezas y se las introdujo en el ano como un rosario de bolas. Y llamó a Bom y también le puso algo en el culo. Al mastín le tocaron un par de ciruelas. Y por último se acercó Geis. Y al perrillo le llenó el recto con fresas. “Y ahora vamos a saborear esas frutas mucho mejor” dijo Manuel a sus perros.
Empezó por el mismo orden y levantó al joven negro, apoyándole el pecho en al mesa y le fue metiendo el resto del plátano, hasta que sólo quedaba a la vista la punta. Y sacó el mandoble, armado para la faena, y empujó la banana con el capullo hasta meter todo el cipote dentro del culo del chico. El movimiento del pene en el recto del perro fue destrozando la fruta y al cabo de unos minutos, el amo sacó la tranca y sin descolocar al negro, puso a su lado a Jul y repitió la jugada machacando dentro de él las cerezas. Su polla abandonó el trasero de la mascota y la metió en el de Bom, puesto también al lado de los otros perros. Y esta vez fueron las dos ciruelas las que exprimió la verga de Manuel en el interior del mastín. Y ya sólo quedaba Geis con las fresas en el culo y también lo usó de mortero para pisarlas con su almirez.
Quién no lo haya probado, no puede imaginarse el gustazo que da follar a un cachorro relleno de frutas variadas. Se siente en la polla, al mismo tiempo, el calor y suavidad del interior del perro y la frescura y textura del relleno frutal. Es un deleite exquisito para iniciados en tales placeres.
“Bien (dijo el amo). Algunas de esas frutas están mejor con nata o leche. Así que vamos a remediar eso... Aza dale por culo a Geis y ponle nata a las fresas que ya están a punto para la jodienda... Y tú, Bom, se la endiñas al negro, que el plátano machacado con leche queda muy bien... Y nada mejor que unas ciruelas lacteadas, Así que yo te la meto a ti y te las baño en mi leche... Ah. Faltas tú, Jul... Bueno, por el momento esperas y ya te llegará el turno después...Posiblemente a media noche que siempre entra hambre... Por el momento deja las cerezas en tu culo que ahí están bien”. Y formaron el tren, cuya locomotora era Geis y el vagón de cola Manuel. Y Jul, como un perro vagabundo, buscándose la vida en un apeadero, miraba pasar el convoy por su lado.
Y todos se fueron corriendo en sentido inverso a partir de la máquina. Primero el pito de Geis, siempre muy tieso, se agitó y soltó chorritos de semen en el mantel. Le siguió Aza, que le puso una buena cantidad de nata a las fresas dentro del perrillo. Y a continuación fue Bom quien se vació en el negrito haciendo navegar al plátano en su leche. Y casi al mismo tiempo, su dueño le llenó el culo a él. Mientras que Jul, incómodo con su rosario vegetal en el recto, seguía con su picha dura, desafiándole el ombligo.
“Adem”, llamó el amo. “lleva a los perros y que defequen el postre en unas bacinillas... Y si alguno se resiste a soltarlo ponle una lavativa con la pera de goma y lo dejas limpio. Aunque no creo que los use más tarde”, añadió Manuel. “ A todos, señor?”, preguntó el criado. “Sí... Por esta noche no quiero más fruta... Y que cenen los africanos que hasta mañana no tienen ningún servicio que hacer”. “Como tú mandes, señor”, contestó el sirviente. “Espera (gritó el señor)... Cambié de idea... A todos menos a Jul... El, que vaya a mi habitación que le voy a sacar del culo las fresas una a una”. “Sí, señor”, dijo Adem y salió con los perros.
Jul esperaba en la alfombra del dormitorio a su amo y éste cerró la puerta tras él y se acercó al cachorro. Lo agarró por el collar y lo arrastró al pie de la chimenea. Lo miró tirado en el suelo, mirándole a la cara con sus ojos verdes, y le dio la vuelta con un pie. Y le dijo: “Levanta el culo, perra!...Deja la cabeza en el suelo y levanta el culo separando las patas. Te voy a sacar las cerezas con los dedos... Hummmm... Abrete más, puta!... Así... Eso es... Están desechas las jodidas... Aquí viene un hueso... Pero aún quedan cinco ahí dentro... Haz fuerzas para que vayan saliendo... Otro más... Sigue... Y otro... Ya quedan sólo tres... Echalos, coño... Están muy arriba las putas pepitas... Voy a tener que meterte la mano si no salen... Venga, un esfuerzo más como si estuvieses estreñido... Joder!. Te estás poniendo morado y no sueltas ni una más...Pues habrá que recurrir al enema”.
Manuel sacó de un cajón un preparado de farmacia y le metió la cánula por el ano al cachorro, apretando el recipiente plástico para que el líquido le entrase por el culo. Le volvió a dar la vuelta y puso las dos manos sobre el vientre del muchacho, apretándoselo y dándole masajes circulares, que pronto hicieron su efecto. El cachorro tenía fuertes retortijones de barriga y su amo seguía calcándole en el abdomen. Y en menos de un par de minutos ya se estaba cagando, sentado en un orinal, y con los gases y el chorro del enema y restos de cereza, oyeron el ruido de las tres pepitas pertinaces al caer en la bacinilla. “Os costó salir, puñeteras!” dijo Manuel. Y levantó al chico, le limpio el trasero y lo acostó en al cama.
Manuel se tumbó al lado del cachorro y lo abrazó. El contacto con la polla tiesa de Jul le puso la suya en forma y, sin decir nada, lo giró hacia el otro lado y le embutió el culo con la verga. Pero no se movió. Solamente se quedó clavado en el muchacho empapándose de la tibieza de su vientre y sintiendo en las manos los latidos del corazón de su esclavo. Y al cabo de un rato, los dos se quedaron profundamente dormidos insertado uno en el otro.
Con la paradas justas para que estirasen la patas y measen los cachorros, llegaron a primera hora de la tarde al portalón que daba entrada a la heredad de Manuel. Era un coto de caza de bastantes hectáreas, con un viejo casón de dos plantas, y un gran porche en su fachada principal. Y algo alejados de la vivienda, estaban los establos y otras dependencias para el cuidado del ganado y la basta extensión de terreno dedicado a bosques y praderas.
Por uno de los límites del predio, pasaba un río no muy ancho, pero lo suficientemente caudaloso para no hacer pie en el centro del cauce. Hacía calor y zumbaban en torno a ellos un enjambre de moscas, pesadas y tenaces, empeñadas en posarse sobre el amo y los hocicos y orejas de sus cachorros, sin respetar tampoco a los imponentes africanos, que no se molestaban en espantarlas aunque osasen pasearse cerca de sus labios.
Una familia compuesta por el matrimonio y un par de hijos saliendo de la adolescencia, eran los caseros que cuidaban la finca y atendían que todo estuviese dispuesto para la llegada del dueño. Aunque, mientras permaneciese Manuel en la propiedad, tenían orden de no aparecer por las inmediaciones de la casona si él no les llamaba. Los cachorros necesitaban moverse con libertad, sin trabas ni tapujos, y mucho menos ropa que les tapase sus preciosas carnes. Así que dicha familia, ocupaba una casa suficientemente alejada de la principal como para no enterarse de lo que pasaba en ella durante la estancia del señor. Para el servicio directo del amo y su perros ya estaba Adem. Y ahora también sus cuatro parientes negros.
Tan pronto salieron del coche, los cachorros se desnudaron y Bom comenzó a dar piruetas y cabriolas como un cachorro de un año. Geis no tenía que llevar la colita y su agujero estaba libre por si le metían un rabo más consistente y carnoso. Y eso lo hacía feliz. Y los otros dos tenían que acostumbrarse aún a un sitio extraño y desconocido para ellos, pero el negrito rápidamente se contagió de la euforia del mastín y compitió con él en hacer locuras. Jul miró con curiosidad el entorno y una cierta intriga desvió sus ojos hacia los establos. Cuando en eso, aparecieron una pareja de mastines, de los que ladran pero no hablan, con mirada aviesa y gruñéndole a los extraños que acompañaban a Manuel. El amo, con una sola palabra, los paró en seco y le dijo a Adem que los encadenase detrás de las cuadras.
Manuel llamó a sus perros y les ordenó que todos entrasen en la casa. Estaba algo cansado del viaje pero tenía ganas de sobarlos. O jugar con ellos metiéndole los dedos por el culo y permitirles que todos al tiempo le chupasen la verga, mientras recuperaba fuerzas aposentado en un cómodo sillón. Simplemente deseaba solazarse con sus cachorros de alguna manera, tomándose su tiempo para planear los ejercicios que les impondría y la forma exacta en que llevaría a cabo los planes pensados de antemano.
Antes de nada, le dijo a Geis que lo descalzase y le relajara los pies con su hábil lengua. Ninguno como el oriental para trabajarle las plantas y los dedos chupándoselos uno por uno. A Bon y a Jul les indicó que se arrodillasen a los lados de sus piernas y le lamiesen a duo la verga, sin dejar de chupar los cojones, que eso le gustaba un montón. Y Aza, en pie a su espalda, tenía que rebajar con un masaje la tensión en su cuello y los hombros, de conducir tantos kilómetros. Y después de un rato les dijo que quería bañarse con ellos, así que los llevó a la planta de arriba donde estaba su habitación y un enorme cuarto de baño.
Bom llenó la bañera y vertió gel, haciendo mucha espuma, y Manuel se estiró dentro para que sus cachorros lo enjabonaran y frotasen todo con esponjas. Y cuando salió, los fue metiendo en la misma agua de dos en dos, siendo él quien los lavase a ellos por todos los recodos y cavidades de sus cuerpos.
Cuando terminó el aseo, el amo los llevó a la cama, acostándolos de través y alternando una cabeza con dos pies, hasta sumar a cada lado dos testas y veinte dedos, como si fuesen sardinas en una lata. Y les dijo que se pusiesen de lado, mirándose por parejas, para hacerse el sesenta y nueve unos a otros. Procuró que el cipote y la boca de Bom se acoplasen a los labios y verga de Jul. Y Aza y Geis formasen otra pareja invertida. Y los cachorros empezaron a mamarse las pollas para tomar su merienda después del baño, mientras el amo los contemplaba encantado de verlos con tan buen apetito a todos. Incluso a Jul, que ya se estaba acostumbrando a tirar del teto del mastín desde que frecuentaban juntos el dormitorio de su señor. Y cuando acabaron todos su leche, los mandó fuera del cuarto y se espatarró en el lecho para dormir una siesta el solo. Luego, después de la cena, ya les daría por culo a todos si le apetecía.
Y efectivamente aunque esa noche no comió demasiado, el postre si fue más abundante y lo compartió con sus cachorros. Como siempre los cachorros estaban postrados cerca de la mesa del amo, y él les daba al azar algo de su plato, porque a un perro siempre le gusta más lo que come su dueño que lo que le pongan en su comedero. Y cuando Adem puso un frutero sobre el mantel, Manuel llamó a Aza, que se acercó a sus pies, y le dijo que se diese la vuelta mirando a sus compañeros.
El negrito obedeció y el amo cogió una banana de buen tamaño, la mondó y se la metió por el ojete, dejando la mayor parte fuera como un rabo. Y le dijo que no apretase el culo para no deshacerla. Hizo una seña a Jul para que también se acercase y le hizo ponerse al lado del otro cachorro ofreciéndole el culo a su dueño. Ahora eligió unas cerezas y se las introdujo en el ano como un rosario de bolas. Y llamó a Bom y también le puso algo en el culo. Al mastín le tocaron un par de ciruelas. Y por último se acercó Geis. Y al perrillo le llenó el recto con fresas. “Y ahora vamos a saborear esas frutas mucho mejor” dijo Manuel a sus perros.
Empezó por el mismo orden y levantó al joven negro, apoyándole el pecho en al mesa y le fue metiendo el resto del plátano, hasta que sólo quedaba a la vista la punta. Y sacó el mandoble, armado para la faena, y empujó la banana con el capullo hasta meter todo el cipote dentro del culo del chico. El movimiento del pene en el recto del perro fue destrozando la fruta y al cabo de unos minutos, el amo sacó la tranca y sin descolocar al negro, puso a su lado a Jul y repitió la jugada machacando dentro de él las cerezas. Su polla abandonó el trasero de la mascota y la metió en el de Bom, puesto también al lado de los otros perros. Y esta vez fueron las dos ciruelas las que exprimió la verga de Manuel en el interior del mastín. Y ya sólo quedaba Geis con las fresas en el culo y también lo usó de mortero para pisarlas con su almirez.
Quién no lo haya probado, no puede imaginarse el gustazo que da follar a un cachorro relleno de frutas variadas. Se siente en la polla, al mismo tiempo, el calor y suavidad del interior del perro y la frescura y textura del relleno frutal. Es un deleite exquisito para iniciados en tales placeres.
“Bien (dijo el amo). Algunas de esas frutas están mejor con nata o leche. Así que vamos a remediar eso... Aza dale por culo a Geis y ponle nata a las fresas que ya están a punto para la jodienda... Y tú, Bom, se la endiñas al negro, que el plátano machacado con leche queda muy bien... Y nada mejor que unas ciruelas lacteadas, Así que yo te la meto a ti y te las baño en mi leche... Ah. Faltas tú, Jul... Bueno, por el momento esperas y ya te llegará el turno después...Posiblemente a media noche que siempre entra hambre... Por el momento deja las cerezas en tu culo que ahí están bien”. Y formaron el tren, cuya locomotora era Geis y el vagón de cola Manuel. Y Jul, como un perro vagabundo, buscándose la vida en un apeadero, miraba pasar el convoy por su lado.
Y todos se fueron corriendo en sentido inverso a partir de la máquina. Primero el pito de Geis, siempre muy tieso, se agitó y soltó chorritos de semen en el mantel. Le siguió Aza, que le puso una buena cantidad de nata a las fresas dentro del perrillo. Y a continuación fue Bom quien se vació en el negrito haciendo navegar al plátano en su leche. Y casi al mismo tiempo, su dueño le llenó el culo a él. Mientras que Jul, incómodo con su rosario vegetal en el recto, seguía con su picha dura, desafiándole el ombligo.
“Adem”, llamó el amo. “lleva a los perros y que defequen el postre en unas bacinillas... Y si alguno se resiste a soltarlo ponle una lavativa con la pera de goma y lo dejas limpio. Aunque no creo que los use más tarde”, añadió Manuel. “ A todos, señor?”, preguntó el criado. “Sí... Por esta noche no quiero más fruta... Y que cenen los africanos que hasta mañana no tienen ningún servicio que hacer”. “Como tú mandes, señor”, contestó el sirviente. “Espera (gritó el señor)... Cambié de idea... A todos menos a Jul... El, que vaya a mi habitación que le voy a sacar del culo las fresas una a una”. “Sí, señor”, dijo Adem y salió con los perros.
Jul esperaba en la alfombra del dormitorio a su amo y éste cerró la puerta tras él y se acercó al cachorro. Lo agarró por el collar y lo arrastró al pie de la chimenea. Lo miró tirado en el suelo, mirándole a la cara con sus ojos verdes, y le dio la vuelta con un pie. Y le dijo: “Levanta el culo, perra!...Deja la cabeza en el suelo y levanta el culo separando las patas. Te voy a sacar las cerezas con los dedos... Hummmm... Abrete más, puta!... Así... Eso es... Están desechas las jodidas... Aquí viene un hueso... Pero aún quedan cinco ahí dentro... Haz fuerzas para que vayan saliendo... Otro más... Sigue... Y otro... Ya quedan sólo tres... Echalos, coño... Están muy arriba las putas pepitas... Voy a tener que meterte la mano si no salen... Venga, un esfuerzo más como si estuvieses estreñido... Joder!. Te estás poniendo morado y no sueltas ni una más...Pues habrá que recurrir al enema”.
Manuel sacó de un cajón un preparado de farmacia y le metió la cánula por el ano al cachorro, apretando el recipiente plástico para que el líquido le entrase por el culo. Le volvió a dar la vuelta y puso las dos manos sobre el vientre del muchacho, apretándoselo y dándole masajes circulares, que pronto hicieron su efecto. El cachorro tenía fuertes retortijones de barriga y su amo seguía calcándole en el abdomen. Y en menos de un par de minutos ya se estaba cagando, sentado en un orinal, y con los gases y el chorro del enema y restos de cereza, oyeron el ruido de las tres pepitas pertinaces al caer en la bacinilla. “Os costó salir, puñeteras!” dijo Manuel. Y levantó al chico, le limpio el trasero y lo acostó en al cama.
Manuel se tumbó al lado del cachorro y lo abrazó. El contacto con la polla tiesa de Jul le puso la suya en forma y, sin decir nada, lo giró hacia el otro lado y le embutió el culo con la verga. Pero no se movió. Solamente se quedó clavado en el muchacho empapándose de la tibieza de su vientre y sintiendo en las manos los latidos del corazón de su esclavo. Y al cabo de un rato, los dos se quedaron profundamente dormidos insertado uno en el otro.
jueves, 16 de febrero de 2012
Capítulo 32 / El apego
Manuel se encontraba en un estado psicológico contradictorio, porque, por un lado, necesitaba tener a Jul cerca en todo momento y, sin embargo se disciplinaba a sí mismo apartándolo de él durante horas. Amo y esclavo llevaban mal la separación, que se reflejaba en mala leche por parte del dueño y en una mustia tristeza en el cachorro. Llevaba casi quince días en que solamente llamaba a su mascota para pasar la noche en su habitación. Y no siempre solos, puesto que con frecuencia los acompañaba Bom. Eso no le importaba a Jul, puesto que entre los dos cachorros había crecido un lazo de cariño especial, que en el caso del mastín era mucho más que eso y su mayor ilusión era volver a compartir con su amo el culo de Jul. Y cuando el amo los usaba juntos, ellos procuraban verse a los ojos y arrimar los dedos de la mano más próxima al otro, para rozarse y compartir el dolor y el placer del compañero.
Era una escena hermosa ver como ofrecían sus culos al amo y se trasmitían con la mirada la mínima sensación de sus cuerpos. Pero esa compresión mutua no impedía que, en cierto modo, compitiesen entre sí para dar mayor placer a su señor, apretando el esfínter cuando los penetraba o los labios al mamarle la polla. O también, aguantando con más resignación los azotes si su dueño los castigaba por algún motivo, o sencillamente, porque le relajaba zurrarlos, sintiendo el calor de su sangre en la mano.
El amo era consciente de la complicidad de los dos cachorros, pero en lugar de sentirse celoso o enfadado, se complacía viendo el apego entre ellos, porque lo que sí sabía era que ambos lo adoraban. Y uno de ellos, el que le quitaba la serenidad en el sueño y la calma en su descanso, lo amaba hasta agotar el alma de pasión. Esos cachorros estaban repletos de lujuria y rezumaban amor por todos sus poros. Y Manuel se abandonaba entre sus cuerpos, sin desear algo que no fuese tenerlos y sentirse no sólo su dueño, sino también su único dios.
Alguna vez incluso deseó ser un mero espectador de la lívido desenfrenada de aquellos dos seres jóvenes, llenos de vida y ansia de darle placer, pero su persistente deseo de poseer a Jul le impedía darse el gusto de ver ese magnífico espectáculo del sexo entre sus dos perros esclavos.
Durante el día, cuando Manuel quería sexo, quien se aprovechaba de la situación era el joven negro, al que cada día le gustaba más que su amo le diese por el culo, aunque también lo pasase teta follándose a Geis, que ya estaba restablecido del percance y lo ocurrido quedara en el olvido para todos.
Manuel seguía mimando bastante al perrillo y además de montarlo Aza un par de veces al día, fue probando al menos una vez por semana los vergazos de los cuatro jóvenes mandingas, como en una especie de cata para determinar cual de ellos era el mejor follador.
De saber como ponían el culo ya se encargaba Manuel, pero también era preciso conocer sus facultades como machos y para eso nada mejor que un ano experto como el de Geis. El perro oriental era capaz de apreciar por popa las más sutiles modalidades de bombeo y trajín dentro de su recto. Y semejantes gigantes suplían con potencia la experiencia que aún les faltaba en cubrir hembras, ya que cuando llegaron a la casa de Manuel eran vírgenes por todos lados y solamente se habían cascado la minga haciéndose puñeteros pajotes.
Pero sus manubrios eran tan grandes y robustos y se levantaban en vertical con tal consistencia, que el perrillo quedaba ensartado como un cochinillo a punto de asarlo. Adem, que tampoco era manco en tamaño de cipote, veía asombrado la facilidad de Geis para engullir tanta carne por el esfínter y, sobre todo, que el glande de sus parientes no asomase por la boca del puto cachorro, porque daba la impresión que sus trancas eran más grandes que el delicado oriental. Y, sin embargo, cómo tragaba el condenado!.
Incluso desaparecían dentro de su boca como hace un faquir con el sable. Enteras para dentro y sin pestañear ni atragantarse, la muy zorra. No era raro que el punto filipino en cuestión, anduviese cada dos por tres al rabo de alguno de los mandinga por si le caía algo. Aunque sólo fuese unas gotas de leche desprendidas del capullo.
Se podía asegurar que el perrillo también sentía mucho apego por los imesebelen, además del que ya tenía por Aza, que era el que más lo cubría y no para resguardarlo del frío precisamente. Puesto que en el momento en que se la iba a meter, idefectiblemente le entraba un escalofrío general desde la nuca hasta el dedo gordo del pie, que lo dejaba traspuesto y con el agujero abierto para recibir al negrito.
No podía decirse que hubiese una tensión incómoda, propiciada por celos o envidias entre los perros, porque todos se acomodaban de la mejor manera. Y hasta la cuestión de la marca había perdido protagonismo entre ellos. Si bien, vérsela a Jul bajo el ojete, hacía torcer el morro a más de uno. Y principalmente a Geis que consideraba que el emblema del amo en la piel de un perro era un honor y no un castigo, aunque fuese doloroso estamparla en la carne. Y realmente tenía razón el perrillo, que de tonto no tenía un pelo, porque un buen amo nunca pondría sobre sus animales su hierro por el hecho de hacerles sufrir, sino para mostrar al mundo que eran suyos y estaba orgulloso de ser su dueño. Sería inconcebible exhibir en una feria a un espléndido ejemplar sin haberlo marcado e incluso hacerle lucir los colores del ganadero en una escarapela.
De todos modos, Manuel presentía la necesidad de darle un giro radical a todo aquello, empezando por él mismo, replanteándose la situación y, principalmente, su relación con Jul. Y, para eso, nada mejor que empezar por cambiar de aires para ver las cosas con más nitidez y meditar sobre el futuro de su vida y la de sus cachorros. Incluyendo además a su criado y ahora tampoco podía olvidarse de los cuatro jóvenes africanos, que eran un lujo sin precedentes en la guardia y custodia de unos perros.
Pero tal elenco, aumentaban aún más su responsabilidad y obligaciones para con todos ellos. Un amo tiene un indiscutible derecho sobre sus esclavos, pero se carga con la preocupación de su seguridad y mantenimiento. Y eso no es ninguna tontería que se pueda tomar a la ligera. A un perro se le usa pero hay que cuidarlo también.
Así que el amo decidió ir a la finca, heredada de sus antepasados, generación tras generación, y allí no sólo disfrutarían sus cachorros del aire libre, sin contaminación alguna, sino que, además, romperían un poco sus rutinas y aliviaría la monotonía diaria de la vida en la casa.
Y llamó a Adem para preparar la marcha, después de decírselo a sus cachorros. Bom casi daba botes de alegría, porque le encantaba el campo y correr como un loco tras los conejos y nadar en el río tirándose desde un árbol o alguna piedra de la orilla. A Geis también le gustaba sentirse como un pájaro fuera de su jaula. Y Jul y Aza nunca habían estado allí, por lo que para ellos sería una novedad con promesas de posibles aventuras compartidas con el mastín y el perrillo. La diferencia era que esta vez además de Adem también irían con ellos y su amo los cuatro imesebelen.
Era una escena hermosa ver como ofrecían sus culos al amo y se trasmitían con la mirada la mínima sensación de sus cuerpos. Pero esa compresión mutua no impedía que, en cierto modo, compitiesen entre sí para dar mayor placer a su señor, apretando el esfínter cuando los penetraba o los labios al mamarle la polla. O también, aguantando con más resignación los azotes si su dueño los castigaba por algún motivo, o sencillamente, porque le relajaba zurrarlos, sintiendo el calor de su sangre en la mano.
El amo era consciente de la complicidad de los dos cachorros, pero en lugar de sentirse celoso o enfadado, se complacía viendo el apego entre ellos, porque lo que sí sabía era que ambos lo adoraban. Y uno de ellos, el que le quitaba la serenidad en el sueño y la calma en su descanso, lo amaba hasta agotar el alma de pasión. Esos cachorros estaban repletos de lujuria y rezumaban amor por todos sus poros. Y Manuel se abandonaba entre sus cuerpos, sin desear algo que no fuese tenerlos y sentirse no sólo su dueño, sino también su único dios.
Alguna vez incluso deseó ser un mero espectador de la lívido desenfrenada de aquellos dos seres jóvenes, llenos de vida y ansia de darle placer, pero su persistente deseo de poseer a Jul le impedía darse el gusto de ver ese magnífico espectáculo del sexo entre sus dos perros esclavos.
Durante el día, cuando Manuel quería sexo, quien se aprovechaba de la situación era el joven negro, al que cada día le gustaba más que su amo le diese por el culo, aunque también lo pasase teta follándose a Geis, que ya estaba restablecido del percance y lo ocurrido quedara en el olvido para todos.
Manuel seguía mimando bastante al perrillo y además de montarlo Aza un par de veces al día, fue probando al menos una vez por semana los vergazos de los cuatro jóvenes mandingas, como en una especie de cata para determinar cual de ellos era el mejor follador.
De saber como ponían el culo ya se encargaba Manuel, pero también era preciso conocer sus facultades como machos y para eso nada mejor que un ano experto como el de Geis. El perro oriental era capaz de apreciar por popa las más sutiles modalidades de bombeo y trajín dentro de su recto. Y semejantes gigantes suplían con potencia la experiencia que aún les faltaba en cubrir hembras, ya que cuando llegaron a la casa de Manuel eran vírgenes por todos lados y solamente se habían cascado la minga haciéndose puñeteros pajotes.
Pero sus manubrios eran tan grandes y robustos y se levantaban en vertical con tal consistencia, que el perrillo quedaba ensartado como un cochinillo a punto de asarlo. Adem, que tampoco era manco en tamaño de cipote, veía asombrado la facilidad de Geis para engullir tanta carne por el esfínter y, sobre todo, que el glande de sus parientes no asomase por la boca del puto cachorro, porque daba la impresión que sus trancas eran más grandes que el delicado oriental. Y, sin embargo, cómo tragaba el condenado!.
Incluso desaparecían dentro de su boca como hace un faquir con el sable. Enteras para dentro y sin pestañear ni atragantarse, la muy zorra. No era raro que el punto filipino en cuestión, anduviese cada dos por tres al rabo de alguno de los mandinga por si le caía algo. Aunque sólo fuese unas gotas de leche desprendidas del capullo.
Se podía asegurar que el perrillo también sentía mucho apego por los imesebelen, además del que ya tenía por Aza, que era el que más lo cubría y no para resguardarlo del frío precisamente. Puesto que en el momento en que se la iba a meter, idefectiblemente le entraba un escalofrío general desde la nuca hasta el dedo gordo del pie, que lo dejaba traspuesto y con el agujero abierto para recibir al negrito.
No podía decirse que hubiese una tensión incómoda, propiciada por celos o envidias entre los perros, porque todos se acomodaban de la mejor manera. Y hasta la cuestión de la marca había perdido protagonismo entre ellos. Si bien, vérsela a Jul bajo el ojete, hacía torcer el morro a más de uno. Y principalmente a Geis que consideraba que el emblema del amo en la piel de un perro era un honor y no un castigo, aunque fuese doloroso estamparla en la carne. Y realmente tenía razón el perrillo, que de tonto no tenía un pelo, porque un buen amo nunca pondría sobre sus animales su hierro por el hecho de hacerles sufrir, sino para mostrar al mundo que eran suyos y estaba orgulloso de ser su dueño. Sería inconcebible exhibir en una feria a un espléndido ejemplar sin haberlo marcado e incluso hacerle lucir los colores del ganadero en una escarapela.
De todos modos, Manuel presentía la necesidad de darle un giro radical a todo aquello, empezando por él mismo, replanteándose la situación y, principalmente, su relación con Jul. Y, para eso, nada mejor que empezar por cambiar de aires para ver las cosas con más nitidez y meditar sobre el futuro de su vida y la de sus cachorros. Incluyendo además a su criado y ahora tampoco podía olvidarse de los cuatro jóvenes africanos, que eran un lujo sin precedentes en la guardia y custodia de unos perros.
Pero tal elenco, aumentaban aún más su responsabilidad y obligaciones para con todos ellos. Un amo tiene un indiscutible derecho sobre sus esclavos, pero se carga con la preocupación de su seguridad y mantenimiento. Y eso no es ninguna tontería que se pueda tomar a la ligera. A un perro se le usa pero hay que cuidarlo también.
Así que el amo decidió ir a la finca, heredada de sus antepasados, generación tras generación, y allí no sólo disfrutarían sus cachorros del aire libre, sin contaminación alguna, sino que, además, romperían un poco sus rutinas y aliviaría la monotonía diaria de la vida en la casa.
Y llamó a Adem para preparar la marcha, después de decírselo a sus cachorros. Bom casi daba botes de alegría, porque le encantaba el campo y correr como un loco tras los conejos y nadar en el río tirándose desde un árbol o alguna piedra de la orilla. A Geis también le gustaba sentirse como un pájaro fuera de su jaula. Y Jul y Aza nunca habían estado allí, por lo que para ellos sería una novedad con promesas de posibles aventuras compartidas con el mastín y el perrillo. La diferencia era que esta vez además de Adem también irían con ellos y su amo los cuatro imesebelen.
lunes, 13 de febrero de 2012
Capítulo 31 / La venganza
“Qué mejor lugar que el propio almacén del hijo de perra para darle un escarmiento que nunca olvidaría en su puta vida?”, dijo Manuel a sus colegas.
“Y cómo haremos para llevarlo hasta allí?”, preguntó el amo Tano. “Con un señuelo”, aclaró Manuel. Es decir, se trataba de tenderle una trampa y que el solito se metiese de cabeza en ella.
El médico dudaba de que picase el anzuelo, pero el otro amo, que lo conocía mejor, añadió que ese mierda era tonto de baba y ante la tentación de usar y joder a un muchacho no se resistiría y entraría al trapo encelado como un toro de lidia.
Y Manuel también había pensado en el cebo adecuado para atraerlo a su propia ruina. El doctor, alarmado, le preguntó si iba a exponer a otro de sus cachorros, y Manuel lo tranquilizó, puesto que eso sería una torpeza y le haría desconfiar. Por muy gilipollas que fuese el tío, le parecería raro que un amo como Manuel fuese a poner en peligro a uno de sus perros, dejándolo solo después de lo ocurrido con Geis.
Aunque nadie conocía aún la presencia de los imesebelen. Y el tipo se daría cuenta de la encerrona ya que ejemplares así no se encuentran a la primera de cambio en una calle.
Pero Manuel tenía sus recursos para solucionar ese problema. Desde hacía tiempo conocía a un chulito, que vivía en otro lugar, muy atractivo y buenorro y con bastante buena pinta, al que le había hecho más de un favor con la policía, y, a cambio de un razonable estipendio, estaría dispuesto a venir a la ciudad y servir de carnaza para pescar al tiburón.
Además el chico se las sabía todas y tenía conocimientos de artes marciales japonesas. Así que estando resuelto lo del bicho que le pondrían en el anzuelo, quedaba preparar la caza con el mochuelo y la captura de la jodida pieza de la mierda.
Irían con el chaval al bar que frecuentaba el marrano y el chulo sabía muy bien como entrarle por los ojos a un cabrón indeseable y llevarlo al huerto como a un cordero. Haciéndole creer, además, que quién arrastraba al chico a los matorrales, por la cara, era él.
Manuel y sus amigos esperarían fuera en el coche. Y en cuanto la cosa estuviese a punto les llamaría por el móvil para que se adelantasen al almacén destartalado y echarle el guante.
Y Manuel reservaba otra sorpresa, incluso para sus compañeros de aventura. Porque no serían ellos los que hiciesen el trabajo de esquilmar al cabrito, sino que en el lugar de los hechos estarían esperando para hacerlo a su modo, Adem y sus cuatro parientes.
Y la operación se puso en marcha un viernes por la noche, y otro amigo que conocía también a la pieza, le llamó para tomar una copa en el bar de marras. El resto sería cuestión de coser y cantar, una vez que el putito mercenario le echase el lazo y lo atase en corto por el cuello.
Y así fue. El chulo se paseó descarado ante los morros del puto mierda y viéndole babear como un becerro, se acercó frotándose el paquete y poniéndose de medio perfil para que se fijase mejor en su trasero, embutido en unos vaqueros rotos y descoloridos, que dejaban al aire la mitad de los calzoncillos. Por si eso no era bastante y para remachar la jugada, con una mano se levantó la camiseta, mostrando los cuarterones fibrados de su estómago y algo de vello púbico. Y el puerco ya le metió el hocico en los huevos, tocándole el culo por dentro de los slips, como un burro salido.
El chico a sueldo le dijo al fulano que le ponían los tíos duros y cabrones, que supiesen tratarlo como a una puta zorra, y antes de tres minutos ya lo invitaba a una copa. El chaval derivó la conversación a donde le interesaba para su objetivo y le dejó caer que era muy vicioso y buscaba un tipo que le rompiese el culo y le diese de hostias para enseñarle como debe comportarse una puta guarra cuando un macho la usa. Y que con poppers y algo de farla se ponía muy cachondo y era capaz de todo sin límites de ningún tipo. Y el palangre ya estaba lanzado para enganchar en el anzuelo al puto merluzo.
El maricón sin agallas, le dijo al chulo que si buscaba un tío dominante y que supiese como tratar a una cerda, que fuese con él y le arreglaría el cuerpo con una buena sesión de verga. Y si no cumplía como le gustaba, lo brearía a zurriagazos hasta que supiese lo que debe hacer una puta zorra para dar placer a un amo exigente como él. Y el engaño ya estaba preparado para cerrar el garlito con el pez dentro.
El chulo fue al WC e hizo la llamada, tal y como acordara de antemano con Manuel, y salió del bar acompañado del cretino. Subieron a un coche y el estúpido miserable se fue con el chaval a pasar la gran noche de placer al almacén abandonado. Pero nada más llegar, al chico le entraron unas repentinas ganas de cagar y se metió entre unas matas para hacerlo a gusto, sin darle tiempo al imbécil de agarrarlo por un brazos y meterlo en el galpón para darle caña desde el principio.
Y cuando quiso reaccionar, el muchacho ya no estaba. “La puta que lo parió!”, exclamó muy cabreado al no ver por ninguna parte al jodido chulo. Pensaba meterle la manguera por el culo y hacer que se cagase hasta en su puta madre, pero el pájaro había volado y estaba más solo que la una en medio de los escombros de su patético escondrijo.
Bueno eso era lo que creía él, pero le acechaban diez ojos negros, encendidos como brasas, que pronto iban a hacerle bailar la danza de los condenados al infierno.
Ni se dio cuenta que una sombra avanzaba hacia él sigilosamente y, cuando quiso reaccionar ya le había enfundado la cabeza en una saca negra, que rápidamente se la cerraron alrededor del cuello atándola con fuerza, mientras otras manos le sujetaban los brazos y las piernas.
Lo primero que pensó fue que el puto chulo le había engañado para robarle y ofreció el oro y el moro a sus incógnitos captores para que lo soltaran. Y como eso no daba resultado, pasó a las amenazas e insultos, pero todo era en vano. No podía imaginarse que estaba en manos de los imesebelen de Manuel.
El cebo había salido corriendo a toda pastilla y a medio kilómetro lo esperaba Manuel, con el automóvil del propio muchacho, para regresar a la ciudad y pagarle el resto de la pasta estipulada. En aquel lugar no quedarían más huellas que las cuatro ruedas del coche del pringado que iba a pagar por robar a Geis. Ya que Adem y los cuatro muchachos, también dejaron el cuatro por cuatro de su señor lo bastante alejado para no levantar sospechas.
Y dieron principio al escarmiento. Lo amordazaron por encima de la tela de la bolsa que cubría su cabeza y lo desnudaron para sentarlo en un cono de señalización de carreteras, clavándoselo por el culo apenas sin grasa. Se podía decir que aullaba pero los sonidos eran demasiado apagados para discernir tal sutileza. Luego lo colgaron boca a bajo por los pies y le pusieron tenazas en los pezones, retorciéndoselos como el pescuezo de un pollo para sacrificarlo. Y seguía emitiendo sonidos oscuros e incomprensibles.
Después, bajándolo hasta el suelo pero con los pies a media altura, le azotaron las plantas con seis varas de mimbre, una por cada verdugo, hasta que perdió el conocimiento.
Un golpe de agua fría lo reavivó y ya estaba atrapado en el mismo cepo que uso con Geis. Allí, como un condenado, le esperaba lo mejor de su castigo. Rompieron la saca por encima de su cabeza, pero sin destapar los ojos, y le afeitaron el poco pelo que aún le quedaba. Y a fuego le grabaron una a una las letras que formaban las palabras “cerda sumisa”. Y sobre el vientre, encima del pito arrugado de pánico, le escribieron “perra esclava”. Y para que no quedasen dudas, al final de la espalda le pusieron por el mismo sistema, “soy un cabrón”. Probablemente el dolor no le dejó apreciar la caligrafía de los hierros, pero las letras estaban muy bien escritas.
Para terminar, unos le refrescaron el cuerpo meando encima suya y otros lo hicieron dentro de su boca, obligándole a tragar.
Terminada la faena se marcharon, dejándolo tirado en el suelo arrastrándose como un gusano. Cuando logró soltar las ligaduras, rozando la cuerda contra un cristal roto, se vio solo, desnudo y hecho una puta mierda.
Nunca más fue a los bares ni nadie supo donde escondía su vergüenza. Y el terror a que viesen los letreros de su cuerpo, le obligó a no volver a tomar el sol en una playa. Aunque tampoco era para tanto, puesto que como esclavo le ahorraba a su dueño tener que marcarlo aún más. Y ya estaba clara su condición de perra y de zorra, que era como se sentía realmente, la muy puta.
“Y cómo haremos para llevarlo hasta allí?”, preguntó el amo Tano. “Con un señuelo”, aclaró Manuel. Es decir, se trataba de tenderle una trampa y que el solito se metiese de cabeza en ella.
El médico dudaba de que picase el anzuelo, pero el otro amo, que lo conocía mejor, añadió que ese mierda era tonto de baba y ante la tentación de usar y joder a un muchacho no se resistiría y entraría al trapo encelado como un toro de lidia.
Y Manuel también había pensado en el cebo adecuado para atraerlo a su propia ruina. El doctor, alarmado, le preguntó si iba a exponer a otro de sus cachorros, y Manuel lo tranquilizó, puesto que eso sería una torpeza y le haría desconfiar. Por muy gilipollas que fuese el tío, le parecería raro que un amo como Manuel fuese a poner en peligro a uno de sus perros, dejándolo solo después de lo ocurrido con Geis.
Aunque nadie conocía aún la presencia de los imesebelen. Y el tipo se daría cuenta de la encerrona ya que ejemplares así no se encuentran a la primera de cambio en una calle.
Pero Manuel tenía sus recursos para solucionar ese problema. Desde hacía tiempo conocía a un chulito, que vivía en otro lugar, muy atractivo y buenorro y con bastante buena pinta, al que le había hecho más de un favor con la policía, y, a cambio de un razonable estipendio, estaría dispuesto a venir a la ciudad y servir de carnaza para pescar al tiburón.
Además el chico se las sabía todas y tenía conocimientos de artes marciales japonesas. Así que estando resuelto lo del bicho que le pondrían en el anzuelo, quedaba preparar la caza con el mochuelo y la captura de la jodida pieza de la mierda.
Irían con el chaval al bar que frecuentaba el marrano y el chulo sabía muy bien como entrarle por los ojos a un cabrón indeseable y llevarlo al huerto como a un cordero. Haciéndole creer, además, que quién arrastraba al chico a los matorrales, por la cara, era él.
Manuel y sus amigos esperarían fuera en el coche. Y en cuanto la cosa estuviese a punto les llamaría por el móvil para que se adelantasen al almacén destartalado y echarle el guante.
Y Manuel reservaba otra sorpresa, incluso para sus compañeros de aventura. Porque no serían ellos los que hiciesen el trabajo de esquilmar al cabrito, sino que en el lugar de los hechos estarían esperando para hacerlo a su modo, Adem y sus cuatro parientes.
Y la operación se puso en marcha un viernes por la noche, y otro amigo que conocía también a la pieza, le llamó para tomar una copa en el bar de marras. El resto sería cuestión de coser y cantar, una vez que el putito mercenario le echase el lazo y lo atase en corto por el cuello.
Y así fue. El chulo se paseó descarado ante los morros del puto mierda y viéndole babear como un becerro, se acercó frotándose el paquete y poniéndose de medio perfil para que se fijase mejor en su trasero, embutido en unos vaqueros rotos y descoloridos, que dejaban al aire la mitad de los calzoncillos. Por si eso no era bastante y para remachar la jugada, con una mano se levantó la camiseta, mostrando los cuarterones fibrados de su estómago y algo de vello púbico. Y el puerco ya le metió el hocico en los huevos, tocándole el culo por dentro de los slips, como un burro salido.
El chico a sueldo le dijo al fulano que le ponían los tíos duros y cabrones, que supiesen tratarlo como a una puta zorra, y antes de tres minutos ya lo invitaba a una copa. El chaval derivó la conversación a donde le interesaba para su objetivo y le dejó caer que era muy vicioso y buscaba un tipo que le rompiese el culo y le diese de hostias para enseñarle como debe comportarse una puta guarra cuando un macho la usa. Y que con poppers y algo de farla se ponía muy cachondo y era capaz de todo sin límites de ningún tipo. Y el palangre ya estaba lanzado para enganchar en el anzuelo al puto merluzo.
El maricón sin agallas, le dijo al chulo que si buscaba un tío dominante y que supiese como tratar a una cerda, que fuese con él y le arreglaría el cuerpo con una buena sesión de verga. Y si no cumplía como le gustaba, lo brearía a zurriagazos hasta que supiese lo que debe hacer una puta zorra para dar placer a un amo exigente como él. Y el engaño ya estaba preparado para cerrar el garlito con el pez dentro.
El chulo fue al WC e hizo la llamada, tal y como acordara de antemano con Manuel, y salió del bar acompañado del cretino. Subieron a un coche y el estúpido miserable se fue con el chaval a pasar la gran noche de placer al almacén abandonado. Pero nada más llegar, al chico le entraron unas repentinas ganas de cagar y se metió entre unas matas para hacerlo a gusto, sin darle tiempo al imbécil de agarrarlo por un brazos y meterlo en el galpón para darle caña desde el principio.
Y cuando quiso reaccionar, el muchacho ya no estaba. “La puta que lo parió!”, exclamó muy cabreado al no ver por ninguna parte al jodido chulo. Pensaba meterle la manguera por el culo y hacer que se cagase hasta en su puta madre, pero el pájaro había volado y estaba más solo que la una en medio de los escombros de su patético escondrijo.
Bueno eso era lo que creía él, pero le acechaban diez ojos negros, encendidos como brasas, que pronto iban a hacerle bailar la danza de los condenados al infierno.
Ni se dio cuenta que una sombra avanzaba hacia él sigilosamente y, cuando quiso reaccionar ya le había enfundado la cabeza en una saca negra, que rápidamente se la cerraron alrededor del cuello atándola con fuerza, mientras otras manos le sujetaban los brazos y las piernas.
Lo primero que pensó fue que el puto chulo le había engañado para robarle y ofreció el oro y el moro a sus incógnitos captores para que lo soltaran. Y como eso no daba resultado, pasó a las amenazas e insultos, pero todo era en vano. No podía imaginarse que estaba en manos de los imesebelen de Manuel.
El cebo había salido corriendo a toda pastilla y a medio kilómetro lo esperaba Manuel, con el automóvil del propio muchacho, para regresar a la ciudad y pagarle el resto de la pasta estipulada. En aquel lugar no quedarían más huellas que las cuatro ruedas del coche del pringado que iba a pagar por robar a Geis. Ya que Adem y los cuatro muchachos, también dejaron el cuatro por cuatro de su señor lo bastante alejado para no levantar sospechas.
Y dieron principio al escarmiento. Lo amordazaron por encima de la tela de la bolsa que cubría su cabeza y lo desnudaron para sentarlo en un cono de señalización de carreteras, clavándoselo por el culo apenas sin grasa. Se podía decir que aullaba pero los sonidos eran demasiado apagados para discernir tal sutileza. Luego lo colgaron boca a bajo por los pies y le pusieron tenazas en los pezones, retorciéndoselos como el pescuezo de un pollo para sacrificarlo. Y seguía emitiendo sonidos oscuros e incomprensibles.
Después, bajándolo hasta el suelo pero con los pies a media altura, le azotaron las plantas con seis varas de mimbre, una por cada verdugo, hasta que perdió el conocimiento.
Un golpe de agua fría lo reavivó y ya estaba atrapado en el mismo cepo que uso con Geis. Allí, como un condenado, le esperaba lo mejor de su castigo. Rompieron la saca por encima de su cabeza, pero sin destapar los ojos, y le afeitaron el poco pelo que aún le quedaba. Y a fuego le grabaron una a una las letras que formaban las palabras “cerda sumisa”. Y sobre el vientre, encima del pito arrugado de pánico, le escribieron “perra esclava”. Y para que no quedasen dudas, al final de la espalda le pusieron por el mismo sistema, “soy un cabrón”. Probablemente el dolor no le dejó apreciar la caligrafía de los hierros, pero las letras estaban muy bien escritas.
Para terminar, unos le refrescaron el cuerpo meando encima suya y otros lo hicieron dentro de su boca, obligándole a tragar.
Terminada la faena se marcharon, dejándolo tirado en el suelo arrastrándose como un gusano. Cuando logró soltar las ligaduras, rozando la cuerda contra un cristal roto, se vio solo, desnudo y hecho una puta mierda.
Nunca más fue a los bares ni nadie supo donde escondía su vergüenza. Y el terror a que viesen los letreros de su cuerpo, le obligó a no volver a tomar el sol en una playa. Aunque tampoco era para tanto, puesto que como esclavo le ahorraba a su dueño tener que marcarlo aún más. Y ya estaba clara su condición de perra y de zorra, que era como se sentía realmente, la muy puta.
jueves, 9 de febrero de 2012
Capítulo 30 / El abuso
Geis, estaba bastante recuperado de todas las lesiones causados por el estúpido que se lo llevó a la fuerza y a media mañana el amo lo llamó a su estudio para que le contara con detalles lo que le había pasado. También quiso que estuviesen presentes el resto de los habitantes de la casa, así que se presentaron en el despacho del amo para oír la versión del perrillo sobre los hechos.
En el parking solamente recordaba un golpe seco en la cabeza y cuando despertó estaba atado de pies y manos en un lugar extraño para él. Un tío con pinta de asqueroso se le acercó, profiriendo insultos y freses ofensivas hacia Manuel, y le cogió la cabeza intentando meterle la polla por la boca, pero el cachorro se resistió a abrirla y el fulano aquel le arreó un par de hostias en la cara que lo dejó aturdido y logró metérsela .Pero Geis, rabioso, le dio un mordisco terrible y acto seguido le rompió la boca a puñetazos.
El perrillo medio grogui fue colgado por las muñecas, sin tocar el suelo, y el jodido cabrón de amo aficionado, le pintó el cuerpo de grana con toda la corte cardenalicia papal, hasta dejarlo como un nazareno después de la flagelación. A partir de aquí, Geis ya sólo tenía vagas imágenes y un sin fin de sensaciones incoherentes.
Veía el momento en que lo descolgaron y lo apresaron por el cuello y las muñecas en un cepo de madera, que también pendía de una viga, y el puto tío lo abrió de patas, dándole patadas en las piernas, los riñones y el culo, vociferando más insultos y groserías, y comenzó a hurgarle con los dedos en el ano. Y después le metía algo muy grande que el chico no pudo ver ni distinguir lo que era. Sólo tenía medianamente clara la impresión de dureza y grosor de lo que le estaban endiñando por el culo y que lo retorcían como si fuese un tornillo y su ojete una tuerca. Luego debieron darle golpes a esa especie de trabuco para clavárselo más y Geis volvió a desmayarse del dolor. Al despertarse otra vez ni se daba cuenta que le corría un hilo de sangre por los muslos. No sabía si realmente lo habían follado o si solamente aquel hijo de puta sólo pretendía deshacerle los intestinos, pero le abrasaban los bajos como si le hubiesen introducido carbones encendidos por el recto.
A continuación el guarro aquel le meo en la boca, sin que el perrillo pudiese defenderse porque le había puesto un aparato de acero que se la mantenía abierta de par en par, pero apenas trago su asqueroso meo. Y volvió a pegarle mandobles por todas partes, ciego de ira y escupiéndole en al cara gargajos y palabras mal sonantes. Geis recordaba que nunca había tenido tanto pánico y cree que se meo, aunque ya no era capaz de diferenciar nada a esos momentos. Y el tío guarro debió darle algo por la boca porque empezó a alucinar en colores. Ya jodido, mazado a golpes y drogado, el resto no era más que una pesadilla de la que despertó en brazos de su amado dueño y señor.
El hijo de la gran puta que abusó del perrillo, debió torturarle el pecho y los huevos y cualquier otra cosa que se le fue ocurriendo sobre la marcha. Y con los esfuerzos del chico por librarse de las ataduras se lesionó aún más. Luego, al verlo inconsciente, debió entrarle miedo y lo tiró como un fardo inútil en el pozo donde lo habían encontrado. Y Manuel quería suponer, que no lo hizo con la intención de que su cachorro muriese por falta de asistencia, abandonado como una mierda a su suerte. Previsiblemente muy mala, si la fortuna no hubiese ayudado a Manuel y su perrillo para dar con su paradero.
La cosa ya no tenía remedio, pero Manuel tenía que cobrarse la afrenta y vengar a su cachorro también. Nadie jugaba con su perros y menos poniendo en peligro sus vidas o su integridad física. Así que había que urdir un plan, pensado y detallado con tranquilidad y detenimiento. Ya se dice que la venganza es un delicioso plato que siempre ha de saborearse en frío. Y Manuel ante todo era un excelente gourmet.
Y además, ahora contaba con sus imesebelen y eso era una baza importantísima a su favor. Aquellos espeluznantes guerreros esclavos de leyenda, se trasladaban desde el pasado glorioso de Al- Andalus para protegerle y servirle como los más fieles perros de presa que jamás pudo soñar un amo. Que por cierto hay que decir, que a estas alturas ya se había ventilado a los cuatro, con idéntico placer con que le dio por el culo al primero. Menudas monturas daban los chicos mandinga!. Y por supuesto también le habían llenado la panza de leche al perrillo, dejando descansar un poco a sus hermanos, que aún siendo tan machos, todo tiene un límite y hasta el mejor semental se agota de tanto ñaca ñaca.
Desde luego las vergas de los africanos eran tan impresionantes como la de Adem, así que podría asegurarse que Geis aguardaba impaciente su recuperación completa, por si le caía en suerte probarlas por su trasero, además de por su boca. Seguía siendo muy puta esa zorra, aunque, por el momento, sólo Manuel había catado por el ano a los fieros guardianes de su harem canino. Porque entre ellos tampoco se les permitía hacer nada que debilitase sus fuerzas y se portaban como auténticos castrados, sin reacción alguna que no fuese provocada por su señor.
De todos modos, las noches del amo sólo eran para Jul y algunas veces participaba en ellas el noble mastín, que cada día andaba más encandilado por ese cachorro. Cuando podía tocarlo y besarlo, su mundo se transformaba en el jardín del edén. Y siempre venía a su mente los minutos que estuvo dentro del culo de esa preciosa mascota, que se beneficiaba su amo con una asiduidad casi obsesiva. Y eso que cada vez disponía de más cachas a las que zurrar, antes, durante o después de perforar el agujero que guardaban entre sus carnes. Manuel disfrutaba a sus anchas de una pléyade de selectos esclavos que pocos amos podían igualar. Y de ahí las envidias y odios que generaba entre algún mal nacido, indigno de llamarse amo y dominador de perros esclavos.
Y también el amo gustaba de usar durante el día a Aza, porque a parte de estar cada vez más guapo, el cachorro se entregaba a su dueño con tanta intensidad y celo, que no quedaba ni un sólo átomo de su cuerpo sin ponerlo a disposición de su señor para darle el mayor gozo y placer. El chico era una máquina sexual en todos los sentidos. Era lo que se dice redondo y completo para todo uso. Y nunca daba un renuncio o quiebro, ni un mal paso para servir a su amo. Su carne se mantenía como la de un potro de carreras, manteniendo siempre el tono muscular para proporcionar una inmejorable monta a su jinete. Que solía espolearlo a tope cuando se la hincaba por retaguardia, jodiéndole bien el culo.
Tenía una piel tan bonita que Adem podía pasarse horas frotándosela con cremas y ungüentos para nutrirla y dejarla más sedosa. E incluso en alguna ocasión le deslizó un dedo por el ojete para disfrutar la suavidad de su interior. Aquel muchacho era de puro terciopelo de seda color zaino.
El cachorro le traía a la memoria su juventud, en otros mundos diferentes y salvajes, llenos de vida y aventuras con otros críos de su aldea, compartiendo ensoñaciones y jornadas de caza de animales salvajes, para demostrar su hombría y virilidad. Aza, al igual que los cuatro imesebelen, formaban parte de la cultura ancestral de su tierra. Y quizás en lo más recóndito de su deseo esperaba que un día su señor le dejase follar a ese joven negro como lo había hecho con su amor secreto, el noble y hermoso mastín del señor.
Manuel, ya tenía pergeñada la estrategia del castigo al puto maricón que osara lastimar a su perrillo, pero tenía que atar cabos y perfilar algunas cosas con los amigos que participaron en el rescate del cachorro. No quería dejar nada al azar y además de satisfacción, buscaba un escarmiento para cualquier otro cuatrero que robase otro perro con dueño.
Y como pensaba mejor cuando estaba aliviado de la presión sexual, despachó a todos menos a Jul, Bom y al negro potrillo de piel brillante, y creyó que lo más conveniente era ponerles el culo de verano, aprovechando la estación.
Les hizo acercarse a su mesa de trabajo y empezó la fiesta carnal con ellos. Primero les calentó las posaderas a los tres con una regla de madera, doblados sobre la mesa, porque eso le despajaba las ideas, y luego les comió el culo, dilatándoselo con los dedos después. Y les metió caña para terminar dejando su esperma dentro de Jul. El de los cachorros quedó sobre la madera y los tres lamieron el suyo, sacando brillo de paso al barniz.
Pero al terminar sólo largó fuera del despacho a los dos machotes y se quedó con su mascota tumbado a sus pies, porque era probable que necesitara calentarle o joderle las carnes otra vez antes de dar por concluido su plan. O simplemente que le hiciese unas mamadas mientras ataba flecos sueltos en su estratagema. Manuel nunca pensaba con lucidez si le dolían los huevos y le era imprescindible vaciarlos y eliminar la desagradable presión en su vientre, que le provocaba la acumulación excesiva de esperma en las putas pelotas. Y, en esos casos, prefería a Jul para que se las trabajase y se lo absorbiese con la boca o el culo. Manuel no tenía manías en eso, con tal de que lo dejase seco y con los cojones arrugados. Y Jul sabía muy bien como sacarle a su amo hasta el más pequeño de los espermatozoides que corretease por su uretra.
Cuando entró Adem para decirle al señor que tenía dispuesto un refrigerio para reponer fuerzas, Manuel, después de dos corridas suyas y tres de su cachorro, ya sabía con todo lujo de detalles como llevaría a efecto su venganza contra el hijo de la gran puta que puso sus sucias patazas sobre la fina piel de su cachorro oriental.
En el parking solamente recordaba un golpe seco en la cabeza y cuando despertó estaba atado de pies y manos en un lugar extraño para él. Un tío con pinta de asqueroso se le acercó, profiriendo insultos y freses ofensivas hacia Manuel, y le cogió la cabeza intentando meterle la polla por la boca, pero el cachorro se resistió a abrirla y el fulano aquel le arreó un par de hostias en la cara que lo dejó aturdido y logró metérsela .Pero Geis, rabioso, le dio un mordisco terrible y acto seguido le rompió la boca a puñetazos.
El perrillo medio grogui fue colgado por las muñecas, sin tocar el suelo, y el jodido cabrón de amo aficionado, le pintó el cuerpo de grana con toda la corte cardenalicia papal, hasta dejarlo como un nazareno después de la flagelación. A partir de aquí, Geis ya sólo tenía vagas imágenes y un sin fin de sensaciones incoherentes.
Veía el momento en que lo descolgaron y lo apresaron por el cuello y las muñecas en un cepo de madera, que también pendía de una viga, y el puto tío lo abrió de patas, dándole patadas en las piernas, los riñones y el culo, vociferando más insultos y groserías, y comenzó a hurgarle con los dedos en el ano. Y después le metía algo muy grande que el chico no pudo ver ni distinguir lo que era. Sólo tenía medianamente clara la impresión de dureza y grosor de lo que le estaban endiñando por el culo y que lo retorcían como si fuese un tornillo y su ojete una tuerca. Luego debieron darle golpes a esa especie de trabuco para clavárselo más y Geis volvió a desmayarse del dolor. Al despertarse otra vez ni se daba cuenta que le corría un hilo de sangre por los muslos. No sabía si realmente lo habían follado o si solamente aquel hijo de puta sólo pretendía deshacerle los intestinos, pero le abrasaban los bajos como si le hubiesen introducido carbones encendidos por el recto.
A continuación el guarro aquel le meo en la boca, sin que el perrillo pudiese defenderse porque le había puesto un aparato de acero que se la mantenía abierta de par en par, pero apenas trago su asqueroso meo. Y volvió a pegarle mandobles por todas partes, ciego de ira y escupiéndole en al cara gargajos y palabras mal sonantes. Geis recordaba que nunca había tenido tanto pánico y cree que se meo, aunque ya no era capaz de diferenciar nada a esos momentos. Y el tío guarro debió darle algo por la boca porque empezó a alucinar en colores. Ya jodido, mazado a golpes y drogado, el resto no era más que una pesadilla de la que despertó en brazos de su amado dueño y señor.
El hijo de la gran puta que abusó del perrillo, debió torturarle el pecho y los huevos y cualquier otra cosa que se le fue ocurriendo sobre la marcha. Y con los esfuerzos del chico por librarse de las ataduras se lesionó aún más. Luego, al verlo inconsciente, debió entrarle miedo y lo tiró como un fardo inútil en el pozo donde lo habían encontrado. Y Manuel quería suponer, que no lo hizo con la intención de que su cachorro muriese por falta de asistencia, abandonado como una mierda a su suerte. Previsiblemente muy mala, si la fortuna no hubiese ayudado a Manuel y su perrillo para dar con su paradero.
La cosa ya no tenía remedio, pero Manuel tenía que cobrarse la afrenta y vengar a su cachorro también. Nadie jugaba con su perros y menos poniendo en peligro sus vidas o su integridad física. Así que había que urdir un plan, pensado y detallado con tranquilidad y detenimiento. Ya se dice que la venganza es un delicioso plato que siempre ha de saborearse en frío. Y Manuel ante todo era un excelente gourmet.
Y además, ahora contaba con sus imesebelen y eso era una baza importantísima a su favor. Aquellos espeluznantes guerreros esclavos de leyenda, se trasladaban desde el pasado glorioso de Al- Andalus para protegerle y servirle como los más fieles perros de presa que jamás pudo soñar un amo. Que por cierto hay que decir, que a estas alturas ya se había ventilado a los cuatro, con idéntico placer con que le dio por el culo al primero. Menudas monturas daban los chicos mandinga!. Y por supuesto también le habían llenado la panza de leche al perrillo, dejando descansar un poco a sus hermanos, que aún siendo tan machos, todo tiene un límite y hasta el mejor semental se agota de tanto ñaca ñaca.
Desde luego las vergas de los africanos eran tan impresionantes como la de Adem, así que podría asegurarse que Geis aguardaba impaciente su recuperación completa, por si le caía en suerte probarlas por su trasero, además de por su boca. Seguía siendo muy puta esa zorra, aunque, por el momento, sólo Manuel había catado por el ano a los fieros guardianes de su harem canino. Porque entre ellos tampoco se les permitía hacer nada que debilitase sus fuerzas y se portaban como auténticos castrados, sin reacción alguna que no fuese provocada por su señor.
De todos modos, las noches del amo sólo eran para Jul y algunas veces participaba en ellas el noble mastín, que cada día andaba más encandilado por ese cachorro. Cuando podía tocarlo y besarlo, su mundo se transformaba en el jardín del edén. Y siempre venía a su mente los minutos que estuvo dentro del culo de esa preciosa mascota, que se beneficiaba su amo con una asiduidad casi obsesiva. Y eso que cada vez disponía de más cachas a las que zurrar, antes, durante o después de perforar el agujero que guardaban entre sus carnes. Manuel disfrutaba a sus anchas de una pléyade de selectos esclavos que pocos amos podían igualar. Y de ahí las envidias y odios que generaba entre algún mal nacido, indigno de llamarse amo y dominador de perros esclavos.
Y también el amo gustaba de usar durante el día a Aza, porque a parte de estar cada vez más guapo, el cachorro se entregaba a su dueño con tanta intensidad y celo, que no quedaba ni un sólo átomo de su cuerpo sin ponerlo a disposición de su señor para darle el mayor gozo y placer. El chico era una máquina sexual en todos los sentidos. Era lo que se dice redondo y completo para todo uso. Y nunca daba un renuncio o quiebro, ni un mal paso para servir a su amo. Su carne se mantenía como la de un potro de carreras, manteniendo siempre el tono muscular para proporcionar una inmejorable monta a su jinete. Que solía espolearlo a tope cuando se la hincaba por retaguardia, jodiéndole bien el culo.
Tenía una piel tan bonita que Adem podía pasarse horas frotándosela con cremas y ungüentos para nutrirla y dejarla más sedosa. E incluso en alguna ocasión le deslizó un dedo por el ojete para disfrutar la suavidad de su interior. Aquel muchacho era de puro terciopelo de seda color zaino.
El cachorro le traía a la memoria su juventud, en otros mundos diferentes y salvajes, llenos de vida y aventuras con otros críos de su aldea, compartiendo ensoñaciones y jornadas de caza de animales salvajes, para demostrar su hombría y virilidad. Aza, al igual que los cuatro imesebelen, formaban parte de la cultura ancestral de su tierra. Y quizás en lo más recóndito de su deseo esperaba que un día su señor le dejase follar a ese joven negro como lo había hecho con su amor secreto, el noble y hermoso mastín del señor.
Manuel, ya tenía pergeñada la estrategia del castigo al puto maricón que osara lastimar a su perrillo, pero tenía que atar cabos y perfilar algunas cosas con los amigos que participaron en el rescate del cachorro. No quería dejar nada al azar y además de satisfacción, buscaba un escarmiento para cualquier otro cuatrero que robase otro perro con dueño.
Y como pensaba mejor cuando estaba aliviado de la presión sexual, despachó a todos menos a Jul, Bom y al negro potrillo de piel brillante, y creyó que lo más conveniente era ponerles el culo de verano, aprovechando la estación.
Les hizo acercarse a su mesa de trabajo y empezó la fiesta carnal con ellos. Primero les calentó las posaderas a los tres con una regla de madera, doblados sobre la mesa, porque eso le despajaba las ideas, y luego les comió el culo, dilatándoselo con los dedos después. Y les metió caña para terminar dejando su esperma dentro de Jul. El de los cachorros quedó sobre la madera y los tres lamieron el suyo, sacando brillo de paso al barniz.
Pero al terminar sólo largó fuera del despacho a los dos machotes y se quedó con su mascota tumbado a sus pies, porque era probable que necesitara calentarle o joderle las carnes otra vez antes de dar por concluido su plan. O simplemente que le hiciese unas mamadas mientras ataba flecos sueltos en su estratagema. Manuel nunca pensaba con lucidez si le dolían los huevos y le era imprescindible vaciarlos y eliminar la desagradable presión en su vientre, que le provocaba la acumulación excesiva de esperma en las putas pelotas. Y, en esos casos, prefería a Jul para que se las trabajase y se lo absorbiese con la boca o el culo. Manuel no tenía manías en eso, con tal de que lo dejase seco y con los cojones arrugados. Y Jul sabía muy bien como sacarle a su amo hasta el más pequeño de los espermatozoides que corretease por su uretra.
Cuando entró Adem para decirle al señor que tenía dispuesto un refrigerio para reponer fuerzas, Manuel, después de dos corridas suyas y tres de su cachorro, ya sabía con todo lujo de detalles como llevaría a efecto su venganza contra el hijo de la gran puta que puso sus sucias patazas sobre la fina piel de su cachorro oriental.
lunes, 6 de febrero de 2012
Capítulo 29 / Los Imeseleben
Amaneció un día luminoso, con un cielo limpio de temores y penas. Y llegaron los africanos.
Manuel salió al patio de la casa y allí estaba Adem flanqueado por cuatro jóvenes de piel oscura, bien tensada sobre músculos de acero. Grandes como su pariente, los cuatro guerreros mandinga formaban una estampa sobrecogedora y a la vez impactante por su extraordinaria armonía de facciones y miembros. Eran dos parejas de imesebelen, dignos de defender la tienda del califa almohade Muhammad An-Nasir en la batalla de las Navas de Tolosa, y serían los fieles guardianes de la casa y los perros de Manuel.
Los cachorros también fueron al patio y quedaron anonadados al ver a semejantes titanes, cuyos cuerpos relucían como armaduras de hierro ennegrecido. A penas se llevaban unos meses de edad y eran primos entre sí. Manuel preguntó al sirviente como se llamaban los muchachos y tan parecidos eran los cuatro que resultaba difícil diferenciarlos. Pero Adem enumeró sus nombres: “Honio, Zula, Calen y Gomar”. Iba a ser necesario ponerles unas placas al cuello para saber con cual de ellos estabas. Y, ademas, no hablaban la lengua de este país y únicamente Adem se entendía con ellos. Sería como tener unos soldados mudos, pero no sordos y eso era lo principal.
Al cabo de una hora los cuatro africanos ya estaban vestidos con unos pantalones cortos de lino blanco, que dejaba ver el capullo de sus vergas flácidas por la pernera izquierda, y el torso cubierto a medias por chalecos granates abiertos en el pecho. A tenor del bulto de sus paquetes y el trozo de cipote que se veía, a Geis se le hacía el culo gaseosa imaginando como serían aquellos cuatro pollones bien duros y tiesos. Y al resto de los cachorros le daban algo de miedo los mandingas de la tribu de Adem.
Manuel le pidió al criado que les explicase las condiciones de su trabajo y sus obligaciones al servicio de la casa. Pero el fiel sirviente le contestó al señor que sus familiares venían a prestarle un servicio incondicional, con la misma obediencia y fidelidad que si fuesen esclavos sin derechos, ni otro fin que cumplir la voluntad de su señor. Manuel sólo tendría que ordenar y ellos cumplirían a ciegas su mandato.
El dueño de la casa dispuso para ellos un alojamiento común, en una habitación suficiente para sus catres y algún otro mueble, y el uso de un servicio con ducha para cuidar de la higiene de los jóvenes guardianes. Podría decirse que cada perro tendría un vigilante permanente cuando salieran fuera de los muros del hogar de su amo, a pesar de que jamás iban a ninguna parte sin su dueño. Pero, después de lo acontecido en el aparcamiento público con el perrillo, Manuel no deseaba exponerse a otro incidente de igual naturaleza. Valían demasiado sus perros para no tomarse en serio su custodia.
En consecuencia, fuera de casa, Honio, guardaría preferentemente a Bom. Gomar, no dejaría ni a sol ni a sombra a Jul, Calen, no se separaría ni un palmo de Aza y Zula estaría pegado a Geis como una lapa. Los perros parecerían ninfas de un serrallo con un eunuco a su espalda, pero, en este caso, los guardaespaldas no estaban castrados precisamente.
Y eso preocupó a Manuel de repente. Los chicos eran muy jóvenes y tendrían necesidades sexuales y seguramente andarían presentando armas por las esquinas, manchando la ropa cada dos por tres, si no desfogaban y desalojaban la carga seminal de sus bolas. No es que temiese que fuesen a violar a sus cachorros, pero era mucho más prudente poner remedio a cualquier eventualidad. Y cortarles los atributos sexuales sería una verdadera lástima teniendo en cuenta la belleza de tales ejemplares. Además no conocía las preferencias sexuales de los muchachos ni sus tendencias, como para tomar una decisión al respecto. Así que directamente se lo planteó a su pariente: “Adem, de que van estos tíos?. Son maricas?. Le gustan la tías o le dan a todo sin importar donde la metan?... No sé como os lo montáis en tu pueblo. Y sobre todo unos chavales tan jóvenes”. “Señor (respondió el criado), serán lo que tú les pidas o mandes... Y si no les dejas hacer nada pues se joden y se la cascan por la noche en la cama si tienen ganas... Como todo el mundo, señor”. “Pero yo me refiero si entre ellos se lo montan o piensan en mujeres para machacársela a pajas?”. “No sé, pero da igual. A los perros no los tocarán si tú no quieres”, afirmó Adem. “Y tú, cabrón, te los vas a follar?”, insistió con morbo el señor. “Sabes, señor, que sólo la meto donde y cuando tú dispones... Y cuando me duelen los cojones demasiado por no follar, pues me corro dormido sin tocármela, señor... Quieres probarlos, señor?... Di a uno que ponga el culo y verás como lo abre par ti, señor. Son muy obedientes y vienen bien enseñados”.
Manuel quiso probar lo que decía su criado y se dirigió a uno de ellos, sin distinguirlos muy bien aún, que resultó ser el vigilante de Bom. Y por señas le indicó que diese la vuelta y se doblase hacia delante para verle mejor las nalgas. El joven lo hizo sin dilación y sin duda de ninguna clase, como si ya estuviese esperando que el señor le ordenase tal cosa. Manuel se acercó al chaval y palpó sus glúteos, firmes y recios como rocas de granito, y fue bajando despacio el short de lino que llevaba, dejando poco a poco al descubierto dos nalgas como dos soles oscurecidos por un eclipse de luna total.
A Manuel se le cayeron los pelos del sombrajo al ver el culo del guerrero. Y más cuando separó la carne y apareció un aura más oscura que circundaba un cerrado redondel, arrugado hacia dentro, que indicaba que por allí se entraba en el chico. Y presionó con un dedo hasta que lo metió dentro. El negro ni se movió ni hizo el menor gesto de dolor o quiebro para evitar la penetración. Manuel sacó el dedo y lo chupó para meterlo otra vez, pero con más comodidad, y ya entró entero sin esfuerzo. Lo movió unas cuantas veces de adentro afuera, con un ligero bombeo, y aquel esfínter respondía de maravilla a la intrusión digital de Manuel. La cosa se fue animando y el señor dio un paso más. Escupió en el agujero y volvió a empujar, metiendo dos dedos juntos. Lo siguiente sería la polla, lógicamente. Y el dueño de la casa no lo pensó más, sacó la chorra, ya como una moto de lanzada, y se la fue clavando por el culo al joven mandinga hasta hacer tope con los cojones. Y puestos a ello, se lo folló tan ricamente, con un polvazo de muerte, por cierto.
El resto de los asistentes sólo veían y se ponían burros con la escena, manchando el suelo unos al estar a cuatro patas y otros los pantalones a la altura de la cintura por estar de pie y sin sacar los rabos al aire. Menos Jul, que aunque también se empalmo, forzó su mente a no prestar atención a lo que estaba pasando ante sus hocicos, pero no le dolió ni le entristeció que su amo usase a otro para abrirle el culo y rompérselo a pollazos. Ya tenía asumido claramente que a un esclavo sólo le correspondía ser la puta de su amo cuando éste le concedía tal privilegio y honor. Y el joven mandinga escupió la leche en el suelo, unos minutos antes de que se corriese Manuel en sus tripas. Y luego vertió el semen del señor por el ojete y fue resbalando por las patas hasta los tobillos del chico.
Ahora sólo restaba planear el castigo para el desgraciado cerdo que había robado y maltratado a Geis, aunque todavía el cachorro no había contado nada respecto a lo ocurrido durante el secuestro, para poder ponderar el nivel de represalia que merecía el puto miserable que lo lastimó de un modo tan vil.
Manuel salió al patio de la casa y allí estaba Adem flanqueado por cuatro jóvenes de piel oscura, bien tensada sobre músculos de acero. Grandes como su pariente, los cuatro guerreros mandinga formaban una estampa sobrecogedora y a la vez impactante por su extraordinaria armonía de facciones y miembros. Eran dos parejas de imesebelen, dignos de defender la tienda del califa almohade Muhammad An-Nasir en la batalla de las Navas de Tolosa, y serían los fieles guardianes de la casa y los perros de Manuel.
Los cachorros también fueron al patio y quedaron anonadados al ver a semejantes titanes, cuyos cuerpos relucían como armaduras de hierro ennegrecido. A penas se llevaban unos meses de edad y eran primos entre sí. Manuel preguntó al sirviente como se llamaban los muchachos y tan parecidos eran los cuatro que resultaba difícil diferenciarlos. Pero Adem enumeró sus nombres: “Honio, Zula, Calen y Gomar”. Iba a ser necesario ponerles unas placas al cuello para saber con cual de ellos estabas. Y, ademas, no hablaban la lengua de este país y únicamente Adem se entendía con ellos. Sería como tener unos soldados mudos, pero no sordos y eso era lo principal.
Al cabo de una hora los cuatro africanos ya estaban vestidos con unos pantalones cortos de lino blanco, que dejaba ver el capullo de sus vergas flácidas por la pernera izquierda, y el torso cubierto a medias por chalecos granates abiertos en el pecho. A tenor del bulto de sus paquetes y el trozo de cipote que se veía, a Geis se le hacía el culo gaseosa imaginando como serían aquellos cuatro pollones bien duros y tiesos. Y al resto de los cachorros le daban algo de miedo los mandingas de la tribu de Adem.
Manuel le pidió al criado que les explicase las condiciones de su trabajo y sus obligaciones al servicio de la casa. Pero el fiel sirviente le contestó al señor que sus familiares venían a prestarle un servicio incondicional, con la misma obediencia y fidelidad que si fuesen esclavos sin derechos, ni otro fin que cumplir la voluntad de su señor. Manuel sólo tendría que ordenar y ellos cumplirían a ciegas su mandato.
El dueño de la casa dispuso para ellos un alojamiento común, en una habitación suficiente para sus catres y algún otro mueble, y el uso de un servicio con ducha para cuidar de la higiene de los jóvenes guardianes. Podría decirse que cada perro tendría un vigilante permanente cuando salieran fuera de los muros del hogar de su amo, a pesar de que jamás iban a ninguna parte sin su dueño. Pero, después de lo acontecido en el aparcamiento público con el perrillo, Manuel no deseaba exponerse a otro incidente de igual naturaleza. Valían demasiado sus perros para no tomarse en serio su custodia.
En consecuencia, fuera de casa, Honio, guardaría preferentemente a Bom. Gomar, no dejaría ni a sol ni a sombra a Jul, Calen, no se separaría ni un palmo de Aza y Zula estaría pegado a Geis como una lapa. Los perros parecerían ninfas de un serrallo con un eunuco a su espalda, pero, en este caso, los guardaespaldas no estaban castrados precisamente.
Y eso preocupó a Manuel de repente. Los chicos eran muy jóvenes y tendrían necesidades sexuales y seguramente andarían presentando armas por las esquinas, manchando la ropa cada dos por tres, si no desfogaban y desalojaban la carga seminal de sus bolas. No es que temiese que fuesen a violar a sus cachorros, pero era mucho más prudente poner remedio a cualquier eventualidad. Y cortarles los atributos sexuales sería una verdadera lástima teniendo en cuenta la belleza de tales ejemplares. Además no conocía las preferencias sexuales de los muchachos ni sus tendencias, como para tomar una decisión al respecto. Así que directamente se lo planteó a su pariente: “Adem, de que van estos tíos?. Son maricas?. Le gustan la tías o le dan a todo sin importar donde la metan?... No sé como os lo montáis en tu pueblo. Y sobre todo unos chavales tan jóvenes”. “Señor (respondió el criado), serán lo que tú les pidas o mandes... Y si no les dejas hacer nada pues se joden y se la cascan por la noche en la cama si tienen ganas... Como todo el mundo, señor”. “Pero yo me refiero si entre ellos se lo montan o piensan en mujeres para machacársela a pajas?”. “No sé, pero da igual. A los perros no los tocarán si tú no quieres”, afirmó Adem. “Y tú, cabrón, te los vas a follar?”, insistió con morbo el señor. “Sabes, señor, que sólo la meto donde y cuando tú dispones... Y cuando me duelen los cojones demasiado por no follar, pues me corro dormido sin tocármela, señor... Quieres probarlos, señor?... Di a uno que ponga el culo y verás como lo abre par ti, señor. Son muy obedientes y vienen bien enseñados”.
Manuel quiso probar lo que decía su criado y se dirigió a uno de ellos, sin distinguirlos muy bien aún, que resultó ser el vigilante de Bom. Y por señas le indicó que diese la vuelta y se doblase hacia delante para verle mejor las nalgas. El joven lo hizo sin dilación y sin duda de ninguna clase, como si ya estuviese esperando que el señor le ordenase tal cosa. Manuel se acercó al chaval y palpó sus glúteos, firmes y recios como rocas de granito, y fue bajando despacio el short de lino que llevaba, dejando poco a poco al descubierto dos nalgas como dos soles oscurecidos por un eclipse de luna total.
A Manuel se le cayeron los pelos del sombrajo al ver el culo del guerrero. Y más cuando separó la carne y apareció un aura más oscura que circundaba un cerrado redondel, arrugado hacia dentro, que indicaba que por allí se entraba en el chico. Y presionó con un dedo hasta que lo metió dentro. El negro ni se movió ni hizo el menor gesto de dolor o quiebro para evitar la penetración. Manuel sacó el dedo y lo chupó para meterlo otra vez, pero con más comodidad, y ya entró entero sin esfuerzo. Lo movió unas cuantas veces de adentro afuera, con un ligero bombeo, y aquel esfínter respondía de maravilla a la intrusión digital de Manuel. La cosa se fue animando y el señor dio un paso más. Escupió en el agujero y volvió a empujar, metiendo dos dedos juntos. Lo siguiente sería la polla, lógicamente. Y el dueño de la casa no lo pensó más, sacó la chorra, ya como una moto de lanzada, y se la fue clavando por el culo al joven mandinga hasta hacer tope con los cojones. Y puestos a ello, se lo folló tan ricamente, con un polvazo de muerte, por cierto.
El resto de los asistentes sólo veían y se ponían burros con la escena, manchando el suelo unos al estar a cuatro patas y otros los pantalones a la altura de la cintura por estar de pie y sin sacar los rabos al aire. Menos Jul, que aunque también se empalmo, forzó su mente a no prestar atención a lo que estaba pasando ante sus hocicos, pero no le dolió ni le entristeció que su amo usase a otro para abrirle el culo y rompérselo a pollazos. Ya tenía asumido claramente que a un esclavo sólo le correspondía ser la puta de su amo cuando éste le concedía tal privilegio y honor. Y el joven mandinga escupió la leche en el suelo, unos minutos antes de que se corriese Manuel en sus tripas. Y luego vertió el semen del señor por el ojete y fue resbalando por las patas hasta los tobillos del chico.
Ahora sólo restaba planear el castigo para el desgraciado cerdo que había robado y maltratado a Geis, aunque todavía el cachorro no había contado nada respecto a lo ocurrido durante el secuestro, para poder ponderar el nivel de represalia que merecía el puto miserable que lo lastimó de un modo tan vil.
jueves, 2 de febrero de 2012
Capítulo 28 / El regreso
Manuel llamó a su casa para dar la buena noticia de la aparición de Geis y Adem, junto a los otros cachorros, los esperaban en la entrada de la casa con el corazón en un puño.
El amo entró con el cachorro en brazos y se lo traspasó al sirviente, diciendo: “Me lo han machacado, Adem. Pero por fortuna no tiene lesiones de consideración. Tenemos que cuidarlo y vigilar la evolución de sus heridas. Ponlo en un cuarto de invitados y que no le falte nada... Mi pobre perrillo. Te juro que esto no quedará así... Lo pagará caro ese puto cerdo de mierda”. Y besó a Geis en la frente.
Los otros perros se morían por acercarse a su hermano pequeño y el amo, con una señal, les permitió hacerlo.
Bom, frunció el entrecejo y sus ojos reflejaron la tensión previa a la pelea. Hubiera destrozado de cuatro dentelladas al puto cabrón que maltrató a su compañero.
Los ojos de Aza se empañaron y acercó la cabeza a la del cachorro que le hacía tantas mamadas y le daba tanto gusto con el culo.
Jul, miró a su señor con tristeza, rogándole sin voz que le dejase abrazar al perrillo, pero Manuel, que no le hacía falta oír a su mascota para entenderlo, le dijo que lo besara nada más, porque Geis debía descansar y no estaba para demasiadas efusiones y mucho menos para achuchones, aunque fuesen cariñosos.
Y Geis era el ser más feliz de la tierra viéndose otra vez con su amo, Adem y sus hermanos de perrera. Y la alegría flotaba en la casa de Manuel, volviendo a la normalidad con el regreso del cachorrillo, maltrecho, pero vivo y sin graves dolencias irreversibles.
De todos modos su amo no le forzó a contar lo que le había hecho el puto ladrón de cachorros y le dijo que cuando estuviese mejor tendría tiempo de hacerlo con todo detalle, para tomar nota del nivel de venganza que procediese tomar contra el puto cabrón que lo hirió de aquella manera.
Esa misma noche el amo quiso celebrar el feliz acontecimiento y después de la cena, en compañía de sus cachorros, acostó a Geis en una litera y a cada lado se colocaron los dos machos de la casa, con sus pollas al alcance del perrillo convaleciente, para que jugase con ellas. Y cuando le apeteciese los ordeñase el mismo y se nutriese con la exquisita leche de los campeones. Evidentemente Manuel tuvo que llamarle la atención por miedo a que se empachase de tanto abusar de los dos perros. Y evitar, además, que les secase los huevos con tanta extracción de semen.
A Jul le hacía gracia ver a Geis como la reina de Saba , tendido en la cheslón y escoltado por dos hermosos machos a los que no paraba de sobar hasta donde le alcanzaban las manos. Nunca se había visto en mejor ocasión para aprovecharse de sus dos hermanos, la muy zorra. Pero su dueño quería mimarlo por lo ocurrido y Bom y Aza tenían que cumplir y darle hasta la última gota de su esperma si Geis la quería. Y si se cansaba de masturbarlos, eran ellos los que se pajeaban acercando el capullo a la boca del perrillo para darle sus vitaminas sin molestarse en mamar del teto. Vamos, ni la favorita de un sultán estaría mejor servida que la puta perra viciosa. En el fondo, el muy puta, estaba encantado de que lo hubiesen robado a la vista de lo consentido y mimado que lo tenía su amo para compensarle de los padecimientos sufridos en el secuestro.
A Bom se le estaban hinchando las pelotas con tanto miramiento hacia la jodida perra, pero sin embargo, Aza sonreía mirando a Geis con ojos de cordero degollado. Aunque ninguno de los dos podían quejarse, puesto que Manuel, entre ordeño y paja, les dio por el culo a ambos un par de veces, para que elaborasen más leche en los cojones y ofrecérsela al insaciable Geis. Y eso ya no le causó tanta gracia a Jul, porque restaba los polvos que su amo pudiese meterle el resto de la noche. Y cuando menos mermaba la leche de su señor.
Pero Jul se equivocaba en parte, ya que su amo tenía pensado pasar el tiempo hasta la madrugada en su cama con sus tres cachorros sanos. Quería tenerlos cerca y gozarlos hasta agotarse y quedar rendido de sueño junto a ellos. Tenía que aparcar el mal trago del robo y sentirse amado por sus perros y arropado por el calor de sus cuerpos y sus corazones. No le importaba dormir apretado, pero necesitaba a los tres consigo.
Manuel, situado en el centro, estaba escoltado por Bom y Jul, con las cabezas de los dos cachorros sobre el pecho, y Aza puso una mejilla encima de la polla excitada de su amo. Los tres perros echaban líquido por sus penes, que latían paralelos a sus vientres y duros como los barrotes que adornaban las esquinas del lecho de su señor.
Sus cuerpos desnudos eran tan hermosos, que sólo contemplándolos se podría tener un orgasmo. Los muslos eran perfectos y sus nalgas estaban tan bien formadas que invitaban a no dejar de mirarlas. Ni el juez más riguroso sería capaz de decidir cual de los tres culos era el más bello y sugestivo. Tres colores para tres tentaciones imposibles de rechazar. Y Manuel no iba a ser quién despreciase aquellos regalos de la naturaleza.
Los estiró a los tres, muy pegados y de bruces sobre la cama, y encima de las piernas de Jul, abarcando con los brazos las de los dos machos, situados a cada lado del cachorro, les besó los glúteos a los tres y jugó a lamer los ojetes de los muchachos. Los agujeros se abrían y cerraban al contacto de la lengua de su amo y la verga de éste segregaba babilla, lubricando el glande que sobresalía enteramente del prepucio.
Los chicos no se tocaban y su piel trasmitía de uno a otro los escalofríos de placer que su señor les causaba. Manuel deseaba la pasividad total de sus perros y no les dejó que le hicieran nada. Sólo él se regodeaba sobando y saboreando sus cuerpos, hasta que montó sobre el más joven y lo penetró. Bombeó en él un rato y salió para subirse encima de Jul, que también lo folló otro poco. Y descabalgó de él y le dio por el culo a Bom, hincándole la tranca hasta el corvejón. Y volvió a repetir la operación en sentido contrario tres veces . Y cuando ya en su cipote aparecía la muestra de su semen, les dio la vuelta, juntando sus cabezas y se corrió en las tres bocas abiertas. Los perros no necesitaron tocarse el pito para correrse también.
Pero no se durmieron aún. Manuel no se cansaba de usar a sus cachorros y ahora les tocaba por delante. Les mordisqueó las tetillas y retorció fuertemente sus pezones hasta hacerles chillar como becerros. Y luego pasó a los huevos, apretándolos y tirando de ellos, y también les mordió las pollas, estirando con los dientes el prepucio de los tres carajos. Y cuando las lágrimas ya asomaban a los ojos de los perros, subió a besárselos y morderles la boca a continuación.
Al rato ya estaban empalmados y babeando otra vez. Y el amo puso a Aza boca a bajo y con las patas abiertas y se lo ofreció al mastín: “Fóllalo, Bom, porque eres mi gran macho y mi campeón. El líder de mi jauría y te doy el derecho a darle por el culo al que podría haber sido tu sucesor en mi perrera... Levanta el culo, Aza, que tu hermano mayor te va a dejar el agujero como una amapola en primavera... Vamos, campeón. Dale caña y que se entere de como sabe follar un avezado garañón”.
La verga de Bom no es que estuviese excitada. Ardía y bullía como una olla a presión Fue como una locomotora entrando en un túnel y se la clavó al negro con todas las ganas acumuladas desde la pelea. Y como ya iba a ser su segunda corrida en poco tiempo, le dio rabo durante media hora larga, sin bajar la intensidad de la follada. Le dejó el ano para el arrastre, pero el negrito derramó su leche en el colchón cuando Bom lo preñaba a él.
Jul estaba salido como una perra viendo a los dos machos incustrados el uno en el otro y pedía con la mirada a su amo que le diese por el culo también. Pero Manuel prefería ver bien el polvo de sus machos y no hizo caso de la insistencia libidinosa de su mascota, hasta que acabaron los otros dos de joder. Vaciadas las bolas de la pareja de machotes, Manuel colocó a Jul con el culo en pompa y le sacudió estopa en las nalgas mientras le traspasaba el ano con la verga y se la metía hasta el fondo de su ser. Y lo jodió otra media hora, sin dejar de azotarlo y morderle la espalda y el cuello, y soltaron la lefa que aún les quedaba en el cuerpo a los dos. Después, se durmieron los cuatro abrazos entre sí, disputándose los tres perros el calor de su amo.
Y a la mañana siguiente Manuel pondría orden en su casa y planearía el ajuste de cuentas al raptor de su cahorro oriental.
El amo entró con el cachorro en brazos y se lo traspasó al sirviente, diciendo: “Me lo han machacado, Adem. Pero por fortuna no tiene lesiones de consideración. Tenemos que cuidarlo y vigilar la evolución de sus heridas. Ponlo en un cuarto de invitados y que no le falte nada... Mi pobre perrillo. Te juro que esto no quedará así... Lo pagará caro ese puto cerdo de mierda”. Y besó a Geis en la frente.
Los otros perros se morían por acercarse a su hermano pequeño y el amo, con una señal, les permitió hacerlo.
Bom, frunció el entrecejo y sus ojos reflejaron la tensión previa a la pelea. Hubiera destrozado de cuatro dentelladas al puto cabrón que maltrató a su compañero.
Los ojos de Aza se empañaron y acercó la cabeza a la del cachorro que le hacía tantas mamadas y le daba tanto gusto con el culo.
Jul, miró a su señor con tristeza, rogándole sin voz que le dejase abrazar al perrillo, pero Manuel, que no le hacía falta oír a su mascota para entenderlo, le dijo que lo besara nada más, porque Geis debía descansar y no estaba para demasiadas efusiones y mucho menos para achuchones, aunque fuesen cariñosos.
Y Geis era el ser más feliz de la tierra viéndose otra vez con su amo, Adem y sus hermanos de perrera. Y la alegría flotaba en la casa de Manuel, volviendo a la normalidad con el regreso del cachorrillo, maltrecho, pero vivo y sin graves dolencias irreversibles.
De todos modos su amo no le forzó a contar lo que le había hecho el puto ladrón de cachorros y le dijo que cuando estuviese mejor tendría tiempo de hacerlo con todo detalle, para tomar nota del nivel de venganza que procediese tomar contra el puto cabrón que lo hirió de aquella manera.
Esa misma noche el amo quiso celebrar el feliz acontecimiento y después de la cena, en compañía de sus cachorros, acostó a Geis en una litera y a cada lado se colocaron los dos machos de la casa, con sus pollas al alcance del perrillo convaleciente, para que jugase con ellas. Y cuando le apeteciese los ordeñase el mismo y se nutriese con la exquisita leche de los campeones. Evidentemente Manuel tuvo que llamarle la atención por miedo a que se empachase de tanto abusar de los dos perros. Y evitar, además, que les secase los huevos con tanta extracción de semen.
A Jul le hacía gracia ver a Geis como la reina de Saba , tendido en la cheslón y escoltado por dos hermosos machos a los que no paraba de sobar hasta donde le alcanzaban las manos. Nunca se había visto en mejor ocasión para aprovecharse de sus dos hermanos, la muy zorra. Pero su dueño quería mimarlo por lo ocurrido y Bom y Aza tenían que cumplir y darle hasta la última gota de su esperma si Geis la quería. Y si se cansaba de masturbarlos, eran ellos los que se pajeaban acercando el capullo a la boca del perrillo para darle sus vitaminas sin molestarse en mamar del teto. Vamos, ni la favorita de un sultán estaría mejor servida que la puta perra viciosa. En el fondo, el muy puta, estaba encantado de que lo hubiesen robado a la vista de lo consentido y mimado que lo tenía su amo para compensarle de los padecimientos sufridos en el secuestro.
A Bom se le estaban hinchando las pelotas con tanto miramiento hacia la jodida perra, pero sin embargo, Aza sonreía mirando a Geis con ojos de cordero degollado. Aunque ninguno de los dos podían quejarse, puesto que Manuel, entre ordeño y paja, les dio por el culo a ambos un par de veces, para que elaborasen más leche en los cojones y ofrecérsela al insaciable Geis. Y eso ya no le causó tanta gracia a Jul, porque restaba los polvos que su amo pudiese meterle el resto de la noche. Y cuando menos mermaba la leche de su señor.
Pero Jul se equivocaba en parte, ya que su amo tenía pensado pasar el tiempo hasta la madrugada en su cama con sus tres cachorros sanos. Quería tenerlos cerca y gozarlos hasta agotarse y quedar rendido de sueño junto a ellos. Tenía que aparcar el mal trago del robo y sentirse amado por sus perros y arropado por el calor de sus cuerpos y sus corazones. No le importaba dormir apretado, pero necesitaba a los tres consigo.
Manuel, situado en el centro, estaba escoltado por Bom y Jul, con las cabezas de los dos cachorros sobre el pecho, y Aza puso una mejilla encima de la polla excitada de su amo. Los tres perros echaban líquido por sus penes, que latían paralelos a sus vientres y duros como los barrotes que adornaban las esquinas del lecho de su señor.
Sus cuerpos desnudos eran tan hermosos, que sólo contemplándolos se podría tener un orgasmo. Los muslos eran perfectos y sus nalgas estaban tan bien formadas que invitaban a no dejar de mirarlas. Ni el juez más riguroso sería capaz de decidir cual de los tres culos era el más bello y sugestivo. Tres colores para tres tentaciones imposibles de rechazar. Y Manuel no iba a ser quién despreciase aquellos regalos de la naturaleza.
Los estiró a los tres, muy pegados y de bruces sobre la cama, y encima de las piernas de Jul, abarcando con los brazos las de los dos machos, situados a cada lado del cachorro, les besó los glúteos a los tres y jugó a lamer los ojetes de los muchachos. Los agujeros se abrían y cerraban al contacto de la lengua de su amo y la verga de éste segregaba babilla, lubricando el glande que sobresalía enteramente del prepucio.
Los chicos no se tocaban y su piel trasmitía de uno a otro los escalofríos de placer que su señor les causaba. Manuel deseaba la pasividad total de sus perros y no les dejó que le hicieran nada. Sólo él se regodeaba sobando y saboreando sus cuerpos, hasta que montó sobre el más joven y lo penetró. Bombeó en él un rato y salió para subirse encima de Jul, que también lo folló otro poco. Y descabalgó de él y le dio por el culo a Bom, hincándole la tranca hasta el corvejón. Y volvió a repetir la operación en sentido contrario tres veces . Y cuando ya en su cipote aparecía la muestra de su semen, les dio la vuelta, juntando sus cabezas y se corrió en las tres bocas abiertas. Los perros no necesitaron tocarse el pito para correrse también.
Pero no se durmieron aún. Manuel no se cansaba de usar a sus cachorros y ahora les tocaba por delante. Les mordisqueó las tetillas y retorció fuertemente sus pezones hasta hacerles chillar como becerros. Y luego pasó a los huevos, apretándolos y tirando de ellos, y también les mordió las pollas, estirando con los dientes el prepucio de los tres carajos. Y cuando las lágrimas ya asomaban a los ojos de los perros, subió a besárselos y morderles la boca a continuación.
Al rato ya estaban empalmados y babeando otra vez. Y el amo puso a Aza boca a bajo y con las patas abiertas y se lo ofreció al mastín: “Fóllalo, Bom, porque eres mi gran macho y mi campeón. El líder de mi jauría y te doy el derecho a darle por el culo al que podría haber sido tu sucesor en mi perrera... Levanta el culo, Aza, que tu hermano mayor te va a dejar el agujero como una amapola en primavera... Vamos, campeón. Dale caña y que se entere de como sabe follar un avezado garañón”.
La verga de Bom no es que estuviese excitada. Ardía y bullía como una olla a presión Fue como una locomotora entrando en un túnel y se la clavó al negro con todas las ganas acumuladas desde la pelea. Y como ya iba a ser su segunda corrida en poco tiempo, le dio rabo durante media hora larga, sin bajar la intensidad de la follada. Le dejó el ano para el arrastre, pero el negrito derramó su leche en el colchón cuando Bom lo preñaba a él.
Jul estaba salido como una perra viendo a los dos machos incustrados el uno en el otro y pedía con la mirada a su amo que le diese por el culo también. Pero Manuel prefería ver bien el polvo de sus machos y no hizo caso de la insistencia libidinosa de su mascota, hasta que acabaron los otros dos de joder. Vaciadas las bolas de la pareja de machotes, Manuel colocó a Jul con el culo en pompa y le sacudió estopa en las nalgas mientras le traspasaba el ano con la verga y se la metía hasta el fondo de su ser. Y lo jodió otra media hora, sin dejar de azotarlo y morderle la espalda y el cuello, y soltaron la lefa que aún les quedaba en el cuerpo a los dos. Después, se durmieron los cuatro abrazos entre sí, disputándose los tres perros el calor de su amo.
Y a la mañana siguiente Manuel pondría orden en su casa y planearía el ajuste de cuentas al raptor de su cahorro oriental.
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