Geis no podía haber desaparecido y Manuel tenía la obligación de buscarlo hasta en el infierno si ello fuese necesario. Besó a Jul, aspirando su aliento y su energía, y dijo: “Voy a buscarlo, Jul... Lo traeré de nuevo a casa y si el hijo de puta que lo robó lo ha herido o maltratado, más le vale no haber nacido porque voy a hacerle pagar por ello, multiplicado por mil... Mis perros son sagrados y estáis bajo mi protección, mi querido cachorro... Ahora mismo te montaría y te llenaría del fruto de mi cojones, pero antes debo encontrar a a mi cachorro perdido. Ahora lo prioritario es Geis, Jul... Lo entiendes. Verdad?”.
“Sí mi amo... Me dejas decirte que te quiero, señor?”...
“Ya lo has dicho, Jul. Ahora ya no hay remedio, así que no voy a reñirte por pensar por ti mismo, pero no abuses porque ya sabes que caerá sobre ti el castigo con toda la severidad necesaria... Y vete, que tengo mucho que hacer. O de lo contrario terminaría dándote por el culo sobre esta mesa... Y dile a Adem que venga”.
El sirviente entró en el despacho tan pronto como recibió el recado del señor y Manuel le dijo: “Adem, no hace mucho me hablaste de unos parientes tuyos de Africa, que podrían venir a servirme”. “Sí, señor. son unos jóvenes sanos, avispados y fuertes, enseñados para ser buenos cazadores de leones, señor”, contestó el criado. “Que edad tienen?”, preguntó Manuel. Y Adem dijo: “Veintipocos, señor. Aun son críos pero piensan como hombres ya hechos. En mi tierra tienen que crecer rápido, señor”. “Bien... Habla con ellos y encárgate de traerlos cuanto antes... Los quiero en mi casa como guardianes de mis perros. Esa será su misión... Nunca más volverá a ocurrir lo de Geis. Lo juró”. “No será fácil conseguir los permisos, señor”, advirtió Adem. “Que vengan como turistas y del resto me encargo yo... Pero tienen que estar aquí cuanto antes... Tengo muchas cosas que poner en orden una vez que encuentre a mi pobre cachorro... Y vaya si las pondré... Y si aquí no tienen leones para cazar, puede que haya algún cabrón hijo de puta al que tengan que echarle el guante encima”.
Manuel hizo varias llamadas de teléfono durante el resto del día y recibió otras cuantas de amigos con perros dándole pistas. Y, pasada la madrugada, una de ellas fue de su amigo el médico, que le informó sobre el presunto responsable de la desaparición del perrillo.
Efectivamente parecía tratarse del puto miserable con quien se cruzaron en el aparcamiento, según había averiguado el doctor, ya que el muy majadero había alardeado de ello en un puto bar de ambiente leather, riéndose como una hiena por su fechoría. Dicho sea con el máximo respeto para las hienas, que son animales bastante más listos que el susodicho individuo a tenor de su proceder.
El asunto era saber donde había escondido al cachorro e ir a partirle la boca y sacarle las muelas de entrada, al puto cabrón sin agallas para enfrenarse de cara a un amo, en lugar de robarle a traición a uno de sus perros ya enseñado y adiestrado. Porque tampoco era cosa de denunciarlo a la policía, puesto que estas cosas se ventilan mejor entre señores y entre ellos se ajustan las cuentas si es necesario.
Continuaron las pesquisas y por fin, con la luz del día, supo Manuel el lugar donde podría estar su infortunado cachorro. Al parecer el cerdo que lo secuestró, solía usar para sus sesiones un almacén abandonado a unos kilómetros de la ciudad, yendo por una carretera secundaria, y allí se desplazaron Manuel y su amigo el médico, acompañados del amo Tano y otro señor que conocía el sitio. Y cuando llegaron encontraron aquello desierto y vacío, pero a Tano le extrañó algo que vio en un rincón del suelo. Tirado en una esquina, mezclado con un montón de basura, salía un destello metálico. Y, que al revolver entre la mierda, resultó ser el candado que cerraba el collar de Geis, uniendo la correa colorada cortada en dos partes. A Manuel le dio un vuelco el corazón y se imaginó lo peor. No quería imaginar lo que habría sufrido su infeliz cachorro y casi no tenía fuerzas para continuar rebuscando entre escombros. Sus amigos lo animaron y todos se volcaron en el rescate del perrillo. Miraron y remiraron por todo hueco que encontraron y levantaron tablones y compuertas oxidadas, pero por ninguna parte había el menor rastro de Geis.
Lo que si había eran cadenas sucias colgadas de una viga, con restos de cera debajo. En otro sitio hallaron trozos de soga recién usada y manchada de manteca blanca y espesa. Estaba claro que allí se había abusado de alguna criatura y esa víctima seguramente era Geis. Pero donde cojones estaba el cachorro?. Qué pudo haber hecho con él el jodido cabrón que lo usó presumiblemente de la manera más infame?. Al amo del perrillo se le partía el alma con cada hallazgo, más no siendo el cachorro el objeto del encuentro.
El otro señor que conocía el sitio, recordó que había un cuarto camuflado en un muro y tanteó las paredes hasta que dio con la entrada del recinto oculto. Pero dentro sólo se veían artilugios de tortura, cadenas una cruz de madera, dildos de varios tamaños y formas, pinzas, varas, látigos y un amplio etcétera que no merece la pena enumerar. Todo un arsenal apropiado para las sesiones de adiestramiento de un perro, siempre que fuese propio y no robado por la fuerza a otro amo. Pero tampoco estaba Geis en ese zulo.
Se acercaba el medio día y no había resultados positivos en la búsqueda del muchacho. No habría más remedio que denunciar su desaparición a la policía por si acaso el asunto tomaba un cariz más lamentable. Y fue cuando de una especie de pozo al borde de una zanja, oyeron un gemido apagado, que les erizó el cabello y les puso en tensión todos los músculos del cuerpo. Corrieron al lugar y allí, con residuos de todo tipo, medio enterrado en el lodo sobresalía la cabeza ensangrentada del pequeño cachorro y parte de su cuerpo desnudo. Manuel no contuvo los nervios por más tiempo y rompió a llorar ante el tétrico espectáculo que ofrecía su perro oriental.
El médico le prestó al cachorro los primeros auxilios, pero aconsejó a Manuel que era conveniente trasladarlo a su clínica con toda rapidez para evaluar las lesiones y daños del cachorrillo. Sin pérdida de tiempo, lo envolvieron en una manta de viaje y salieron cagando hostias para la ciudad para curar al preciado muñeco que llevaba Manuel en sus brazos, gravemente lesionado por una bestia sin alma.
Con el traqueteo del coche, Geis abrió los ojos, ligeramente hinchados, y miró a su amo, diciéndole bajito: “Mi amo... No pude... defenderme,.. mi... señor”. “Calla y no te esfuerces... Mi cachorro... Tú también eres valiente como tus hermanos mayores, pero ahora descansa que pronto estaremos en casa todos juntos... Y tu amigo Aza te dará mucha leche, de esa que tanto te gusta... Toda la que pueda fabricar en esas dos bolas tostadas que tiene, el muy cabronazo”, le dijo el amo con cariño. Y una sonrisa iluminó los labios partidos y manchados de sangre seca del cachorro. “Seras puta, jodido!...Oír hablar de leche calentita y espesa y ya te animas... Menudo puto filipino estás hecho!”, bromeó Manuel al ver la cara de alegría de su perro, al estar protegido en el regazo de su amo y prometiéndole una buena dieta suplementaria de proteínas. Y el doctor añadió: “Eso le vendrá de maravilla para recobrar las fuerzas. Así que dale toda la que pueda tragar. Y ya sabemos que es muy glotón tratándose de ese tipo de alimento”. Y, quizás para rebajar la tensión, todos se rieron mirando al cachorrillo.
Después de una revisión a fondo, el médico informó al amo del perro que su estado no era tan grave, ya que no se apreciaban lesiones internas, pero le habían producido una fisura en el ano, tenía un hombro lesionado y golpes en la cara y varias magulladuras por todo el cuerpo, además del culo amoratado y lleno de cardenales y verdugones en la espalda. En cualquier caso habría que mantenerlo en observación por unos días.
En resumen, lo habían dejado hecho un poema irisado en tonalidades de mil colores, pero con vida, y eso era lo importante para todos. Y cuando estuviese mejor ya contaría lo que le había hecho padecer el hijo de mala madre de su secuestrador.
domingo, 29 de enero de 2012
miércoles, 25 de enero de 2012
Capítulo 26 / La pérdida
A pesar de lo que Manuel creyera después de la lucha organizada entre sus dos machos, para aliviar las tensiones a causa de la marca de su mascota, un mes no había sido suficiente para que sus perros dejasen de darle importancia, más, cuando diariamente la veían plasmada entre los cuartos traseros de Jul. Esa tarde asistiera a un velada en casa de unos amigos y pasó la noche agitado y con molestias de estómago. Y aunque se había follado un par de veces a Jul, después de la cena y a media noche, no andaba con demasiadas ganas de jaleo. Y dejó que el cachorro se duchase solo, sin obligarle a mamarle la verga y después darle por culo, para mear dentro de su tripa una vez que se había aliviado los huevos, como solía ser habitual cada mañana.
Casi no desayunó y llamó a su amigo el médico que curaba a sus perros, para que le recetase un remedio para aliviar su dolencia. El doctor le dijo que fuese a verlo en una hora y Manuel se arregló sin tardanza para ir a la consulta de su amigo. Mandó a Adem que preparase a Geis, porque llevaba tiempo sin pasar la revisión sanitaria y quería aprovechar la visita para hacerlo. Adem, siempre diligente, lavó y vistió al cachorro, dejándolo como un pincel, que hasta parecía el niño mimado de una señora rica y algo pija. Iba hecho una auténtica monada y daban ganas de apretarle el culito como a un muñeco de goma. La verdad es que el perrillo era amanerado pero tenía un tipo y una cara que no desmerecía a la de un modelo fotográfico para lucir ropa de moda. Estaba muy bien formado el cabrón.
Salieron en coche y en poco tiempo estaban aparcando en un parking público cerca de la clínica del amigo de Manuel. El médico auscultó al amo y revisó a fondo al esclavo, desde la boca al culo, por donde le metió los dedos abriéndole el ano, para palparle el recto, y luego le introdujo un especulo para examinar por la reflexión luminosa de una linterna la cavidad anal del perro. El examen del cachorro dio un resultado satisfactorio y el amo solamente se había excedido comiendo algo picante y simplemente le ardía el estómago.
A la entrada del aparcamiento, al ir a recoger el automóvil, se cruzaron con otro amo, que Manuel sólo conocía de vista por haber coincidido en alguna fiesta, y al ir a abrir el coche, Manuel se dio cuenta que no tenía las llaves. Posiblemente se las había dejado en la consulta de su amigo, así que mientras iba a buscarlas le dijo a Geis que se quedase junto al vehículo, sin moverse de allí para nada.
Efectivamente el llavero se había caído en la alfombra del despacho del médico y Manuel regresó corriendo al garaje para llevarse a Geis a casa cuanto antes. Al amo no le gustaba demasiado sacar a los perros de casa, si no era imprescindible y, aún así, procuraba que sólo estuviesen fuera el tiempo estrictamente necesario y nunca solos, por supuesto. Y cual no sería su asombro cuando no encontró a Geis esperándolo al lado del coche.
Era imposible que el perro se hubiese marchado solo a otro sitio y tampoco parecía probable que se fuese a casa por su cuenta. Nunca se le hubiese ocurrido irse sin su amo y menos él solo. Algo raro estaba pasando y a Manuel aquello no le hacía ninguna gracia. Preguntó a los vigilantes del parking, pero no obtuvo respuesta a sus pesquisas. Salió a la calle y peinó la zona como un sabueso. Mas tampoco encontró rastro del chico y empezó a temer que se trataba de un robo. Le habían birlado al cachorro delante de sus narices y sospechaba quién fuera el ladrón que se lo llevó por la fuerza.
De nuevo fue a ver a su amigo el médico y le contó lo sucedido y sin omitir que se habían cruzado con aquel el puto amo de mierda, que nunca le había caído nada bien a pesar de que apenas lo conocía. Al médico le pareció extraño que alguien robase al cachorro, pero sí sabía que el jodido amo, al que se refería Manuel, tenía fama de cabrón y andaba siempre acechando en los bares a los esclavos de otros para levantárselos, si no estaban bien enseñados y sus dueños no sabían mantenerlos bajo su control. Pero ese no era el caso de Manuel y lo improbable era que Geis se fuese voluntariamente con otro tío sin saberlo su señor.
La cosa se estaba poniendo fea y el amigo de Manuel le aconsejó que se tranquilizase y se fuese para casa, que él se encargaba de hacer algunas averiguaciones con otros amos de confianza.
Manuel llegó a la casa muy alterado y al criado no le hizo falta preguntar para saber que algo malo le había ocurrido a Geis al no verlo volver con su amo. Manuel le dio la receta del fármaco que le recetó su amigo y le dijo que fuese a una farmacia a que le dispensasen el medicamento y regresase cuanto antes. Adem salió de la casa como una saeta y al cabo de media hora ya estaba de vuelta, nervioso y preocupado por la ausencia del pequeño cachorro oriental. Entonces el señor le contó con pelos y señales lo que había pasado y le pidió que los otros perros no se enterasen por el momento de lo ocurrido. En cuanto notasen la falta de su hermano, les diría que se quedara en la clínica para hacerle unos análisis de rutina sin la mayor importancia.
Y esa fue la explicación, pero Jul no la creyó. La tensión y el nerviosismo que reflejaban las caras de su amo y del criado, le hacían barruntar que algo sucedía y no precisamente bueno. El conocía a su señor y sabía que nunca dejaría solo a uno de sus cachorros en ninguna parte ni por motivo alguno. Así que la ausencia de Geis tenía que deberse a otra cosa y eso desasosegó al muchacho viendo la preocupación de Manuel.
El amo se metió en su estudio, solo, y Jul se atrevió a ir junto a él, exponiéndose a un duro castigo por la impertinencia de molestar a su dueño sin haber sido llamado. Pero no dudó en hacerlo, temeroso y decidido al mismo tiempo, para averiguar la gravedad de la causa que lo agobiaba.
Desde la puerta entreabierta miró cauteloso a su señor y éste, al verlo, salió de su estado de concentración, ensimismado por el problema, y le indicó que se acercase. Jul se dio prisa en llegar hasta él y esperó a los pies del amo la reacción por romper su retiro.
Manuel lo miró con infinita ternura y alargó los brazos para levantarlo del suelo y sentarlo en sus rodillas. El chico se abrazó a su dios y sin saber todavía el alcance de la situación, se echó a llorar contagiado por la pena de su señor. Y éste le dijo al oído: “Eres listo y es difícil ocultarte algo”. Manuel apretó al cachorro contra su pecho y las lágrimas corrieron por sus mejillas pensando en lo que pudiera pasarle a Geis en manos de un desalmado.
Y pronunció sus pensamientos a media voz: “Mi pequeño cachorro oriental. Me lo han robado, Jul... Me lo han robado por mi descuido y falta de cuidado... Es tan frágil y tan delicado, que tiemblo pensando en lo que puedan hacerle... No me importa que me priven de mis otros bienes, pero no de mis cachorros. Quitarme a uno de vosotros es como amputarme un pedazo de mi ser... Sois mi única preocupación y mi vida. Y os quiero a todos conmigo”. En esos momentos, Manuel necesitaba el calor y el amor de su mascota más que la luz que alumbraba sus ojos. Se encontraba desamparado ante un hecho tan detestable y en cierto modo refugiaba su corazón herido en el de su adorado muchacho, estrechándolo con toda su alma.
Casi no desayunó y llamó a su amigo el médico que curaba a sus perros, para que le recetase un remedio para aliviar su dolencia. El doctor le dijo que fuese a verlo en una hora y Manuel se arregló sin tardanza para ir a la consulta de su amigo. Mandó a Adem que preparase a Geis, porque llevaba tiempo sin pasar la revisión sanitaria y quería aprovechar la visita para hacerlo. Adem, siempre diligente, lavó y vistió al cachorro, dejándolo como un pincel, que hasta parecía el niño mimado de una señora rica y algo pija. Iba hecho una auténtica monada y daban ganas de apretarle el culito como a un muñeco de goma. La verdad es que el perrillo era amanerado pero tenía un tipo y una cara que no desmerecía a la de un modelo fotográfico para lucir ropa de moda. Estaba muy bien formado el cabrón.
Salieron en coche y en poco tiempo estaban aparcando en un parking público cerca de la clínica del amigo de Manuel. El médico auscultó al amo y revisó a fondo al esclavo, desde la boca al culo, por donde le metió los dedos abriéndole el ano, para palparle el recto, y luego le introdujo un especulo para examinar por la reflexión luminosa de una linterna la cavidad anal del perro. El examen del cachorro dio un resultado satisfactorio y el amo solamente se había excedido comiendo algo picante y simplemente le ardía el estómago.
A la entrada del aparcamiento, al ir a recoger el automóvil, se cruzaron con otro amo, que Manuel sólo conocía de vista por haber coincidido en alguna fiesta, y al ir a abrir el coche, Manuel se dio cuenta que no tenía las llaves. Posiblemente se las había dejado en la consulta de su amigo, así que mientras iba a buscarlas le dijo a Geis que se quedase junto al vehículo, sin moverse de allí para nada.
Efectivamente el llavero se había caído en la alfombra del despacho del médico y Manuel regresó corriendo al garaje para llevarse a Geis a casa cuanto antes. Al amo no le gustaba demasiado sacar a los perros de casa, si no era imprescindible y, aún así, procuraba que sólo estuviesen fuera el tiempo estrictamente necesario y nunca solos, por supuesto. Y cual no sería su asombro cuando no encontró a Geis esperándolo al lado del coche.
Era imposible que el perro se hubiese marchado solo a otro sitio y tampoco parecía probable que se fuese a casa por su cuenta. Nunca se le hubiese ocurrido irse sin su amo y menos él solo. Algo raro estaba pasando y a Manuel aquello no le hacía ninguna gracia. Preguntó a los vigilantes del parking, pero no obtuvo respuesta a sus pesquisas. Salió a la calle y peinó la zona como un sabueso. Mas tampoco encontró rastro del chico y empezó a temer que se trataba de un robo. Le habían birlado al cachorro delante de sus narices y sospechaba quién fuera el ladrón que se lo llevó por la fuerza.
De nuevo fue a ver a su amigo el médico y le contó lo sucedido y sin omitir que se habían cruzado con aquel el puto amo de mierda, que nunca le había caído nada bien a pesar de que apenas lo conocía. Al médico le pareció extraño que alguien robase al cachorro, pero sí sabía que el jodido amo, al que se refería Manuel, tenía fama de cabrón y andaba siempre acechando en los bares a los esclavos de otros para levantárselos, si no estaban bien enseñados y sus dueños no sabían mantenerlos bajo su control. Pero ese no era el caso de Manuel y lo improbable era que Geis se fuese voluntariamente con otro tío sin saberlo su señor.
La cosa se estaba poniendo fea y el amigo de Manuel le aconsejó que se tranquilizase y se fuese para casa, que él se encargaba de hacer algunas averiguaciones con otros amos de confianza.
Manuel llegó a la casa muy alterado y al criado no le hizo falta preguntar para saber que algo malo le había ocurrido a Geis al no verlo volver con su amo. Manuel le dio la receta del fármaco que le recetó su amigo y le dijo que fuese a una farmacia a que le dispensasen el medicamento y regresase cuanto antes. Adem salió de la casa como una saeta y al cabo de media hora ya estaba de vuelta, nervioso y preocupado por la ausencia del pequeño cachorro oriental. Entonces el señor le contó con pelos y señales lo que había pasado y le pidió que los otros perros no se enterasen por el momento de lo ocurrido. En cuanto notasen la falta de su hermano, les diría que se quedara en la clínica para hacerle unos análisis de rutina sin la mayor importancia.
Y esa fue la explicación, pero Jul no la creyó. La tensión y el nerviosismo que reflejaban las caras de su amo y del criado, le hacían barruntar que algo sucedía y no precisamente bueno. El conocía a su señor y sabía que nunca dejaría solo a uno de sus cachorros en ninguna parte ni por motivo alguno. Así que la ausencia de Geis tenía que deberse a otra cosa y eso desasosegó al muchacho viendo la preocupación de Manuel.
El amo se metió en su estudio, solo, y Jul se atrevió a ir junto a él, exponiéndose a un duro castigo por la impertinencia de molestar a su dueño sin haber sido llamado. Pero no dudó en hacerlo, temeroso y decidido al mismo tiempo, para averiguar la gravedad de la causa que lo agobiaba.
Desde la puerta entreabierta miró cauteloso a su señor y éste, al verlo, salió de su estado de concentración, ensimismado por el problema, y le indicó que se acercase. Jul se dio prisa en llegar hasta él y esperó a los pies del amo la reacción por romper su retiro.
Manuel lo miró con infinita ternura y alargó los brazos para levantarlo del suelo y sentarlo en sus rodillas. El chico se abrazó a su dios y sin saber todavía el alcance de la situación, se echó a llorar contagiado por la pena de su señor. Y éste le dijo al oído: “Eres listo y es difícil ocultarte algo”. Manuel apretó al cachorro contra su pecho y las lágrimas corrieron por sus mejillas pensando en lo que pudiera pasarle a Geis en manos de un desalmado.
Y pronunció sus pensamientos a media voz: “Mi pequeño cachorro oriental. Me lo han robado, Jul... Me lo han robado por mi descuido y falta de cuidado... Es tan frágil y tan delicado, que tiemblo pensando en lo que puedan hacerle... No me importa que me priven de mis otros bienes, pero no de mis cachorros. Quitarme a uno de vosotros es como amputarme un pedazo de mi ser... Sois mi única preocupación y mi vida. Y os quiero a todos conmigo”. En esos momentos, Manuel necesitaba el calor y el amor de su mascota más que la luz que alumbraba sus ojos. Se encontraba desamparado ante un hecho tan detestable y en cierto modo refugiaba su corazón herido en el de su adorado muchacho, estrechándolo con toda su alma.
sábado, 21 de enero de 2012
Capítulo 25 / La pena
Adem no se equivocaba. Manuel creía necesario hacer justicia, puesto que la lucha había terminado en tablas entre los dos perros contendientes y además de no merecer la recompensa completa, debían pagar por no lograr un triunfo claro sobre el rival. El amo había dicho en su momento, que el vencido sería forzado a castidad por tiempo indefinido y condenado a la pena de cincuenta azotes que se ejecutaría de inmediato. Y se arrastraría por el suelo apoyándose en los codos y las rodillas mientras no le rehabilitase como semental en su perrera. Ciertamente tampoco se habían hecho acreedores a tales vejaciones, así que Manuel tendría que buscar una fórmula intermedia parecida a la del premio.
Y optó por los azotes solamente. Bom y Aza iban a ser azotados cincuenta veces cada uno con el rebenque. Esa sería la contrapartida que compensaría su empate en la pelea. Porque haber quedado a la par no podía considerarse como un triunfo a medias, sino como medio fracaso para los dos cachorros, y la lengua de la fusta lamería las nalgas de los dos, hasta dejárselas a rayas coloradas, a punto de romperles la piel del culo.
Y abrió el turno el más joven. Aza se colocó como le indicó su amo, sobre dos patas y con las manos apoyadas en una pared, arqueando la espalda y sacando el culo hacia fuera. Y Manuel comenzó la cuenta con un azote duro que cortó el aire y restalló sobre el perro como en las ancas de un caballo de tiro. Y siguió el resto, espaciados y lentos. Que la carne del cachorro pudiese apreciar mejor el ardiente dolor de cada trallazo. No podía gritar, porque por cada quejido recibiría dos correazos más, ni tampoco descomponer la figura y encogerse o dejar que le flaqueasen las patas traseras, puesto que entonces llevaría cuatro a mayores de los estipulados por su dueño como penitencia por no haber preñado a su contrario.
La frente de joven negro sudaba y perlaba todo su rostro, ya descompuesto por el sufrimiento del castigo, pero su pecho y sus brazos se tensaban con una sacudida por cada golpe que recibían sus glúteos, absorbiendo hacia dentro los gritos que su boca no podía proferir.
Adem, sabía cual era la verdadera intención de Manuel al flagelar a sus cachorros. Por un lado quería ser equitativo con ambos al cumplir sólo en parte lo que esperaba de ellos, pero también les iba a hacer purgar el haber tocado un trozo de su paraíso entrando con sus pollas en Jul. Y lo de menos era que el amo hubiese gozado con ellos, sintiendo un morboso e intenso estremecimiento al compartir los latidos y contracciones de sus miembros, al moverse acompasados y en un ritmo frenético, friccionando la paredes rectales de Jul.
Geis observaba a su héroe y se dolía con él, sintiendo en su alma los mismos fustazos que el amo le daba a su querido cachorro. Y Jul no demostraba ningún sentimiento aparente, porque entendía el proceder de su señor y presumía el estado de ánimo de Manuel después de follarlo con los dos cachorros. El había sido la copa ofrecida para que el triunfador vertiera su lujuria y así lo había permitido el amo, aunque no en solitario. Tuvo que ser en compañía de su dueño, penetrándolo al unísono con él. Le dejaron el culo abierto como nunca lo había tenido y vaciaron en él sus cojones colmándolo con el esperma de tres machos. El de su dios, que no fue el único que apreció Jul al dárselo, pero sí el que solamente admitió su mente, el de Bom, al que apreciaba especialmente como algo más que un hermano, y la extraordinaria lechada de Aza, a quien todavía no le había absuelto del todo por su intrusión en su mundo, en su vida y principalmente en la atención de su amo.
A Jul le estaba costando demasiado digerir que él no era el juguete exclusivo de Manuel y que éste podía rechazarlo o compartirlo con quién le diese la gana. No era nada y sólo pensar en que pudiese importarle a su señor más que el resto de sus hermanos de condición, era un pecado de vanidad no permisible e inaudito en un puto perro como él.
Y Manuel, que leía en sus ojos cual era el planteamiento mental de su cachorro, lo había humillado de ese modo y no dejaría de rebajarlo y arrastrar por el suelo el más recóndito atisbo de orgullo y dignidad que aún quedase en el corazón de su mascota. El amo quería a Jul desarmado y absolutamente vacío de presunción y pretensiones. Pero también lo amaba. Lo amaba por la grandeza que albergaba en su alma y la vehemencia al entregarse a su deseo. Lo amaba porque para Manuel Jul era la criatura más perfecta del universo. Y eso le obligaba a exigirle más que a cualquier otro ser sobre la tierra.
Aza, renqueante, volvió a su sitio junto a Jul y Geis y ahora le tocaba ponerse contra la pared a Bom. El mastín, casi desafiante, imitó al joven negro, pero separó más los cuartos traseros y ofreció mejor el culo para ser zurrado por su amo. Manuel no se contuvo en su afán por doblegar a su gran macho y le asestó una tunda que si sólo fueron cincuenta los zurriagazos el efecto fue de cien. Pero el cachorro los soportó con una sonrisa, sin delatar su quebranto, aunque empalmado, porque su mente se estaba follando otra vez al precioso capricho de su señor.
Bom revivía cada sensación y cada roce con el bello cuerpo de Jul y su verga recordaba la suavidad interna del muchacho, que le provocaron la más placentera corrida de su existencia. Para el perrazo habían sido los mejores minutos de su vida. Los más sublimes. El instante por el que uno podría dar su vida y justificar el hecho de haber nacido. Bom se estaba colgando de una quimera imposible que únicamente podría traerle desgracias. Se había enamorando perdidamente del cachorro preferido de su amo. Bebía los vientos por Jul a pesar de seguir adorando a su señor. El no entendía mucho de sutilezas, pero en su corazón había sitio para dos pasiones y dos amores ciegos. Su amo y señor, Manuel, cuyo sexo le hacía perder el sentido y flotar en el aire, y Jul, su hermano, su compañero, su amigo, que le disparaba la fantasía trasladándolo al mismo edén. Mas ese chico era el perro privativo de su dueño y ahí estaba su osadía y su sacrilegio si volviera a tocarlo con intención de darle por el culo otra vez.
Y con la misma decisión y firmeza conque fue al suplicio, regresó con sus compañeros con el culo echando humo.
Manuel, llamó a su lado a todos sus perros y, sin palabras, les pasó la mano por la cabeza, demostrándoles su afecto y el sentimiento paternal que le inspiraban en ese momento. Y dio por concluido el certamen con un gesto que les indicaba que podían irse con Adem. El sirviente agrupó a los perros y los condujo, sujetos por las cadenas a las respectivas perreras.
Esa noche Manuel prefirió dormir solo, pero mandó que todos los cachorros pasasen el resto de la noche atados en sus camastros y con sus cinturones de castidad puestos, para evitar el descuido inconveniente de algún perro sonámbulo, ya que no concebía malas intenciones por parte de ninguno estando despiertos.
Y optó por los azotes solamente. Bom y Aza iban a ser azotados cincuenta veces cada uno con el rebenque. Esa sería la contrapartida que compensaría su empate en la pelea. Porque haber quedado a la par no podía considerarse como un triunfo a medias, sino como medio fracaso para los dos cachorros, y la lengua de la fusta lamería las nalgas de los dos, hasta dejárselas a rayas coloradas, a punto de romperles la piel del culo.
Y abrió el turno el más joven. Aza se colocó como le indicó su amo, sobre dos patas y con las manos apoyadas en una pared, arqueando la espalda y sacando el culo hacia fuera. Y Manuel comenzó la cuenta con un azote duro que cortó el aire y restalló sobre el perro como en las ancas de un caballo de tiro. Y siguió el resto, espaciados y lentos. Que la carne del cachorro pudiese apreciar mejor el ardiente dolor de cada trallazo. No podía gritar, porque por cada quejido recibiría dos correazos más, ni tampoco descomponer la figura y encogerse o dejar que le flaqueasen las patas traseras, puesto que entonces llevaría cuatro a mayores de los estipulados por su dueño como penitencia por no haber preñado a su contrario.
La frente de joven negro sudaba y perlaba todo su rostro, ya descompuesto por el sufrimiento del castigo, pero su pecho y sus brazos se tensaban con una sacudida por cada golpe que recibían sus glúteos, absorbiendo hacia dentro los gritos que su boca no podía proferir.
Adem, sabía cual era la verdadera intención de Manuel al flagelar a sus cachorros. Por un lado quería ser equitativo con ambos al cumplir sólo en parte lo que esperaba de ellos, pero también les iba a hacer purgar el haber tocado un trozo de su paraíso entrando con sus pollas en Jul. Y lo de menos era que el amo hubiese gozado con ellos, sintiendo un morboso e intenso estremecimiento al compartir los latidos y contracciones de sus miembros, al moverse acompasados y en un ritmo frenético, friccionando la paredes rectales de Jul.
Geis observaba a su héroe y se dolía con él, sintiendo en su alma los mismos fustazos que el amo le daba a su querido cachorro. Y Jul no demostraba ningún sentimiento aparente, porque entendía el proceder de su señor y presumía el estado de ánimo de Manuel después de follarlo con los dos cachorros. El había sido la copa ofrecida para que el triunfador vertiera su lujuria y así lo había permitido el amo, aunque no en solitario. Tuvo que ser en compañía de su dueño, penetrándolo al unísono con él. Le dejaron el culo abierto como nunca lo había tenido y vaciaron en él sus cojones colmándolo con el esperma de tres machos. El de su dios, que no fue el único que apreció Jul al dárselo, pero sí el que solamente admitió su mente, el de Bom, al que apreciaba especialmente como algo más que un hermano, y la extraordinaria lechada de Aza, a quien todavía no le había absuelto del todo por su intrusión en su mundo, en su vida y principalmente en la atención de su amo.
A Jul le estaba costando demasiado digerir que él no era el juguete exclusivo de Manuel y que éste podía rechazarlo o compartirlo con quién le diese la gana. No era nada y sólo pensar en que pudiese importarle a su señor más que el resto de sus hermanos de condición, era un pecado de vanidad no permisible e inaudito en un puto perro como él.
Y Manuel, que leía en sus ojos cual era el planteamiento mental de su cachorro, lo había humillado de ese modo y no dejaría de rebajarlo y arrastrar por el suelo el más recóndito atisbo de orgullo y dignidad que aún quedase en el corazón de su mascota. El amo quería a Jul desarmado y absolutamente vacío de presunción y pretensiones. Pero también lo amaba. Lo amaba por la grandeza que albergaba en su alma y la vehemencia al entregarse a su deseo. Lo amaba porque para Manuel Jul era la criatura más perfecta del universo. Y eso le obligaba a exigirle más que a cualquier otro ser sobre la tierra.
Aza, renqueante, volvió a su sitio junto a Jul y Geis y ahora le tocaba ponerse contra la pared a Bom. El mastín, casi desafiante, imitó al joven negro, pero separó más los cuartos traseros y ofreció mejor el culo para ser zurrado por su amo. Manuel no se contuvo en su afán por doblegar a su gran macho y le asestó una tunda que si sólo fueron cincuenta los zurriagazos el efecto fue de cien. Pero el cachorro los soportó con una sonrisa, sin delatar su quebranto, aunque empalmado, porque su mente se estaba follando otra vez al precioso capricho de su señor.
Bom revivía cada sensación y cada roce con el bello cuerpo de Jul y su verga recordaba la suavidad interna del muchacho, que le provocaron la más placentera corrida de su existencia. Para el perrazo habían sido los mejores minutos de su vida. Los más sublimes. El instante por el que uno podría dar su vida y justificar el hecho de haber nacido. Bom se estaba colgando de una quimera imposible que únicamente podría traerle desgracias. Se había enamorando perdidamente del cachorro preferido de su amo. Bebía los vientos por Jul a pesar de seguir adorando a su señor. El no entendía mucho de sutilezas, pero en su corazón había sitio para dos pasiones y dos amores ciegos. Su amo y señor, Manuel, cuyo sexo le hacía perder el sentido y flotar en el aire, y Jul, su hermano, su compañero, su amigo, que le disparaba la fantasía trasladándolo al mismo edén. Mas ese chico era el perro privativo de su dueño y ahí estaba su osadía y su sacrilegio si volviera a tocarlo con intención de darle por el culo otra vez.
Y con la misma decisión y firmeza conque fue al suplicio, regresó con sus compañeros con el culo echando humo.
Manuel, llamó a su lado a todos sus perros y, sin palabras, les pasó la mano por la cabeza, demostrándoles su afecto y el sentimiento paternal que le inspiraban en ese momento. Y dio por concluido el certamen con un gesto que les indicaba que podían irse con Adem. El sirviente agrupó a los perros y los condujo, sujetos por las cadenas a las respectivas perreras.
Esa noche Manuel prefirió dormir solo, pero mandó que todos los cachorros pasasen el resto de la noche atados en sus camastros y con sus cinturones de castidad puestos, para evitar el descuido inconveniente de algún perro sonámbulo, ya que no concebía malas intenciones por parte de ninguno estando despiertos.
miércoles, 18 de enero de 2012
Capítulo 24 / El premio
Jul siguió a Adem, que tiraba de él por la cadena, casi recordando que tenía que avanzar una mano y la rodilla contraria para poder andar tras el criado.
Alzó un poco la testa y vio a los cachorros de un lado y al otro costado su amo aguardaba sentado en un silla de tijera. Miró mendigante a Manuel y bajó los párpados ante la frialdad de su señor. Y escuchó su voz: “Ve al lavadero, zorra! Hay que comprobar si estás en condiciones de ser usado”. El cachorro obedeció y Manuel se levantó del asiento, metiéndole agua por el ojete con la manga riega del patio sin delicadeza ni miramientos.
Unos chorros de agua limpia y un ligero pedorreo dieron fe de que el perro estaba listo para lo que el amo quisiese hacer con su culo. Y Manuel gritó: “Geis, sécale tú el trasero, que entre perras os entendéis mejor”. El aludido corrió a atender las posaderas de Jul y el amo añadió: “Ahora lámeselo a fondo y ponlo jugoso para que de más gusto a la polla de un macho... Nadie maneja la lengua como tú, so guarra!... Ya está bien, que lo vas a desgastar de tanto dar lametazos... Vuelve a tu sitio y que se acerque esa otra puta”. Jul caminó como el más mísero de los gusanos y se aproximó a su señor, casi temblando. Manuel separó las nalgas del muchacho y exclamó: “Este es el premio que ofrecí al ganador de la pelea... El coño de mi puta perra favorita para disfrutarlo a sus anchas el vencedor. Pero los dos (dirigiéndose a la pareja de perros) sois tan machotes, que ninguno permitió que lo follase el otro. Así que mereceríais el galardón de campeón los dos en lugar del oprobio de la derrota... Adem, tráeme unos almohadones grandes y una alfombra mediana”.
El sirviente fue a cumplir el encargo y los cachorros estaban en ascuas esperando los acontecimientos que vendrían a continuación.
Adem regresó y colocó todo en el suelo, según las indicaciones del señor, y Manuel habló de nuevo: “Los dos tendréis el privilegio de montar a mi mascota, pero conmigo... Y os acercaréis a tomarlo cuando os llame por vuestro nombre”.
Dicho esto, Manuel se acostó de cúbito supino en el lecho de almohadas y le dijo a Jul: “Siéntate en mi vientre mirándome a los ojos”. El cachorro lo hizo a la velocidad de la luz, desconcertado y con un gesto de duda en la mirada.
Así... Eso es... Que vea tus ojos verdes y lea tu dolor y temores en ellos... Mi rabo ya está duro y esperando ensartarte, pero restrégamelo con tus cachas... Así... Humm... Sabes hacer tu trabajo, puta... Ahora cógemela con la mano y clávatela entera... Sí... Sí, métela toda y no te muevas... Inclínate hacia mí y pega tu cara a la mía... Así mi cachorro, así... Va a dolerte pero no tanto como a mí”, terminó susurrándole al chico junto al oído, y volvió a hablar en voz alta: “Bom, ven y endíñasela con la mía dentro... Joder! Vienes como un burro de excitado, cabrón!... Venga... Para adentro y fóllalo conmigo”. Jul se abstrajo de su entorno y sólo adoraba el rostro de su dios.
El mastín parecía fuera de sí de tan salido que estaba y penetró a Jul como una puta bestia y casi le desgarra el ano, ya ocupado por la polla del amo. La mascota acusó el impacto brutal del capullo del perraco y embebido por el calor de la carne de su señor, relajó el esfínter como si la verga de Manuel fuese a engordar de repente dentro de su cuerpo. El otro cachorro bombeó con su nabo dentro de Jul, frotándose con la verga de Manuel, y su propio furor le llevó al orgasmo más rápido de lo deseado, anegando al miembro de su señor, que se movía en el recto de Jul nadando en semen. Quedó extenuado sobre la espalda del otro muchacho, más por nervios que por cansancio, y el amo le mandó desmontar para dejarle el sitio a Aza y hacer lo mismo que el perrazo.
El joven negro, más rápido aún, se colocó en cuclillas tras la mascota del amo y se hizo un hueco presionando el agujero y apretando con su tranca el pene de Manuel, hasta juntar los dos las pelotas a la entrada del culo de Jul, que aguantó el dolor y ni inmutó el gesto con la incursión de otro pene en su culo. Con los labios y la legua de su amo en la boca, en su interior sólo podía estar su dios y no contaba ningún otro invitado al festín de sexo en su cuerpo. Y empezó la follada a dos rabos en el afinado y bello ojete de uso exclusivo de su señor hasta entonces.
Fue más larga y contundente que la de Bom. Y el vaivén acompasado de los dos trabucos, unido al roce continuo y profundo con las suaves paredes internas del enculado, hicieron que éste trepidase y se corriese encima de Manuel, que lo hizo a su vez con los latidos de la polla del potente negro, cuando del cráter del capullo en erupción salieron golpes de lava caliente, convulsionando el cuerpo del amo y del macho. Ninguno de los dos salió del cachorro y se mantuvieron clavados en el cuerpo de Jul por unos minutos, que sólo atendía los besos que su señor le daba, babándole toda la cara.
Manuel notaba en la suya la chorra del joven cachorro, todavía dura y grande como un dildo de castigo, y temió que el animal volviese a darle por culo a su mascota, inundándolos otra vez de lefa, y le mandó salir de Jul. El africano aún presentaba un empalme de antología y de la punta del capullo le salían espesas gotas de leche, muy blanca y olorosa. La concentración de testosterona en aquel cachorro era prodigiosa.
El amo llamó a Geis y le ordenó poner la boca abierta bajo el ojete de Jul, que todavía estaba taponado por su verga, y, en cuanto la sacó, el semen acumulado de tres machos caía a borbotones en la lengua del perrillo glotón, que casi no se creía tanta delicia. Y Manuel le dijo al negrito: “ Calza a la perra y suelta el resto de semen que aún te queda en las bolas, mientras se alimenta como una cerda”. Y así fue. Aza demostró una vez más que era un semental de primara clase, escanciando a Geis otra respetable cantidad de esperma. Si estas perras fuesen fértiles sería un negocio la cría de cachorros con este garañón, pensaba el dueño del perro.
Por fin Manuel levantó a Jul, desclavándolo de su ariete, y lo miró con un amor que sólo un dios mitológico podría igualar. El cachorro le devolvió con adoración la mirada y desde ese instante se olvidó para siempre que cualquier otro que no fuese su dueño lo había follado. Seguía siendo patrimonio exclusivo de Manuel y su vientre no conocía más semilla que la de su señor. Y no pudo reprimir el deso de abrazar a su dios lazándole los brazos al cuello.
El amo quiso pasar por alto ese desliz y lo empujó hacia el suelo para ponerlo a cuatro patas a sus pies. Luego le dio con el pie en las ancas y lo mandó con los otros perros. Pero Jul iba feliz y pleno de satisfacción y agradecimiento a su señor, aún sabiendo que siempre sería una mera lombriz despreciable al lado de su amado amo.
Pero Adem sospechó que Manuel no había acabado de repartir premios, aunque pudiese considerarse que los que viniesen a continuación fuesen más bien de tipo punitivo, y el sirviente comprendió que pretendía hacer el señor de la casa.
Alzó un poco la testa y vio a los cachorros de un lado y al otro costado su amo aguardaba sentado en un silla de tijera. Miró mendigante a Manuel y bajó los párpados ante la frialdad de su señor. Y escuchó su voz: “Ve al lavadero, zorra! Hay que comprobar si estás en condiciones de ser usado”. El cachorro obedeció y Manuel se levantó del asiento, metiéndole agua por el ojete con la manga riega del patio sin delicadeza ni miramientos.
Unos chorros de agua limpia y un ligero pedorreo dieron fe de que el perro estaba listo para lo que el amo quisiese hacer con su culo. Y Manuel gritó: “Geis, sécale tú el trasero, que entre perras os entendéis mejor”. El aludido corrió a atender las posaderas de Jul y el amo añadió: “Ahora lámeselo a fondo y ponlo jugoso para que de más gusto a la polla de un macho... Nadie maneja la lengua como tú, so guarra!... Ya está bien, que lo vas a desgastar de tanto dar lametazos... Vuelve a tu sitio y que se acerque esa otra puta”. Jul caminó como el más mísero de los gusanos y se aproximó a su señor, casi temblando. Manuel separó las nalgas del muchacho y exclamó: “Este es el premio que ofrecí al ganador de la pelea... El coño de mi puta perra favorita para disfrutarlo a sus anchas el vencedor. Pero los dos (dirigiéndose a la pareja de perros) sois tan machotes, que ninguno permitió que lo follase el otro. Así que mereceríais el galardón de campeón los dos en lugar del oprobio de la derrota... Adem, tráeme unos almohadones grandes y una alfombra mediana”.
El sirviente fue a cumplir el encargo y los cachorros estaban en ascuas esperando los acontecimientos que vendrían a continuación.
Adem regresó y colocó todo en el suelo, según las indicaciones del señor, y Manuel habló de nuevo: “Los dos tendréis el privilegio de montar a mi mascota, pero conmigo... Y os acercaréis a tomarlo cuando os llame por vuestro nombre”.
Dicho esto, Manuel se acostó de cúbito supino en el lecho de almohadas y le dijo a Jul: “Siéntate en mi vientre mirándome a los ojos”. El cachorro lo hizo a la velocidad de la luz, desconcertado y con un gesto de duda en la mirada.
Así... Eso es... Que vea tus ojos verdes y lea tu dolor y temores en ellos... Mi rabo ya está duro y esperando ensartarte, pero restrégamelo con tus cachas... Así... Humm... Sabes hacer tu trabajo, puta... Ahora cógemela con la mano y clávatela entera... Sí... Sí, métela toda y no te muevas... Inclínate hacia mí y pega tu cara a la mía... Así mi cachorro, así... Va a dolerte pero no tanto como a mí”, terminó susurrándole al chico junto al oído, y volvió a hablar en voz alta: “Bom, ven y endíñasela con la mía dentro... Joder! Vienes como un burro de excitado, cabrón!... Venga... Para adentro y fóllalo conmigo”. Jul se abstrajo de su entorno y sólo adoraba el rostro de su dios.
El mastín parecía fuera de sí de tan salido que estaba y penetró a Jul como una puta bestia y casi le desgarra el ano, ya ocupado por la polla del amo. La mascota acusó el impacto brutal del capullo del perraco y embebido por el calor de la carne de su señor, relajó el esfínter como si la verga de Manuel fuese a engordar de repente dentro de su cuerpo. El otro cachorro bombeó con su nabo dentro de Jul, frotándose con la verga de Manuel, y su propio furor le llevó al orgasmo más rápido de lo deseado, anegando al miembro de su señor, que se movía en el recto de Jul nadando en semen. Quedó extenuado sobre la espalda del otro muchacho, más por nervios que por cansancio, y el amo le mandó desmontar para dejarle el sitio a Aza y hacer lo mismo que el perrazo.
El joven negro, más rápido aún, se colocó en cuclillas tras la mascota del amo y se hizo un hueco presionando el agujero y apretando con su tranca el pene de Manuel, hasta juntar los dos las pelotas a la entrada del culo de Jul, que aguantó el dolor y ni inmutó el gesto con la incursión de otro pene en su culo. Con los labios y la legua de su amo en la boca, en su interior sólo podía estar su dios y no contaba ningún otro invitado al festín de sexo en su cuerpo. Y empezó la follada a dos rabos en el afinado y bello ojete de uso exclusivo de su señor hasta entonces.
Fue más larga y contundente que la de Bom. Y el vaivén acompasado de los dos trabucos, unido al roce continuo y profundo con las suaves paredes internas del enculado, hicieron que éste trepidase y se corriese encima de Manuel, que lo hizo a su vez con los latidos de la polla del potente negro, cuando del cráter del capullo en erupción salieron golpes de lava caliente, convulsionando el cuerpo del amo y del macho. Ninguno de los dos salió del cachorro y se mantuvieron clavados en el cuerpo de Jul por unos minutos, que sólo atendía los besos que su señor le daba, babándole toda la cara.
Manuel notaba en la suya la chorra del joven cachorro, todavía dura y grande como un dildo de castigo, y temió que el animal volviese a darle por culo a su mascota, inundándolos otra vez de lefa, y le mandó salir de Jul. El africano aún presentaba un empalme de antología y de la punta del capullo le salían espesas gotas de leche, muy blanca y olorosa. La concentración de testosterona en aquel cachorro era prodigiosa.
El amo llamó a Geis y le ordenó poner la boca abierta bajo el ojete de Jul, que todavía estaba taponado por su verga, y, en cuanto la sacó, el semen acumulado de tres machos caía a borbotones en la lengua del perrillo glotón, que casi no se creía tanta delicia. Y Manuel le dijo al negrito: “ Calza a la perra y suelta el resto de semen que aún te queda en las bolas, mientras se alimenta como una cerda”. Y así fue. Aza demostró una vez más que era un semental de primara clase, escanciando a Geis otra respetable cantidad de esperma. Si estas perras fuesen fértiles sería un negocio la cría de cachorros con este garañón, pensaba el dueño del perro.
Por fin Manuel levantó a Jul, desclavándolo de su ariete, y lo miró con un amor que sólo un dios mitológico podría igualar. El cachorro le devolvió con adoración la mirada y desde ese instante se olvidó para siempre que cualquier otro que no fuese su dueño lo había follado. Seguía siendo patrimonio exclusivo de Manuel y su vientre no conocía más semilla que la de su señor. Y no pudo reprimir el deso de abrazar a su dios lazándole los brazos al cuello.
El amo quiso pasar por alto ese desliz y lo empujó hacia el suelo para ponerlo a cuatro patas a sus pies. Luego le dio con el pie en las ancas y lo mandó con los otros perros. Pero Jul iba feliz y pleno de satisfacción y agradecimiento a su señor, aún sabiendo que siempre sería una mera lombriz despreciable al lado de su amado amo.
Pero Adem sospechó que Manuel no había acabado de repartir premios, aunque pudiese considerarse que los que viniesen a continuación fuesen más bien de tipo punitivo, y el sirviente comprendió que pretendía hacer el señor de la casa.
sábado, 14 de enero de 2012
Capítulo 23 / El resultado
“Aquí está el semen, señor”, dijo el sirviente. “Por qué en dos recipientes?”, inquirió Manuel. “Es de los dos cachorros, señor”, contestó el mandinga. “Cómo!. Se han follado mutuamente?. No es posible!, Adem”, se asombró el amo. “No señor... Se pusieron calientes de tanto roce y se corrieron juntos uno sobre el otro, pero fuera del culo, señor”, puntualizó el criado. “Tan poco?”, comentó el señor. “Es complicado recogerlo sobre la piel de los perros, señor”, aclaró Adem. “Joder!. Menudo par de hijos de perra!...Serán cabrones!... Y cual estaba encima?”, quiso saber el amo. “A ratos los dos, señor...Unas veces Bom y otras el chico nuevo... La cosa fue por barrios hasta que se convulsionaron abrazados el uno al otro y eyacularon toda esa leche que ves, señor”, le aclaró Adem. “Y a cual declaro ganador, ahora?”, dijo Manuel. “A los dos, o a ninguno. Eso debes decidirlo tú, señor”, respondió Adem muy solemne y juicioso. “Donde están los cachorros?”, preguntó el amo. “Esperando en el patio, señor”, dijo Adem. “Y qué coño esperan esos desgraciados esclavos?”. Soltó Manuel cabreado. “Lo que tú digas, señor. Ya sea el premio, el castigo o nada”, respondió el fiel y reservado africano. “Está bien... Vamos a darles lo que han merecido por su esfuerzo”. Y amo y criado salieron al patio para tratar con justicia a los agotados cachorros.
A Manuel se le ponía difícil resolver el conflicto. Había jugado a someterse a sí mismo a la prueba de soportar que otro metiese la polla en el culo de Jul, para castigarlo y aminorar el influjo que el muchacho ejercía sobre él, permanentemente obsesionado por tomarlo y poseerlo física y mentalmente, y no pudiendo soportar que no fuera exclusivamente suyo en cuerpo y alma.
Pero la suerte no quiso favorecerlo en su intento y ahora se le planteaba un dilema. Los dos cachorros merecían tirarse a Jul por su arrojo y valentía?. Ninguno era digno de probar tan delicioso pastel?. Lo que estaba claro era que Jul debía ser humillado ante sus compañeros y cortar de raíz su pretendida dignidad y presunción por llevar la marca del amo.
Aunque, realmente estaba dispuesto Manuel a que alguien le diese por el culo a su mascota, aún siendo uno de sus perros?. Podría admitirlo y verlo tranquilamente sin romperle sus esquemas y alterar sus nervios?. Su corazón no se rompería viendo al chico echando por el ano otro esperma diferente al suyo?. Para quién sería más dura la pena, para Jul o para él?. El cachorro no gozaría el polvo y se sentiría basura al lado de los otros perros, pero a Manuel lo recomerían los celos y sería capaz de matar por impedir a otro creerse dueño de su amado cachorro tan sólo por unos minutos.
Sabía que estaba llegando demasiado lejos en su pasión por un perro esclavo, mas no se veía capaz de razonar con claridad para buscar una salida que no fuese traumática para los dos.
Adem intervino, sacando a Manuel de sus conjeturas: “Señor. Los perros esperan postrados tu decisión”. “Ya los veo, Adem. No estoy ciego por el momento”, dijo el amo con un exabrupto. “Sí, señor”, respondió el criado. “Ese, sí, señor, por qué va?. Porque los veo o porque estoy ciego?”, ironizó el señor. “Por las dos cosas, señor”, contestó Adem sin reparo alguno. “Te aguanto porque llevamos juntos muchos años, cabrón!”, soltó Manuel a su sirviente. Y éste le dijo: “Son buenos perros, señor”. “Lo son, Adem...Sé que lo son”, afirmó el amo de los cachorros.
“Vosotros dos. Pedazos de mierda!. Apestáis a semen y sudor, cerdos!... Poneos en el lavadero...Rápido”, grito el amo y los perros se apresuraron a ir gateando hasta la pila para el lavado. Manuel los regó con agua fría y ellos se estremecieron y se les encogió el pito y las bolas. Y el dueño volvió a decir: “Enjabonar bien los cojones y las pollas, guarros!...Y el culo, también, que sois como putos gorrinos. Pedazo de cabrones castrados!”. Y los empapó de agua otra vez. Los cachorros tiritaban y les castañeteaban los colmillos, ateridos de frío, y el amo les ordenó que en dos patas corriesen al rededor del patio para secarse y entrar en calor.
“Y tú, puta oriental... vete preparando que con suerte tienes mucha leche para cenar esta noche”, le espetó el amo a Geis con cara de mal humor. “Y el otro cachorro, señor?”, insinuó Adem. “Aun no es tiempo para traerlo... Primero que estos otros se sequen y descansen... Y sobre todo que nos tranquilicemos de una puta vez, que últimamente andamos muy nerviosos”, dijo Manuel. Pero no añadió “por culpa de esa zorra que esta encerrada y o la mato de un golpe o de un beso. Me tiene como un jodido imbécil babeando tras su puñetero culo, el muy cabrón!”, aunque lo pensó.
El amo hizo tumbarse a los cachorros, jadeantes después de correr dando vueltas al patio, al tiempo que Geis ronroneaba como una minina perezosa, y todos quedaron esperando la decisión de Manuel.
La expectación de los perros era una mixtura de ansiedad y miedo a su dueño, intentando escudriñar en su mirada el talante de su ánimo por el resultado de la pelea. El silencio sólo se alteraba por el trino de algún pájaro o el paso del viento sobre el ramaje de los árboles cercanos y ninguno de ellos podía suponer cual sería la reacción de Manuel por el empate de los dos machos, al no conseguir dejar su semilla dentro del vientre del contrincante. Esa era la condición para el triunfo y no bastaba con meter la verga por el culo. El que pretendiese ser el campeón tenía que clavársela al otro, follarlo en toda regla y correrse en sus tripas, dejándole buena cantidad de leche dentro.
Pero eso no fue posible porque los dos cachorros defendieron su virilidad y tanto supieron deslizar su miembro en el interior del cuerpo contrario, como esquivar los asaltos del cipote ajeno expulsándolo por el ano a tiempo de no ser vencido y preñado por el rival. Ambos eran machos puros y cuando ponían el culo era porque su amo así lo quería y su humillación era también su disfrute por servir a su dueño como putos esclavos que eran, sin voluntad, ni derechos, ni opinión, ni valor alguno que no fuese precisamente su condición de ser unos jodidos perros propiedad de su amo y señor.
Estaban todos y solamente faltaba Jul. Y el amo dijo: “Adem, trae al otro cachorro, que ya es hora de empezar con el reparto y entrega de trofeos.
A Manuel se le ponía difícil resolver el conflicto. Había jugado a someterse a sí mismo a la prueba de soportar que otro metiese la polla en el culo de Jul, para castigarlo y aminorar el influjo que el muchacho ejercía sobre él, permanentemente obsesionado por tomarlo y poseerlo física y mentalmente, y no pudiendo soportar que no fuera exclusivamente suyo en cuerpo y alma.
Pero la suerte no quiso favorecerlo en su intento y ahora se le planteaba un dilema. Los dos cachorros merecían tirarse a Jul por su arrojo y valentía?. Ninguno era digno de probar tan delicioso pastel?. Lo que estaba claro era que Jul debía ser humillado ante sus compañeros y cortar de raíz su pretendida dignidad y presunción por llevar la marca del amo.
Aunque, realmente estaba dispuesto Manuel a que alguien le diese por el culo a su mascota, aún siendo uno de sus perros?. Podría admitirlo y verlo tranquilamente sin romperle sus esquemas y alterar sus nervios?. Su corazón no se rompería viendo al chico echando por el ano otro esperma diferente al suyo?. Para quién sería más dura la pena, para Jul o para él?. El cachorro no gozaría el polvo y se sentiría basura al lado de los otros perros, pero a Manuel lo recomerían los celos y sería capaz de matar por impedir a otro creerse dueño de su amado cachorro tan sólo por unos minutos.
Sabía que estaba llegando demasiado lejos en su pasión por un perro esclavo, mas no se veía capaz de razonar con claridad para buscar una salida que no fuese traumática para los dos.
Adem intervino, sacando a Manuel de sus conjeturas: “Señor. Los perros esperan postrados tu decisión”. “Ya los veo, Adem. No estoy ciego por el momento”, dijo el amo con un exabrupto. “Sí, señor”, respondió el criado. “Ese, sí, señor, por qué va?. Porque los veo o porque estoy ciego?”, ironizó el señor. “Por las dos cosas, señor”, contestó Adem sin reparo alguno. “Te aguanto porque llevamos juntos muchos años, cabrón!”, soltó Manuel a su sirviente. Y éste le dijo: “Son buenos perros, señor”. “Lo son, Adem...Sé que lo son”, afirmó el amo de los cachorros.
“Vosotros dos. Pedazos de mierda!. Apestáis a semen y sudor, cerdos!... Poneos en el lavadero...Rápido”, grito el amo y los perros se apresuraron a ir gateando hasta la pila para el lavado. Manuel los regó con agua fría y ellos se estremecieron y se les encogió el pito y las bolas. Y el dueño volvió a decir: “Enjabonar bien los cojones y las pollas, guarros!...Y el culo, también, que sois como putos gorrinos. Pedazo de cabrones castrados!”. Y los empapó de agua otra vez. Los cachorros tiritaban y les castañeteaban los colmillos, ateridos de frío, y el amo les ordenó que en dos patas corriesen al rededor del patio para secarse y entrar en calor.
“Y tú, puta oriental... vete preparando que con suerte tienes mucha leche para cenar esta noche”, le espetó el amo a Geis con cara de mal humor. “Y el otro cachorro, señor?”, insinuó Adem. “Aun no es tiempo para traerlo... Primero que estos otros se sequen y descansen... Y sobre todo que nos tranquilicemos de una puta vez, que últimamente andamos muy nerviosos”, dijo Manuel. Pero no añadió “por culpa de esa zorra que esta encerrada y o la mato de un golpe o de un beso. Me tiene como un jodido imbécil babeando tras su puñetero culo, el muy cabrón!”, aunque lo pensó.
El amo hizo tumbarse a los cachorros, jadeantes después de correr dando vueltas al patio, al tiempo que Geis ronroneaba como una minina perezosa, y todos quedaron esperando la decisión de Manuel.
La expectación de los perros era una mixtura de ansiedad y miedo a su dueño, intentando escudriñar en su mirada el talante de su ánimo por el resultado de la pelea. El silencio sólo se alteraba por el trino de algún pájaro o el paso del viento sobre el ramaje de los árboles cercanos y ninguno de ellos podía suponer cual sería la reacción de Manuel por el empate de los dos machos, al no conseguir dejar su semilla dentro del vientre del contrincante. Esa era la condición para el triunfo y no bastaba con meter la verga por el culo. El que pretendiese ser el campeón tenía que clavársela al otro, follarlo en toda regla y correrse en sus tripas, dejándole buena cantidad de leche dentro.
Pero eso no fue posible porque los dos cachorros defendieron su virilidad y tanto supieron deslizar su miembro en el interior del cuerpo contrario, como esquivar los asaltos del cipote ajeno expulsándolo por el ano a tiempo de no ser vencido y preñado por el rival. Ambos eran machos puros y cuando ponían el culo era porque su amo así lo quería y su humillación era también su disfrute por servir a su dueño como putos esclavos que eran, sin voluntad, ni derechos, ni opinión, ni valor alguno que no fuese precisamente su condición de ser unos jodidos perros propiedad de su amo y señor.
Estaban todos y solamente faltaba Jul. Y el amo dijo: “Adem, trae al otro cachorro, que ya es hora de empezar con el reparto y entrega de trofeos.
martes, 10 de enero de 2012
Capítulo 22 / La lucha
A media tarde, Manuel tocó a arrebato y ordenó lavativa para todos su esclavos. Adem los llevó al lavadero del patio posterior de la casa y puestos en hilera a cuatro patas, alzando los cuartos traseros, les enchufó por dos veces a cada uno la manguera en el ojo del culo, dejándoles llenas las panzas con orden de retener el agua hasta la señal de descarga.
Al aparecer el amo, gritó: “Ya!”, y hubo cagada general de chorros medio limpios primero, luego con restos y al final con gases. Manuel mandó repetir la operación de limpieza y volvieron a irse por la pata a bajo sus cachorros soltando con fuerza solamente agua. Adem hizo las pertinentes comprobaciones pasando revista a los rectos de los cuatro perros y comunicó al señor que los animales estaban dispuestos para ser usados como le viniese en gana.
El amo dispuso que el sirviente aceitase los cuerpos del mastín y del cachorro más joven de color negro y colocase una lona sobre el enlosado a modo de palenque. Y entonces dijo dirigiéndose a ellos: “Vosotros dos, los machitos de mi casa, quiero ver cual de los dos es el más fuerte y logra dominar al otro hasta montarlo y descargarle dentro su semen. No basta con tumbarlo de bruces y metérsela por el culo. Hay que sujetarlo e inmovilizarlo para que no se zafe de su opresor y se rinda a ser follado por el vencedor de la contienda. No valen ni mordiscos ni contusiones que dejen hematomas. Solamente dominio sobre el contrincante por la fuerza del adversario... Ni que decir tiene que el vencido será forzado a castidad por tiempo indefinido y condenado a la pena de cincuenta azotes que se ejecutará de inmediato. Y se arrastrará por el suelo apoyándose en los codos y las rodillas mientras no le rehabilite como semental en mi perrera... El campeón, ganará un premio especial. Rozará el cielo reservado sólo para su señor. Esta noche cubrirá a mi mascota hasta llenarlo de esperma. Esa es la mayor distinción a que uno de vosotros puede aspirar en mi casa. Montar a mi puta perra personal”.
Bom pasó de abrírsele la tierra bajo los pies ante la posible humillación de ser derrotado por su nuevo rival en la jauría, a levantar las orejas y el rabo delantero, provocando al cielo con su rigidez, por el premio que obtendría con la victoria. Había oído bien?, se preguntaba el mastín. Poder darle por el culo a la mascota del amo?. A Jul?. Eso tenía que conseguirlo aunque para ello muriese en el intento. Ese culo dorado y redondo, sin un puto pelo y con un ojete sonrosado y jugoso, podía ser suyo!. El, Bom, el campeón de mil peleas, podría ver la marca del amo mientras se la metía por el ano, a sus anchas, al perro más hermoso que jamás había visto. A su hermano, a su amigo, al sueño de mil noches húmedas. A su amado Jul. Eso no podía ser cierto, pero el amo nunca mentía. Y si ese era el laurel para el vencedor, el chico pondría el culo para su polla. De eso si estaba seguro.
Para Aza sólo era un nuevo reto. Vencer en al lucha al hasta ahora campeón del amo. Y si encima se beneficiaba a su capricho al otro cachorro, con el que su dueño estaba encoñado, pues mejor. El no estaba en condiciones de elegir ni despreciar ningún agujero donde meterla y menos el de Jul, que sólo la proximidad de su tufillo le avivaba la lívido. Porque Jul despedía un aroma cargado de feromonas que excitaba a todo el que estuviese cerca. Pero si perdía, lo que menos le importaba era que lo jodiera el otro. El problema estaba en el castigo que podía ser terrible para él.
Un temblor amargo sacudió a Jul al ser ofrecido por su amo como recompensa de una lucha entre sus machos. Y no pudo resistir el llanto, ocultando su cara entre las manos y mordiendo con rabia un pulgar. A Geis, al parecer, no le tocaba nada, pero también tendría su parte. Y el amo siguió, mirándolo a él: “Tú, lamerás y tragaras la leche directamente del culo de Jul, en cuanto el macho triunfador en la lid agote sus reservas y lo desmonte... Jul la cagará toda en tu boca sin reservar nada en su vientre... Preñarlo es un privilegio que me reservo yo de momento... Adem, llévate a Jul y que no sepa quién fue el ganador hasta esta noche... Geis, chúpame la polla y lame mis cojones mientras se pelean los machos...Y que empiece el combate”.
Los dos perros se agazaparon en esquinas contrarias, tanteándose y midiéndose la distancia para sorprender al rival atacándolo por el flanco más vulnerable. Los ojos centelleaban y sus hocicos husmeaban la adrenalina producida por el miedo del contrario. La saliva se les secaba en las fauces y la respiración se agitaba nerviosa tensando sus músculos para saltar en el momento más inesperado sobre el otro cachorro.
Sería una lucha de titanes por conseguir la posición preeminente como macho ante su amo. Y Bom tenía el aliciente añadido de poseer por unos minutos al cachorro que muchas noches le quitara la paz y el sosiego. Sólo podía vencer o morir lentamente de vergüenza y oprobio en el último rincón de la casa de su señor. Y el joven negro no se lo pondría nada fácil. El otro chico no sólo era joven, sino ágil y fuerte y acostumbrado a sobrevivir en circunstancias adversas. Se movía como una pantera escurridiza y lo atravesaba con el fuego de su mirada hasta ponerlo cachondo. Sí. La polla de Bom se empinaba descarada y desafiante a cada movimiento del negro cachorro, que ahora le disputaba el puesto de triunfador, ganado a pulso para su dueño pelea tras pelea.
Bom hizo un amago de ataque pero el otro cachorro saltó como si tuviese muelles en lugar de patas y se desplazó fuera del alcance del mastín, contraatacando a su vez, también empalmado y meando gotas de líquido seroso. Y ahora fue Bom quién evito la presa con que intentó atraparlo Aza. Caminaban en círculo sin perderse la cara. Y el perro más veterano, con un quiebro, engañó al novato y lo amarró por detrás, rodeándole el pecho con un brazo. Y con la mano contraria, le apretó los ijares para cortarle el resuello y obligarle a aflojar los músculos que le mantenían cerrado el culo, juntando con fuerza las cachas.
El chico se defendió pretendiendo escurrirse de su captor y pataleando para hacerle perder el equilibrio sobre su lomo. Pero el otro ya enfilaba con la verga su trasero, resbaladizo por el aceite, para empitonar el esfínter del joven negro. El cachorro, brillante como el charol, se resistía como un jabato y al notar el capullo que ya entraba por su ano, hizo fuerzas para cagarlo y logró expulsarlo a un pelo de que se lo clavase hasta el fondo. Bom no retrocedió en su empeño y de nuevo lo aplastó bajo su cuerpo, metiendo sus piernas entre las del muchacho, que dejaba el ojete sin protección. Y de nuevo el capullo del mastín venció la resistencia del ano de Aza y esta vez le pegó los huevos al culo.
El joven era más rápido de lo que supuso Bom y en con un esfuerzo desesperado consiguió dar la vuelta a la situación y quedarse encima de la barriga del otro, elevando los glúteos y librándose de la verga que ya lo violaba. Ambos perros rodaron por la lona y como gatos salvajes se incorporaron sobre sus cuatro patas con las garras prestas para otro ataque.
Y ahora fue el cachorro negro el que como un felino se encaramó a los lomos del perrazo y se pegó a su piel como una lapa apretándole con un bíceps la garganta. Bom tenía que librarse del brazo que lo ahogaba y descuidó la retaguardia. Lo que no desperdició el cabrón del otro para deslizar su pollón por la raja del culo del mestizo, colocando la punta justo en su ano, que atravesó como un clavo al rojo la mantequilla. Bon sintió una punzada de dolor y vergüenza, seguido de los vaivenes del cipote del negro en su interior y profiriendo un rugido estremecedor catapultó al otro cachorro, volteándolo en el aire con un impulso soberbio.
Aza rodó delante de los morros de Bom y se revolvió con la rapidez de un rayo, pero el mastín ya hacía presa en él otra vez, poniéndolo decúbito prono y acostándose encima en la misma posición. Y volvió el forcejeo y otra penetración del capullo del mastín en el recto del negro cachorro. Y casi logra follarlo, pero a la media docena de embates ya se libró el jodido negro de la tranca y se le escapó de las manos a Bom.
Manuel prestaba más atención a la lucha que a las mamadas de Geis y gozaba como un sátrapa con la bella estampa que le ofrecían los lustrosos cuerpos entrelazados de sus dos machos. Tenía la chorra y los cojones empapados de babas de la puta perra insaciable y prefirió joderla otra vez sentándola en su manubrio de cara al espectáculo. Y que saltase ella para ahorrarle esfuerzos al amo.
La pelea por el título del más macho de los perros de la casa continuaba su curso, pero a cada avance de uno de los contendientes, seguía su retroceso y la iniciativa del otro. Los dos eran fuertes, pero el veterano tenia mayor potencia muscular. Y el otro, por su anatomía y elasticidad era mucho más habilidoso para eludir las tretas del mestizo y salir airoso del trance.
Aquello iba camino de quedar en tablas con un claro empate entre la pareja de machotes de la perrera de Manuel. Los dos se habían ensartado con sus rabos y hasta jodido un poco, pero ninguno eyaculó dentro del otro. Así que la lucha no tenía un ganador merecedor del premio otorgado por el amo. Pero tampoco merecían el desprecio ni el castigo de la derrota. Jul iba a librarse de ser entregado a un vencedor, mas aún le quedaban arrestos a los dos cachorros para dar por zanjada la cuestión.
Se recrudeció la brega entre los perros y nuevos ataques y rechazos se sucedieron, cada vez más brillantes y escurridizos al unir el sudor al aceite. Bom entró otra vez en el negro y éste lo escupió fuera de su cuerpo. Y así, tras varios simulacros de polvo la cosa se mantenía igualada en metidas y sacadas de nabo entre los cachorros litigantes.
Adem, que había vuelto dejando a Jul encerrado y atado por el cuello con una cadena, Miró al señor, que aún no se había corrido a pesar de los masajes en la polla que le daba Geis con el culo, y en sus ojos se leía la pregunta, “hasta cuando van a seguir mazándose estos infelices, señor?”. Y Manuel comprendió su preocupación y le dijo: “Me aburre esta historia. Parece el cuento de nunca acabar, así que me largo y mañana me dices cual fue el que ganó y me traes la leche que le haya salido del culo al otro... Vigílalos y que se cumplan mis reglas”. “Y el otro cachorro, señor?”, quiso saber Adem. “Este? (pregunto Manuel refiriéndose a Geis). Ya estoy harto de que me trajine el pito con su puto coño”. Y se levantó dejando caer al suelo a Geis. “Me refería al otro, señor”, insistió el criado. “Que se quede donde está hasta la noche”, ordenó el amo y se marchó a su habitación.
Al aparecer el amo, gritó: “Ya!”, y hubo cagada general de chorros medio limpios primero, luego con restos y al final con gases. Manuel mandó repetir la operación de limpieza y volvieron a irse por la pata a bajo sus cachorros soltando con fuerza solamente agua. Adem hizo las pertinentes comprobaciones pasando revista a los rectos de los cuatro perros y comunicó al señor que los animales estaban dispuestos para ser usados como le viniese en gana.
El amo dispuso que el sirviente aceitase los cuerpos del mastín y del cachorro más joven de color negro y colocase una lona sobre el enlosado a modo de palenque. Y entonces dijo dirigiéndose a ellos: “Vosotros dos, los machitos de mi casa, quiero ver cual de los dos es el más fuerte y logra dominar al otro hasta montarlo y descargarle dentro su semen. No basta con tumbarlo de bruces y metérsela por el culo. Hay que sujetarlo e inmovilizarlo para que no se zafe de su opresor y se rinda a ser follado por el vencedor de la contienda. No valen ni mordiscos ni contusiones que dejen hematomas. Solamente dominio sobre el contrincante por la fuerza del adversario... Ni que decir tiene que el vencido será forzado a castidad por tiempo indefinido y condenado a la pena de cincuenta azotes que se ejecutará de inmediato. Y se arrastrará por el suelo apoyándose en los codos y las rodillas mientras no le rehabilite como semental en mi perrera... El campeón, ganará un premio especial. Rozará el cielo reservado sólo para su señor. Esta noche cubrirá a mi mascota hasta llenarlo de esperma. Esa es la mayor distinción a que uno de vosotros puede aspirar en mi casa. Montar a mi puta perra personal”.
Bom pasó de abrírsele la tierra bajo los pies ante la posible humillación de ser derrotado por su nuevo rival en la jauría, a levantar las orejas y el rabo delantero, provocando al cielo con su rigidez, por el premio que obtendría con la victoria. Había oído bien?, se preguntaba el mastín. Poder darle por el culo a la mascota del amo?. A Jul?. Eso tenía que conseguirlo aunque para ello muriese en el intento. Ese culo dorado y redondo, sin un puto pelo y con un ojete sonrosado y jugoso, podía ser suyo!. El, Bom, el campeón de mil peleas, podría ver la marca del amo mientras se la metía por el ano, a sus anchas, al perro más hermoso que jamás había visto. A su hermano, a su amigo, al sueño de mil noches húmedas. A su amado Jul. Eso no podía ser cierto, pero el amo nunca mentía. Y si ese era el laurel para el vencedor, el chico pondría el culo para su polla. De eso si estaba seguro.
Para Aza sólo era un nuevo reto. Vencer en al lucha al hasta ahora campeón del amo. Y si encima se beneficiaba a su capricho al otro cachorro, con el que su dueño estaba encoñado, pues mejor. El no estaba en condiciones de elegir ni despreciar ningún agujero donde meterla y menos el de Jul, que sólo la proximidad de su tufillo le avivaba la lívido. Porque Jul despedía un aroma cargado de feromonas que excitaba a todo el que estuviese cerca. Pero si perdía, lo que menos le importaba era que lo jodiera el otro. El problema estaba en el castigo que podía ser terrible para él.
Un temblor amargo sacudió a Jul al ser ofrecido por su amo como recompensa de una lucha entre sus machos. Y no pudo resistir el llanto, ocultando su cara entre las manos y mordiendo con rabia un pulgar. A Geis, al parecer, no le tocaba nada, pero también tendría su parte. Y el amo siguió, mirándolo a él: “Tú, lamerás y tragaras la leche directamente del culo de Jul, en cuanto el macho triunfador en la lid agote sus reservas y lo desmonte... Jul la cagará toda en tu boca sin reservar nada en su vientre... Preñarlo es un privilegio que me reservo yo de momento... Adem, llévate a Jul y que no sepa quién fue el ganador hasta esta noche... Geis, chúpame la polla y lame mis cojones mientras se pelean los machos...Y que empiece el combate”.
Los dos perros se agazaparon en esquinas contrarias, tanteándose y midiéndose la distancia para sorprender al rival atacándolo por el flanco más vulnerable. Los ojos centelleaban y sus hocicos husmeaban la adrenalina producida por el miedo del contrario. La saliva se les secaba en las fauces y la respiración se agitaba nerviosa tensando sus músculos para saltar en el momento más inesperado sobre el otro cachorro.
Sería una lucha de titanes por conseguir la posición preeminente como macho ante su amo. Y Bom tenía el aliciente añadido de poseer por unos minutos al cachorro que muchas noches le quitara la paz y el sosiego. Sólo podía vencer o morir lentamente de vergüenza y oprobio en el último rincón de la casa de su señor. Y el joven negro no se lo pondría nada fácil. El otro chico no sólo era joven, sino ágil y fuerte y acostumbrado a sobrevivir en circunstancias adversas. Se movía como una pantera escurridiza y lo atravesaba con el fuego de su mirada hasta ponerlo cachondo. Sí. La polla de Bom se empinaba descarada y desafiante a cada movimiento del negro cachorro, que ahora le disputaba el puesto de triunfador, ganado a pulso para su dueño pelea tras pelea.
Bom hizo un amago de ataque pero el otro cachorro saltó como si tuviese muelles en lugar de patas y se desplazó fuera del alcance del mastín, contraatacando a su vez, también empalmado y meando gotas de líquido seroso. Y ahora fue Bom quién evito la presa con que intentó atraparlo Aza. Caminaban en círculo sin perderse la cara. Y el perro más veterano, con un quiebro, engañó al novato y lo amarró por detrás, rodeándole el pecho con un brazo. Y con la mano contraria, le apretó los ijares para cortarle el resuello y obligarle a aflojar los músculos que le mantenían cerrado el culo, juntando con fuerza las cachas.
El chico se defendió pretendiendo escurrirse de su captor y pataleando para hacerle perder el equilibrio sobre su lomo. Pero el otro ya enfilaba con la verga su trasero, resbaladizo por el aceite, para empitonar el esfínter del joven negro. El cachorro, brillante como el charol, se resistía como un jabato y al notar el capullo que ya entraba por su ano, hizo fuerzas para cagarlo y logró expulsarlo a un pelo de que se lo clavase hasta el fondo. Bom no retrocedió en su empeño y de nuevo lo aplastó bajo su cuerpo, metiendo sus piernas entre las del muchacho, que dejaba el ojete sin protección. Y de nuevo el capullo del mastín venció la resistencia del ano de Aza y esta vez le pegó los huevos al culo.
El joven era más rápido de lo que supuso Bom y en con un esfuerzo desesperado consiguió dar la vuelta a la situación y quedarse encima de la barriga del otro, elevando los glúteos y librándose de la verga que ya lo violaba. Ambos perros rodaron por la lona y como gatos salvajes se incorporaron sobre sus cuatro patas con las garras prestas para otro ataque.
Y ahora fue el cachorro negro el que como un felino se encaramó a los lomos del perrazo y se pegó a su piel como una lapa apretándole con un bíceps la garganta. Bom tenía que librarse del brazo que lo ahogaba y descuidó la retaguardia. Lo que no desperdició el cabrón del otro para deslizar su pollón por la raja del culo del mestizo, colocando la punta justo en su ano, que atravesó como un clavo al rojo la mantequilla. Bon sintió una punzada de dolor y vergüenza, seguido de los vaivenes del cipote del negro en su interior y profiriendo un rugido estremecedor catapultó al otro cachorro, volteándolo en el aire con un impulso soberbio.
Aza rodó delante de los morros de Bom y se revolvió con la rapidez de un rayo, pero el mastín ya hacía presa en él otra vez, poniéndolo decúbito prono y acostándose encima en la misma posición. Y volvió el forcejeo y otra penetración del capullo del mastín en el recto del negro cachorro. Y casi logra follarlo, pero a la media docena de embates ya se libró el jodido negro de la tranca y se le escapó de las manos a Bom.
Manuel prestaba más atención a la lucha que a las mamadas de Geis y gozaba como un sátrapa con la bella estampa que le ofrecían los lustrosos cuerpos entrelazados de sus dos machos. Tenía la chorra y los cojones empapados de babas de la puta perra insaciable y prefirió joderla otra vez sentándola en su manubrio de cara al espectáculo. Y que saltase ella para ahorrarle esfuerzos al amo.
La pelea por el título del más macho de los perros de la casa continuaba su curso, pero a cada avance de uno de los contendientes, seguía su retroceso y la iniciativa del otro. Los dos eran fuertes, pero el veterano tenia mayor potencia muscular. Y el otro, por su anatomía y elasticidad era mucho más habilidoso para eludir las tretas del mestizo y salir airoso del trance.
Aquello iba camino de quedar en tablas con un claro empate entre la pareja de machotes de la perrera de Manuel. Los dos se habían ensartado con sus rabos y hasta jodido un poco, pero ninguno eyaculó dentro del otro. Así que la lucha no tenía un ganador merecedor del premio otorgado por el amo. Pero tampoco merecían el desprecio ni el castigo de la derrota. Jul iba a librarse de ser entregado a un vencedor, mas aún le quedaban arrestos a los dos cachorros para dar por zanjada la cuestión.
Se recrudeció la brega entre los perros y nuevos ataques y rechazos se sucedieron, cada vez más brillantes y escurridizos al unir el sudor al aceite. Bom entró otra vez en el negro y éste lo escupió fuera de su cuerpo. Y así, tras varios simulacros de polvo la cosa se mantenía igualada en metidas y sacadas de nabo entre los cachorros litigantes.
Adem, que había vuelto dejando a Jul encerrado y atado por el cuello con una cadena, Miró al señor, que aún no se había corrido a pesar de los masajes en la polla que le daba Geis con el culo, y en sus ojos se leía la pregunta, “hasta cuando van a seguir mazándose estos infelices, señor?”. Y Manuel comprendió su preocupación y le dijo: “Me aburre esta historia. Parece el cuento de nunca acabar, así que me largo y mañana me dices cual fue el que ganó y me traes la leche que le haya salido del culo al otro... Vigílalos y que se cumplan mis reglas”. “Y el otro cachorro, señor?”, quiso saber Adem. “Este? (pregunto Manuel refiriéndose a Geis). Ya estoy harto de que me trajine el pito con su puto coño”. Y se levantó dejando caer al suelo a Geis. “Me refería al otro, señor”, insistió el criado. “Que se quede donde está hasta la noche”, ordenó el amo y se marchó a su habitación.
sábado, 7 de enero de 2012
Capítulo 21 / El trauma
La marca del amo encarnada en la entrepierna de Jul levantaba pasiones encontradas entre el resto de los cachorros de la casa.
Jul aprovechaba cualquier ocasión para exhibirla con vanidad ante sus hermanos de condición, separando bien las patas y elevando impúdicamente el culo delante de sus hocicos.
Podía parecer curioso, pero el que más envidiaba el hierro del amo en la piel, era Geis. El delicado cachorro, se veía discriminado frente a la mascota de su dueño y en su fuero interno necesitaba la atención de su señor y no sentirse olvidado por él, aunque fuese para marcarlo a fuego. Consideraba que aquella distinción suponía un privilegio para el otro cachorro, siendo mucho más nuevo en la casa que él. Ser el preferido del amo, lo cual ninguno de los perros podría cuestionar, es una cosa y otra diferente era negarle a los demás esclavos mostrar con orgullo el signo indeleble de pertenecer a un dueño y que nadie pusiese en duda que Manuel era su propietario.
Al joven negro ni se le pasaba por la cabeza el asunto y a Bom le entraban sudores en cuanto veía la cicatriz de la que tanto presumía Jul. Manuel había marcado a su mascota como algo excepcional y ni se planteaba volver a repetir la experiencia con el resto de su jauría. Es más. Después de usarlo con su mascota, le había pedido al amo Tano que destruyese el hierro para no caer de nuevo en la tentación de marcar a ningún otro perro.
Pero Adem no tenía demasiado claro que esa decisión del señor fuese la más acertada, teniendo en cuenta las circunstancias. Percibía tensión entre los cachorros, porque todos sin excepción le daban al sello del amo mayor importancia de la que aparentemente demostraban. Incluido el noble y fiel mastín. A él le asustaba la llaga y el dolor desconocido, pero no le importaría despertarse una mañana con la divisa de su señor puesta en el culo. Mejor que cerca de los huevos, no fuese que el amo se los quemase por accidente. Incluso su imaginación lo llevaba a verse defendiendo la enseña e su dueño en una pelea de perros, de la que él, por supuesto, sería el indiscutible vencedor. Sería como un adalid medieval luciendo las armas de su casa, pero en lugar de llevarlas en el peto o la cimera, él las airearía en una nalga, donde seguramente se fijarían más los espectadores, percatándose de paso del emblema.
Adem hizo hincapié al señor sobre el tema, pero éste pasó del asunto sin el menor comentario. Y lo que si hizo fue ir a mear, llevándose a Geis para sacudirle las últimas gotas en la boca y que le limpiase la chorra con la lengua. Pero, a pesar de las apariencias, no echó en saco roto las cabales advertencias del sirviente. Manuel, como buen amo, era muy sensible a los problemas psicológicos de sus perros esclavos y lo último que le faltaba era que tuviesen un trauma por llevar su puta marca en la piel.
De paso que estaba con Geis, Manuel le apeteció zurrarle y, aunque no era necesario, puso como excusa que le arañara el pito con un diente por no abrir bien la boca. Cosa, que de haberle rozado, sería más bien una caricia que un rasponazo. Pero al amo le preocupaba lo de la marca y los traumas que causase en sus perros y tenía que desahogar su mal humor en alguien y esa vez le tocó a Geis, porque estando a su lado tenía todas las rifas del sorteo.
El amo se sentó en la tapa de la taza del water y puso al perrillo de bruces sobre las rodillas y con un cepillo de madera con mango para cepillar el pelo, le marcó el nuevo testamento entero a base de golpes en el culo. Le dejó las nalgas moradas y con puntos de sangre. Pero después le dio pena el pobre cachorro y le dejó que le hiciese una mamada como en otros tiempos antes de la llegada de Jul. Y antes de correrse en la lengua del chico, lo puso contra la pared del baño y, agarrándolo por la cintura, se la metió por el ano alzándolo en vilo.
Le dio tantos vergazos por el culo, como azotes le había dado antes en los glúteos. Y Geis recordó como era el verdadero placer de ser poseído por su amo y no ser simplemente cubierto por otro esclavo, por mucha verga y potencia que tuviese. Su dueño no sólo le daba un gusto indescriptible dentro del recto, sino que lo llenaba de dicha y se elevaba con él en su orgasmo. Cuando el amo le sacaba la verga, se creía realmente preñado con su semen y apretaba el culo a tope para no dejar que se le escurriese por las patas perdiéndolo por el suelo.
Manuel terminó besando en la boca a su amanerado cachorro, que se retorció en sus brazos como en un melodrama antiguo del cine de Hollywood, protagonizado por Marlene Dietrich. Geis podía resultar cómico en ciertos casos, mas era su estilo de perfecta concubina sumisa y complaciente con su señor. Y hacía muy bien su trabajo a la hora de contentar a un macho exigente como Manuel.
Al volver con los otros cachorros, por la cara de Geis todos sabían que el amo le había dado por el culo y la zorra se regodeaba ufana aún trayendo las nalgas casi en carne viva como una mona. A Jul le faltaba tiempo para mirar a su amo reclamando su parte como un perro ansioso y Bom se hacía a la idea de que cubierta y llena la perra, le tocaría abstinencia y castidad hasta el día siguiente por lo menos. Al novato de la perrera le gustaba montar a Geis y prefería eso a que lo ordeñasen como a una ternera. Pero su problema es que el amo no lo dejase a palo seco con los cojones inflados, porque se le ponía un dolor de huevos que no lo dejaba enderezarse y estirar las patas. Todavía no lo castigara su dueño a llevar una jaula en el pene que le impidiese empalmarse, pero sí había visto a Bom jodido con ese aparato, apretándose las ingles para atenuar la presión de sus testículos amoratados por la leche acumulada en ellos. Para machos tan activos sexualmente como ellos, era el peor suplicio al que su amo podía someterlos. Y lo peor era que a Manuel le gustaba hacerlo con bastante frecuencia.
A Geis nunca le enjaulaba el pito, pero sí le ponía un cinturón con candado que incorporaba un pene de goma metido por el ojo del culo para que no lo follasen, pero que tampoco le dejaba defecar, hasta que a su señor le diese la puta gana de quitárselo y dejarle libre el esfínter para aliviarse de vientre. a Jul, si se lo ponía, era con las dos cosas. La jaula y el dildo. Vamos, que lo sellaba por ambos lados para que no hubiese dudas. Su castidad era total por delante y por detrás. Lo cierto es que Manuel no dudaba de la fidelidad de sus perros, pero lo hacía por joderlos de alguna manera y verlos padecer, sacrificados por una obligada templanza en el uso excesivo de los sentidos, sujetándolos a la razón, como dice el diccionario de la lengua. Es decir, les cortaba la libidinosa lujuria que los corroía a todas horas para que no se desgastasen tanto. Pero para él eso no contaba, por supuesto, y pronto se arrepentía de tener los pájaros y los culos de sus cachorros cautivos y los liberaba desatando una auténtica fiesta de sexo y otro tipo de castigos mucho más placenteros para él.
Y eso es lo que iba a hacer esa tarde. Una sesión, por todo lo alto, que encendiese a sus cachorros y les hiciese lanzar cohetes como en una traca de feria, para que olvidasen sus traumas y porque tenía ganas de darle alegría a su cuerpo. Qué carajo!.
Jul aprovechaba cualquier ocasión para exhibirla con vanidad ante sus hermanos de condición, separando bien las patas y elevando impúdicamente el culo delante de sus hocicos.
Podía parecer curioso, pero el que más envidiaba el hierro del amo en la piel, era Geis. El delicado cachorro, se veía discriminado frente a la mascota de su dueño y en su fuero interno necesitaba la atención de su señor y no sentirse olvidado por él, aunque fuese para marcarlo a fuego. Consideraba que aquella distinción suponía un privilegio para el otro cachorro, siendo mucho más nuevo en la casa que él. Ser el preferido del amo, lo cual ninguno de los perros podría cuestionar, es una cosa y otra diferente era negarle a los demás esclavos mostrar con orgullo el signo indeleble de pertenecer a un dueño y que nadie pusiese en duda que Manuel era su propietario.
Al joven negro ni se le pasaba por la cabeza el asunto y a Bom le entraban sudores en cuanto veía la cicatriz de la que tanto presumía Jul. Manuel había marcado a su mascota como algo excepcional y ni se planteaba volver a repetir la experiencia con el resto de su jauría. Es más. Después de usarlo con su mascota, le había pedido al amo Tano que destruyese el hierro para no caer de nuevo en la tentación de marcar a ningún otro perro.
Pero Adem no tenía demasiado claro que esa decisión del señor fuese la más acertada, teniendo en cuenta las circunstancias. Percibía tensión entre los cachorros, porque todos sin excepción le daban al sello del amo mayor importancia de la que aparentemente demostraban. Incluido el noble y fiel mastín. A él le asustaba la llaga y el dolor desconocido, pero no le importaría despertarse una mañana con la divisa de su señor puesta en el culo. Mejor que cerca de los huevos, no fuese que el amo se los quemase por accidente. Incluso su imaginación lo llevaba a verse defendiendo la enseña e su dueño en una pelea de perros, de la que él, por supuesto, sería el indiscutible vencedor. Sería como un adalid medieval luciendo las armas de su casa, pero en lugar de llevarlas en el peto o la cimera, él las airearía en una nalga, donde seguramente se fijarían más los espectadores, percatándose de paso del emblema.
Adem hizo hincapié al señor sobre el tema, pero éste pasó del asunto sin el menor comentario. Y lo que si hizo fue ir a mear, llevándose a Geis para sacudirle las últimas gotas en la boca y que le limpiase la chorra con la lengua. Pero, a pesar de las apariencias, no echó en saco roto las cabales advertencias del sirviente. Manuel, como buen amo, era muy sensible a los problemas psicológicos de sus perros esclavos y lo último que le faltaba era que tuviesen un trauma por llevar su puta marca en la piel.
De paso que estaba con Geis, Manuel le apeteció zurrarle y, aunque no era necesario, puso como excusa que le arañara el pito con un diente por no abrir bien la boca. Cosa, que de haberle rozado, sería más bien una caricia que un rasponazo. Pero al amo le preocupaba lo de la marca y los traumas que causase en sus perros y tenía que desahogar su mal humor en alguien y esa vez le tocó a Geis, porque estando a su lado tenía todas las rifas del sorteo.
El amo se sentó en la tapa de la taza del water y puso al perrillo de bruces sobre las rodillas y con un cepillo de madera con mango para cepillar el pelo, le marcó el nuevo testamento entero a base de golpes en el culo. Le dejó las nalgas moradas y con puntos de sangre. Pero después le dio pena el pobre cachorro y le dejó que le hiciese una mamada como en otros tiempos antes de la llegada de Jul. Y antes de correrse en la lengua del chico, lo puso contra la pared del baño y, agarrándolo por la cintura, se la metió por el ano alzándolo en vilo.
Le dio tantos vergazos por el culo, como azotes le había dado antes en los glúteos. Y Geis recordó como era el verdadero placer de ser poseído por su amo y no ser simplemente cubierto por otro esclavo, por mucha verga y potencia que tuviese. Su dueño no sólo le daba un gusto indescriptible dentro del recto, sino que lo llenaba de dicha y se elevaba con él en su orgasmo. Cuando el amo le sacaba la verga, se creía realmente preñado con su semen y apretaba el culo a tope para no dejar que se le escurriese por las patas perdiéndolo por el suelo.
Manuel terminó besando en la boca a su amanerado cachorro, que se retorció en sus brazos como en un melodrama antiguo del cine de Hollywood, protagonizado por Marlene Dietrich. Geis podía resultar cómico en ciertos casos, mas era su estilo de perfecta concubina sumisa y complaciente con su señor. Y hacía muy bien su trabajo a la hora de contentar a un macho exigente como Manuel.
Al volver con los otros cachorros, por la cara de Geis todos sabían que el amo le había dado por el culo y la zorra se regodeaba ufana aún trayendo las nalgas casi en carne viva como una mona. A Jul le faltaba tiempo para mirar a su amo reclamando su parte como un perro ansioso y Bom se hacía a la idea de que cubierta y llena la perra, le tocaría abstinencia y castidad hasta el día siguiente por lo menos. Al novato de la perrera le gustaba montar a Geis y prefería eso a que lo ordeñasen como a una ternera. Pero su problema es que el amo no lo dejase a palo seco con los cojones inflados, porque se le ponía un dolor de huevos que no lo dejaba enderezarse y estirar las patas. Todavía no lo castigara su dueño a llevar una jaula en el pene que le impidiese empalmarse, pero sí había visto a Bom jodido con ese aparato, apretándose las ingles para atenuar la presión de sus testículos amoratados por la leche acumulada en ellos. Para machos tan activos sexualmente como ellos, era el peor suplicio al que su amo podía someterlos. Y lo peor era que a Manuel le gustaba hacerlo con bastante frecuencia.
A Geis nunca le enjaulaba el pito, pero sí le ponía un cinturón con candado que incorporaba un pene de goma metido por el ojo del culo para que no lo follasen, pero que tampoco le dejaba defecar, hasta que a su señor le diese la puta gana de quitárselo y dejarle libre el esfínter para aliviarse de vientre. a Jul, si se lo ponía, era con las dos cosas. La jaula y el dildo. Vamos, que lo sellaba por ambos lados para que no hubiese dudas. Su castidad era total por delante y por detrás. Lo cierto es que Manuel no dudaba de la fidelidad de sus perros, pero lo hacía por joderlos de alguna manera y verlos padecer, sacrificados por una obligada templanza en el uso excesivo de los sentidos, sujetándolos a la razón, como dice el diccionario de la lengua. Es decir, les cortaba la libidinosa lujuria que los corroía a todas horas para que no se desgastasen tanto. Pero para él eso no contaba, por supuesto, y pronto se arrepentía de tener los pájaros y los culos de sus cachorros cautivos y los liberaba desatando una auténtica fiesta de sexo y otro tipo de castigos mucho más placenteros para él.
Y eso es lo que iba a hacer esa tarde. Una sesión, por todo lo alto, que encendiese a sus cachorros y les hiciese lanzar cohetes como en una traca de feria, para que olvidasen sus traumas y porque tenía ganas de darle alegría a su cuerpo. Qué carajo!.
martes, 3 de enero de 2012
Capítulo 20 / El descanso
Jul estuvo convaleciente durante unos días para curar la herida en su entrepierna, pero no abandonó por ello la cama de su amo por las noches. Manuel lo abrazaba por la espalda, arrimando el bajo vientre al culo del chico para sentir su calor y su vida en los latidos del esfínter pegado a su polla. El muchacho se acurrucaba contra el pecho protector, acunado por el compás del corazón de su amo. Manuel besaba la nuca y el cuello del chico antes de dormirse y velaba su descanso como si de aquel chiquillo dependiese el futuro de su vida.
Y en cierto modo así era. Jul era mucho más que un puto esclavo para Manuel. El cachorro era la otra versión de su propia persona. El mismo lavaba y desinfectaba a diario la cicatriz del muchacho y antes de taparla con una ligera gasa, le introducía el pene por el ano con delicadeza, sosteniéndole los talones sobre sus hombros, sin dejar de mirarle a los ojos que le iban contando cada sensación, cada escalofrío, cada suspiro y los gemidos que se precipitaban y subían de tono hasta la eyaculación de ambos. El chico lo hacía en la mano de su amo y éste dentro del culo del muchacho. A Jul le molestaba la herida con la postura, pero el gusto de tener a su señor en su cuerpo compensaba cualquier dolor que pudiese causarle.
Lo peor para Jul era caminar a gatas porque se rozaba la entrepierna con las vendas y aunque el amo le autorizó a hacerlo a dos patas, delante de los otros perros, el chaval no podía cerrar las piernas y andaba como un vaquero sin caballo. A Geis le hacía gracia ver al cachorro así, pero Bom recordaba la escena en la casa del amo Tano y no conseguía ni forzar una mueca parecida a una sonrisa. Aza no entendía nada de lo que había pasado y no se imaginaba como se había lastimado el otro cachorro detrás de los huevos. Si le dejasen, él mismo le lamería la herida como hacían los animales en su pueblo. El joven negro era inocentemente primitivo, transparente y puro como un diamante, pero sin tallar aún.
Manuel empezaba a acostumbrarse al joven muchacho africano y, ante la situación de su cachorro, lo sometía a largas sesiones, acelerando su entrenamiento para un uso de alto rendimiento. Aquel ejemplar tenía madera y su cuerpo le daba grandes satisfacciones. Cada vez gozaba más al follarlo, ya fuese por el culo o por la boca, y ver su verga excitada y siempre tiesa como el estandarte de una procesión, lo ponía ciego de lujuria.
Era una fábrica de semen encerrada en dos bolitas de un tamaño increíble para tanta producción. Si no le llenaba el culo a Geis con la leche del muchacho, lo ordeñaba sobre un recipiente y su lefa la repartía entre los demás cachorros como un sobrealimento de proteínas y vitaminas. En cualquier caso, fuese dentro de la perra viciosa o en el cacharro, Aza daba leche más de seis veces al día por lo menos, lo que tenía totalmente acomplejado a Bom, que ya veía el ocaso de su gloria como el macho preferido de su amo. Su consuelo era que él seguía siendo el más duro para la pelea por el momento y el joven africano asumía claramente el liderazgo de Bom en la perrera de Manuel.
Aza estaba hecho para el sexo y era incansable e insaciable. Y Geis estaba en la gloria con aquel chico. Le habían dado por el culo mucho y muy fuerte, pero el joven negro le hacía abrir la carne y más que temblar cuando lo invadía de esperma, lo desplazaba verticalmente como si la ola de un tsunami lo lanzase al cielo. Se sentía lleno de polla y de leche. Y con qué fuerza se la lanzaba el animal en las tripas!. Por más esfuerzos que hiciese en retener todo el fruto de los cojones de Aza en su interior, Geis terminaba cagándose patas a bajo por la presión que le producía en su vientre. Pero no la desperdiciaba, porque la lamía del suelo como si fuese un yogur natural y cremoso que le cayese al piso. Por falta de vitaminas no iba a quedar desnutrido el perrillo faldero teniendo a ese cachorro cerca.
Porque, además, cuando Bom lo follaba lo hacía para desfogarse solamente. Igual que el amo, desde hacía un tiempo, sólo le partía el culo por diversión o capricho, pero el nuevo cachorro usaba su agujero como un macho usa el coño de una perra en celo y disfrutaba jodiéndolo. Y eso a Geis le sacaba hasta las entretelas de gusto. Se sentía deseado y encima lo cubría el mejor semental que había conocido en su vida, aunque nunca igualase al placer que podía darle su amo si volvía a montarlo como antes de llegar Jul a la casa.
Jul no veía el momento de enseñar orgulloso el hierro del amo, cerca del agujero del culo, y cuando Manuel le preguntaba si aún le dolía, contestaba que no, que sólo le picaba un poco.
Y por fin, el médico, un amigo de su señor que también tenía esclavos, le destapó la marca, aconsejando que se curaría antes estando al aire. Todavía estaba enrojecida, pero cicatrizaba sin ningún problema y pronto sólo quedaría sobre la piel de Jul una pequeña letra con un triángulo intentando acuñarse en ella por el medio.
Y aquella noche, Manuel separó las patas de su cachorro para mirar detenidamente su emblema y como si un resorte se disparase en su interior, su verga reaccionó creciendo y engordando con un pálpito incesante. La polla de Jul ya se había levantado al acostarse al lado de su amo, puesto que simplemente su olor lo excitaba y lanzaba su imaginación y su apetito sexual a cotas insospechadas. Cualquier cosa que su señor pudiera hacerle, se quedaba corta al lado de las que el chico elucubraba en su imparable escalada de sueños eróticos.
Manuel besó su letra y siguió besando hacia las pelotas de su cachorro, para metérselas en la boca. Las saboreó como dos mirabeles en almíbar y con el regusto de ellos en su paladar, acarició con los labios el capullo del chico, presionando con la punta de la lengua el orificio con gotas de suero seminal. Engulló entero el miembro de Jul y lo mamó lentamente, apretándole la base para retardar la salida del esperma. El cachorro arrugaba las sábana con las manos y se mordía el labio inferior para soportar el reiterado gusto que le daba su dios. Sabía que era otra manera de usarlo, pero prefería ser él quien se la chupase a Manuel. En todo caso el amo mandaba y decidía como debía complacerle su esclavo.
Manuel siguió escalando por el cuerpo de su cachorro, recreándose en cada parcela del chico, jugando a morderle el ombligo o dando pequeños bocados sobre su estómago hasta alcanzar los pectorales. Allí estaban sus preciosos pezones con su aureola tostada, destacando en la piel dorada del muchacho. Ese era un delicioso fruto para Manuel. Ahí se quedaba un buen rato pellizcándolos con los dientes y succionándolos como un lactante. El cachorro enloquecía con ese juego. Sus tetillas eran hipersensibles y a duras penas lograba aguantar sin correrse el acoso de la boca de su amo sobre ellas.
Por fin Manuel llegó a los labios de Jul, que se entreabrieron para recibirlo, y entró en ellos precedido por su lengua bañada en deseo. Los besos entre amo y esclavo eran eternos y pasionales. Confundían sus bocas y ninguno de los dos podía distinguir su saliva.
El amo soltó la boca del muchacho y le dijo besándole el oído: “Date la vuelta y ponte a cuatro patas... Quiero ver al derecho lo que hasta ahora sólo vi al revés”. Jul no entendió a su señor, pero se puso rápidamente a gatas y bajó la cabeza apoyándola sobre la cama. “Abrete bien...Así...ahora veo mi marca bien puesta y no patas arriba”. El cachorro no había podido verse la entrepierna en un espejo, porque no se lo permitió su dueño, y no sabía que su amo había grabado la letra con la base del triángulo hacia el ojo del culo y la eme mirando a sus huevos. De tal forma que al follarlo por detrás como a una perra, veía la marca al derecho. Y eso lo enervó aún más Manuel y se la calzó al muchacho sin lubricarle el ojete. Presionó a fondo para forzar la entrada completa de su cipote en el chaval y arremetía contra su culo como si quisiese atrofiar sus cojones de tanto golpearlos en su marca impresa bajo el ano del cachorro. Y le decía: “ Traga polla, cabrón! Traga...Así...Abrete más....Joder!... Me destrozas el rabo cuando aprietas el ojete... Hostias!...” Y le palmeaba las nalgas al chaval como a un pura sangre en el tramo final de la carrera.
Fue una cabalgada soberbia, digna del dios Neptuno sobre uno de sus tritones. Y cuando de sus pollas brotó el semen, quedaron tumbados de bruces sobre la cama, uno junto al otro.
Manuel, pasó un brazo por encima del cachorro y se durmió con el muchacho, que ni tiempo le dio a vaciar su vientre, rezumando algo de leche por el culo.
Bom, solo en su perrera, cerca de la que ocupaban Geis y su adonis de ébano, como éste le llamaba al joven negro cuando estaban solos, añoraba la compañía de Jul y, sobre todo, no compartir con el cachorro el placer de su amo. Adem, lo comprendía y lo vigilaba todo para que nada se desmadrase alterando el control que su señor ejercía sobre la casa. Y, de ese modo, continuase todo en perfecto orden, tal y como disponía el amo de los cachorros.
Y en cierto modo así era. Jul era mucho más que un puto esclavo para Manuel. El cachorro era la otra versión de su propia persona. El mismo lavaba y desinfectaba a diario la cicatriz del muchacho y antes de taparla con una ligera gasa, le introducía el pene por el ano con delicadeza, sosteniéndole los talones sobre sus hombros, sin dejar de mirarle a los ojos que le iban contando cada sensación, cada escalofrío, cada suspiro y los gemidos que se precipitaban y subían de tono hasta la eyaculación de ambos. El chico lo hacía en la mano de su amo y éste dentro del culo del muchacho. A Jul le molestaba la herida con la postura, pero el gusto de tener a su señor en su cuerpo compensaba cualquier dolor que pudiese causarle.
Lo peor para Jul era caminar a gatas porque se rozaba la entrepierna con las vendas y aunque el amo le autorizó a hacerlo a dos patas, delante de los otros perros, el chaval no podía cerrar las piernas y andaba como un vaquero sin caballo. A Geis le hacía gracia ver al cachorro así, pero Bom recordaba la escena en la casa del amo Tano y no conseguía ni forzar una mueca parecida a una sonrisa. Aza no entendía nada de lo que había pasado y no se imaginaba como se había lastimado el otro cachorro detrás de los huevos. Si le dejasen, él mismo le lamería la herida como hacían los animales en su pueblo. El joven negro era inocentemente primitivo, transparente y puro como un diamante, pero sin tallar aún.
Manuel empezaba a acostumbrarse al joven muchacho africano y, ante la situación de su cachorro, lo sometía a largas sesiones, acelerando su entrenamiento para un uso de alto rendimiento. Aquel ejemplar tenía madera y su cuerpo le daba grandes satisfacciones. Cada vez gozaba más al follarlo, ya fuese por el culo o por la boca, y ver su verga excitada y siempre tiesa como el estandarte de una procesión, lo ponía ciego de lujuria.
Era una fábrica de semen encerrada en dos bolitas de un tamaño increíble para tanta producción. Si no le llenaba el culo a Geis con la leche del muchacho, lo ordeñaba sobre un recipiente y su lefa la repartía entre los demás cachorros como un sobrealimento de proteínas y vitaminas. En cualquier caso, fuese dentro de la perra viciosa o en el cacharro, Aza daba leche más de seis veces al día por lo menos, lo que tenía totalmente acomplejado a Bom, que ya veía el ocaso de su gloria como el macho preferido de su amo. Su consuelo era que él seguía siendo el más duro para la pelea por el momento y el joven africano asumía claramente el liderazgo de Bom en la perrera de Manuel.
Aza estaba hecho para el sexo y era incansable e insaciable. Y Geis estaba en la gloria con aquel chico. Le habían dado por el culo mucho y muy fuerte, pero el joven negro le hacía abrir la carne y más que temblar cuando lo invadía de esperma, lo desplazaba verticalmente como si la ola de un tsunami lo lanzase al cielo. Se sentía lleno de polla y de leche. Y con qué fuerza se la lanzaba el animal en las tripas!. Por más esfuerzos que hiciese en retener todo el fruto de los cojones de Aza en su interior, Geis terminaba cagándose patas a bajo por la presión que le producía en su vientre. Pero no la desperdiciaba, porque la lamía del suelo como si fuese un yogur natural y cremoso que le cayese al piso. Por falta de vitaminas no iba a quedar desnutrido el perrillo faldero teniendo a ese cachorro cerca.
Porque, además, cuando Bom lo follaba lo hacía para desfogarse solamente. Igual que el amo, desde hacía un tiempo, sólo le partía el culo por diversión o capricho, pero el nuevo cachorro usaba su agujero como un macho usa el coño de una perra en celo y disfrutaba jodiéndolo. Y eso a Geis le sacaba hasta las entretelas de gusto. Se sentía deseado y encima lo cubría el mejor semental que había conocido en su vida, aunque nunca igualase al placer que podía darle su amo si volvía a montarlo como antes de llegar Jul a la casa.
Jul no veía el momento de enseñar orgulloso el hierro del amo, cerca del agujero del culo, y cuando Manuel le preguntaba si aún le dolía, contestaba que no, que sólo le picaba un poco.
Y por fin, el médico, un amigo de su señor que también tenía esclavos, le destapó la marca, aconsejando que se curaría antes estando al aire. Todavía estaba enrojecida, pero cicatrizaba sin ningún problema y pronto sólo quedaría sobre la piel de Jul una pequeña letra con un triángulo intentando acuñarse en ella por el medio.
Y aquella noche, Manuel separó las patas de su cachorro para mirar detenidamente su emblema y como si un resorte se disparase en su interior, su verga reaccionó creciendo y engordando con un pálpito incesante. La polla de Jul ya se había levantado al acostarse al lado de su amo, puesto que simplemente su olor lo excitaba y lanzaba su imaginación y su apetito sexual a cotas insospechadas. Cualquier cosa que su señor pudiera hacerle, se quedaba corta al lado de las que el chico elucubraba en su imparable escalada de sueños eróticos.
Manuel besó su letra y siguió besando hacia las pelotas de su cachorro, para metérselas en la boca. Las saboreó como dos mirabeles en almíbar y con el regusto de ellos en su paladar, acarició con los labios el capullo del chico, presionando con la punta de la lengua el orificio con gotas de suero seminal. Engulló entero el miembro de Jul y lo mamó lentamente, apretándole la base para retardar la salida del esperma. El cachorro arrugaba las sábana con las manos y se mordía el labio inferior para soportar el reiterado gusto que le daba su dios. Sabía que era otra manera de usarlo, pero prefería ser él quien se la chupase a Manuel. En todo caso el amo mandaba y decidía como debía complacerle su esclavo.
Manuel siguió escalando por el cuerpo de su cachorro, recreándose en cada parcela del chico, jugando a morderle el ombligo o dando pequeños bocados sobre su estómago hasta alcanzar los pectorales. Allí estaban sus preciosos pezones con su aureola tostada, destacando en la piel dorada del muchacho. Ese era un delicioso fruto para Manuel. Ahí se quedaba un buen rato pellizcándolos con los dientes y succionándolos como un lactante. El cachorro enloquecía con ese juego. Sus tetillas eran hipersensibles y a duras penas lograba aguantar sin correrse el acoso de la boca de su amo sobre ellas.
Por fin Manuel llegó a los labios de Jul, que se entreabrieron para recibirlo, y entró en ellos precedido por su lengua bañada en deseo. Los besos entre amo y esclavo eran eternos y pasionales. Confundían sus bocas y ninguno de los dos podía distinguir su saliva.
El amo soltó la boca del muchacho y le dijo besándole el oído: “Date la vuelta y ponte a cuatro patas... Quiero ver al derecho lo que hasta ahora sólo vi al revés”. Jul no entendió a su señor, pero se puso rápidamente a gatas y bajó la cabeza apoyándola sobre la cama. “Abrete bien...Así...ahora veo mi marca bien puesta y no patas arriba”. El cachorro no había podido verse la entrepierna en un espejo, porque no se lo permitió su dueño, y no sabía que su amo había grabado la letra con la base del triángulo hacia el ojo del culo y la eme mirando a sus huevos. De tal forma que al follarlo por detrás como a una perra, veía la marca al derecho. Y eso lo enervó aún más Manuel y se la calzó al muchacho sin lubricarle el ojete. Presionó a fondo para forzar la entrada completa de su cipote en el chaval y arremetía contra su culo como si quisiese atrofiar sus cojones de tanto golpearlos en su marca impresa bajo el ano del cachorro. Y le decía: “ Traga polla, cabrón! Traga...Así...Abrete más....Joder!... Me destrozas el rabo cuando aprietas el ojete... Hostias!...” Y le palmeaba las nalgas al chaval como a un pura sangre en el tramo final de la carrera.
Fue una cabalgada soberbia, digna del dios Neptuno sobre uno de sus tritones. Y cuando de sus pollas brotó el semen, quedaron tumbados de bruces sobre la cama, uno junto al otro.
Manuel, pasó un brazo por encima del cachorro y se durmió con el muchacho, que ni tiempo le dio a vaciar su vientre, rezumando algo de leche por el culo.
Bom, solo en su perrera, cerca de la que ocupaban Geis y su adonis de ébano, como éste le llamaba al joven negro cuando estaban solos, añoraba la compañía de Jul y, sobre todo, no compartir con el cachorro el placer de su amo. Adem, lo comprendía y lo vigilaba todo para que nada se desmadrase alterando el control que su señor ejercía sobre la casa. Y, de ese modo, continuase todo en perfecto orden, tal y como disponía el amo de los cachorros.
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