Julio, es decir Jul, permaneció encerrado en el sótano todo el fin de semana, sometido por su amo a toda clase de abusos y vejaciones, y llegó a temer que le saliese cayo en el ano de tanta clavada. Su señor era un follador irredento y en cuanto le tocaba el culo al chaval se excitaba como un burro y lo empalaba vivo. También es verdad que al chico no hacía falta que su dueño lo rozase, porque con que lo mirase ya estaba empalmado y salido como una zorrita primeriza.
En cuanto el amo le puso el collar de perro, que llevaría durante todo su adiestramiento, le vendó los ojos y lo dejó solo, sentado en la silla con las manos esposadas a la espalda y el muy cabrito se largó del sótano dejándolo a oscuras. El paso del tiempo se detuvo para el muchacho, privado de la luz y sin oír ningún ruido en su entorno, y no podría jurar si fueron horas o días los que transcurrieron hasta escuchar como se abría el cerrojo de la puerta.
Los pasos del amo se acercaban a él y oyó su sonora voz de nuevo: “Vamos a seguir con tu doma, perro esclavo”. Lo puso en pie y lo llevó, con los ojos tapados todavía, hacia un lado del sótano, pero Jul no adivinó de cual se trataba, ya que al no ver nada perdió totalmente el sentido de la orientación. Sólo percibía ruidos y sensaciones y las plantas de sus pies le dijeron que se dueño lo metía en el frío pilón de acero. Sería para lavarlo, supuso el joven. Y escuchó el repiqueteo del agua sobre el metal que le salpicaba las piernas. Entonces el amo le ordenó ponerse a cuatro patas y aguardó unos minutos sin saber que preparaba su señor. Los dedos del amo tocaron su esfínter y notó algo delgado que le entraba por el agujero, al tiempo que el muy cabrón le decía: “Aprieta el culo, jodido imbécil!. Que te voy a aligerar el vientre con una buena lavativa.”. Y el agua le fue llenando las tripas e hinchando la barriga, despacio. Como si solamente fuese un ligero goteo, pero que, a causa de los retortijones, pronto se hizo insufrible para soportarlo mucho más tiempo. El agua entraba sin parar y Jul no veía el momento de poder cagar. Pero eso todavía no estaba en los planes del cabrón de su amo, que, tan pronto como le sacó la cánula del culo, le metió un plug, a modo de tapón, para impedirle que expulsase el líquido, amenazándolo con las penas del infierno si le salía una mísera gota.
“Te duele la barriga?”. Le preguntó su amo. Y el inocente Jul se lo dijo: “Sí,...mi ...señor”. “Bueno. Eso tiene remedio. Te masajearé la barriga y veras como se te pasa”. “Será cabrón este hijo de la gran puta”, se dijo para sí el pobre chaval en cuanto la mano del amo empezó a apretarle bajo el estómago removiéndole las entrañas sin compasión.
Viendo la intensidad del rubor en los mofletes del chico, semejantes al barómetro de una caldera a punto de estallar por la presión, se apreciaba la perentoria necesidad de aliviarse que le urgía al coitado. Pero a Manuel aún le quedaba otra carta en la manga para jugarla con su esclavo. Con velocidad de vértigo sustituyó el tapón de goma por su propia verga y le metió una soberbia follada a su perro, batiéndole el agua dentro del recto, mientras le susurraba a la oreja: “Verás como quedas de limpio. El agüita y la polla del amo dándole gusto a mi perra. Te gusta. Eh, puta?. A ver... Hummmm. Estás cachonda y te gotea la minga, zorra!. Sí. Otras putas como tú dicen que es como tener dos pollas juntas dentro del culo y se vuelven locas de gusto las putas cabronas. Sí, verdad?. Sientes lo mismo, puta?. Esos gruñidos son de placer. No, cerda?. Contesta, puerca de mierda, cuando te pregunta tu dios!”. “Sí, mi amo.”. Apenas pronunció el chico. Y sonaron más gritos: “Sí, qué, marrana!. Gruñes o gozas cuando te monta tu amo!”. “Gozo,...mi... dios. Pero... déjame cagar”. El otro le arreó un azote en la nalga, pero Jul le rogó: “Te lo suplico...amo. No....Puedo...más”. Y comenzó a llorar como un desconsolado.
Su señor dijo: “Cagarás cuando a mi me salga de los cojones”. Y le amordazó la boca con una mano, metiéndole más caña con fuertes azotes y clavadas, mientras el llanto del crío le corría por los dedos. Y al rato su dueño y señor le dijo en voz baja: “Voy a sacar la polla y te siento en la taza a toda leche. Así que cierra bien el culo, porque si manchas el suelo de mierda te la comes”. Y dicho y hecho, el chaval apretó el culo y en medio segundo estaba sentado cagando a sus anchas entre ruidos intestinales y fuertes pedos.
Durante mas de media hora soltó por el culo hasta lo que no tenía, mientras su dueño preparaba otra fase del entrenamiento, colocando sobre el aparador un especulo de acero, consoladores de látex de varios tamaños y un bote de crema blanca y espesa como la manteca de cerdo. Jul quedó extenuado y sin fuerzas para levantarse del retrete, pero su amo le ayudó a incorporarse y con cuidado le limpió el culo, ya que el muchacho seguía con las manos atadas tras la espalda.
Entre las horas que llevaba sin comer ni beber y la gran cagada que se había marcado el chaval, el pobrecito parecía un pelele manejado a su antojo por el puto dueño, que lo traía y llevaba como a un muñeco de trapo, al que le brillaba la cabecita rapada y su redondo culete de futbolista mostraba las marcas de la taza del water y los azotes.
Manuel sujetó una cadena al collar de su perro y tiró de él para llevarlo a la mesa, cubierta ya por un hule negro, soltando los grilletes enganchados detrás de su espalda y poniéndolo sobre el tablero a cuatro patas como a un perro en la consulta del veterinario. El amo se puso unos guates de goma y si bien no se trataba de vacunarlo, sí de explorarlo por dentro dilatándole el ano con el especulo, como si fuese un coño, para verle las paredes del recto con una linterna muy estrecha. Una vez revisado el culo del chico, retiró el aparato separador y con dos dedos le metió dentro, por el ojete, una dosis de crema pastosa y fue abriendo cada vez más el agujero hasta introducirle todos los dedos menos le gordo.
Jul resoplaba. Pero entre el morbo que le daba todo aquello y el gusto que sentía en su interior, el chaval, caliente como una zorra, no hacía más que destilar babilla por la picha. Cada vez que su amo le acariciaba la próstata, el puto crío subía al cielo sin alas, pero sin ganas de regresar al suelo, y se le erizaba la espina dorsal arqueándola y ronroneando como una gata mimosa. Y para Manuel el placer era doble, porque penetrar a su esclavo lo ponía ciego de gusto y, al mismo tiempo, ver la calentura de su miserable perro lo excitaba como nunca lo había logrado follándose a cualquier otra zorra anteriormente.
Hacer disfrutar a un pobre ser y castigarlo o zurrarlo más tarde por cualquier torpeza, era otro placer, ya que, en opinión de Manuel, un amo si bien tiene el derecho a usar a su esclavo como le plazca, también pesa sobre él la obligación de corregirle los defectos, educarlo y en definitiva cuidarlo como su propiedad más estimada. Y el esclavo, aunque es consciente de que su única razón de existir es dar placer a su amo, también se da cuenta de los desvelos de su señor al protegerlo y atender sus humildes necesidades, por lo que lo adora y venera como al ser superior que es para él. Y para Jul Manuel lo era.
Cada segundo que pasaban juntos consolidaba más la sumisión y dependencia del chico hacia el hombre que lo había cautivado y lo mantenía secuestrado y sujeto por innecesarios grilletes. Ni aquellas correa que apresaban las extremidades del muchacho, ni las más férreas cadenas que pudiera fabricar el herrero más diestro, serían más fuertes que la sutil trama de atracción y pasión en la que Jul estaba sujeto y enredado.
Aunque las paredes se desplomasen y quedasen a cielo raso, aquel puto perro jamás escaparía de su amo, ni se alejaría un sólo palmo de su lado.
Manuel no quería que el esfínter del chaval quedase tan abierto que le privase de gozarlo plenamente cuando lo follase y por eso no le metió la mano entera hasta el antebrazo como a otros perros. Este chucho iba a ser especial para el amo y su doma debía ser realizada con tino y paciencia hasta obtener todo el provecho posible del joven esclavo. Estaba seguro que el chico tenía potencial para ser un magnífico objeto sexual y un siervo perfecto. Tan sólo era cuestión de enseñarle cuanto debía saber y hacer, puliendo sus defectos y malos hábitos. Si a un ser tan joven no se le corrige cualquier querencia de entrada, luego resulta cada día más difícil aunque lo muelan a palos. Y según Manuel los castigos corporales deberían ser los justos, sin llegar a torturas innecesarias. Nada más lejos de su intención que deteriorar una propiedad tan valiosa volviéndola inservible.
Y el amo comenzó el juego anal penetrando con los consoladores el culo de Jul, metiéndoselos sucesivamente de menor a mayor, clavando los dildos a fondo, haciéndolos girar como si fuesen tornillos. Cada vez que le sacaba uno, resbalaba desde el ano del chaval un hilo seroso, mezcla de jugos y crema, que le escurría hacia el escroto para caer goteando sobre el hule a un ritmo similar al que le caía del pito. Y el amo decidió poner fin en lo posible a tanta destilería seminal y le ató los huevos dándoles varias vueltas con un cordel, que después sujetó a la polla con un nudo marinero. Eso evidentemente sólo detuvo un poco el flujo del pene, pero el del ano no dejó de brotar.
No podía dudarse que si el amo se divertía como un toro montando vacas en una dehesa, el chico se lo pasaba teta y no recordaba como era su pilila sin estar tiesa. Ambos sudaban feromonas y el hambre del otro los cegaba como putos adolescentes.
Jul ya tenía el culo como un bebedero de patos de tanto mete saca, pero aún le faltaba lo mejor para él. La verga de su amo deshaciéndoselo sin reparar en su daño ni placer. Se le ponía el vello de punta aguardando la clavada de su macho, para fornicar con él perdiendo los sentidos a otra realidad que no fuese la carne de su señor abrasándole las entrañas por la lujuria que su vil cuerpo de perro desatada en su amo. Y ese momento, como ya anteriormente, llegó cuando menos lo esperaba. Y, antes, lo bajo de la mesa con un dildo gordito metido en el agujero y lo puso ante él de rodillas obligándolo de entrada a chuparle el rabo, pero al ir aumentando la intensidad de la mamada le folló la boca, agarrándole al cabeza con las dos manos, evitando que el tranco saliese de la cavidad bocal ni un ápice. El chico se la comía toda entera con una mirada acuosa, encharcándola de babas y respirando a duras penas por la nariz. Y el amo se corrió dentro, pero en esta ocasión le permitió al esclavo paladear su esperma antes de tragárselo. Saborear la leche de su señor supuso para Jul deleitarse con el néctar más rico que jamás había probado. Era el mejor regalo que hasta ese instante le había obsequiado su dios y no pudo evitar correrse como un cochino salpicando las botas de su dueño.
Y la reacción de Manuel no se hizo esperar. El chico aún no sabía que le había manchado con su lefa, pero la bronca de su señor le puso al corriente del castigo que le esperaba por guarro y no poder contenerse ni con la picha y los cojones atados. Primero lamió las botas del cabreado amo y, una vez lustrosas, lo llevó en volandas hacia el centro del sótano y lo colgó por las muñecas de uno de los ganchos del techo, rozando a penas el suelo con las puntas de los pies, como un conejo en la carnicería. Sacó de un armario una fusta de cuero y le azotó la nalgas mientras el chico daba vueltas sobre si mismo por el dolor. Y allí quedó suspendido con el culo taponado aún y castigándole los pezones con sendas pinzas de acero de las que se balanceaban dos pesos. Y el chaval oyó como se abría y cerraba la puerta del sótano quedando otra vez a oscuras y absolutamente solo.
Sin duda merecía aquel castigo y temía que su amo no le perdonase haber sido tan cerdo. Sentía asco de si mismo y se percataba de que solamente era una puta mierda pinchada en un palo al lado de su señor. Hubiera querido que lo patease y arrastrase por el suelo si con ello volvía junto a él para usarlo como quisiera. Pero pasó el tiempo y su amo no regresó.
Y por fin oyó ruido en la cerradura cuando ya tenía los brazos entumecidos al estar tanto tiempo colgado tocando el piso sólo con la punta del dedo gordo de cada pie. Y su corazón latió de nuevo y le daba igual que su dios lo torturase o lo hiciese morir de placer. Lo único importante era que su amo estaba junto a él.
Manuel levantó ligeramente al chico, sujetándolo por la cintura, y lo descolgó. El chaval no podía verlo y por tanto no sabía que su dueño admiraba su cuerpo de arriba a abajo, recreándose en su estrecha cintura, a partir de la cual y por detrás se formaba una curva con dos hoyuelos, al final de la espina dorsal, que anunciaban dos nalgas duras y redondas como pelotas de goma maciza, que apretaban la raja que las separaba queriendo guardar el rosado orificio que formaba el ano. Por delante, se deslizaba desde el ombligo el vientre raspado y muy prieto, que ahora ya no se adornaba de vello en el nacimiento del pene del muchacho. Los muslos eran fuertes y robustos y las piernas musculosas y ágiles de jugar al fútbol. Sobre la cintura, el dorso estaba esculpido a la perfección. La espalda recta y el estómago bien marcado, rematado en un pecho definido, se ensanchaban hasta llegar a unos hombros anchos, a cuyos lados pendían unos brazos con los músculos desarrollados por el ejercicio. La verdad es que estaba muy bueno aquel jodido chiquillo de los cojones. Pero Jul no adivinaba lo que hacía su amo. Percibía su respiración y sabía que estaba inmóvil, pero nada más. Hasta que una mano le tocó el culo y supuso que iba a suceder de inmediato.
Y se volvió a equivocar porque el amo le quitó los grilletes, las pinzas de los pezones y la venda de los ojos, y le ordenó hacer ejercicio dando vueltas alrededor de la mesa pero a cuatro patas como corresponde a un buen perro para mantenerse en forma. Lo menos dio cuarenta vueltas y tenía las rodillas hechas polvo. Por fin se había desempalmado, estaba cansado y tenía sed. Y el amo, atento a sus necesidades, le puso agua en un cacharro colocado en el suelo y le permitió beber a lametazos, metiendo la boca dentro del agua como un lebrel sediento al final de una carrera. Después de eso hubiera dado la vida por descansar tirado en el catre y dormir como un bendito, mas no era esa la idea de su señor. El chaval puso ojos de cordero degollado y el puto amo se sentó en una silla, mirándolo con ansia, y de un tirón lo atrajo hacia él sentándolo a horcajadas en sus rodillas para ensartarlo en su polla como a una aceituna. De frente a su dueño, el chico quedó empalado apoyando el culo en los grandes cojones de Manuel. Y, como en un tiovivo, brincaba sobre los muslos de su señor separándose las nalgas con sus manos para que lo clavase mejor.
Y ahora sí había llegado la hora del polvazo. Manuel lo calzó brutalmente como si pretendiese sacar su capullo por el ombligo del crío. Y le dio por culo casi una hora hasta que se corrieron los dos juntos. Quedaron sentados un buen rato, abrazos fuertemente y sin desclavarse el uno del otro, y luego el amo lo llevó por la cadena hacía el catre, donde lo dejó tumbado para que durmiese hasta la ahora de continuar la doma de su puto esclavo.
Aunque lo busqué, no pude encontrar un amo como éste. Mi amo parecía una mariquita medio muerta y por eso lo traicioné. No me daba duro y a veces me obligaba a penetralo, cuando yo deseaba ser un verdadero esclavo. Ahora me he convertido en esclavo de un vecino que no me satisface del todo. Pero es mi amo y yo su perro.
ResponderEliminar