A media tarde el amo llevó a Jul a su dormitorio, grande y luminoso, de diseño sofisticadamente minimalista y una cama de dos por dos frente a un gran espejo que cubría la pared tras la que estaba el vestidor y el baño de su señor.
Manuel sujetó al chico por la cadena de plata puesta en su cuello y lo condujo al cuarto de baño, recubierto en parte de cerámica grisácea con tonos de metal oxidado, rematado en acero brillante, y el resto de los muros satinados en un tono piedra pómez. Recibiendo la luz todo el conjunto por una ventana de dos hojas de cristal labrado y bisel en su contorno.
El señor besó a su esclavo en la boca y preparó un irrigador con agua tibia para limpiar los intestinos del muchacho antes de usarlo junto a los otros esclavos como aperitivo previo a la cena. Manuel quería disfrutar cada instante del tiempo dedicado a su mascota y gozar con cada temblor o gemido que el dolor o el placer provocasen en el joven cachorro.
Se sentó en una banqueta y colocó a Jul sobre sus rodillas de cúbito prono, con el culo ligeramente en pompa, y con delicadeza introdujo en su ano la cánula que llenaría lentamente su reducido vientre, notándolo el amo en sus muslos a medida que el agua invadiera las entrañas del muchacho.
Manuel acariciaba las nalgas del chico con la palma de una mano y sujetaba con los dedos de la otra la goma del irrigador. Impidiendo así, que el esfínter expulsase el canuto en alguno de los espasmos que le iba causando la presión del líquido en las tripas al chaval. Este, apretaba el culo formando unos preciosos huecos a cada lado de las nalgas, agudizando su redondez y tersura, y parecía un melocotón maduro que daba unas irresistibles ganas de morderlo.
El amo se complacía mirando la fresca belleza del crío, que comenzaba a moverse incómodo al sentirse lleno y no poder defecar, y le advirtió que aguantase que aún faltaba un poco más para vaciarle entera la bolsa del irrigador. Y Jul apretó los puños contra su boca, cerrando fuertemente los ojos, y quiso pensar en otra cosa que no fuese lo que le estaba jodiendo la puta lavativa. Al fin terminó el goteo y su dueño lo puso en pie, diciéndole que apretase más el culo. Pero no le dejó sentarse en la taza, sino que volvió a doblarlo y amarrándolo por la caderas desde atrás, le metió la verga por el culo a modo de tapón. Otra vez iba a batirle el agua con su polla dentro del recto. Y el cachorro rememoró su anterior experiencia en el sótano. Pero pasada la primera embestida del rabo de su señor, comprimió las nalgas absorbiendo la polla de Manuel hacía dentro y con rítmicos espasmos del recto fue follándose el mismo, logrando que el agua acariciase el miembro de su dueño sin dejarle que le bombease el conducto anal como la vez anterior.
Invadido por el émbolo con el que él mismo impelía el líquido en su interior, removiendo sus vísceras, Jul, como una saeta, se disparó haciendo diana en un punto erógeno de extrema lujuria y envuelto en un torbellino de doloroso placer anuló la iniciativa de su amo, sumiéndolo en un mero apéndice carnoso para lograr su propio orgasmo. Y lanzó al aire un géiser de esperma que se estrelló contra la mampara de la ducha. Manuel, incapaz de controlarlo, dejó que el chico, sin dejar de mover las caderas, le exprimiese la polla con su ano succionándole la leche, mientras que el desmadrado muchacho, con un ansia irreprimible de sexo, lamía el cristal por el que resbalaba su semen.
El amo, derrotado y atónito ante tal libidinosa fogosidad, quedó inerte dentro del culo que lo había ordeñado y fue el propio chaval quién permitió al pene de su dueño salir de él, flácido y sin recursos.
Manuel, enrojecido de indignación sabiéndose usado por su esclavo, lo hubiese apaleado allí mismo hasta mazarlo como a un pulpo antes de cocerlo, pero estaba paralizado ante la disyuntiva entre desatar su ira o lanzarse a la boca entreabierta del muchacho para comérsela y disputarle el sabor de la leche que le manchaba los labios. Y Jul, arrobado por el sublime deleite de aquella tortura, lo encelaba con la mirada febril y obscena de sus ojos verdes.
Manuel regresó a su ser y sentó al esclavo en la taza del inodoro para que vaciase los fluidos retenidos en su vientre. Le ordenó que le limpiase la verga con la boca, aprovechando para orinarle en ella y ver como se bebía el meo de su dios con el mismo gusto que la mejor cerveza de barril. El chico lo hizo todo con una dedicación casi religiosa, dejando que su organismo se liberase de la opresión de los restos y fluidos que incomodaban sus intestinos. Y en cuanto pedorreó los últimos gases, su amo lo alzó por un brazo, lo inclinó apoyándole el pecho en uno de sus muslos y con un trozo de papel higiénico le limpio el culo como a un párvulo, pretendiendo humillarlo. Después le dio dos fuertes manotazos de abajo arriba en medio del ojete y lo empujó dentro de la ducha.
“Lávate bien que el baile va a empezar dentro de poco”. Dijo Manuel guardándose para sí la continuación de la frase: “Te vas a enterar quién es tu amo, perro cabrón. Vas a aprender de una vez por todas cual es tu papel en esta fiesta y que el placer de una mierda como tú no cuenta, y mucho menos usándome como un puto consolador para correrte como una zorra masturbándote el culo con mi rabo, jodido hijo de perra!. Voy a hacerte purgar lo que has hecho hasta verte a mis pies como un apestoso excremento. Te voy a enseñar lo que vale un peine, asqueroso mamón!”. Y sólo dijo en voz alta: “Date prisa que ya deben estar preparados los otros perros”.
Manuel se calzó un ceñido chaps de piel negra y adornó su tórax con un arnés a juego, llevando botas y muñequeras de cuero del mismo color. Y después de secar al esclavo le colocó en las cuatro extremidades grilletes de cuero con fuertes argollas de acero.
Salieron de la alcoba del amo y Jul lo siguió como un niño que por primera vez lo llevasen al parque de atracciones. Expectante, casi ilusionado por saber en que consistiría la sesión organizada por su señor como su fiesta de bienvenida a la casa. Salieron al patio y por otra puerta descendieron a otro sótano que más bien era una cueva con techos abovedados. En tiempos se había usado para almacenar vino y otros alimentos y mercaderías, pero ahora su destino tenía otro matiz mucho más refinado, puesto que sus muros eran testigos resonantes de los gritos y gemidos que proferían los perros esclavos del dueño de la casa, cuando los usaba y se regodeaba sometiéndolos a sus caprichos sexuales. En el lúgubre escenario ya estaban Adem, con un arnés tachonado y su martillo pilón al aire, y los dos perros puestos en pie, desnudos, empalmados y con los ojos mirando al suelo, unido uno al otro por una cadena sujeta a sus collares.
Al aparecer el amo con Jul en la puerta, Bom no pudo mantener su actitud sumisa y clavó la mirada en el cachorro, mordiéndose el labio, sin que su expresión reflejase si quería morderlo o follárselo por el culo hasta que su leche saliese por la boca del puto muchacho, ascendiéndole por el aparato digestivo. Manuel reparó en ello y fulminó a su perrazo que de inmediato bajo la vista tres capas más abajo del subsuelo. El amo estaba seguro que el puto cabrón en sus poluciones nocturnas soñaba con tirarse al cachorro y dejarle el agujero del culo morado y ajado como un lirio marchito. Y Manuel, si algo tenía claro era que aquel jugoso agujero sólo sería para su placer, ya fuese con su pito, con sus dedos o con la lengua; o divertirse con él metiéndole juguetes anales u otros objetos adecuados al uso. No estaba dispuesto a que ningún ser volviese a hollar ninguna de las entradas al cuerpo de su esclavo predilecto, ya que antes de permitirlo prefería cerrárselas para siempre poniéndole un bozal y un casto tapón en el culo. Jul era exclusivamente suyo.
El amo llevó a Jul hacia una cruz aspada y lo crucificó de frente en ella atándolo por los grilletes. Le vendó los ojos y ató una cuerda en sus genitales, estrangulándole los cojones con unas cuantas vueltas. Como remate Adem le acercó un plug de cristal, con hielo en su interior, y se lo encasquetó por el ano encajándoselo en el culo para que no le cayese. El frío recorrió la espina dorsal del chico como un relámpago de hielo, y su esfínter quedó adormecido como si le hubiesen aplicado un anestésico. Y allí lo dejó su amo, sin ver pero pudiendo oír la suerte que esperaba a los otros dos perros de su señor.
Y el primero fue Bom, aunque Jul aun no sabía de cual se trataba. Adem lo atravesó boca abajo sobre un potro gimnástico, amarrándole las extremidades a las cuatro patas, y le amordazó la boca con un bocado de caucho, abrochándoselo en la nuca con una correa bien apretada. Y empezó la fiesta para él. El amo, con una paleta de cuero en su mano derecha, le dejó las cachas como amapolas después de atizarle cien azotes, pausados unos segundos ente uno y otro para dejar que su carne recuperase la sensibilidad y el puto cabrón del perraco no se perdiese ni un ápice del dolor que merecía recibir porque a su señor le salía del pijo. Y por osar apetecer la carne fresca de su mascota. Bom se estremecía y sus aullidos amortiguados por la sordina puesta en su boca, llegaban a los oídos de Jul con un tono de perversión que se unía e incrementaba con el restallido del cuero sobre la piel del indefenso animal. Se hizo el silencio y al poco Jul oyó como su amo resoplaba y jadeaba dándole por culo a alguno de sus esclavos, pero sin saber cual podría ser el afortunado. Y era el propio mastín quién servía al amo de montura, recibiendo un polvazo de categoría.
Bom, era todo un ejemplar de piel brillante, con ancas como rocas de cuarzo y extremidades esculpidas y torneadas para ser usado en una lección de anatomía, mostrando hasta el más insignificante músculo de un cuerpo. Un animal único para ser exhibido en el palenque de un concurso de cría de raza a pesar de su mezcla de sangre. Su monta era sublime para el amo, que se encendía forzando sus nalgas cerradas para hundirle la polla hasta el corvejón, obligándole a abrirlas y aflojar el ojo del culo. Por eso le desconcertaba su galopante obsesión, ya que estando dentro del mastín, sintiendo su carne ardiendo y dándole caña, con los ojos fijos en el cachorro aspado, su mente gozaba reviviendo su olor, su tacto, sus gemidos, su placer, su sexo y el sabor de sus labios y el brillo verdoso de unos ojos de mirada franca, irremisiblemente indeleble en su alma. Azotó con su mano al perraco, clavándole con saña el rejón de su verga en el culo, pero a quien deseaba zurrar era a su propio corazón por no poder separarse ni por un minuto del otro chiquillo. Manuel estaba literalmente jodido y lo sabía. Descabalgó sin correrse, dejando al perrazo con la minga tiesa, escurriendo líquido preseminal, y cogió un respetable cono de caucho que le alargó Adem y se lo insertó en el culo ardiente y dolorido por fuera, dada la zurra que había sufrido, y escocido por dentro por la violencia de las embestidas de una brutal follada que, por primera vez, no concluía con un orgasmo bestial.
Y llegó el turno del otro perrillo, de aspecto delicado y piel fina, con su graciosa manera de mover aquel culete que remataba por detrás un cuerpo atractivamente frágil, cargado de vicio e impudicia. Y a éste prefirió meterle el brazo por el ano. Con ayuda de Adem lo acomodaron en un sling colgado del techo, sujeto de pies y manos, y lo amordazaron con una bola de goma que sujetaron a su cabeza con una correa de piel. Y untándole el agujero con crema pastosa, la mano enguantada en goma del amo empezó su viaje por el recto del chico, dilatándole el esfínter despacio y avanzando lentamente por su interior hasta introducirle también el antebrazo. A Geis se le retorcía el alma de gusto y se movía como una anguila para tragarse mejor el fuerte brazo de su dueño. Era una puta guarra sin paliativos y su único placer estaba en el culo. Por orden del amo, Adem le pellizcó los pezones con pinzas quirúrgicas, después de lazarle la punta del pito y estirarle los huevitos tirando de ellos por un cordel atado al escroto, que se lo enganchó a los dedos gordos de los pies para que al moverse tirase de ellos el mismo. La zorra se volvía loca con un buen fist y por el pellejo engurruñado del pijo goteaba si cesar una babilla transparente y pegajosa. El cabrón del amo le metió el brazo más que nunca como si pretendiera sacarle su puta lascivia por el culo, pero cuanto más le entraba más revolvía los ojos la muy cabrona de la nenaza. Se introdujo hasta el codo, llegando a traspasar el segundo esfínter, y se lo saco para repetir la faena con el puño cerrado unas cuantas veces más. Era todo agujero el puto culo de Geis cuando el amo sacó por última vez su brazo. Le quedó abierto y negro como el brocal de un pozo sin fondo, por el que salían restos de crema, baba y los fluidos del orgasmo de aquella puta perra que se corría más por el culo que por la polla.
Pero Manuel no se desprendía de su desazón y por muy dura que tuviese la polla no conseguía correrse como hubiera sido lo normal en él. Y su cabreo iba en aumento. Adem notaba el enfado de su amo y miraba al cachorro crucificado en el aspa de madera, sabiendo que él era la causa de su malestar y su falta de concentración al usar los otros esclavos. Pero ese problema solamente su señor podría resolverlo.
Manuel se dirigió a Adem y con una palmada en el hombro le dijo: “Has preparado muy bien a mis perros... Mereces un premio. Puedes follártelo”. Y no hacían falta más palabras porque el amo sabía de sobra cual de era el culo que hacía las delicias de aquel armario de tres cuerpos de color negro. Y Bom también lo sabía. Sólo se la había metido en un par de ocasiones, muy de cuando en cuando, pero era consciente que su agujero no volvía a ser el mismo cada vez que aquel animal de ébano lo empalaba con su chorra. Era como si su cuerpo se abriese al medio y un ariete gigante lo destrozase por dentro, dejándolo mudo y ciego de dolor. Comenzó a sudar por todos los poros y con las manos crispadas se resignaba al inevitable tormento. La tranca de Adem empalmada era como la de un caballo pero en gordo. Un verdadero espectáculo digno de un circo.
Y el cachalote de piel brillante y oscura, masturbándose con una mano y luciendo sus dientes blancos con una sonrisa simplona pero espeluznante para la víctima que lo aguardaba en el potro, se puso detrás del chico mirándole el culo con auténtica gula y le sacó despacio el plug, recreándose la vista al verle el agujero aun sin cerrar del todo, húmedo y lubricado con algo de crema y mucho terror. Bom apretaba los dientes y cerraba los ojos como un desesperado porque si temía el dolor de la enculada mucho peor era el suplicio de la espera. Lloraba pero suplicaba en silencio que pasase pronto ese trance. Y el capullo reluciente de Adem enfiló el ojete del culo de Bom y el amo no quiso perderse detalle, viendo en primera fila la entrada triunfal de semejante vergajo dentro de su puto mastín. El ano de Bom se resistía ante aquel tren de carne caliente que pugnaba por romperlo, pero la fuerza del tranco africano no retrocedía ni un milímetro en su empeño. El perraco se bababa porque tragaba saliva con dificultad a causa de la mordaza y sabiendo lo inútil de cualquier resistencia relajó sus carnes y echó hacia tras el culo que súbitamente fue penetrado por el grueso capullo de Adem. Bom quedó sin respiración y creyó morir por la dolorosa punzada que sintió en su vientre. A penas podía reponerse pero insufló aire en sus pulmones inhalándolo profundamente por la nariz, como tantas veces le había enseñado su amo cuando lo sometía a duras sesiones de juegos anales.
Adem, empujando con los riñones, introdujo todo su instrumento en el culo del muchacho , que parecía romperse en dos, y apoyando las manos en las caderas de Bom le bombeó el culo con la energía de un toro bravo. Y el chico temía que la punta del rabo de aquella bestia le saliese por la boca. La escena era todo lo morbosa que Manuel deseaba y ver al jodido perraco pinchado en el trabuco de Adem como una miserable aceituna, ahora rellena y no precisamente por una simple anchoa, logró que su miembro reaccionase. Al punto que los tres se desnataron al tiempo. Adem, con espasmos de cíclope se vertió dentro del muchacho, que no pudo soportar el gusto de un chorro caliente en sus entrañas y su pene pasó del babeo a agitarse entre sus piernas soltando leche. Y al amo a penas le dio tiempo para apretarse la minga y recoger su propia leche en una mano. Luego se la dio a lamer a la perraca que seguía en el sling excitada como una mona.
Jul intuía cual de sus dos compañeros había sido el protagonista del juego y no entendía por que su amo lo dejara aparte ignorándolo durante todo el tiempo que había durado la sesión. Pero una vez más se le escapaba el sutil refinamiento de su señor y no sospechaba que lo bueno para él aun estaba por venir.
“Y ahora suelta a esos dos y llévalos a su perrera”. Le ordenó el amo a Adem. “Espera... Antes ponle a ese puto mastín la jaula en el pito para que no se masturbe ni monte a esta zorra y que cague toda esa nata que le dejaste en el culo.... Y a esta perra viciosa atala al camastro y ponle el cinturón de castidad con un buen tapón en el culo para que no provoque a este estúpido imbécil... Y simplemente dales de beber que hoy no necesitan cena ninguno de los dos”. Añadió el señor. “Sí, señor...No los lavo antes, señor?”. Preguntó Adem. “No. Hasta mañana que se revuelquen en su propia mierda estos cerdos...Vete ya, que yo me quedo con este otro para jugar un rato con él”.
Y Adem se llevó a los dos perros, dejando a su amo solo con su cachorro crucificado en aspa como un bacalao seco.
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