lunes, 21 de noviembre de 2011

Capítulo 7 / La tortura

Jul escuchó cerrarse la puerta de la cueva y todo quedó en silencio. Sólo sonaban sus grilletes al moverse, pero su amo estaba allí cerca, aunque no detectase donde se hallaba. No se atrevía a pronunciar ni una palabra y apenas oía las botas de su señor sobre el suelo, pero su olor si se adelantó y lo olfateó, sudado y oliendo a esperma reseco. Una caricia rozó su mejilla y el aliento de Manuel se fue uniendo al suyo sin llegar a convertirse en un beso.

Estaba nervioso y ansioso por servir a su dios. El quisiera ser su única puta, su único perro, su único juguete, pero eso no era un privilegio que mereciera un miserable esclavo, aunque no pudiese evitar que su mente lo desease.

Aun tenía el cono de cristal en el culo, pero ni estaba frío ni conservaba el hielo en su interior. Y notó que el amo se lo sacaba y volvió a alejarse de él. Otra vez el silencio y la presencia de su amo flotando a su alrededor.

La incertidumbre empezó a hacer mella en su ánimo y un sudor frío recorrió su cuerpo. No sabía ni siquiera si había pasado mucho o poco tiempo hasta que volvió su amo a su lado. Por qué hacía eso su dueño, se preguntaba Jul. Si lo que deseaba era torturarlo cruelmente lo estaba consiguiendo. Pero Manuel, hasta el momento, sólo lo había contemplado atado a una cruz de madera. Lo miraba sin cansarse de hacerlo. Lo deseaba más que a cualquier otra criatura y estaba subyugado por el muchacho sin querer admitirlo a ningún precio. Iba a castigarlo por eso más que por haberlo usado en el baño y quiso que el sufrimiento del chico fuese algo privado entre los dos. Un dolor hasta cierto punto compartido ya que el esclavo ya era una parte de sí mismo. Su lucha interna era un desafío de titanes entre su orgullo y prepotencia y la humilde condición de su perro. El refinamiento de la posesión y el dominio contra la ciega obediencia de su cachorro. El uso incondicional de un objeto de su propiedad frente a la pasión y el amor de dos seres unidos en un éxtasis de dolor y placer. La sublimación de la lujuria y la perversión ante la vulgaridad del sexo entre animales. Pero era Manuel quién debía elegir el bando y vencer en esa lucha, ya que Jul siempre sería el vencido rendido a sus pies.




Manuel agarró el pene del chico, totalmente excitado, y le introdujo por la uretra una sonda de acero, bien lubricada pero que hizo chillar al muchacho como un cerdo en manos de un matarife. Jul aún no se había repuesto del dolor y su amo le dio una descarga eléctrica que desde el pito le llegó al cerebro con un calambrazo brutal. Por debajo de la venda que lo cegaba salieron dos regueros de lágrimas y sus mejillas palidecieron de miedo. De pronto sintió que algo metálico entraba por su ano y en cosa de unos segundos una segunda descarga en el interior del recto volvió a estremecerlo, lanzando un estridente maullido como un gato que pisase un cable pelado. El chico dejó caer la cabeza sobre el pecho, respirando con agitación, y el amo le endiñó dos descargas al mismo tiempo, en el pito y en el culo, más intensas que las anteriores. Jul creyó morir de angustia y el dolor era insoportable, pero su señor siguió dándole descargas alternativamente en uno y otro lado, añadiéndole otros electrodos en los pezones para que el dolor fuese más repartido pero intenso. Y a pesar del sufrimiento la corriente eléctrica mantenía el miembro del muchacho como un poste de la luz, y nunca fuera más adecuado el símil. Manuel electrocutaba a su esclavo con energía de baja intensidad, pero el esclavo lo tenía achicharrado con alto voltaje. Y llegó al extremo de que el muchacho perdiese el conocimiento.

Manuel lo vio inerte, colgado del aspa, y su corazón quiso ablandarse, pero un amo no puede consentir que un esclavo posea el espíritu de su dueño esclavizándole el alma. Y siguió con su tormento. Arrojó agua fría a la cara del chico, que despertó del vahído, y le retiró el dildo y la sonda, volviendo a gritar otra vez el perro. Y sin descolgarlo le amarró los cojones con un cordel, apretándoselo con varias vueltas hasta inflamárselos, y con un mimbre se los golpeó de bajo arriba. El chaval aullaba como un lobo herido y sentía sus huevos embotados por la sangre agolpada en ellos, lo que los hacía mucho más sensibles al dolor. Después le tocó el turno a la polla y se la dejó como un pimiento morrón en salsa. Porque cuanto más mimbrazos le atizaba en la verga, más dura se le ponía al chico que no cesaba de soltar babas que le escocían en la uretra irritada por la sonda.

Una ristra de bolas de acero fueron entrando una a una por el ojete de Jul, provocándole una sensación fría y desagradable en la tripa al moverse ellas solas dentro del chico, mientras su amo continuaba jugando con sus genitales. Pero faltaba el calor del contacto carnal con su amo. Jul era usado sin sexo, puesto que tanto dolor solamente podía causarle el placer psíquico de ser su dueño quien lo causaba para disfrutar con el sufrimiento de su esclavo. Jul hubiera preferido que lo alimentase con su leche o que lo follara con toda la brutalidad que quisiera su dueño, mas aquel sórdido despego de su dios minaba su entereza para soportar el suplicio. Había sido tan grave su pecado para que su amo no entrase en su cuerpo ni lo sobase como antes?. Al muchacho sólo le consolaba que tanto castigo era la voluntad de su señor. Sabía que una cuerda le colgada del culo y que se tensaba tirando de las bolas hacia fuera, saliéndole como si fuese una gallina poniendo huevos. Y antes de expulsar la última entraron todas otra vez con mucho más malestar que antes.

En silencio, lloró de soledad más que por el martirio físico y Manuel, congestionado de furor y con las venas de su cuello a punto de estallar, se pegó a él imprecándole: “Te duele, cabrón... Jodido hijo de puta!...Grita!. Suplícame!...Pide que me apiade o no serás más que un montón de estiércol cuando acabe contigo...Chilla perro de mierda!. Quiero que me temas!. Que te cagues de miedo sólo con verme!. Voy a torturarte hasta que te arrastres como una sanguijuela a mis pies. Vas a sufrir y padecer todo lo que me estas torturando a mí, puto asqueroso!. Suplica, cabrón!. Ruégame que pare o te juro que no queda de ti ni el recuerdo!. Habla!”. Y el muchacho, con voz queda y entrecortada obedeció a su señor: “Sí,.. mi... amo...Te...lo...suplico...Haz...lo...que...quieras...de...mí,...mi... dios,...pero...no...me... dejes...sin...ti, mi señor”. Manuel cerró los ojos apretándolos con todas sus fuerzas y se fue de la cueva dando un portazo que estremeció la casa.

Y allí quedó Jul, atado a su cruz, con seis bolas de metal dentro del culo, la polla inflamada y los huevos morados como berenjenas. Y rodeado de un negro silencio de mortal soledad.

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