Y por ese día aún no habían terminado las sorpresas para Jul.
Cuando cruzaba el patio de la casa con su amo, por otra puerta grande y acristalada aparecieron dos jóvenes casi desnudos. Bueno, uno con un tanga colorado y un collar al cuello de piel encarnada, cerrado con un candado de acero, y el otro con un suspensorio negro y con un collar de cuero negro con tachuelas y abrochado al rededor del pescuezo con otro candado del mismo metal más grande que el del otro muchacho.
Ambos llevaban el pelo rapado y al llegar hasta el amo se postraron a sus pies tocando el suelo con la frente. Y Jul vio que uno de ellos, al parecer el más joven, llevaba una colita insertada en el ano que agitaba graciosamente al mover el culito. Y no pudo reprimir su cara de asombro, interrogando a su amo con los ojos, que sin verlo dijo: Estos son perros al servicio de la casa. El más pequeño es Geis y el otro Bom. Son tus compañeros”. A Jul se le perdió la mirada y la tierra se abrió bajo sus pies. Si en un primer momento no entendió nada, ahora lo tenía todo muy claro. Sólo era un perro más en la casa de su amo y agachó la cabeza con tristeza y desesperanza en el corazón. El amo hizo levantarse a los otros dos perros con un gesto y les dijo: “Este es Jul y es mi mascota y mi juguete sexual. Y también es mi objeto más preciado en esta casa. Bom, tú eres el perro guardián y ya sabes cual es tu obligación”. “Sí, amo”. Contesto el joven con voz masculina y entera.
Bom, que así le había bautizado el amo por tener un cuerpo explosivo como la dinamita, era un machito mestizo de algo más de veinte años, de color cobrizo sin vello, más alto que Jul y con un tipo de infarto, que con sus ojazos oscuros miraba fijamente al nuevo esclavo sin pestañear. Mientras que Geis, que el motivo del nombre era que según su dueño parecía una geisha y miraba a Jul con unos ojos almendrados y risueños, era un jovencito oriental de piel entre azafrán y canela, bastante nenaza, y totalmente lampiño, vieras por donde lo vieras, que estaba muy bien hechito, aunque resultaba bastante poquita cosa al lado del otro perrazo. Pero resultaba simpático moviendo su pequeño culito tan redondito con su colita y todo. De no ser un perrillo forzosamente tendría que ser un muñequito de terracota.
“Y tú, Geis”, dijo el amo, “lleva al nuevo a que se lave y que le den algo de comer. Y luego me lo traes. Y tú Jul, desnudate y ve con Geis”. El nuevo esclavo sin levantar la vista dio un paso pero el dueño lo paró de un manotazo: “ Desnúdate ya. Aquí mismo. Venga. Los perros no llevan ropa en la casa de su amo”. Y podía decirse que en lugar de desnudarse dejó caer su ropa al suelo. Los otros dos siervos lo miraron de pies a cabeza y Bom frunció ligeramente el ceño y hasta en su interior gruño como un macho encelado. El otro sonrió y seguramente le pareció muy mono la nueva mascota del amo. “Bom, coge esos trapos de mierda y tiralos”, añadió el señor y se fue por otra puerta adornada en bronce.
Los tres compañeros se fueron del patio a cumplir las órdenes del amo. Y Jul comió por primera vez a cuatro patas en un bol puesto en el suelo de la espaciosa cocina de la casa, en la que cada uno de los tres tenía su comedero de aluminio y otro cacharro de barro donde siempre había agua para beber. En ella estaba un negro, de cuarenta años largos, grande, fuerte y brillante como un búfalo africano, llamado Adem, silencioso y de rostro inexpresivo con nariz roma pero ancha, que apenas disimulaba su abrumador badajo bajo el pantalón de lino blanco que vestía. El no sólo se ocupada de la intendencia, sino que también cocinaba y organizaba y atendía las necesidades diarias de la casa.
Una vez que hubo comido y ya aseado en un lavadero con retrete, anexo al cuarto donde dormían los esclavos y próximo a la cocina, Geis llevó a Jul ante el amo, que se encontraba en una amplia sala rectangular, utilizada como estudio, a la que se entraba por la misma puerta que traspasó Manuel al salir del patio. La decoración era sobria pero muy confortable. Entrando a la derecha una chimenea de mármol gris, sobre la que lucía un lienzo abstracto con muchos colores, hacía más acogedora la estancia. Y delante de ella se sentaba el amo en un sofá de cuero negro, que hacía ángulo con una de las dos puertas por las que se accedía al jardín de la casa. Al otro lado, sobre la mesa de trabajo de diseño, en acero y cristal, estaba el ordenador con el que Manuel navegaba por mundos virtuales y una estantería con libros cubría la otra pared. En el suelo se extendían dos grandes alfombras persas y Bom, que dormitaba a los pies de su amo sin más preocupación que rascarse de vez en vez una pierna o el culo.
Aunque estaba abierta, los dos cachorros se detuvieron en la puerta sin osar entrar en el despacho del señor. Y éste con un gesto de su mano les indicó que pasasen. Geis se adelantó a Jul, poniéndose a 4 patas para acercarse a su dueño moviendo el culito, y Manuel preguntó, al tiempo que Bom se ponía también en cuatro y en guardia como un mastín leones: “Comió bien?”. “Poco, señor. Tu siervo Adem le puso en el suelo un bol mediado, pero no lo comió todo, amo”. Contestó la perrilla. “Tampoco bebió suficiente?”. “Eso sí, señor. Bebió bastante en su cuenco, mi amo”. Aseveró Geis. “Acercate!”. Ordenó el amo a Jul que venía totalmente desnudo y sólo miraba al suelo con tristeza infinita. “A cuatro patas, imbécil, como cualquier otro perro. O acaso creías que eras el único al servicio de tu amo, estúpido animal?. Rápido...ven aquí”. Gritó su dueño.
El chico caminó como un perrillo apaleado, llevando el rabo entre las patas traseras, observado por la graciosa perra del rabillo temblón y vigilado por el otro perrazo, y se paró a un paso de su señor sin levantar la vista para no mostrarle su llanto. Y el amo le interrogó con voz áspera: “Qué pasa. No te gusta mi comida?”. “Sí , mi señor”. Balbuceó el neófito cachorro. “Entonces, por que no comes todo lo que te dan?”. Era fácil responder que si no comía era porque la angustia no le dejaba hacerlo, pero se limitó a decir casi llorando: “Lo haré, mi señor. Lo comeré todo, mi amo”. Y miró a Bom que se agitaba inquieto cerca de él. El amo también lo hizo, fijándose en lo abultado que se veía el paquete bajo el suspensorio del puto perraco, y le dijo: “Ya estas nervioso, cerdo cabrón?. En cuanto ves algo que se mueve ya estas armado para tirártelo. Serás hijo de perra, so vicioso!. Y tu Jul no le tengas miedo que no va partirte a dentelladas. Lo que quiere es preñarte y romperte el culo, el muy maricón. Pero no puedes, verdad asqueroso de mierda?. Lo que darías por jugar con este cachorrito y ventilártelo a todas horas. Ya no te llega con que te permita montar a esta otra putita alguna vez?”.
A Geis se le iluminó la cara al oír a su dueño decir aquello y en su tanga colorado se insinuó una pequeña carpa presionada por su pitorrín. “Serás perra!”, le dijo el amo a la cachorra que al parecer siempre estaba salida como una mona. “Si no llegas a llevar el rabo en el culo andarías preñada todo el día. Joder!. Qué puta salió la condenada!. Venga, so zorra, sácale la leche a este cabrón o le reventarán las bolas con la presión”. Y Geis como un rayo se fue junto a Bom, le bajó el suspensorio, y colocándose como un ternero bajo el vientre de la vaca, le amarró con la boca el miembro amoratado y lo succionó con ansia hasta que, entre convulsiones y gruñidos, el macho lo alimentó con su esperma, sin que lo soltase la mamona antes de cerciorarse de que le dejaba secos los cojones.
Bom resoplaba y babeaba por las fauces entreabiertas y Jul ni por un minuto levantó la vista para ver la escena. “No te gusta ver a tus compañeros divertirse?”. Le recriminó el amo. “Sí, mi señor”. Dijo el cachorro con muy poca convicción. “Ya veo....Levántate y acercate a mí”. Le ordenó Manuel y el chico obedeció sin ilusión. Entonces el señor le acarició el culo diciendo: “A mí si me agrada ver a mis perros felices. Y a ti mucho más”. Cachondo como un mono al ver a su mascota humillado y vencido, se desabrochó la bragueta, sacó la polla y con precisión de experto sentó al cachorro en su rabo mirando hacia los otros dos perros. Y con un suspiro profundo lo ensartó apretándolo contra él con ambas manos y se lo benefició haciéndole brincar como un pelele.
Nada más ser embestido por su amo, la verga del chico se alzó en triunfo como el asta de una bandera y todo lo que no fuese el placer de su dueño dejó de existir para él. Cerraba el esfínter comprimiendo el pene invasor para deleitarse con el roce de las venas y el calor de la sangre que lo regaba y mantenía erecto y su cerebro bullía enloquecido dejando se alma a flor de piel. Manuel no podía soportar el placer tan sutil que le daba aquel chaval con su entrega y el fuego de una vida aún por vivir que se derramaba generosamente en cada lágrima o en el más leve suspiro del muchacho. Vibraba por igual con el dolor o el placer, llegando a alcanzar junto a él el éxtasis más refinado con la unión de sus cuerpos. Los gemidos del jodido crío sonaban en los oídos de su dueño como aleluyas de un coro celeste. Y el cachorrillo, agitado y convulso, se corrió sobre las rodillas de su amo, apretándole los muslos con las manos, deleitando al vicioso Geis y provocando otra erección en el voraz mastín de la casa.
Manuel lo descabalgó, sacándole del culo su nabo a punto de estallar, y poniéndolo de rodillas frente a él le agarró la cabeza y se la clavó enchufándole el tranco en la boca. Jul, casi sin respiración, no podía ni mamarla, simplemente el amo se lo follaba por otro hueco distinto al ojo del culo. Y con pocos trallazos, Manuel hundió los riñones, impulsando el vientre contra la cara del chico, y le lefó la garganta con varios chorrazos calientes. Jul, relamiéndose los labios, sonrió, se sentó sobre los talones y penetró los ojos de su amo con los suyos agradeciéndole el desayuno.
Manuel quedó inerme por un momento y sólo reaccionó para ordenarle a Geis que le trajese el estuche azul que estaba sobre el cristal de la mesa. El chaval, ágil como una ardilla, lo hizo de inmediato y se lo entregó al amo. Y éste, acariciando la cabeza de Jul, lo abrió sacando de su interior una gruesa cadena de plata y un pequeño candado del mismo metal, que le colocó al cuello a su dócil mascota, diciéndole: “Este es tu collar y tu ya eres mi inseparable y fiel esclavo. Donde yo vaya tu vendrás conmigo y te tomaré y poseeré donde quiera, como se me ponga en las narices y cuando me salga de la puta chorra, jodido puto de mierda!. Este objeto es lo único que llevarás puesto mientras estemos en casa. Y dormirás a los pies de mi cama... Y tú, Bom, ni se te ocurra ponerle un dedo encima porque te capo. Y sabes que lo hago. Jul, siéntate al lado del sofá y apoya la cabeza en mi rodilla”. “Sí, mi amo”, dijo el chaval saliéndole la felicidad por la orejas al estar arrimado a su amo, que le acariciaba la nuca y los hombros con la mayor ternura que jamás pudiese sospechar en un hombre de carácter tan duro y firme como su señor.
“Y vosotros dos quitaros los taparrabos y poneros a follar fuera de la alfombra. Venga, puto animal insaciable, monta a esa zorra hasta que le hagas cayo en el culo, que sois como dos monos salidos dentro de una jaula”.
Y así como se quitaba el suspensorio, Bom se abalanzó sobre Geis, amarrándolo por detrás, y sin darle tiempo a bajarse el tanga y quitarse el rabo se lo arrancó todo de un tirón y lo penetró salvajemente como un semental cubriría a una vaca de raza en una ganadería de reses bravas. El afeminado muchacho, sobre sus rodillas y abierto de patas, apoyó la cabeza en el suelo para poner su culo en pompa con el agujero bien abierto, mientras que el otro perraco, fuerte como un roble, lo deslomaba puesto en cuclillas con las manos en sus riñones y cargando el peso de todo su corpachón sobre el reluciente cuerpecito del enculado. Y oía la voz del amo que le increpaba: “ Qué pasa, maricón, no sabes o no puedes darle más fuerte a esa puta cachonda. O lo haces mejor o dejo que Adem te de por culo. Y ya sabes que esa tranca cuesta tragársela, pero que cuando está frente a un agujero bien colocado entre dos preciosas nalgas morenas y duras como melones, no hay quien pueda impedir que lo trepane hasta partirlo en dos mitades. A ver quien para a ese animal en su embestida una vez que se arranca!”.
La palabras del amo enardecieron la lujuria tanto del macho como de la perra que estaba debajo y los dos arquearon la espalda y entre sacudidas, gemidos y sonoros gruñidos babosos, se corrieron a duo uno dentro del otro y el más pequeño en el suelo.
“Joder!. Me han puesto cachondo estos dos. Y a ti también, puto cabrón!. Mira como tienes la minga apuntando al techo otra vez. Venga chúpamela que te la voy a meter por el culo hasta el fondo para que quedes completo y saciado hasta la tarde”, dijo el amo dándole la churra a Jul que se puso a la faena ipso facto, caliente como un conejo que no para de follar. Y el amo repartió sus órdenes: “Vosotros dos iros a ayudar a Adem con las tareas domésticas. Pero antes lamer del suelo la leche de la perra y tú, Bom, ponle el rabo en el culo para que no vaya cagando toda la casa con tu semen. Luego vais al gimnasio a poneros en forma y hasta media tarde no os necesito. Pero antes de ir a cenar os voy a usar a los dos, así que le diré a Adem que os ponga un par de lavativas a cada uno. Os quiero muy limpios y preparados como de costumbre...Y tú, precioso cachorro, sigue mamando que aún te queda trabajo que hacer. Y ya te pondré yo mismo unas lavativas cuando llegue el momento de trabajarte ese culo, que me pone ciego con sólo olerlo a diez pasos. Bom, Geis, acercaros”. Y los dos caminaron como perros falderos para que el amo acariciase sus cabezas y les diese una sonora palmada en el culo antes de irse a sus quehaceres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario