En cuanto Manuel abandonó la cueva con Jul, reinó el silencio más absoluto en todo el espacio que circundaba el recinto.
Bon, en pie, erguido como un dios al lado del sillón que sólo hacía unos instantes ocupara su amo, miró a todos los perros y esclavos con mirada autoritaria y altiva, retándolos con su poder.
Y fue Adem quién rompió la atmósfera de tensión acercándose el nuevo amo, llevando en sus manos una túnica blanca, parecida a la roja que llevaba Manuel esa noche.
El sirviente vistió a su segundo señor con la suave tela, abierta por el frente hasta los pies, y Bom lo miró a los ojos y le dijo: “Adem, sé que me servirás con devoción y respeto. Pero antes de darte la primera orden, quiero agradecer tu amor, tu consuelo y las caricias que me has dado tantas veces como necesité de tu afecto”.
El criado por primera vez perdió su rostro impasible y de sus párpados cerrados brotaron lágrimas, diciendo: “Señor. Gracias por tu consideración... Cuando desees podemos empezar la sesión. Todos estamos preparados para tu placer, señor”.
Y Adem se retiró inclinado la cabeza ante Bom, pero orgulloso de ver a su adorado muchacho subido al trono de su señor.
El nuevo amo llamó a Aza y le ordenó que se acercase.
El joven negro obedeció al instante y gateó hasta los pies de su segundo dueño. Y sin levantar la vista esperó su decisión y capricho.
Y Bom le dijo: “Ya eres el único macho de mi jauría, ya que el resto sólo son perras. Pero es necesario que mi primer acto como señor sea imponer mi dominio sobre ti y someterte sin condición a mi voluntad. En mi condición anterior nos hemos peleado, follado y disputado el puesto de macho alfa ante nuestro amo y sus perras. Pero nunca pude sobar tu cuerpo con lujuria ni acariciarte suavemente ni gozar de tu belleza y tu carne sensual y caliente. Siempre deseé besar tus labios carnosos y lamer tu cuerpo. Y besar esas nalgas hasta deslizar mi lengua por la raja que las separa impidiendo el fácil acceso a tu precioso ojo negro, que es al puerta del paraíso de tu cuerpo. Ahora eres mío y esta noche no habrá dolor para mis perros. Aún me queda mucho que aprender del amo Manuel antes de someteros al delirio del sufrimiento con la habilidad y maestría con que él nos a usado a todos. Esta noche tendré el placer de montaros a todos. Uno a uno. Deleitándome con vuestras bocas y vuestros culos, que ahora también son objetos sexuales a mi disposición... Levántate, Aza, y apoya las manos en los brazos del sillón de tu amo... Separa las patas e inclínate entregándome sumiso tus nalgas y el ano que, aunque ya catado, nunca me fue suficiente para dejar de pensar en volver a follarte, clavándote mi verga una y otra vez, pero saciándome de tu piel y tu olor y de sentir la palpitación de tu ser en mi virilidad encarnada en ti... Así, Aza... No voy a lubricarte porque quiero compartir la aspereza de tu ano hasta que a fuerza de frotarlo con mi pene se dilate y nuestra carne se deslice fácilmente hasta que nos corramos juntos”.
El joven señor gozó de su cachorro de piel de azabache y beso su espalda y su cuello, mordisqueándolo con cada embestida de su polla en el interior del muchacho. Sólo era lascivia, lujuria y puro placer sexual, porque al alma de Bom le bastaba para soñar y extasiarse en un nirvana sin fin, ver la adorada imagen de Jul. Los otros perros podían atraerlo y acelerar su testosterona, empalmándole el cipote como a un borrico, pero el verdadero goce de su espíritu se lo proporcionaba un simple beso de los labios de Jul. Incluso compartido con Manuel, al que adoraba al límite de verlo como el más atractivo y seductor de los hombres.
Bom y su cachorro negro llegaron al orgasmo en un salvaje estallido de pasión, temblores y estremecimiento, pero su leche no se desperdició puesto que Geis ya había colocado su boca bajo la porra inhiesta de Aza y todo su néctar lo recogió con avidez chupándole el capullo hasta asegurarse que no quedaba ni un átomo de esperma en el miembro del chico.
Y en el momento en que Bom le sacó el pene del culo a Aza, el oriental corrió a recoger el semen de su joven señor, esperando paciente a que el otro cachorro se lo cagase todo dentro de sus insaciables fauces. Geis tenía un olfato exquisito para apreciar el olor de la buena leche, porque sólo con eso ya se vaciaba sus bolitas sin necesidad de sobarse demasiado el pito.
Bom tenía que recuperar fuerzas y, sobre todo, fabricar más lefa en sus cojones para pasarse por la piedra a los otros dos cachorrillos, que ya estaban inquietos aguardando su turno.
Aunque el joven señor ya tenía ideado su plan. En cuanto su polla diese síntomas de querer más culo, se calzaría a Pal y le pondría el ano como un charco pisoteado por veinte chavalillos después de estar encerrados en casa toda una tarde a causa de la lluvia.
Y a Ermo lo reservaba para el final. Pero no en la cueva. Al precioso perrillo lo llevaría a su nueva cama para estrenarla dándole por el culo.
Habían dormido juntos muchas veces y sólo lo había acariciado y besado como el padre que acuna a su niño metiéndole un dedo por el culo para que el chaval sintiese gustito y no tuviese pesadillas durante la noche.
Pero, siendo suyo, sería la primera vez que le hiciese cuanto quería. Y eso era follarlo de verdad. Besarlo con ganas de comérselo crudo. Tocarle por todas partes y lamerlo de pies a cabeza como a un lobezno recién parido por la loba.
Ese chiquillo le ponía locos los sentidos de la carne como le pasaba también al amo Manuel.
Y su ambición sería usarlo delante de Jul, para gozarlo también a él, como hacía el primer señor de la casa.
El debut de Bom como señor y amo fue exitoso y todos sus perros llevaron su ración de sexo y la satisfacción de haber servido a su joven amo consiguiendo que sus testículos elaborasen semen a tope y se vaciasen y llenasen más de una vez durante la sesión.
Porque antes de terminarla e irse con Ermo, se folló a Geis, que ya le había roto el culo Aza con su gran cipote en ristre, entrando en el cachorro filipino como un ejército medieval por la puerta de una fortaleza, después de derribarla con un contundente ariete.
Y a Pal también se lo ventiló el negrito, ya que sus huevos no paraban de soltar leche como de costumbre.
Esta vez los imesebelen no participaron y se limitaron a presenciar como estatuas el flujo de esperma de un cuerpo a otro, con las mazas levantadas por si a alguno de los perros había que darle un buen trancazo en su boca o en su culo, no fuese que todavía les quedase un espacio seco y libre en sus tripas sin probar leche fresca del día.
El joven amo abandonó la cueva llevándose a Ermo de la mano y Adem se apresuró a poner en orden el lugar y acomodar al resto de la jauría en sus perreras, después de un lavado en profundidad, para que descansasen, durmiesen y estuvieses frescos para volver a ser de uso satisfactorio para sus dos amos en cualquier momento del nuevo día.
Bom, guiado por Manuel, aprendió sin prisas y con tiento, a ser un gran dominador de esclavos y adiestrador de perros.
Supo como sacarles el mayor fruto para su placer y obtener el sutil deleite de la máxima satisfacción con el sufrimiento y dolor de sus perros esclavos. A los que siempre dejó saciados tanto de semen como de su carne ardiente y sensual.
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