La vida en la casa, organizada por Manuel, volvió a recuperar el ritmo ordinario, pero modificado con las nuevas rutinas establecidas por el amo para sus cachorros.
Dieron comienzo las tareas encomendadas a Jul y también su labor como enseñante con Ermo y Aza, ayudado por Bom que seguía con esfuerzo el plan de estudios y prácticas impuesto por su dueño.
Ermo era listo, pero le costaba centrar su atención en los deberes que le ponía Jul, preparados minuciosamente, y más si Bom lo distraía con alguna broma, a la que se apuntaba enseguida Aza. Y cuando el amo pasaba por el aula, instalada a propósito en una habitación de la casa, para comprobar los progresos de los cachorros, solía costarles a los chicos más de una tanda de reglazos en las palmas de la manos o en el culo.
El amo era cada día más estricto con Ermo, como siempre lo fue con Jul, y el perrillo no iba a ser la excepción que confirmaba la regla, aunque tampoco podía ocultar el gran cariño que le tenía.
Seguía usándolo a diario, antes o después de sus clases, y dormía con cierta frecuencia en la cama de su señor en compañía de Jul.
A Bom, su dueño le mantenía cautiva la verga la mayor parte del día. Y sólo dos o tres veces por semana compartía con el amo el agujero del culo de Jul, colmándolo de semen los dos. Y el propio Jul disfrutaba cada vez más con esa doble penetración que le rompía el cuerpo al medio.
Aquella tarde el amo entró en la clase y encontró a Ermo, Aza y a Bom partiéndose de risa ante la mirada paciente de Jul.
Manuel, regla en mano, les dio una tunda en el trasero a los cuatro.
Al cachorrillo y al negrito por perder el tiempo.
A Bom por distraerlos y no dejar que aprovechasen mejor el estudio.
Y a Jul por no mantener el control y permitir que los otros se desmadrasen.
Manuel se sentó en la mesa de trabajo de Jul y revisó los escritos y documentos que preparaba para el trabajo que le había encargado. Cada dos por tres miraba el culo colorado de sus cachorros, puestos de rodillas contra la pared y con las manos sobre la cabeza para no tocarse las nalgas enrojecidas que les quemaban como el fuego.
Y aunque el castigo debía durar treinta minutos, a los veinte se levantó y puso en pie a Jul abrazándolo por detrás, diciéndole: “Ven que aún no terminé de darte lo que mereces”.
Bien sujeto lo llevó hasta la mesa y lo inclinó hacia los papeles y le dijo: “Los golpes fueron el castigo por no mantener a raya a los cachorros y al trasto de Bom. Pero ahora te daré el premio por hacer tan bien el trabajo que te encomendé... Te la voy a meter como más me gusta. En seco y toda de una vez... Hostias! Cómo se te cierra el culo, cabrón! Pero no hay ojete que se resista a esta tranca que te va a perforar ahora mismo... Asíí... Siiii... Ya está dentro entera”.
Jul dio un quejido por la bruta penetración en su culo de la polla del amo, que cuando le hacía eso se le ponía gorda y dura como pepino extra, y el señor prosiguió tapándole la boca con una mano: “No distraigas a tus hermanos y calla... Me gusta lo que has hecho y lo bien escrito y presentado que está... Esta parte es muy buena... Léela en voz alta para oír como la entonas... Lee despacio y que dure como el polvo que te estoy echando... Lee, Jul, que me gusta el timbre de tu voz y pocas veces puedo escuchar su calidez y como hilvanas las frases”.
El cachorro leía y su amo le daba caña a intervalos fuertes y suaves, aplastándole los muslos contra el borde de la mesa y sobándole el pecho, hasta que su dueño le dijo: “Me vuelve loco la parte de atrás de tus orejas. Y esta parte del cuello bajo la nuca me excita más que el culo de cualquiera de los otros cachorros. Cómo consigues mantenerme enganchado a ti, cabrón! Qué haces para ponerme loco y perder la razón por ti? Y el olor de esa alfombrilla que tienes sobre la polla me priva los sentidos!”.
Y el cachorro no pudo oír más sin dejar caer su leche en el suelo. Manuel le dio más tralla con su cipote, rascándole el ano que pugnaba por cerrarse de nuevo al no tener carga en los huevos, y al notar su capullo en ebullición, preparando el lanzamiento de esperma dentro del chico, clavó las uñas en las tetas del cachorro, que quiso dar un grito de dolor, apagándolo con su propia mano.
Los otros cachorros miraban la pared, pero sólo los más pequeños tenían manchas de esperma delante de sus rodillas, ya que la picha del mayor no pudo vencer la rigidez del acero para empinarse.
Y al terminar la follada, el amo hizo lamer el esperma del suelo a los dos cachorros más jóvenes y les levantó el castigo a todos para seguir estudiando hasta la cena.
Esa noche el amo sólo quiso en su cama a Jul y Bom compartió otra vez su perrera con Ermo. Que en mitad de la noche procuraba trasladarse al camastro del mastín para arrimarse a él y que, aunque era inofensivo sexualmente al tener la minga presa, solía acariciarle el culo. Y sin casi darse cuenta, volvían a dormirse muy pegados y con un dedo del perrazo dentro del ano del cachorrillo.
Al amo no le importaba eso, porque no quería obsesionarse con la exclusividad del culo del perrillo, igual que lo estuvo con el de Jul durante mucho tiempo.
Y todavía se lo pensaba dos veces antes de que Bom lo catase también, aunque fuese metiéndosela los dos juntos.
De Aza no había que preocuparse puesto que estando con Geis en una misma perrera, a no ser que los dos estuviesen bien atados en su jergones, la puta oriental no pasaba sin comerse el cipote del negrito y metérselo por el ojete un par de veces antes de coger el sueño.
Menos mal que el negrito tenía para dar y tomar y sería difícil que el vicioso de Geis arruinase la fábrica de semen metida en las bolas del joven africano.
Los que llevaban una vida más ascética eran los imesebelen, pero cuando follaban lo hacían a conciencia.
Un par de días más tarde, el amo quiso aliviarles los huevos y, totalmente desnudos luciendo los cuerpos brillantes bien aceitados por Adem, les puso argollas de acero en las perforaciones tribales de sus narices, como a los toros en las granjas para cría de vacuno, y los encadenó por parejas por los aretes. Sentó a uno en una banqueta y a su lado en pie el unido a su nariz. Los otros dos, también en pie, estaban frente a éstos y Adem trajo a Geis, desnudo y con un collar especial con dos enganches.
El amo lo montó a horcajadas en las piernas del negro, que estaba sentado, y lo abrazó a su cuello.
Sujetó dos cadenas al collar del cachorro y una la prendió al aro de la nariz del que lo sostenía sobre sus muslos y le calzó por el culo, a la muy perra, la verga del negro. Y, acercando a la otra pareja al grupo de tres, unió con otra cadena la nariz de uno de ellos a la otra anilla del collar de Geis y a éste le ordenó metérsela también, haciendo doblete con la tranca de su pariente.
Una vez doblemente enculado Geis, las pollas de los otros dos jóvenes guerreros, unidos a sus respectivas parejas por las fosas nasales, entraron por la boca del oriental, juntas y sin estorbarse a pesar de su asombros tamaño.
Y así estuvieron al menos dos horas, cambiando de posición las parejas de negros, sin parar de darle por el culo y por la boca a la perra más insaciable de la casa.
Y todos los días Manuel repasaba las cintas de video grabadas en la finca y chateaba un rato con Pal, dándole instrucciones y dejando que se pajease alguna vez, manoseándose sólo la picha y no el culo, para lamer su propio semen recogido en la mano bajo la mirada de su amo a través de la cámara del Pc.
El cachorro solía portarse bien y al menos no hacía ninguna cafrada que le hiciese acreedor de ser expulsado de la finca y no pertenecer nunca a la jauría de Manuel.
Sin embargo su dueño ya tenía una lista de faltas por las que merecía sendas tandas de azotes, que le daría en cuanto fuese a usarlo a la finca.
Porque jamás se ha de dejar a un cachorro sin la mirada y la mano del amo cerca y sin que al menos un par de días al mes lo monte y lo rellene con su esperma para revitalizar su cuerpo y su espíritu de buen perro.
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