Un día, a media mañana, Manuel tomó una decisión transcendental. Miró a Jul y a Bom fijamente, mientras jugaban un poco en el jardín con los otros cachorros, haciendo un alto en sus tareas y obligaciones, y llamó a Adem.
“Con permiso, señor”, dijo el criado al entrar en el estudio del señor y éste le ordenó:
“Prepara todo lo necesario para celebrar una ceremonia de iniciación esta noche... Todos los esclavos y perros deberán estar preparados y dispuestos para ser usados de cualquier manera. Y eso incluye a los cuatro guerreros, también... El resto no hace falta que te lo diga porque sabes de sobra lo que has de hacer”.
“Sí, señor... Estará todo tal y como tú deseas, señor”, respondió el sirviente y salió de la sala dejando otra vez solo a Manuel con sus pensamientos.
El resto del día Manuel se mantuvo reservado y poco hablador y apenas comió, dándole a los perros esclavos la mayor parte de lo que Adem le servía en su plato.
Aza, Pal y Ermo tenían buen apetito y su vitalidad les hacía gastar suficiente energía para quemar cuanto devoraban. Estaban sanos y en cuanto les daban asueto retozaban como potros salvajes.
Además se habían encariñado los tres y lo pasaban estupendamente jugando juntos.
Quizás al ser un poco más jóvenes que el mastín y la mascota del amo, hacía que los viesen a éstos más como perros que como cachorros igual que ellos.
Desde luego la diferencia de edad entre todos era muy pequeña, pero en plena veintena, un par de años o tres parece que marca la diferencia entre los últimos coletazos de la adolescencia juvenil y la apertura a una joven madurez.
En cualquier caso, lo que sí parecía cierto es que sexualmente Ermo prefería la experiencia y la madurez de su dueño y no la fogosidad de un bello negrito que seguramente soñaba con partirle el precioso culito en dos trozos.
Lo que no ocurría con Pal, a quien la polla de Aza lo traumatizaba de gusto sólo con verla.
Ermo, de no sentir el calor de su señor, buscaba sin lugar a dudas el cariño de Jul o la fuerza protectora de Bom, que lo amparaba por las noches cuando dormían en la misma perrera y le acariciaba el lomo y el trasero y aún lo acunaba, como unos años atrás, moviendo la yema de un dedo dentro del recto del muchacho.
El mastín, como su amo, también quería al perrillo y sentía por él un instinto paternal como si fuese la cría suya y de Jul, al que amaba sin límite aún respetando la supremacía y potestad de su señor sobre su perro predilecto.
Al llegar la noche, él solo en el comedor, apenas cenó y dio orden de que los guardianes llevasen a la cueva a todos los perros, sujetos por sus respectivas cadenas.
Adem iba delante de la comitiva y organizó la colocación de perros y esclavos según la acostumbre para una ceremonia como la que Manuel celebraría en esa ocasión.
No tardó en aparecer el amo cubierto con una túnica roja hasta los pies y una cadena de plata al cuello, de la que colgaba la letra de su hierro.
La eme coronada por un triángulo invertido que clavaba el vértice en el centro de dicha letra. La marca que todos sus esclavos y perros llevaban entre las piernas a un centímetro escaso del ojo del culo y los cojones.
Tomó asiento en el único sillón que presidia el acto y habló con voz serena y espeluznante al mismo tiempo: “Esta noche celebraré con vosotros una ceremonia de iniciación. Pero no será de ningún otro cachorro ni esclavo a mi servicio. Será la de un macho dominante”.
Los perros y cachorros aguzaron las orejas y sus ojos brillaban de curiosidad y estupor. Y el amo prosiguió su discurso: “Adem, trae hasta mi al aspirante y libera de la cadena a los otros perros”.
El siervo inclinó la cabeza respetuosamente y se acercó a los esclavos negros. Habló en la lengua de sus ancestros y dos imesebelen se aproximaron al mastín, elevándolo del suelo por los brazos y llevándolo en volandas hasta su señor, mientras los otros dos desenganchaban las cadenas de los collares de los otros perros.
Y Manuel volvió a decir: “Bom, mi bravo perro de presa. Mi mejor mastín y el macho más fuerte de mi jauría. A veces no te demostré suficientemente lo mucho que te quiero, tanto como a un hijo, pero, sin embargo, siempre fuiste mi preferido por muchos motivos y para diferente usos. Sé lo que piensas y lo que otros también están pensando. Y repito te quiero como si fueses mi primogénito. Al otro lo amo y deseo como el corazón de un hombre puede amar a un alma que será su compañera de por vida. No os celéis nunca uno del otro, aunque sé de sobra como lo quieres tú también, jodido cabrón! Y al resto os quiero también como a mis otros hijos, sin distinción, aunque por alguno más indefenso, al que todavía consideramos como el cachorro de la jauría, pueda sentir alguna querencia concreta... Por eso Bom, ha llegado el momento en que asumas tu papel de macho dominante en esta casa. Andarás en dos patas solamente y comerás conmigo en la mesa. Adem ha dispuesto un nuevo dormitorio para ti y usaras ropas como las mías. Acércate... El collar que llevas no es apropiado para ti. Y en su lugar llevarás el que ves colgado de mi cuello”. Manuel se quitó la cadena con su marca y se la puso a Bom, que todavía estaba totalmente desnudo y con la polla encerrada en la jaula de acero que su amo le había colocado la noche anterior después de follar a Jul los dos juntos.
El amo sacó la llave oculta bajo su túnica y abrió el candado que cerraba la cárcel del pene del noble macho. Bom instintivamente se miro su miembro, aún flácido, y como si la libertad le diese una renovada fuerza impulsora se irguió orgulloso, mostrando su glande brillante y potente al mundo y todo el que pudiese verlo en ese instante.
Y Manuel continuó con la ceremonia: “Ya está libre para siempre y para que lo utilices como mejor te parezca. Todos los perros de esta casa están a tu servicio y podrás montar al que más te plazca, donde, cuando y como desees hacerlo.
Pero. Siempre hay un pero, Bom. Lo harás con tino y sin abusar de tu posición. Debes ser responsable del honor y privilegio que te otorgo y de la libertad que te doy. Y no me defraudes nunca, porque no tendría piedad de ti. Lo entiendes?”
“Sí, mi amo”, dijo el machote.
“También te libero de dirigirte a mi con ese tratamiento. Soy tu igual. Y eres un amo también. Aunque hay otro pero. En la vida nunca se acaban las condiciones, Bom. Yo siempre seré el macho alfa de esta jauría mientras viva. Y como tal no renuncio al placer de tu cuerpo y de penetrarte el culo, que tantos deleites me ha dado siempre. Te seguiré follando cuando lo desee y tú me ofrecerás tu ano no como un perro esclavo, sino como un macho que goza el placer de que otro le de por el culo. Te follaré como un hombre folla a otro que sabe serlo también... También puedes hablarme si lo deseas sin necesidad de mi permiso previo... Quieres decir algo?”
“Sí, mi am... Sí... No sé como llamarte”, dijo el chico azorado.
“Tengo un nombre. Manuel”, le respondió el señor.
“Sólo quería decirte que siempre deseé que me metieses tu verga por el culo y te saciases conmigo hasta vaciarte en mi barriga... Y quiero seguir gozando con eso cada vez que tu quieras follarme. Y no creo que sea menos macho por eso. Verdad?”, dijo Bom.
”No sólo no dejas de ser un buen macho, sino que hasta para poner bien el culo hay que ser todo un hombre. Por eso siempre me gustó joderte y romperte esas nalgazas a pollazos y azotes, que con los años se han ido poniendo aún más rotundas y carnosas. Palmadas que te las daré también cuando te meta mi tranca por el ojete, No creas que tu nueva condición te librará de eso. Eso también es sexo y me gusta hacerlo completo con un tío como tú... Bueno pero sigamos, porque hay otro pero, Bom. Es la noche de las condiciones. Como dije todos los perros y esclavos de esta casa te darán placer y servicio, pero uno de ellos no... No pongas esa cara, Bom”. Al decir eso el amo, el silencio se cortaba en el aire.
Y prosiguió su parlamento: “Ese uno no será ni tu esclavo ni tu perro. Y no podrás tomarlo como tal. Ese uno es mi amante y demasiado preciado para entregárselo a nadie... Veo que tu alegría se ha vuelto mustia y tus ojos lloran en lugar de estar risueños como corresponde a la ocasión. Pero no hay motivo para ello. Llevas bastante tiempo obligado a una periódica castidad forzada, sólo rota en algunas ocasiones y fundamentalmente para penetrar conmigo el culo de Jul. Mi mascota. Mi amante. Tu amado cachorro. Yo lo amo y lo deso y tú estas loco por él y no sueñas otra cosa que hacerle el amor, besándolo, lamiéndolo y comiendo su ser con los ojos y el deseo de entrar en su cuerpo una y otra vez por el resto de tus días. Y lo harás. pero no como se hace con un esclavo sino como se ama a un igual. Y también seguirás compartiéndolo conmigo, porque ya no podría vivir sin teneros a los dos en mi cama algunas noches. Ninguno de los otros cachorros puede servirme de sustitutivo para prescindir de él o de ti. Aunque alguno me haga disfrutar como un burro durmiendo junto a mi, apretando su culito contra mi rabo, como hace mi joven Ermo... Como te gusta a ti también. Que no soy tonto aunque me hago el despistado cuando me interesa, mi querido Bom. Y ya ves, desde ahora puedes usar al cachorrillo cuando quieras y no limitarte solamente a meterle el dedo por el culo cuando duerme contigo. No te das cuenta que es tan inocente que todo lo cuenta si sabes preguntarle?
Además una vez que se prueba ese culito y tú y Aza ya lo habéis catado, no es fácil olvidar el gusto que se siente la penetrarlo y frotar la verga en su interior, apretada por el arillo de un ano tan rosado y húmedo... Ven, Bom. Ponte a mi lado y muéstrate orgulloso y tieso ante tus perros esclavos. Mantén la espalda recta aunque algún dolor pretenda doblarte al medio y domina tus emociones a costa de retorcer tu alma para amortiguar el sufrimiento de tu corazón. Ahora eres un ser superior y no cabe la debilidad en ti... Bésame por última vez las manos y comienza tu vida de señor y dominador de perros esclavos”.
El hasta entonces bravo cachorro cogió entre las suyas las dos manos de Manuel y las besó con devoción, emocionado hasta la médula. Y Manuel gritó: “Putos esclavos y perros de mi jauría postraros antes vuestro segundo amo y señor. Este es el amo Bom. Señor de esta casa también... Jul tú ven aquí y no te postres porque sólo yo sigo siendo tu dueño y único amo. Y sólo a mi te dirigirás con ese tratamiento... Acércate y siéntate en el suelo a mi lado... Mira, Jul. Ahí tienes a tu amante secreto. Bueno no tanto porque sería un secreto publicado a voces. Pero sí silencioso y paciente. En este tiempo de duras pruebas ha madurado y creció su alma en responsabilidad, conocimientos y entereza de ánimo. Y en parte te lo debe a ti porque lo has ayudado a superarse en los momentos más difíciles, sobre todo en la amargura de los días de confinamiento de su potente virilidad”.
Otro silencio y el aire se rasgó de nuevo con las palabras del amo: “Esta noche van a tener mucho trabajo tus cojones, Bom. Pero cuando se recuperen y se tranquilice su sangre de buen follador, volveremos a gozar con Jul tú y yo. No te parece, Bom, que nuestra perra preferida está muy cachonda y su coño nos pide que la reventemos a polvos los dos juntos?
Pero esta noche no vas a poder hacerlo porque te esperan otros culos que trabajar y romper. Así que yo me la ventilaré por los dos y dormiré abrazado a su cuerpo para repetir la follada en cuanto mis huevos se vayan recuperando y tengan al menos dos espermatozoides que darle. Tú te quedarás aquí disfrutando de nuestros perros y esclavos y yo me llevo a Jul a mi dormitorio para ir calentándolo y ponerlo salido como una zorra y mantenerlo así hasta que, dentro de dos o tres días, tu testosterona este lista para colmarle conmigo las tripas con nuestra leche... Vamos mi puto amante que ahora es su turno en esta cueva y a nosotros nos espera una larga velada sobre mi cama... So perra! Esta noche juro que te preño y el hijo no será de Bom sino mío”.
“Sí amo”, dijo Jul besando los pies de su señor.
Y Manuel se fue con él, dejando al resto de su clan bajo el dominio del segundo macho de la casa. El amo Bom.
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