Por más emoción que nos cause un viaje o por muy divertidos que resulten unos días fuera de casa, aunque los pasemos en una segunda vivienda, siempre nos cansamos de estar fuera del entorno habitual, con nuestras cosas cotidianas, y deseamos volver a nuestra rutina y al hogar.
Y eso es lo que ya ansiaba Manuel y también su trup de sirvientes y esclavos.
A Pal no le fue fácil ver como se alejaban los choches dejándolo solo en la finca. Pero el amo decidió no llevárselo a la ciudad, porque no consideraba que estuviese preparado para convivir con sus otros cachorros las veinticuatro horas del día. De todos modos, no lo echó fuera de su jauría ni le quitó el collar del cuello, por lo que el chico quedó algo más consolado.
Su dueño le dijo que permanecería en la casona, cuidándola y durmiendo en ella en un cuarto dispuesto a propósito, y que sus padres ya sabían que la cadena era un regalo que le había hecho por servirle.
Añadió, que una vez al mes, sin avisarle de ante mano, vendría a ver como andaban las cosas y a usarlo. E iría comprobando sus avances y cuando lo estimase oportuno lo llevaría con sus hermanos a la casa de la ciudad.
Le dejó un ordenador instalado en la misma habitación donde dormiría y le ordenó que lo mantuviese permanentemente conectado y con la cámara abierta, enfocada a la cama, para controlarlo por video conferencia.
Por supuesto no podría tener ninguna clase de relación sexual con otros seres y tres veces a la semana el amo le permitiría masturbarse ante la cámara y lamer su esperma, pero sin tocarse el culo ni meterse nada por el agujero.
Los padres del chico se encargarían de su alimentación y de tener la casa limpia y acondicionada para el dueño. Pero el cachorro no viviría con ellos y sólo saldría de la finca por el tiempo indispensable para seguir sus estudios.
Lo que no le dijo Manuel al chiquillo, es que en toda la finca había instalada una red de cámaras de vigilancia, que él controlaba desde un ordenador en su casa de la ciudad, y que constantemente estarían espiando sus movimientos para ver si desobedecía en algo a su señor.
Si no cumplía los mandatos de su amo, éste le leería la cartilla al ir a verlo cada mes y lo más probable es que el chaval no pudiese sentarse en varios días.
En el bastonero de la entrada al caserón, ya había dejado Manuel un par de mimbres y una fusta para recordarle al cachorro que sus posaderas estaban avocadas a encariñarse con ellas de tanto que podrían besárselas marcándole de grana la piel.
Y que nunca se olvidase que una vez anillado por le cuello, sería su esclavo para siempre.
El viaje de vuelta a casa fue rápido y a la impaciencia de todos por llegar se unía, además, los nervios de Ermo por ver su nuevo hogar y sentirse definitivamente como uno más de la familia de Manuel.
En el todo terreno, conducido por el amo, viajaban Bom a su lado y Jul en el asiento trasero con el crío y Aza. Y el resto iba en el otro vehículo, manejado por Adem. Pero la curiosidad del cachorrillo era inagotable. Y como en el viaje desde Barcelona, no paraba quieto en el asiento. Jul, temiendo que se cabrease el amo, lo sujetaba y le insinuaba por señas que durmiese un rato, pero al chico no le convencía esa solución y tan pronto aplastaba a Aza para ver mejor por la ventanilla de su lado o iba encima de Jul para hacer lo mismo.
Realmente era un culo de mal asiento ese muchacho.
En una de las paradas para repostar y hacer aguas, Manuel se llevó al perrillo al baño y se encerró en un retrete con él.
Puso papel higiénico sobre la taza, lo sentó en ella y le dijo: “Mea y abre la boca”. Y el amo sacó su chorra de la bragueta y le meó en la boca al chico, que tuvo que tragárselo todo para no mancharse la ropa.
Al terminar la micción, Manuel le dijo que se levantase y que mirase a la pared con las manos apoyadas en ella.
El cachorrillo obedeció feliz porque sabía lo que le esperaba y el amo le dio por el culo para relajarse un poco de tanta carretera. Y con las vejigas y las bolas vacías, subieron otra vez al coche para proseguir su camino con el chiquillo mucho más calmado.
Jul le vio la carita risueña al chico y le interrogó por señas si el amo lo había follado. Y el cachorrillo afirmó con una sonrisa de oreja a oreja.
Manuel los miraba por el retrovisor y les dijo: “Qué secretos os traéis los dos?. Quieres saber si lo he follado? Métele los dedos por el culo y lo sabrás... Vamos... Hazlo!”.
Jul agarró el chico lo puso sobre sus piernas boca abajo y le bajó los pantalones y los calzoncillos por debajo de las nalgas y le metió dos dedos juntos por el ano, hincándolos bien adentro para comprobar lo dilatado que estaba y la cantidad de leche que su dueño le había dejado en las tripas.
Revolvió un poco en el recto del chaval y los sacó manchados de semen.
Y el amo le dijo: “Chúpalos y saca el resto para repartirlo con Aza, que también tiene derecho a tomar mi leche. Y los restos que queden al final se los das al cachorrillo que sólo bebió meo en el retrete, además de tomar por el culo, claro”.
Jul hizo cuanto le dijo su amo y los tres cachorros de atrás ya estaban totalmente empalmados. Y el mastín podría morderse el punta de la polla sin doblarse si desabrochase los pantalones.
Y añadió Manuel: “Ermo, tómate la merienda que aún falta mucho para la cena. Sácale la verga a Aza y se la mamas hasta que te de dos raciones de leche por lo menos. El tiene muchas reservas y te llenará bien el estómago. Y tú, Jul, ordeña al cachorrillo mientras toma el biberón que le dé Aza y antes que se corra el perrillo pon la boca bajo su capullo para no machar el asiento ni las alfombrillas del coche. Luego te masturbas tú y recoges tu esperma en la mano y lo compartes con ellos también. Y así se os quita el hambre a los tres. Porque hasta que lleguemos a casa no os voy a dar más polla ni nada para comer. Y tú Bom machácatela también o me pondrás el parabrisas perdido de lefa de un momento otro. Y te la comes tu solito que es peligroso andar jugando con los de atrás en el coche. Procura que no te caiga nada de la mano y saboréala bien. Tienes una savia tan rica como la de Aza”.
Desde luego no se podía decir que los cuatro cachorros llegaron a casa mal nutridos. Ni tampoco Geis, que iba en el otro auto entre dos imesebelen y se la comió a los dos un par de veces por lo menos durante el viaje.
Adem sabía que el delicado cachorro debía alimentarse para recuperarse mejor de su secuestro y no iba a ser él quien privase al puto vicioso del manjar que más le gustaba.
Leche africana de primera clase, entera y sin desnatar. Lo que no le permitió fue sentarse encima de ellos con los pantalones por los tobillos y abriéndose las cachas con las manos, como intentó hacer. Ni saltar a la tercera fila de asientos, donde iba el cuarto cachimán negro, creyendo que el sirviente no se percataba de su jugada, atento a la conducción y a la carretera.
Ya había caído la noche y llegaron a casa por fin. Todos entraron en ella cansados pero con ganas de verse rodeados de sus paredes y envueltos en el olor familiar de sus cosas y la atmósfera que seres y objetos van creando en el hábitat donde transcurren sus días y sus noches.
Menos Ermo, que era nuevo en aquel lugar, pero pronto se hizo con todo como si llevase en aquella casa desde su nacimiento. Si no desde esa fecha, podría decirse que pocos días después, porque acaso el chico no había vuelto a nacer cuando Manuel lo compró en Barcelona?
Sin duda la nueva vida que le esperaba al lado de su amo y los otros cachorros y demás miembros de la familia, era su renacer a un mundo que nunca imaginó que pudiese existir para él.
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