sábado, 14 de abril de 2012

Capítulo 48 / El ajuste

“El tiempo pasa con demasiada rapidez”, pensó Manuel.
Todos los días había visto las grabaciones para comprobar el comportamiento de Pal y creyó llegado el momento de ir a ajustarle las cuentas, tanto por sus progresos como por los fallos cometidos.
Para formar a un perro tan necesaria es la disciplina y el castigo como el justo premio por sus avances en su aprendizaje y sometimiento al amo.

Llegó a la finca con Jul, pasada la media tarde y sin avisar de antemano al cachorro confinado en ella, y fue directamente al cuarto donde el chico debía pasar la mayor parte del tiempo que permaneciese dentro de la casa.

La puerta estaba cerrada, cosa anormal ya que el perro estaba solo y no tenía que esconderse u ocultarse de nadie para hacer sus labores ni cualquier otra cosa. Sin olvidar lo inútil que era intentar tal cosa en un recinto peinado absolutamente por cámaras de vigilancia.

Jul había llevado el escaso equipaje a la habitación del amo y Manuel abrió de golpe la puerta del dormitorio de Pal, encontrándolo tumbado en el suelo mirando a las musarañas.
El amo le increpó: “Qué coño haces, puto vago?”.

El cachorro se incorporó del susto y con cara de pánico farfulló: “Nada, mi amo... Veía el techo, mi señor”.
“Qué temes?. Que se te caiga encima?. Puto cabrón!, dijo el dueño. “Habla!”, le gritó.
“No, mi amo... Pensaba en cuando me llevarás contigo a la otra casa, mi señor... Me siento muy solo aquí, sin ti y los otros perros, mi amo”, contestó Pal con voz y gesto triste y ojos apagados.

Manuel temió que el cachorro estuviese deprimido y le preguntó: “Comes y duermes bien?”.
No tengo mucha hambre, mi amo... Y algunas noches tengo miedo de estar solo en esta casa, mi señor”, respondió el chaval.
El amo se sentó en una silla y le ordenó: “Acércate”.

El chico obedeció al instante y el dueño le cruzó la cara de dos tortazos. Y acto seguido le agarró la cabeza y la apoyó sobre sus piernas revolviéndo cariñosamente el pelo del muchacho. Y le dijo: “Las hostias son por no decir la verdad cuando te pregunto por videoconferencia si te encuentras bien y tú dices que sí, sin más comentarios... Los mimos son porque te echaba de menos y tenía ganas de verte al natural y, sobre todo, usarte y darte por el culo... Ponte de pie y desnúdate del todo”.

El chico se quitó los calzones cortos que llevaba puestos y se quedó parado enseñando su cuerpo al amo.
Manuel le ordenó dar vueltas sobre si mismo, para verlo bien por todos lados, y se complació constatando que no le engañara la cámara y realmente el cachorro estaba mucho mejor de cuerpo que cuando lo convirtió en su esclavo meses atrás.
Estaba como más hecho y con la carne más prieta. Y su culo se le veía mucho más respingón y pidiendo guerra cada vez que doblaba la espalda con algún movimiento.

Manuel, sin dejar de mirarlo, le dijo: “Tendrás hambre si no has comido bien durante este tiempo... Ven aquí y ponte de rodillas pegado a las mías”.
El chico lo hizo y el amo sacó la chorra por la bragueta y le dio de mamar allí mismo, sin perder más tiempo.


Y vaya si tenía hambre el cachorro! No se comió la polla del amo porque sería acabar con el teto que lo alimentaba de leche. Pero una corrida le supo a poco y sus ojos suplicaban algo más.
El amo le dijo que no fuese tan goloso, pero que tendría mucha más leche y esa noche se iría a dormir con la barriga llena, después de ajustarle las cuentas por los errores cometidos desde su última visita.

Bajaron al zaguán de la casona y Jul los esperaba al pie de la escalera, ya desnudo y en aptitud sumisa como el perro más dócil de la jauría de su amo.

Manuel lo agarró por el collar y puso a cuatro patas al otro también, llevándolos al salón para no perder más el tiempo y darle a Pal el castigo que había merecido con sus torpezas.
Antes de entrar en la sala, el amo cogió del bastonero una de las varas de mimbre y le dijo a Pal que, puesto en pie, apoyase las manos en la chimenea de piedra, “Separa más la patas traseras”, le dijo el amo al chico. Y añadió: “Vete contándolos hasta llegar a cincuenta... Con esto vas servido por el momento.... Jul, ten preparada la pomada para ponérsela al terminar de darle los zurriagazos... Seguramente le haré sangre en algunos puntos de las nalgas... Inclínate hacia delante, cabrito de mierda! Que te voy a dejar preparado para que disfrutes más cuando después te joda el culo”.
Y comenzó el goteo de varazos, espaciados y silbantes como si en la habitación hubiese un nido de serpientes.

A Jul no le gustaba presenciar los castigos de sus hermanos, pero no se atrevía a mirar a otra parte por no enfadar más a su señor y que el pobre cachorro recibiese los azotes con mayor dureza, además de ganarse él mismo otra tunda de campeonato por merengue, como le llamaba el amo cuando le decía que era demasiado blando tratando a Ermo.
Y bien mirado casi le apetecía una buena manta de palos, porque llevaba tiempo que su amo sólo le atizaba algún hostiazo en los morros, pero al culo sólo le daba caña con la polla y las palmadas de rigor habituales en toda follada bien entonada. Pero zumbarle en serio, no.

Menos mal que los perros comían en el suelo con el culo en pompa, porque las nalgas de Pal estaban para cualquier cosa menos para sentarse sobre nada, ya fuese duro o blando como la espuma. Manuel le había dejado las posaderas echas un cisco, cruzadas por un entramado de verdugones, ya violáceos, que partían el alma sólo con verlos.

Y al terminar el amo su cena, dijo a sus dos cachorros: “Vamos a la cama que mañana quiero salir temprano para volver a casa... Y tú te vienes también, Pal... Ya he hablado con tus padres y a partir de ahora ya no tienen nada que pintar en tu vida. Tú eres cosa mía y yo sigo encargándome de todo lo que necesites, pero en mi casa, con el resto de mis perros, o donde desee llevarte conmigo. Antes de salir de la finca te despedirás de ellos... Vamos, que aún tienes que tomar la leche antes de dormir. Y a ti también te tocará algo, Jul. No pongas esos morros, que te conozco como si te hubiese parido, puto cabrón!”.

Acostó a los dos chicos en la cama, mirando para arriba y les ató las manos y los pies a los hierros del cabecero, dejándoles totalmente plegado el vientre con el pecho, y primero se la metió a Jul por el ano, para darle rabo un buen rato, y cuando se cansó de su mascota, se la endiñó a Pal por el ojete y le dio caña entrando y saliendo con fuerza del culo del cachorro. Y no se corrió en ninguno de los dos traseros. Se puso de rodillas entre los dos perros y les dio a chupar su falo, alternativamente, hasta que notó que le subía la leche y volvió a enchufársela a Pal por el culo, para llenarle la barriga como le había prometido antes de zurrarle con el mimbre.



El chucho se corrió también con el calor del esperma del amo en sus tripas y Jul se quedó a la luna de Valencia, con el pito babeando como el de un mono que no para de hacerse pajas en al jaula y la cabeza echando humo con la calentura que le salía hasta por los ojos.
Manuel volvió a su lado y lo ordeñó para darle su propia leche antes de dormir.

Al desatarlos, les dijo que dormirían con él los dos y se pusiese Jul a su derecha y el otro a la izquierda.
Y a las dos horas ya se estaba follando a Jul otra vez. Estaba claro que no deseaba que su mascota quedase falto de la energía que su amo le regalaba con su semilla, ni mucho menos dejarle insatisfecho el vientre durante el resto de la noche.
Lo besó con todo su amor en la boca y se durmieron mirándose a los ojos los dos.
Pal o dormía como un bendito o se lo hizo para no molestar a su amo mientras hacía el amor con Jul.

Con las primeras luces del día se levantaron y emprendieron viaje de vuelta a casa, llevándose a Pal más alegre que unas castañuelas.
Y ni siquiera le dolía el culo ni notaba la menor molestia al ir sentado en el coche después de la paliza dada por su amo con vara y con rabo.

En la primera parada repartió el semen entre los dos, dentro del vehículo, y no quiso darles por el culo hasta llegar a casa, tomar un buen baño y descansar del viaje.
Y esa noche volvió a follarse a Pal antes de irse a la cama para dormir con Jul.

Ahora la familia ya estaba completa en casa y tenía a mano a todos sus cachorros para usarlos y ver como crecían y se desarrollaban hasta llegar a ser perros adultos.
Siempre le darían algo de guerra, al ser tan jóvenes aún, pero también gozaría de ellos y le complacerían siempre como los perros mejor adiestrados de cualquier otra perrera del país.

Y el tiempo fue pasando y los más jóvenes cumplieron los veinte años y los mayores de la jauría se acercaban al cuarto de siglo, con unos cuerpos cada día más pletóricos de salud, fuerza, belleza y educación.

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