Desde que Ermo pertenecía a Manuel, no había conocido carnalmente otra polla que no fuese la de éste y su ingenuidad no le dejaba ver que el día menos pensado por le chico, su dueño dispondría que su culo fuese disfrutado por otra verga distinta a la suya.
Manuel tenía razón al pensar que el perrillo se estaba acostumbrando mal y llegar a creerse intocable por cualquier macho que no fuese su amo.
Y también era verdad que usar sexualmente el cuerpecito del chiquillo le gustaba extraordinariamente a Manuel y no se cansaba de penetrarle el culo o la boca, ni tampoco de sobarlo y pegarle con su mano en las nalgas tan duras y rellenas de esa carne apetitosa de un cachorro tan joven.
El amo pensó que era hora de someter al cachorrillo a un tratamiento necesario para su formación y su educación como perro. Y esa noche iba a ser llevado a la cueva con sus otros hermanos, para mostrarle el otro lado de su condición de esclavo y su destino en la casa de su dueño, además de sus caricias, sus besos y azotes y el placer de ser poseído por Manuel jodiéndole el culo y mamando su polla casi a diario.
Los imesebelen colgaron por la muñecas al perrillo y a Jul, frente a frente y desnudos, rozando el suelo con las puntas de los pies y sujetándolos en corto uno al otro por sus collares, uniéndolos también por los grilletes que apresaban sus muñecas y tobillos. Para remate apretaron un mismo cinto de cuero al rededor de sus cinturas y los dos chicos quedaron pegados sin un milímetro de separación entre sus cuerpos.
Manuel les colocó sendas mordazas y sin pronunciar palabra les azotó culo y espalda haciéndolos girar en el aire hasta rayar sus carnes con tiras rojas que atravesaban horizontalmente sus cuerpos.
Los dos cachorros lagrimeaban sin poder emitir sus lastimeros quejidos y ayes de dolor y el amo exhibía impúdicamente una espléndida erección, compitiendo con la de los dos flagelados.
Acto seguido Manuel ordenó que en dos bancos de madera, puestos en paralelo, tumbasen boca arriba a sus dos machos, que sólo llevaban puestos sus collares, atando sus pies y sus manos a las patas de palo y ocupando sus bocas con una bola de goma, bien sujeta por una correa de cuero.
Geis por el momento se libraba de cualquier uso y seguía el desarrollo de la velada puesto a cuatro patas con su colita juguetona en el culo y el hocico aventando el flujo de los penes que lo rodeaban.
El amo mandó que desuniesen a Jul y a Ermo, sin descolgarlos, y que los pusiesen espalda con espalda, unidos otra vez por las muñecas y los tobillos.
Se acercó a ellos con un dildo largo, terminado en dos glandes por cada lado, y metió los extremo por el culo de los muchachos hasta repartir la mitad del consolador en cada uno.
Le pinzó los pezones con pesos y volvió a darles otro tanda de latigazos por el frente para igualar ambas partes de sus cuerpos.
El martirio de Jul al ver sufrir al cachorrillo era indecible y apagaba el sutil placer que el tormento a manos de su amo le daba a él. Ermo era todo moco babas y llanto mudo, pero su pene no dejaba de babear al ritmo de su boca.
Cuando sus pieles ya estaban bien lamidas por la lengua de cuero, Manuel dio orden de descolgar al cachorrillo, pero no al otro, que habría de seguir suspendido del techo durante todo el tiempo que durase la lección superior de adiestramiento que recibía su querido Ermo.
Dos esclavos africanos soltaron al perrillo del otro cachorro y lo levantaron sentándolo en sus brazos por los muslos y agarrado a los cuellos de los dos negros, para llevarlo a la silla de la reina, como dicen los niños en sus juegos, y colocarle el culo encima del tranco de Bom, que latía sobre su vientre, empalmado y mojado su capullo por suero seminal.
Manuel hizo una señal y bajaron las nalgas del perillo, sin soltarlo, y ahora intervino Geis para hacer de mamporrero e ir metiendo la polla del mastín por el ano de Ermo, como se hace con la verga del garañón hasta introducírsela entera en el coño de la yegua para que la cubra.
Los dos imesebelen fueron moviendo de abajo arriba al perrillo, deslizando su recto por el sólido cipote de Bom, incrementando la aceleración del movimiento vertical hasta que los ojos y el color púrpura de la cara del mastín indicaron que un géiser de semen llegaba hasta al estómago de Ermo, pasando por sus intestinos contra corriente.
El cachorrillo se dejó su leche esparciéndola al aire y en cuanto los negros lo desclavaron del trabuco aún duro de Bom, Geis, rápidamente, recogió en un cuenco la leche que soltaba el culo del perrillo, cagándola a borbotones.
Vaciado Ermo de la primera remesa de semen, los negros lo pusieron sobre Aza y se repitió el protocolo de ensartado y follada asistida por los imesebelen, con recolecta de más cantidad de leche en el recipiente que Geis portaba con devoción religiosa. Al vicioso cachorro le caían los ojos por aquel precioso néctar de los dos semidioses del sexo que eran sus hermanos machos.
Ermo sólo pudo echar un breve chorrito de esperma al ser colmado por tres oleadas calientes de espermatozoides disparados por Aza, y sin bajar de los brazos de sus porteadores, Manuel le dio a beber la leche templada de sus dos hermanos, sin permitirle que dejase en el cuenco ni un gota para Geis. De todos modos, la muy perra lamió el cacharro vacío chupeteándolo y relamiéndose la boca degustando el mínimo resto dejado por su otro hermano más pequeño.
Ahora Ermo ya conocía el fragor de dos buenas vergas y su culo estaba escocido y dolorido, pero la sensación en su vientre bien repleto de leche le acompañaba a pesar que ya estaban desocupadas sus tripas otra vez. Y su cara no reflejaba ni temor ni tristeza ni ninguna emoción negativa, porque su boca lucía una sonrisa luminosa y su mirada era el reflejo de un alma complacida, que acababa de recorrer el camino del cielo en dos etapas, montada a la grupa de dos potros mitológicos.
El perrillo miró a su amo con una expresión de agradecimiento por enseñarle la ruta para un viaje interminable al placer por el dolor. Y Manuel dijo que se lo acercasen y lo dejasen en el suelo a sus pies.
Lo miró postrado con la frente sobre las frías baldosas y el culo levantado en señal de acatamiento, y poniéndose a su espalda le atizó un fuerte puntapié en las posaderas que le hizo hocicar dándose un golpe en los dientes.
Y sin más, le dijo a Adem que se había acabado la sesión y que se llevase a todos los perros y esclavos menos a Jul, que todavía estaba colgado y con la boca taponada por la mordaza.
Y le dijo al criado: “Adem, lávalos y que duerman tranquilos esta noche. Pero al mastín enciérrale la polla, porque durmiendo con el perrillo y una vez que ha probado su exquisito culo, le costaría mucho limitarse a meterle el dedito solamente para que el pequeño coja el sueño. Por ahora que se limite a tocarle la próstata, si quiere, y a recordar la suavidad que noto en el glande al entrar en la barriga del encantador cachorrillo. Se portó bien el jovencito. No crees, Adem?”.
“Sí, señor. Pronto será todo un perro de raza, señor”, contestó el sirviente.
Y el amo añadió: “Ahora déjame con este otro, porque la satisfacción de su sufrimiento y el placer de su dolor solamente pueden ser míos. Es un deleite que nunca compartiré con otro ser vivo sobre la tierra... Vete ya, que tengo prisa por gozar de mi esclavo y hacer que mi alma se alimente de sus sensaciones y sentimiento, sacando de él los más sublimes y bajos instintos de su ser”.
En la cueva quedaron amo y esclavo y Manuel se abrazó a Jul, que no podía resistir por más tiempo el entumecimiento de sus brazos al soportar el peso de su cuerpo.
Y el amo le dijo casi arrullándolo con la voz: “Quiero lamer tus heridas y besar cada una de las laceraciones que te produjo el látigo. Deseo que mi piel desnuda se contagie de tu ardor y del dolor de tus músculos y de la sensible dulzura de tu lastimada piel. Mi amor. Cómo hemos padecido juntos el castigo corporal de nuestro cachorrillo! Pero tú has tenido ventaja porque pudiste sentir su mismo daño y a mi solamente me quedó la visión de vuestra tortura. Jul, tú gozabas con el dolor, mientras que él y yo sólo nos excitábamos con tu placer. Siempre me sacarás ventaja en eso. Pero ahora alcanzo el orgasmo más sublime al tenerte en mis brazos y beber de ti ese sudor ya frío que me refresca como al caminante el agua de una fuente en un oasis de calma y de paz. Tu sexo, que me muero por besarlo y lamerlo, es el delirio divino que sólo un ser extraordinario pudiera dar a un mortal”.
Manuel se arrodilló a los pies de su amante y acarició con las dos manos el pene erecto del muchacho, llevándoselo a la boca.
Y añadió su voz a las caricias: “Está salado, dulce y amargo. Está caliente y húmedo. Es un bocado que sólo un experto puede degustar y apreciar su calidad y valor. Dame tu vida a cambio de la mía porque quiero llegar a sentir lo mismo que tú”.
El chico abrió los ojos y le dijo a su señor: “Mi amo. No puedo darte lo que no me pertenece porque es tuya desde que nací. Aún sin saber de tu existencia ya te pertenecía, mi señor. Y seré tu mismo si es tu deseo o seré el simple recuerdo de un perro que te sirvió hasta la muerte... Mi dios, no puedo más sin tenerte dentro de mi. Lléname aquí mismo y podré seguir colgado una eternidad. Te lo suplico, mi amo. Déjame sentir tu brutalidad de macho en mis tripas. Rómpeme por dentro y libérame del peso de mi carne para volar contigo al orgasmo. Mi señor. Mi amor. Métemela por el culo y fóllame hasta morir clavado en tu verga, mi amo”.
Manuel no pudo decir nada, ni regañar a su esclavo por hablar sin su permiso. Lo abrazó por detrás y lo ensartó en su polla izándolo dos palmos del suelo. Le mordió el cuello, las orejas. Le retorció la cara para comerle la boca y le golpeó las nalgas con sus piernas, taladrándolo con su barrena cada vez más empeñada en perforarle el vientre de parte a parte al cachorro.
Y tuvieron el orgasmo que pretendían y se agotaron también como ellos deseaban. Manuel descolgó a Jul. A su amante. Y lo llevó en brazos a su habitación para atender su cuerpo y lavar el mismo las señales que su pasión le causaron en la piel. Después de verter su piedad y sus cuidados sobre el cachorro, se durmieron en un mismo abrazo hasta el amanecer.
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