“Jul, estoy cansado. Vamos a la cama que ya va a ser media noche”.
“Sí, mi amo. Yo también tengo ganas de descansar. Llevo días preocupado porque te veo triste y taciturno. Apenas hablas y hoy en todo el día no usaste a ninguno de tus esclavos. Ni siquiera a Ermo. Está guapo, verdad, amo? Aunque ya pasó de los treinta sigue pareciendo un crío. Y te quiere con locura mi señor”.
“No tanto como tú, Jul”.
“Señor. Yo te amo más que a mi propia vida. Y no la entendería sin ti, mi amo”.
“Pues vas a tener que entenderla dentro de poco, Jul”.
“Qué quieres decir, amo? A qué se debe tu tristeza en estos últimos días? No pueden ser tus asuntos relativos al dinero o tus propiedades, porque prácticamente me encargo yo de administrarlos desde hace años y no hay problema alguno que pueda inquietarte en ese sentido, mi señor! Qué te preocupa entonces, mi señor?”
“Lo que no puedo evitar y nada que tenga remedio o que tú puedas solucionar, Jul”.
“No te entiendo, mi amo”.
“Jul. Acuéstate a mi lado. Quiero abrazarte más fuerte que nunca”.
Jul se tendió en la cama de su señor y se pegó a él como en aquellos tiempos, años atrás, cuando buscaba su protección para dormirse sobre el pecho de su amo. Le pertenecía desde hacia quince años y su adoración por Manuel iba en aumento con el paso del tiempo.
Ni la edad ni la merma de su energía física habían disminuido el atractivo de su señor, que ahora tenía el pelo gris.
Y él, si bien había perdido la lozanía de los veinte años, ahora, con treinta y cuatro años, tenía un cuerpo preciosamente sazonado por la madurez, que guardaba la joya de un espíritu cuidadosamente cultivado por su amo.
“Jul, antes de nada quiero confesarte algo que nunca te he dicho. Y no hables hasta que termine, porque aún puedo darte unos sopapos para ponerte en tu sitio... Calla!”.
El esclavo asintió con la cabeza y el amo prosiguió: “No te encontré por casualidad en aquel urinario... Una tarde te vi jugar al fútbol con tus amigos y me gustó tu coraje, tu concentración en el juego, tu seriedad para planear las jugadas y tu alegría para celebrar el gol o incluso la derrota al terminar los partidos. Veía tus piernas y lo que se adivinaba bajo el calzón corto y me atrajo tu personalidad. Una tarde te seguí y vi como entrabas en los retretes públicos. Esperé fuera y me pareció que tardabas más de lo necesario para mear solamente, pero no quise ver lo que hacías allí dentro. Y cuando por fin saliste me marché, pero me dije que serías mío. Estuve unos días sin poder ir al parque y la tarde que volví no estabas con tus amigos jugando, ni te encontré rondando los servicios. No le di importancia y regresé al día siguiente pero tampoco te vi. Me extrañó y dejé de ir a ver si volvías, hasta que una tarde no pude aguantar más y me decidí a ir y preguntar por ti a uno de los chicos de tu pandilla. Pero no hizo falta porque tú andabas vigilando la entrada del urinario. Y te cacé. Lo que nunca pude perdonarme fue no haberte llevado conmigo antes de que te violasen aquellos dos hijos de puta, que el infierno los trague. Porque no hacía falta eso para hacerte ver que habías nacido para ser esclavo y para ser mío, además. Ya ves. Antes de que tú me conocieses yo ya me había quedado contigo y sólo aguardaba el momento de ponerte la mano encima y apropiarme de ti y de tu vida”.
Las lágrimas rodaban por las cara de Jul y ninguna fuerza humana podría apretarlo más al cuerpo de su amo, pero solamente pudo decir: “Mi amor”. Y el hipo cortó toda posibilidad de seguir hablándole a su señor.
Y éste continuó: “Te amo con todos mis sentidos y cada célula de mi cuerpo, Jul. No puedo decirte que eres mi vida, porque se acaba y mi pasión por ti nunca tendrá fin... No llores mi amor. No me hagas más difícil este momento... Tú eres fuerte y necesito toda tu energía para llegar al final con la misma entereza y dignidad que mantuve hasta ahora, cada día de esta vida que terminará en breve. Y si algo me cuesta es dejarte a ti. Y no es que no quiera y me duela apartarme de los otros, pero tú lo has sido todo desde que entraste en mi corazón. No llores mi tesoro, porque para mi nada es más valioso que tú... No llores porque me partes el alma y ya tengo roto el corazón. Sólo me voy físicamente pero no te abandono. Y a los demás tampoco. Mi espíritu queda en ti, mi niño. Ni un hijo hecho a su propia imagen sería el mejor heredero que un hombre pudiera soñar".
Jul no pudo contener su angustia y gritó sollozando: “No... No... No puede ser... No quiero vivir sin ti, Manuel... No quiero... Me niego a seguir viviendo!”.
Y Manuel siguió: “Sí vivirás porque yo te lo mando! Tu voluntad es mía y harás lo que te ordene aunque ya esté muerto. Vivirás con mi recuerdo y el amor que dejó dentro de tu alma, Y tú y Bom heredaréis todo cuanto tengo. Ese machote está en el esplendor de su virilidad y fortaleza física. Y te adora. Mejor dicho, te ama como un puto cabrito. Tiene un alma generosa y es bueno y será quien te ayude a llevar la carga que pongo sobre tus hombros. El ya es el macho dominante de esta casa y tú administrarás todo el patrimonio y cuidarás de toda la familia. Geis, Aza, Pal, y sobre todo Ermo, necesitan tu cariño. Y la disciplina, por supuesto, pero de eso se encargará el bello mastín, que ahora es el segundo amo de mi casa y quien ya somete y usa a mis perros”.
El esclavo dijo: “Sí, mi amor. Yo también seré de quien tu decidas y me entregaré a él, si así lo quieres”.
“Jul, es que no quieres a Bom?”, preguntó el amo.
Y Jul le contestó: “Sí. Pero no puedo amarlo como a ti. Nunca podré amar a nadie más de la misma manera, Manuel”.
“No quiero que te entregues a nadie ni jamás pertenecerás a otro. Ya te lo dije hace tiempo cuando le di a Bom su condición de amo. Deseo que Bon te cuide y proteja y que tú le des tu comprensión y también le ames y que folléis los dos como tantas veces lo habéis hecho conmigo. Pero tú, Julio, no serás nunca su esclavo sino su pareja y su compañero, porque con mi muerte serás libre y el hombre maravilloso que siempre has sido saldrá a luz de nuevo. Y vigila que no se pase con ellos, puesto que puede ser muy bruto y demasiado duro con los castigos. Ya lo sabes. Y más de una vez tuve que llamarlo al orden en privado, por supuesto. Quiero que respetéis siempre a Adem, que os servirá con la misma fidelidad que tuvo conmigo. Y, desde luego sus cuatro parientes seguirán siendo vuestros esclavos guerreros para guardar esta casa y todos los bienes que hay en ella. Ayuda a Bom a elegir bien nuevos cachorros, para usarlos como considere mejor y tú enséñalos a ser perros fieles y edúcalos como tú sabes. Y cuando llegue el momento en que vosotros dos tengáis que pasar el testigo también, decidir quién de vuestros perros heredará el encargo de continuar manteniendo mi casa y mi jauría, para que ni una ni otra se extingan. Este otro dolor que ahora te trasmito lo guardarás para ti y no lo revelarás a nadie, ni siquiera a Bom, hasta que yo decida cuando deban saberlo. Será otro sufrimiento que deseo compartir contigo hasta el final. Y si es verdad que hay otro lugar, allí te estaré esperando y ya no hará falta un urinario para cazarte otra vez. Volverás a ser mío desde el primer instante y para siempre...Y mi corazón no se negará a seguir latiendo por ti... Te quiero, Julio... Te quiero... Y querría morir haciéndote el amor”.
El amo se deshizo en llanto y el esclavo no tenía palabras para consolarse los dos.
E hicieron el amor, agotándose en besos, caricias y sexo. Se amaron hasta el final, noche tras noche, con el alma y con el cuerpo, hasta que al entrar el otoño a Manuel le falló el corazón en los brazos de su amante, después de follar hasta el amanecer. Manuel respiró su último aliento con un beso y su leche se escurría por el culo de su amante manchando las sábanas.
De la boca de Jul, que en vano intentaba retener su semen en la mano, salió el suspiro postrero de Manuel.
Jul se arrodilló junto al cuerpo inerme de su dios y besó y lamió en la tela blanca la ultima leche que le regaló su amo antes de irse su alma.
El perro lloró lo poco que aún le quedaba y hubiese muerto allí mismo de pena si no fuese desobedecer a su dueño y señor.
Manuel vivió bien y murió de repente, sin dolor, amando al ser que más quería en este mundo. Se puede desear un final mejor?
La sábana con los restos del semen de los amantes sirvió de sudario para Manuel.
Y el fruto de su amor quedaba dentro de Julio, el amor de su vida. Su amado esclavo y el mejor de sus perros. Su adorado Jul.
Las cenizas del señor fueron llevadas por todos sus perros y siervos, que eran su verdaderos deudos, a la finca donde tanta veces disfrutaron juntos, y las esparcieron al borde del río y entre los árboles.
Ni Jul, ni Bom, ni ninguno de los perros fueron los mismos sin Manuel. Ni tampoco Adem ni sus cuatro parientes africanos.
Pero la vida continuó tal y como deseó Manuel, que parecía rondar entre ellos insuflándole energía a todos y ayudando a Jul a esperar el momento de volver a verlo y sentir la caricia de sus manos y sus besos.
Cada vez visitaba la finca con más frecuencia, para deambular por ella sin rumbo fijo, y el recuerdo de su señor le servía para sostenerle el corazón partido, hasta que su amo viniese a buscarlo y su cuerpo fuese suyo de nuevo, penetrándolo otra vez para follarle el alma.