jueves, 29 de diciembre de 2011

Capítulo 19 / La marca

Jul no sabía donde lo llevaban, ni mucho menos para qué su amo lo sacaba de la casa en compañía de Bom, tan bien vestidos. Este, sin embargo, si conocía el objetivo del paseo hasta la casa del amo Tano, puesto que ya lo había llevado allí su dueño en anteriores ocasiones.

La casa a donde se dirigían era una vieja ganadería abandonada, sita a las afueras de la ciudad, donde se reunían varios amos para marcar a sus esclavos, aprovechando que Tano tenía que fijar su impronta personal de propiedad sobre la piel de alguno nuevo. A Bom esa ceremonia lo estremecía y le erizaba el vello de todo el cuerpo y agradecía a su señor que no le gustase estropearles el cuerpo y la piel a sus perros con mutilaciones o señales permanentes.

También sabía que su amo iba sólo como invitado y nunca participara en la rapa y marcado de su ganado como el resto de los asistentes. Pero Jul estaba inquieto y no paraba de moverse en el asiento trasero del cuatro por cuatro que conducía Manuel. Bom, sentado a su lado, lo miraba y quiso tranquilizarlo poniendo su mano sobre la del cachorro a hurtadillas de su dueño, ya que nunca se hubiese atrevido a hablarle sin orden de su amo. Ambos muchachos sonrieron por su complicidad y volvieron sus caras al mismo tiempo hacia el cristal de su ventanilla como mirando el paisaje.

Las últimas casas dieron paso a los campos sembrados algunos, otros yermos o poblados de árboles, y tras un incierto número de kilómetros llegaron a la entrada de la casa del amo Tano.

Un portalón, rematado en medio círculo sobre el que se veía el hierro de una ganadería de reses bravas con herrumbre de años encima, les saludo al pasar bajo su arco y pronto estaban ante la puerta de una construcción, algo más conservada que el resto, que en su día debieron ser almacenes o establos.

Salieron del automóvil y siguieron a su señor saliéndole al paso un hombre fuerte, de unos cincuenta años, con vestimenta de faena pero sin pantalones ni camisa. Su cuerpo lo cubría solamente con un chaleco y unos zahones de cuero y botas camperas. Manuel lo saludó con un abrazo y con un gesto señalo a sus dos perros, como mostrándoselos a su amigo, que no era otro que el amo Tano.

Y al traspasar la puerta, Jul empezó a comprender que es lo que pasaba en aquel lugar. Se trataba de una fragua antigua, acondicionada para el marcado de reses, que ahora se utilizaba para hacer lo mismo con los esclavos. Miró instintivamente a Bom y éste le sonrió otra vez, queriendo decirle que no les pasaría nada malo yendo con su amo. En la misma entrada los dos perros se desnudaron y solamente sus collares adornaban sus cuerpos.

En el centro del recinto estaba colocado un yunque de herrero, encajado en un tajo de madera fuerte y con dos argollas, también de hierro acerado, incrustadas a cada lado. A un costado de ese prisma férreo, el fulgor de las brasas incandescentes de un pebetero, con hierros al rojo dentro, cortaban la respiración al más pintado.

Y formando un semicírculo se sentaban los amos, con los perros a sus pies, para ser testigos del marcaje de esclavos. También había cadenas con grilletes, que pendían de una gruesa viga, supuestamente para colgar a un puto perro y azotarlo brutalmente si intentaba resistirse a su destino de llevar por siempre el sello de su señor grabado a fuego en la piel.

Ese día se reunían media docena de amos que llevaban con ellos a varios esclavos, de todo tipo y raza. El anfitrión hizo los honores a sus colegas y repartió el turno para el grabado de perros, reservándose ser el primero. Marcaría a dos jóvenes mulatos que había adquirido hacía una semana tan sólo. A Manuel no lo incluyó en la lista, porque sabía de sobra su rechazo a estropear las pieles de sus preciosos cachorros, y dio comienzo la rapa y marcaje.

Primero les rapó el cabello a los dos perros mulatos y después ató sobre el yunque a uno de ellos, mostrando el culo del animal a los otros amos asistentes al acto. Y lo sujetó por la cintura con una correa bien apretada a la carne del muchacho y enganchada a lo aros de hierro del tajo de madera. Otros dos esclavos estiraron los brazos del chico, agarrándolo por las manos, y otros dos le abrieron las piernas, amarrándolas con fuerza para mantenerlas con los pies en el suelo.
Tano, se acercó al brasero y sacó uno de los hierros, encendido y humeante, en cuyo vértice se veía su emblema de ganadero. Una T encerrada en un círculo.


Y después de enseñarlo a los otros amos lo plasmó sobre una nalga del puto cachorro, que lanzó un grito desgarrador y se contrajo como un gusano al que un chiquillo clava en la tierra con una astilla.

El chisporroteo y el olor a carne chamuscada hizo que Bom viese para otra parte y Jul mirase a su amo con ojos brillantes, que pudieran interpretarse como de agradecimiento por no lo someterlos a semejante tormento, pero Manuel, atento a sus perros, le respondió clavando sus ojos en el fondo de los del muchacho y negando levemente con la cabeza. Porque solamente él comprendía el significado de lo que Jul le decía. Y por dentro murmuraba: “No... No amado mío. Aunque lo deseas no puedo atentar contra la piel de ese culo que nunca me cansaré de besártelo... Mi marca la llevarás en el alma. De ahí nunca jamás podrán borrarla”. Y volvió la vista al culo abrasado del joven mulato, que echaba humo como un cochino recién salido de la parrilla. El joven perro de Tano se había desmayado y tuvieron que retirarlo los dos esclavos que lo habían agarrado por las muñecas.

Jul miró al suelo durante el resto del herraje de esclavos y Bom casi sufría más que los propios perros una vez que los hierros de sus amos lucían en sus culos. Los azotes, las descargas o cualquier otro castigo de su amo no le parecía ni la mitad de terrorífico y doloroso que el ardor tremendo de un hierro candente quemando la carne y dejándole la indeleble cicatriz de una marca. Pensaba que el escozor tendría que ser insufrible y hasta se le encogía el pito sólo de imaginarlo. Era valiente, pero aquello le sobrepasaba el ánimo. Estaba seguro que su amo lo llevaba a ver eso con la intención de amilanarlo y arrugarle el alma por lo chulo que se ponía con otros perros cuando había pelea.

Ya quedaba un esclavo solamente por pasar por el yunque y Jul miró a su amo otra vez, casi llorando. Manuel estuvo a punto de levantarse y arrearle un hostión que le pusiese la cara del revés, pero se contuvo y cerró los ojos. “Jodido cabrón!, pensó. Será posible con este puto masoca de la hostia!... Me está rogando que lo marque!. Y su piel no se la estropeo y menos en el culo... Y si no es por el hecho del dolor y el sufrimiento?... Si realmente quiere sentirse mío hasta el punto de que le imprima mi sello en el cuerpo así como lo lleva en su corazón?... El puto niñato me vuelve loco.... Por que no será tan simple como este guapo mastín que tengo a mi lado!. Y mira que cara pone el cachorro de los cojones. El mismo se pondría corriendo sobre el tajo para que le grabase a fuego todo mi nombre, letra por letra, sin necesidad de atarlo con correas. Y es tan guapo el muy hijo de perra y se entrega de tal modo, que me tiene emputecido y enchochao, el puñetero cabrón!”.

Y el último amo finalizó la faena con el tercero de los esclavos que llevó en esa ocasión. Y Tano dio por terminada la jornada de trabajo, para distraer el hambre con un buen jamón y otros embutidos y quesos, regado con excelente vino de la tierra. Pero, simplemente por cortesía, dijo: “Manuel, amigo mío, como siempre supongo que tampoco esta vez harás uso de tu hierro. De todas maneras sabes que también está en el brasero, por si acaso”. A estas palabras siguió un silencio pesado como el mismo yunque y espeso como el olor del humo de la carne quemada, cuyo sufrimiento ya atendían en un rincón otros esclavos. Jul no había apartado los ojos de los de su amo y Bom los miró y por primera vez sospechó algo. No podía ser cierto, se dijo para sí mismo el mastín. Mi amo no le hagas caso al cachorro, suplicaba en silencio pero empezando a llorar. No nos marques por piedad, decía su corazón.

Y Manuel habló: “Lo voy a usar”. Bom se quedó más tieso que la mujer de Lot huyendo de Sodoma y el cabronazo de Jul esbozó una sonrisa cerrando los ojos. “Por cual quieres empezar?”, pregunto Tano. “Sólo marcaré a uno”, contestó Manuel sin sacar la vista de la cara del cachorro. “Cual de los dos?”, insistió el amo Tano. “Este”, dijo Manuel señalando a Jul, y añadió: “Todos sabéis que nunca fui partidario de dejar cicatrices sobre el cuerpo de mis esclavos y que Adem siempre ha conseguido que no quedase impreso en ellos ni el látigo ni la fusta, pero a esta zorra hay que atarla en corto y marcarla por si acaso algún cuatrero intenta robármela... Por eso la señalaré para siempre con mi hierro, que va a tener el privilegio de estrenar, y no hace falta que lo ponga nadie sobre el yunque. Yo mismo lo llevaré y lo marcaré ayudado por mi otro esclavo... Vamos Jul. Y tú, Bom, acompáñanos”.

El dolor del corazón de Manuel era tan inmenso como la alegría del de su cachorro por el regalo que su amo iba a hacerle. Y ciertamente no buscaba el dolor físico de una quemadura en su carne, sino la satisfacción de reflejar en su piel la marca de su señor, que ya desde el primer día llevaba en su espíritu de perro esclavo.

Manuel comprobó su hierro y en su punta ardía una pequeña eme en arco y sin picos, coronada por un triángulo invertido, que humeaba incansable, y lo volvió a introducir en el fuego. Esta marca era la que Manuel aún no había puesto a ninguno de sus perros:
Ѫ
El amo sentó a Jul en el hierro acerado del yunque, aún caliente por el vientre de los antecesores, y le dijo a Bom que se colocase detrás del cachorro. Al mastín no le pasaba la saliva por la garganta y las lágrimas corrían desbocada por sus mejillas. Jul estaba sereno y sólo tenía ojos para ver los de su amo. Manuel, le dijo al cachorro que se echase hacia atrás y se agarrase fuertemente a la cintura del mastín y alzase las piernas todo lo posible. Y así lo hizo. “Ahora (añadió mirando a Bom) sujétale las piernas por los tobillos y no permitas que las mueva para nada. Y cuando yo te diga se las separas del todo, tirando de ellas para atrás, obligándole a levantar más el culo y enseñar bien el ojete. Y el perrazo así lo hizo también.

Manuel pasó los dedos por la piel de Jul, justo en medio de la entrepierna, debajo de los huevos, en ese corto espacio que va hasta el ano, como caminando sobre la ligeramente abultada costura que separa las dos mitades del cuerpo. Y todos supieron donde iba a marcar a su cachorro con aquel ardiente emblema.

Jul cerró los ojos. Bom no quería ver, pero tenía que mantener al cachorro quieto, y Manuel cogió su hierro y sin pensarlo dos veces impactó con la letra al rojo en la entrepierna del muchacho, que levantó los párpados de golpe, al igual que su pene erecto. La carne del chico chisporroteó y éste ahogó un chillido en su garganta. Soltó unos chorros de semen sobre su pecho y se desvaneció con los ojos en blanco. El chico, inconsciente ya, se meó encima del vientre. Bon no podía reaccionar y el olor dulzón a chamusquina le embotaba el olfato. Manuel, tiró el hierro al suelo y se abalanzó sobre Jul abofeteándolo en al cara y haciendo que volviese a este mundo.

Entonces, con los ojos inyectados en sangre y lágrimas, el amo, como poseído por un ser infernal, sacó la verga, tiesa como un obelisco, y poniendo las manos en los muslos de su mascota, delante de toda la concurrencia, lo penetro y lo folló, hasta vaciar su propio ser, mirando fijamente los rebordes negruzcos de la yaga enrojecida, que formaban la letra de su nombre con un triángulo clavado en su centro. Era el testimonio imborrable de la herida que el amor de su perro predilecto le había causado en el corazón.

Jul estaba exhausto y ya no podía distinguir si el escozor procedía de su entrepierna o del agujero del culo. Sólo se percataba que le dolía y que su alma estaba plena de gratitud a su señor. Manuel hizo una señal a Bom para que soltase al chico y lo cogió en brazos, medio inerte, diciendo: “Tano, donde puedo curarle la herida y aliviar su dolor”. Y el otro amo contestó indicando una puerta: “Ahí tienes la enfermería”. Manuel le dio las gracias y le dijo a Bom que fuera con él a atender a Jul.

El resto de los amos y sus esclavos, incluso los doloridos por las quemaduras, guardaron silencio al ver salir a Manuel con sus dos perros. Manuel depositó a su cachorro sobre una camilla y le ordenó a Bom que fuese a recoger la ropa para irse a casa. Solo con el muchacho, el amo alivió la herida con pomadas y la cubrió con un apósito esterilizado, al mismo tiempo que le susurraba: “Eres un puto cabrón, jodido!... Has logrado romperme los esquemas, muchacho. Tendría que matarte para librarme de ti, pero te amo... Sí!. Has conseguido lo que nunca hubiese logrado otro. He perdido los papeles ahí dentro por tu culpa....Y no te sonrías, hijo de perra, que te rompería la cara de una hostia.... Pero esto te va a costar muy caro. Ya lo verás, so zorra...Sé como castigarte y tú lo sabes también... Pero ahora sólo puedo besarte y decirte otra vez que te quiero... Jul, me has sorbido el coco y no podré librarme de ti jamás”. El chico no dijo nada, pero su sonrisa y la alegría de su mirada no necesitaban palabras y se dejó besar por su amo.

“Ya estas aquí, Bom. Vístete y guarda la ropa de Jul. Lo llevamos envuelto en esta sábana. Durante el camino a casa, recuéstale la cabeza sobre tus muslos y te permito que le hagas alguna caricia”. Le dijo el amo a su mastín, que le respondió como un niño al que le acaban de regalar un juguete: “Sí, mi amo. Lo cuidaré bien. Ha tenido que dolerle mucho, mi señor!. “Bom (contestó el amo), tuvo lo que se merecía. Y además se lo ganó a pulso, el muy cabrón”. “No le castigues más, amo”, añadió el noble perrazo angustiado. “Por esta vez te perdono que hables sin preguntarte y digas una impertinencia sobre lo que no está en tu mano evitar, pero con esta puta no sirven los látigos ni los otros castigos que tu piensas... No sufras por él, mi fiel Bom. Ya sé que le quieres”. Le respondió el dueño a su leal mastín y partieron hacia su casa.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Capítulo 18 / La salida

Después de la fiesta del cumpleaños de Manuel, siguió un período de tranquilidad en su casa y diariamente disfrutaba con sus esclavos, cada vez mejor entrenados y adaptados, no sólo a su condición de seres inferiores sino también a los gustos y deseos de su señor.

Jul, había comprendido su posición entre los otros perros y aceptaba sin reservas tanto la amistad de Bom y la divertida compañía de Geis, como el apego que Aza le demostraba desde el momento en que se unió a su hermanos de condición en la perrera de Manuel. Es verdad que el amo usaba al joven negro con frecuencia, pero la mayor parte de la noche, cuando ya se retiraba a su dormitorio, la reservaba para Jul. Indiscutiblemente el cachorro seguía siendo la mascota de Manuel.

Por su parte, Bom, se acercaba cada día más a Adem, a quién ya no temía, e incluso el amo le permitía que ayudase al sirviente en algunas de sus ocupaciones. No es que el señor hubiese autorizado al fiel mandinga que usase al muchacho, pero sabía que para el sirviente el mastín era especial entre los cachorros de la casa. Adem quería al chico con esa mezcla entre amor paterno y atracción incestuosa por el hermoso hijo que la naturaleza quiso regalarle. Aunque en este caso, de regalárselo alguien sería su señor. Cosa harto difícil conociendo el cariño que sentía Manuel por el chico y las satisfacciones que le daba ese mastín.

Geis, desde la noche de la orgía en la que el amo cató al joven negro en la cueva, seguía a Aza siempre que podía y le dejaban. Para una perra viciosa, un buen rabo tira mucho.

El amo, se complacía viendo a sus cachorros, bellos, sanos y fuertes, que vivían con la misa intensidad los momentos de ocio y descanso como las sesiones de adiestramiento y sexo. Aunque Bom todavía no lograba superar el golpe a su orgullo de macho que le había causado la fabulosa potencia viril y energía del joven Aza follándose a Geis. Como tampoco éste último podía dejar a un lado el recuerdo de tal experiencia.

Era aún temprano cuando Manuel despertó a su mascota con un pollazo que lo atravesó hasta el colchón. Y, después de ventilárselo, pero sin dejar que circulase el aire en el interior del perro, porque le taponó bien el agujero del culo, le dejó el recto encharcado. Primero con su semen y, sin sacarle la chorra ya flácida, con la primera meada mañanera, cargada y cuantiosa, que obligó a Jul a apretar con fuerza el esfínter, igual que la almohada con las manos, para no cagarse hasta que su amo le autorizase levantarse de la cama. Y Manuel dijo: “Venga, vago cabrón, en pie y afloja el culo en la taza, que como mojes o manches las sábanas te breo y no vienes conmigo al campo”.

Al campo?. Había oído bien Jul? Desde que su dueño lo encontró en los urinarios del parque no había vuelto a pisar la calle ni salir de la casa para nada. Sería posible que su señor lo llevase al campo? Y para qué? El chico no necesitaba ni quería salir del lugar donde encontrara la felicidad suprema de servir a un ser superior, que era su dios desde entonces. Para qué otro escenario distinto al de la casa de su amo. Esas paredes eran como el refugio seguro para un pobre perro callejero, que un día lo recoge un amo generoso y lo hace suyo, cuidándolo y manteniéndolo a su lado.

Pero jamás osaría importunar a su señor con explicaciones a sus dudas o temores. Lo seguiría al infierno si Manuel se lo ordenaba. Y para más de un perro el lugar donde lo llevaría su amo era demoníaco o cuando menos terrible.

Manuel estaba contento y bromeó con sus cachorros mientras desayunaba, arrojándoles, como de costumbre, alguna galleta o dejándosela entre los dientes para que la devorasen apoyando la cabeza en el suelo. Y se dirigió al sirviente: “Adem, después de comer me voy a la casa del amo Tano y regresaré mañana. Me llevo a los dos mayores. Ya me entiendes. Geis siempre será el más pequeño de todos, independientemente de su edad”. “No era necesaria la aclaración, señor. Entiendo perfectamente.”, contestó el sirviente. “Sí. Lo sé... A ti nuca se te escapa nada”, replicó Manuel, añadiendo: “bien. Prepárales vestimenta adecuada…A Bom, silp blanco de algodón, que esa verga y ese culo merecen un respeto. A Jul, otros más vistosos y ajustados, que inciten a follarlo haciéndolos jirones... Un vaquero apretado y raído de chulazo al perrazo y otros bien puestos, de cintura baja, para que Jul luzca la goma de los calzoncillos de marca. Y los dos con deportivas de esas por las que se mearía de envidia cualquier mariquita de diseño”. “ Y con qué le cubro el pecho, señor?” preguntó Adem. “Ah, sí… Es verdad. Por ahí fuera no es costumbre llevarlos sin algo encima... Bueno… Un par de camisetas que les marquen los pectorales, pero sin exagerar... Y nada de cinturones, que los pantalones no se les caen a ninguno de los dos… Esas nalgas bastan para sujetarlos”.

“Algún adorno más, señor?”, volvió a preguntar el criado. “Estos no necesitan más adornos que ellos mismos, Adem”, dijo el amo. Y terminó con una última indicación: “Adem, déjalo todo en mi habitación que yo mismo los vestiré”. “No sería conveniente demorarse demasiado, señor. Porque hasta la casa del amo Tano hay un buen trecho”, le advirtió el sirviente. Y Manuel se dijo para sí mismo: “Jodido negro!...y si me los follo qué!...Por supuesto que lo haré y me da igual que sea viéndolos en calzoncillos o ya con los pantalones puestos. Se los bajo y les dejo el culo que hacen ventosa en el asiento del coche para mayor seguridad durante el trayecto. Y además van encantados con el sabor salado de mi semen en la boca. Pues claro que me los voy a follar!...Faltaría más!...Y aceleraré luego. Y si me ponen una multa, que se la metan por el culo porque me da igual”.

Y claro que le daba lo mismo todo ante los culos de sus esclavos. Pero lo que sí tiene importancia para un amo, es controlar a sus esclavos en todo, incluso en lo que pueda parecer una nimiedad. Debe anularlos como seres humanos y reducirlos a simples animales, guiados por los propios instintos primitivos de la especie llamada hombre, bajo la permanente custodia y vigilancia de su dueño. Por eso hay que domarlos y su adiestramiento tiene que ser permanente y completo. Un entrenamiento radical que corrija sus querencias y malas inclinaciones hasta que sólo sean un mero reflejo de su señor, que es la luz que los alumbra y el aire que por su magnificencia y autorización expresa inhalan para no morir de asfixia.

Tras el refrigerio, lo mejor era dedicar la mañana al ejercicio y Manuel se dirigió al gimnasio con todos sus perros. Como siempre, cada uno se dedicó a realizar las tablas gimnásticas que tenían fijadas por el amo, bajo su supervisión, y al cabo de media hora los ojos de Manuel estaban fijos en los glúteos de su nuevo cachorro que hacía abdominales estirado boca a bajo en el suelo. La carne negra de las nalgas del joven se contraía con cada elevación del tronco y parecía que sus muslos crecían al cargar el peso sobre los dedos de los pies. El amo veía los músculos de los brazos del chico, tensos y fornidos, recorriendo su propia longitud sin merma en su rendimiento.

El cachorro era un verdadero hallazgo. Una buena adquisición, sin lugar a dudas. Manuel estaba seguro que le iba a dar mucho juego en todos los campos. Como semental ya lo había demostrado con creces cubriendo a Geis y como pasivo dominado por otro macho, además de la experiencia de su desvirgue, tampoco se había portado mal al ser ensartado en la cueva. Y Manuel no lo pensó más. Se fue hacia el joven cachorro, lo agarró por las caderas y tiró de su cuerpo hacía arriba, dejándolo de rodillas, y lo enculó por detrás sin más historias.


Ni saliva le puso en el agujero. Lo taladró como si su verga fuese un berbiquí y le ajustó las clavijas internas, apretándoselas mejor que lo haría un torniquete. Aza se estremecía entre el dolor del puyazo y la fricción continua que la polla del amo le daba en las mucosas del recto, pero se abría de patas impulsando el culo para atrás engulléndola totalmente. Manuel montaba a su potro a pelo y sin bridas como sólo un consumado jinete sabe hacer. Y el negro cachorro respondía a los empujones y giros del amo como un pura sangre. Los otros perros continuaban los ejercicios impuestos, haciendo esfuerzos para contener el semen en sus cojones y no ver como su dueño jodía al novato de la jauría. Al rato Manuel desmontaba y salía del ano del cachorro un reguero de esperma, que formaba otra mancha en el suelo algo separada de la que se podía ver bajo el cuerpo del perro.

Y al terminar la comida, Manuel les dio por el culo a los dos cachorros mayores, cuando los vestía, y en la boca de ambos repartió su leche, después de sacar la verga del agujero al segundo que le bajo los pantalones. Es decir a Jul.

Cuando por fin estuvieron completos, el amo dio una vuelta al rededor de los cachorros y dijo: “Qué guapos estáis, hijos de puta!” Se tiró a sus bocas para darles un morreo y se fueron los tres a la casa del amo Tano a las afueras de la ciudad.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Capítulo 17 / La calma

Bom cerró la puerta de la cueva y amo y esclavo quedaron solos mirándose las caras frente a frente.

“Serás hijo puta, Jul. Por qué sigues celando de tus hermanos?. Mejor dicho del nuevo, porque el otro, el chulo de Bom, si que te hace gracia, el muy mierda. Crees que no me di cuenta de como le tiraste de los huevos?. Fue por si había suerte y se los arrancabas, cabrón?. Contesta cuando te pregunto, hijo de perra!”. Gritó Manuel, descargando sobre Jul un castañazo que si le acierta mejor le jode la cara. “Sí, mi amo”.

“Ah sí?. Y encima lo confiesa el muy cabrito de mierda!”, replicó Manuel. Y prosiguió: “Debería hostiarte esa puta cara hasta desfigurarla, puto niñato de los cojones!. Pero eso es lo que te gustaría porque eres un jodido masoca. Es eso?. Es lo que le envidiabas al negro esta noche?. Querías estar en su sitio y que te perrease a ti. No es así, perro cabrón?... Habla o te dejo hecho un escuerzo aquí mismo, cacho maricón!”. “Si, mi señor”, musitó el chico.

“Esto es la leche en vinagre. Sólo tienes vicio en el cuerpo. La madre que parió a este imbécil!... Tendría que estrangularte por zafio....No ves lo que te rodea, verdad?. No te das cuenta de que todos te miran con ojos obscenos. Que te comerían a pedazos y muchos de los que hoy están aún ahí arriba darían un brazo por follarte ese culo de adonis que tienes. Estoy tentado de entregarte al mejor postor y librarme de ti de una puta vez”. “No. No. Mi amo, no. No me dejes. No me vendas. Me moriré sin ti, mi señor”. Gritó Jul histérico. Y otra leche en la cara, acompañada de las palabras del amo, volvió a una cierta calma al muchacho, que se protegió con las manos y bajo la vista al suelo: “Cuantas veces he de decirte que no abras la puta bocaza sin preguntarte, desgraciado?. No llores!. Joder!. Marica, que pareces una nena lloromiqueando a todas horas!. Leche!... Ven...Siéntate en mis rodillas”. Y amo y esclavo se acomodaron en el banco, uno encima del otro.

Y Manuel, serenamente, sin gritos, habló sosegando al muchacho: “Cómo me voy a separar de ti, cabrón. Aún dudas que te quiero?. Que necesito verte y tocarte a todas horas. Mi niño. Mi pequeño muchacho. Eres mi amor y lo malo es que lo sabes...No me mires así. Esos ojos me matan. Por qué eres tan guapo?. Lo sé, eso ya no importa. Es tu ser el que me tiene agarrado por los huevos”. Y mientras hablaba mecía al chico que se abrazaba fuertemente a su cuello con ambos brazos. Jul ya no lloraba ni tampoco sonreía. Sólo soñaba despierto, subido a una nube imposible. Y escuchó de nuevo a su señor: “Nunca pude imaginar que llegaría a esto, pero aquí estoy, mimando a un puñetero cachorro que solamente es una repugnante lombriz a mi lado. Un insecto que debí aplastarlo hace tiempo en cuanto vi sus artes. Y no lo hice y ya es tarde para eso. Jul. Qué voy a hacer contigo?...Contesta y no me obligues a cascarte otra vez”.

Y Jul contestó: “Mí señor. Haz conmigo lo que desees. Soy tuyo y no quiero ser más que un gusano a tus pies para que me destruyas si ese es tu capricho”. “Jodido niño!”, añadió Manuel y siguió: “Que te destruya como a un gusano!. Y luego qué?. A sufrir al no tenerte?. A joderme dando cabezazos por las esquinas?. Eso es lo que pretendes, maricón de mierda?”. “No mi señor...Eso no”, saltó Jul aún si permiso para hablar. “Pues di lo que sientes, memo!”. Volvió a vociferar Manuel. Y Jul se atrevió a decirlo: “Te amo, mi señor. Desde que te vi no pude dejar de quererte y pertenecerte por entero. Eres mi único sentido y fin para vivir. Y si he de perder a mi amo prefiero morir”. Manuel miró dentro de los ojos del chico y añadió: “Di mi nombre...Quiero oírlo en tu boca con el sonido de tu voz. Di mi nombre, Jul”. En un minuto solamente hubo silencio y el muchacho lo rompió obedeciendo a su señor: “Manuel. Ese es el nombre de mi amo...Manuel. Mi dios y señor”. Y el amo cerró la boca de su esclavo con sus labios en un beso profundo sin lujuria, sin lascivia, sin vicio. Sólo el amor entre dos hombres que la vida los colocó en posiciones de dominio diferentes, pero que el alma del superior supo unirse al espíritu del sometido, elevándolo hasta formar un único ser con su dios.

Y Manuel levantó de sus rodillas a su esclavo y besando su mano le musitó al oído: “Julio vamos a hacer el amor hasta el amanecer”. Y salieron de la cueva abrazados como dos amantes.

La cama fue el mudo testigo de aquella pasión. De su fuego y el ardor que consumía el alma de los dos. Desnudos, relajados y felices, se entregaron uno a otro sin reservas de ningún tipo. Manuel exigió a Jul que dejase a un lado su condición y diese rienda suelta a su deseo y a su amor. Por esa vez quería a su amante entero, libre decidido a complacer y complacerse en un torbellino de sexo desenfrenado y cargado de ternura y comprensión entre los dos. Manuel necesitaba sentirse deseado y querido sin miedo, sin obediencia ciega, sin obligación de satisfacer su capricho. Simplemente querer por querer y deleitarse en el placer de su amado, como su amado en el suyo. Daba igual quien llevase la iniciativa o como se desencadenase la fuerza de una pasión retenida y amordazada hasta ese momento.

Se abrazaron y se mordieron la boca, comiéndose la lengua y los labios, confundiendo su saliva en un mismo sabor. Sus olores eran un incentivo para su deseo buscándose el punto más atractivo para su olfato y su imaginación de sueños eróticos. Aun cerrando los ojos, sabían por el gusto donde estaba su lengua en cada instante y Manuel se perdía entre las nalgas del chico sorbiendo su ano y lamiéndolo con un ansia desmedida.

Puestos al contrario uno sobre el otro, se besaron la polla y fueron recorriéndolas con la punta de su lengua, jugando con la entrada de la uretra antes de cobijarlas en su boca para masajearlas con las más intensas chupadas. De las vergas a los cojones, cosquilleándolos a besos y mojándolos de saliva para amasarlos mejor en sus dedos. A Jul le ponía ciego que Manuel recorriese despacio ensalivando la sutil costura que une el escroto con el ano y meterle toda la lengua en el esfínter intentando alcanzar su próstata.

El muchacho se derretía y su corazón latía sin control. Jadeaba y su respiración era sincopada y profunda. Y el sudor le caía por la frente y bajaba desde la nuca por el centro de la espalda, filtrándose por la raja del culo hasta el agujero, rosado y tan redondo y jugoso que aún parecía el de un niño. Las manos de Manuel no sabían por que lado sobar los muslos y gemelos del chaval, casi sin vello, perfectos y suaves al tacto. Sin embargo al chico le gustaba enredar las yemas de sus dedos en el vello de su amante. Sobre todo en su pecho, en su entrepierna, en su vientre y en aquellas piernas fuertes que cientos de veces lo sostuvieron mientras lo hacía saltar sentado en su verga rotunda y gruesa, que tanto mamó. Manuel solía ir casi siempre mal afeitado y a Jul le encantaba el roce de su barba en sus mejillas, raspándole el mentón cuando buscaba su cuello para morderlo.

Era su hombre. Su macho. El único que le hizo sentir pasión y placer. Y dolor. Con él llegó al éxtasis del sufrimiento y el sublime deleite del refinamiento erótico. Su amante le decía a veces que era un puto masoquista, pero era el dolor o el sufrimiento en sí lo que disparaba sus neuronas a alturas insospechadas. Era Manuel y su morbo el que lo subyugaba hasta perder el sentido y la sensibilidad. Su sistema nervioso no transmitía al cerebro otra cosa que no fuese el gozo sin fin de ser el placer de su amante. Y en eso no era posible el sufrimiento ni la tortura. Sólo el gusto de estar en manos de su amor. En las manos de Manuel, prendido en sus dedos largos y huesudos, adornados de un vello adorado.

Y se amaron con toda su vida, su juventud y su experiencia. Con todos sus sentidos y su corazón. Manuel lo puso sobre la cama panza arriba para poder besarlo en la boca. El muchacho colocó sus pies en los hombros de su amante y, con la manos, separó sus nalgas ofreciéndole el agujero, que se movía palpitante incitando a Manuel para entrar a saco dentro de su amor. Un pene hinchado de pasión y crecido de ansias de poseer, se apoyó en el sonrosado ojete del chaval, del que caía un leve hilo de jugos, y con pausado tino fue abriéndose camino en la carne de Jul, que recibía aquel pene con bienvenida de caricias al pecho de su amante y lamiéndolo con ligeros movimientos de su recto a cada milímetro que entraba en él. Era la penetración más gloriosa que nunca habían sentido ninguno de los dos. Jul encarnado en Manuel y éste en su maravilloso amor.


Los testículos de Manuel notaban como se hundía hacia dentro el ano del chico al empujarlo para llegar al alma del muchacho. Y el chico, hambriento de su amante, lo atraía aún más apretándole las nalgas hacía la entrada de su ser. Y la presión en el culo del chaval aumentaba y la ciega furia del macho crecía con cada apretón que su ímpetu salvaje le daba. Y llegó el culmen del acto más humano del hombre. Derramar con su ser amado la semilla de sus propias vidas, fecundándose los dos en su amor.

Jul acarició la espalda de Manuel, que rendido sobre el pecho del muchacho, buscaba su boca para no terminar de besarse nunca. Y Manuel le preguntó: “Peso un poco, verdad?”. “No”. Contestó Jul. Y por primera vez se quejó: “Pero me duele el culo porque me lo has destrozado, cabrón”. “Sí?”, preguntó otra vez Manuel. “Sí. Pero si aún te quedan fuerzas jódeme otra vez, porque me encanta cuando me das con tanta mala leche”. “No es mala leche, jodido”, replicó el otro. “Lo sé. Pero quiero que me partas el culo otra vez antes de amanecer”, exigió Jul. “Es un capricho?”, insistió Manuel. “Es lo que más deseo en esta vida. Y ya que no es posible preñarme, deshaz este puto agujero que sólo quiere tu pollón taladrándolo como un martillo neumático”. “Lo que te voy a dar es en los morros con la verga como si fuese un martillo pilón, crío degenerado!..Hummmmmm. Mi pequeño vicio y mi cachorro querido. Te quiero. Te amo Julio. Y no te lo diré más veces porque yo soy tu amo y tu mi vil y puto esclavo. Que no se te olvide, so perro cabrón!”. Soltó Manuel. “Sí, mi amo”. Contestó el cachorro a su amado amo y señor.

“Y jamás olvides que los otros son tus hermanos y mis putos perros. Y a ellos también he de usarlos porque son míos y porque no sólo los quiero también, sino que además me hacen feliz viéndolos y sirviéndome de objetos de placer. Y no serán los únicos que entren en esta casa a mi servicio. Tenlo claro y nunca pierdas los papeles conmigo. Me has entendido de una puta vez, puto cachorro del infierno?”. Le dijo Manuel a su amada mascota aleccionándolo para el futuro. Y él volvió a bajar los ojos al suelo, sonriente y satisfecho diciendo: “Sí, mi amo. Ellos y yo somos tuyos y si tú lo ordenas yo mismo te traeré otros perros para tu casa y tu capricho, porque sé que siempre seré tu mascota. Tu esclavo más sufrido y el más sensual de toda la perrera. Sí, mi señor. Será como tú mandes a tus siervos y perros”. Jul, al fin lo tuvo claro, porque el amo, aunque crea en algún momento otra cosa, no precisa de un esclavo en concreto, pero un puto perro esclavo siempre necesita de su señor.

Jul nunca tendría que temer por su amor. Su dueño era su padre, su amante y su dios. El primero y único amo en su vida.

Y por fin la calma reinaría en la casa de Manuel.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Capítulo 16 / La cata

Al encenderse la luz, al joven negro le costó acostumbrarse a ella, pues Adem lo había dejado a oscuras en la cueva, sin más compañía que el frío de los barrotes de hierro de una pequeña jaula en la que sólo podía sentarse o ponerse a cuatro patas como un perro.

Vio acercarse al amo con sus tres perros y sonrió porque al fin venían a buscarlo. Sí. Su dueño venía pero para usarlo y someterlo a su voluntad. Y con él los otros cachorros, dos en pie y el tercero gateando como una gata feliz y juguetona.

Manuel ordenó a Bom que soltase al prisionero y se lo trajese andando sobre sus cuatro patas, como correspondía a un cachorro aún sin domesticar. Y para evitar aullidos estridentes y molestos, lo amordazaron con una bola sujeta con una correa abrochada en la nuca y volvieron a colgarlo del techo por los pies, pero permitiendo que apoyase las manos en el suelo. El amo lo balanceó, haciéndole perder el apoyo, y le gritó: “Dóblate y trepa, mierda del carajo. Agárrate a los pies si no quieres que la sangre te salga por los putos ojos”. El chico, demostrando una agilidad propia de un felino, tomó impulso y al segundo intento alcanzó sus piernas con las manos y en segundos se asía con toda su alma a las correas de los tobillos. “Bien, cabrón. Voy a catarte y creo que aprenderás más rápido de lo que imaginaba”. Sentenció Manuel, y siguió: “Haré de ti el mejor trozo de carne para sexo que haya existido nunca....Bom, engánchale las muñequeras a las de los tobillos...Rápido, maricón, que te voy a cortar la pelotas como no te des más prisa...Así...Venga, pon el barreño grande debajo y apártate. Y tú, Jul alcánzame la manguera”.

El amo le retiró a Aza el tapón anal e introdujo el pitorro de la manguera por el ano, ordenándole a Geis que abriese el grifo a la mitad. El agua inundó el recto del cachorro y al sacar el pitón soltó un par de chorros casi sin restos orgánicos, acompañados por tres redobles de pedos, para terminar con otro chorrito y una traca final. Sin duda el perro ya estaba limpio para complacer a su amo.

Manuel había decidido que sus cachorros fuesen sus asistentes durante la primera sesión a que sometía al nuevo perro, a fin de que de se modo lo admitiesen cuanto antes como un hermano. Sobre todo Jul, que había temido que fuese un competidor que lo apartase de su dios.

Y entonces el señor dijo a su mastín: “Bájalo hasta que su culo llegue a la punta de mi polla...Así....Un poco más...Eso es...Y ahora vamos a ver como tomas por el culo”. Y lo empitonó con la verga de un empujón, levantándolo con sus piernas. Parecía un ovillo de hilo negro pinchado en una aguja gorda de coser lana. Sonó “plof” y los ojos del chico chillaron lo que su boca sólo pudo mascullar. Y su dueño se ensañó fornicando su ano de una manera brutal. Los otros cachorros miraban atentos, esperando los temblores de su amo indicándoles que los huevos le quedaban vacíos. La follada fue larga, pero terminó como estaba previsto y ahora lo que salía del culo del negro era el semen del dueño. El del muchacho se quedó entre sus muslos y el estómago, que es donde tenía aplastada la polla.

Y resonó potente la voz de Manuel: “Bom, ponlo en el jodido suelo y desengancha a este puto que ahora viene lo mejor...Bien....Ven aquí, pequeño que aún no terminamos por hoy”. Le apresó la cabeza bajo su brazo, apretándole el cuello con los músculos y con la paleta de cuero le dio una zurra en las nalgas, que por ser negras su color no podría competir con una plancha al rojo vivo, pero el calor de su carne no envidiaba al de la resistencia de un brasero. “Y ahora (dijo el dueño) comprobaré tu aguante....Acerca ese banco, Bom....Súbete, zorra! (le dijo al negro). A cuatro patas, puto de mierda!. Tú sólo usarás tus puñeteras manos para caminar, cabrón del carajo!”. Y le asestó otra manta de hostias por todas partes. Jul contemplaba impertérrito como si en el fondo viese en todo aquello su venganza sobre el intruso, aunque realmente envidiase aquel trato si venía de su señor.

“Bom ponte detrás y tu Jul por delante”. Gritó el amo y continuó: “Cálzalo, Bom... Sin piedad. Como un macho bragado ha de cubrir a un perra. Clávasela hasta que le llegues al ombligo por dentro... Ponte de rodillas y que la muy zorra se entere bien que le están dando por culo. Así, joder!. Así Que oigan los de ahí arriba los golpes de tus cojones en su agujero. Y tú, Jul haz lo mismo pero por la boca de esa guarra....Venga y ni lo pienses!. Atragántalo con tu capullo, hostia!...Eso es...Agarralo por la orejas y que respire por los ojos si no puede por otro sitio. Dale, coño. Dale...Joder! Qué par de cabrones estáis hechos, so maricones. Lo vais a reventar!. Has visto Geis como le dan caña al negrito?. Ya te gustaría estar en el sitio de ese jodido cachorro. Verdad, puta?...Contesta cuando te hablo, nenaza de los huevos!”. Y le propinó unos coscorrones de esos que escuecen de cojones. “Sí... mi... amo”. Respondió Geis lacrimógeno. “Ya te llegará el turno a ti también”, le garantizó su jodido dueño.

El joven negro recibía por proa y popa dos vendavales encontrados, que si no hiciesen corriente de aire en su interior y se le escapase un gas a intervalos, reventaría como un globo demasiado hinchado. Pero la naturaleza le había dotado de una resistencia y elasticidad que su vientre y estómago se adaptaron pronto, no sólo a los embates furiosos de un ciclón con dos epicentros, sino también al desembarco masivo de dos ejércitos de espermatozoides que, avanzando en sentido opuesto, pugnaban por enfrentarse dentro de su cuerpo, mientras que los suyos abandonaban el campo por la retaguardia y a través de su pito. Bom se portó como un verdadero semental de una dehesa andaluza y Jul despachó su amargura aporreando a chorrazos la boca del joven muchacho color bengué.

Por el momento iba surtido de nabo y leche, así que era el momento de someterlo a otra cosa. Y antes de darse cuenta ya estaba crucificado con la espalda pegada a unos maderos en forma de aspa y otra vez amordazado. Tocaba el trabajo de pecho, pene y testículos. Y Manuel se puso a ello sin dilación ni pereza.

Le puso en los pezones pinzas hemostáticas y le ordenó a Bom que las retorciese tirando fuerte de las tetillas del cachorro, que se estiraron como el chicle. Otras metálicas se las colgó de la punta de la minga y en ambos huevos, conminando a Jul a que tirase de ellas con ganas de caparlo. Y casi lo consigue si su amo no le da el alto. Aza se retorcía y respiraba agitado para sofocar los gritos que se apagaban en su boca embolada y con los ojos enrojecidos no paraba de lagrimear. Pero un perro ha de demostrar que puede soportar y vencer el sufrimiento para la satisfacción de su dueño y el chico lo estaba consiguiendo. También aguantó varias descargas en el recto, después que Manuel le metiese un dildo metálico grueso, conectado a una batería eléctrica, y por esta vez se libró de la sonda en el pito para la misma función. Luego dijo que lo bajasen de la cruz y destapasen su boca.

“Ahora te toca a ti, Geis”. Y el amo, después de decir eso, subió en sus brazos al amanerado perrillo y posó sus cuatro patitas en el banco donde Aza fuera emparedado (aunque quizás sería más adecuado decir empollado) por sus hermanos mayores. Y llevando al nuevo cachorro por el collar, siempre a gatas, lo subió por la retaguardia del otro y se dirigió a Bom: “Tú que conoces bien el oficio, sácale la cola a la zorra y coges la churra de Aza para enchufársela a ella en el culo, que ya tiene el coño en ebullición de ver tanto rabo tieso...Eso es...Joder!...Esta puta las absorbe. Con que velocidad la tragó a pesar de la talla que se gasta el jodido... Vale... Así. Y ahora dale caña a esa perra y si consigues dejarla grogui te ganas un premio. A follar, cabrón, a ver si eres tan semental como el hijo puta de tu hermano Bom”.

Aza solamente había metido el rabo entre las piernas pero nunca en un agujero y menos en un chocho hirviendo como el de Geis. La sensación del chico al penetrar un cuerpo produjo en su miembro una reacción de crecimiento y ensanche como nunca lo hubiese imaginado su dueño. Más por instinto que por la experiencia de lo que ya le habían hecho a él, el joven inició un movimiento horizontal de mete saca, dando la impresión que alguno se dejara su instrumento dentro del culo de Geis, saliendo injertado al manubrio del neófito cachorro, doblándole su tamaño.

“Hostias!. Menudo puto mandoble que tiene este hijo de perra”. Exclamaba Manuel: “Este destroza a la perra y se la saca por la boca... Jodido negrito!...No sé cuanta leche tendrán esos conjoncillos, pequeños y pegados al culo como los de un tigre, bueno, en este caso serían de pantera negra, pero si está en proporción a la lanzadera, tanto la cantidad como el disparo le llega al estómago a esta cacho puta oriental”. Geis se estaba volviendo loco con aquello dándole caña cada vez más rápido y sin rendirse al cansancio ni por un instante. El novato, alternaba el empuje con los riñones con giros sobre sus rodillas y balanceos de caderas en un remolino continuo. Era una auténtica revelación folladora la criatura. Semejante potro podría cubrir en un día una docena de yeguas, dejándolas a todas preñadas, porque el puto cabrito, sin sacar la polla, se corrió dos veces en media hora.



La viciosa perra no lo podía creer. Y los espectadores estaban asombrados de la energía y potencia sexual del muchacho. Antes de producirse la segunda lechada, Manuel le dijo a Bom: “Menéatela y dale tu leche a Geis, pero que no te la mame. Viértesela en la boca nada más. Y tú Jul, coge ese cuenco y ponlo debajo del culo de esta zorra, que ya debe estar llena como un odre. Y en cuanto la saque este animal de la sabana, recoge todo lo que salga, sin perder gota, que quiero ver cuanta leche da este joven semental. Si cumple como un jabato embotello semen para orgías”.

Y vaya si rindió. Cinco andanadas espesas y blanquísimas expulsó Geis por el ojo del culo, seguidas de unos pedorros y otras tres más. El, sólo manchó el tanga y se echó mano al trasero para tocarse el chochazo, que el joven cachorro se lo dejó como un bebedero de patos en tiempo de sequía. Manuel, pasó la mano por la testa y el lomo del negro y recogió el recipiente casi lleno de semen, diciendo: “Merece un homenaje!”. Y probó el contenido como catando un vino de crianza. Y continuó: “Ahora tú, Bom. Sorbe el fruto de tu hermano menor”. Y el mastín, humillado por el alarde del joven perro, bebió del cuenco. “Jul. Bebe”, le ordenó el amo. Y lo hizo jodido por no ser el jugo de su señor. “El resto es para ti, Geis. También te lo has ganado y ya vas cenado por esta noche”. Y con esa palabras Manuel puso la leche aún templada en el hocico del frágil cachorro, que de un trago se lleno las fauces relamiéndose con la lengua los restos en sus labios.

“Bom, llevate a los perros y que descansen, porque tu hermano menor se merece un buen sueño....Tú no Jul... Quédate que aún tengo que hacer algunas cosas contigo”.

Y sin decir nada más, el amo despidió a sus otros cachorros dejando grabada la intriga en la cara de Jul.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Capítulo 15 / La orgía

Las palabras de Manuel abriendo las compuertas para la orgía, sirvió de detonante para el desenfreno general de los asistentes a la fiesta, bajo el persistente control de Adem en cuanto a la intendencia, atención y servicio de todo aquel trajín.

En pocos momentos el olor a carne y sexo llenó gran parte de la casa, y por todos los rincones se veían cuerpos semidesnudos o totalmente en pelotas, que se cogían entre ellos sus órganos viriles para devorárselos a mamadas o clavárselos despiadadamente por el culo. Violencia, pasión, libidinosidad concentrada en espacios de escasos metros, que rezumaban pasión o simplemente lujuria.

Unos amos azotaban a sus esclavos riéndose de sus gritos y lamentos, para terminar violándolos amarrados a las columnas del patio donde los habían atado. Otros cedían a los suyos para que otros señores los probasen y aplaudiesen su adiestramiento. E incluso se montaban espectáculos en los que varios perros vigorosos se apareaban ante la complacencia de sus amos. O luchaban por parejas mientras sus dueños apostaban por el triunfo de los mejor entrenados para la presa.

También los había que sólo miraban lo que sucedía en su entorno, cambiando a veces de escenario, limitándose a que sus esclavos les chupasen la polla. Aunque más de uno, caliente como un burro sin montar hembra en tiempo de celo, enhebraba a un obediente y joven efebo sentándolo en el carajo.

La luna llena y los efluvios de tanto macho sudoroso, lograron que, al llegar la madrugada, se disparasen los ánimos de unos y otros y el aire viciado de semen se colase por sus dilatadas ventanas nasales, que resoplaban como locomotoras a todo gas, puesto que la mayoría tenía ocupada la boca con chorizos de carne magra y dura como la madera de boj. Ni en una bacanal de Tiberio en su residencia de Capri, habría una mayor confusión de piernas y brazos entrelazando los cuerpos de perros esclavos y de sus amos. Uniéndose a ellos los siervos traídos por Manuel para la fiesta, en absoluto despreciables para estas lides. Sin olvidar los sumisos sin dueño que habían sido invitados para utilizarlos como urinarios, con embudos en sus bocas o culos, o por ambos lados a la vez. Aunque algunos amos más comodones preferían usar como bacinilla la boca de sus esclavos y le meaban dentro sin moverse del sitio.

Entre lo más significativo podríamos destacar un par de actuaciones con más carga de morbo y erotismo, como la de un amo joven que, totalmente en bolas y excitado como sus cuatro hermosos cachorros veinteañeros, los unió en parejas por sus collares y colocó una tras la otra, enganchando las cadenas de los primeros a los segundos como perros en un trineo. Y las de los últimos sujetas a una silla volcada con el respaldo en el suelo, sobre la que su señor se puso de pie, y a cuatro patas corrían al rededor del patio azuzados por el chasquido del látigo que blandía en su diestra el dueño de los ágiles esclavos. Cuando detuvo la carrera, sin desengancharlos, ordeñó a los cuatro, uno a uno, recogiendo su leche en una copa para beberla paladeando despacio y relamiendo el borde de cristal. Después los soltó y se corrió en la boca de uno, mientra otro le comía el culo, un tercero los pezones y el cuarto besaba la boca de su señor.

También es digno de mención un jovencito aniñado de dieciocho años que su amo, gordo y peludo como un oso, lo subió desnudo a una mesa y poniéndose de rodillas con la frente sobre el mantel, las patas muy separadas y las manos esposadas al collar, ofrecía su ojo del culo a quien quisiese servirse de él para follarlo. Hay que decir que su dueño puso a su lado un plato lleno de condones, de uso obligatorio para joder a su perro, ya que no tenía previsto aparearlo esa noche. Así lo tuvo unas tres horas y cuando el agujero del chico echaba humo de tanto pollazo, se lo calzó a pelo su amo y lo preñó azotándole las nalgas como si fuese el más cabrón y díscolo de los cachorros. Seguramente lo castigaba por si en algún momento disfrutó con alguno de los que lo montaron, a pesar de que el chico ni se empalmó. Porque una cosa es que el señor lo pase bien ofreciendo a su esclavo y otra que el puto miserable se atreva a gozar como una zorra con un rabo que no sea el de su dueño.

Otro amo, fuerte y cuarentón, con dos estupendos esclavos en la mitad de los treinta, los puso contra una pared y con una chorra mediana, los penetró por el ojete sin parar durante casi una hora. Pero ni ellos ni él se corrieron porque para hacerlo, al dueño le gustaba que uno, con un cipote de talla extra, le diese por culo mientras se la chupaba al otro, tampoco mal servido, y los dos lefaron al amo. Al terminar les atizó un par de hostias en los morros, se sentó, y los volvió a poner a sus pies, enganchados por el pescuezo como una yunta de bueyes y pisándoles la cabeza.

A otro perro de esa edad, lo tenían espetado dos siervos, por delante y por detrás, al tiempo que su amo, grande y velludo, se la metía en el ojete al que le daba al chucho por el culo.

Manuel siempre decía que los perros ya en la treintena dan muy buen resultado si los domas con rigor y acierto. Y aunque los jovencitos sean algo más ariscos al principio, luego resultan muy maleables y los vas haciendo a tu medida y antojo. Por eso él los prefería como los suyos.

Un amo acompañado por tres esclavos, dos de unos treinta y el otro de veinte, se atiborraba de tarta usando la barriga del más joven como plato, e incluso su plátano como acompañamiento al postre. Y uno de los otros dos le comía el cipote cubierto de crema al dueño y el tercero le lamía el culo después de cubrirlo con chocolate líquido. Al final follaron los cuatro en una perfecta y pegajosa melé.

La variedad de etnias tipos y edades de los esclavos y el amplio abanico de perversidades de sus amos, consiguieron que aquella orgía fuese inolvidable en mucho tempo. Se habló de ella en calles, casas y bares y no quedó un amo que no comentase los atributos y belleza de los cachorros de Manuel.


Pero esa parafernalia sexual no estaba completa. En privado el anfitrión se lo montaba con sus perros, como él sabía hacerlo para dejar secas las bolas y gozarlos a tope. El y sus tres esclavos, bajaron a la cueva para jugar con el joven cachorro de capa negra y brillante, que, como un hermoso pájaro, esperaba en la jaula la visita del dueño, para que lo atendiese y le enseñase a cantar al compás del látigo. Ese afortunado muchacho iba a conocer en breve el afecto, el vicio, el abuso, la humillación, el placer y el dolor, pero nunca el desprecio de su amo ni de sus compañeros de perrera. Manuel los usaba como le daba la puta gana, pero los quería y siempre lograba que también se quisiesen sus perros entre ellos. El bienestar de sus esclavos era fundamental para él y no regateaba esfuerzos ni dinero para conseguirlo. En su casa todo debía ser perfecto, igual que exigía a sus esclavos ser unos perros fuera de serie. Unicos en su género. Y especialmente a Jul, que nunca le perdonaría el menor renuncio y le exprimiría el alma para diluirla en la suya.

Cada hora, cada minuto o segundo que transcurría, Manuel se prendía más en el halo del muchacho, que cual laboriosa araña había tejido en su entorno cayendo en su imperceptible tela letal. Se había prendado de Jul sin remedio y no cabía vuelta atrás.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Capítulo 14 / La fiesta

Se franqueó la puerta principal de la casa pasada la media tarde y comenzaron a llegar los primeros invitados a la fiesta del cumpleaños de Manuel.

Todo estaba dispuesto en el patio y el salón que formaba un todo con el primero al abrir de par en par sus puertas de doble hoja.

Los amos, de edades, tipos y colores diferentes venían con los perros de mejor ralea de sus traíllas, tan variopintos como sus dueños, formando reatas, como caballerías, si traían más de dos. Adem los recibía en la entrada y cada cual se acomodaba como mejor le parecía, probando exquisitos bocados y apurando vinos hasta que su anfitrión se uniese a ellos.

Los señores exhibían a sus esclavos, en condición de siervos o perros, mirando unos los de los otros e intercambiando opiniones sobre las diferentes artes de doma y sometimiento. Y de pronto entró Manuel, precedido por sus tres cachorros, que caminaban gateando al unísono sujetos a la mano izquierda del amo por sendas cadenas.

Geis llevaba arreos de charol colorado, consistentes en un tanga, brazaletes y tobilleras, además de su collar, y rematado por la acostumbrada colita en el culo. Los de Bom eran de cuero negro, tachonados en acero mate, y cubría los genitales con un jock de piel en lugar de tanga, dejando ver el vello recortado que brotaba en el inicio de su polla. Jul estaba desnudo y lucía al cuello su collar de plata y una sombra de vello púbico sin rasurar del todo, que delimitaba el final de su precioso bajo vientre. Y Manuel estrenaba un arnés cruzado en el pecho, con muñequeras y slip en fina piel, con bragueta de cremallera, y las botas de media caña con cordones, negras y lustrosas, a juego con el resto del atuendo.

Saludó a sus colegas y tomó asiento al lado de una mesa, con sus perros postrados a sus pies. Y dio la señal para que comenzase el jolgorio. Unos siervos traídos al efecto servían a los comensales, que, unos más y otros menos, se atiborraban de lo que les apetecía, lanzando algunos pedazos a sus perros que se disputaban el regalo del amo. Aunque algunos, mal adiestrados, se mordían e intentaban montarse, o abriendo las patas buscaban que otro lo cubriese, y sus dueños tenían que restablecer el orden a correazos calentándoles la espalda y las nalgas. Y otros perros si no lo hacían, era porque llevaban cinturones de castidad que encerraban sus vergas o les taponaban el ojo del culo.

Manuel apenas picaba alguna cosa y le dejaba en la boca de sus cachorros un poco de lo que él mismo comía, Pero si Bom y Geis lo agradecían contentos, Jul lo tragaba a la fuerza ya que por su garganta sólo pasaba su propia saliva mezclada con la pena, que como un fiero depredador anidaba en su corazón. Manuel lo miraba todo y sólo veía a sus propios perros, sobre todo al melancólico muchacho cuyo estado psíquico le quitaba el sueño sin poder evitarlo.

Llamó a Bom para que se acercase y arrimándolo a su pierna por la cadena y le puso una mano sobre la testa. El mastín se puso hasta mimoso del gustazo de ser distinguido en público por su dueño con ese afecto. Pero Jul ya no tenía ni ganas de ponerse celoso y menos por Bom, al que cada día quería más y no era su rival.

El amo, sin verlo, sabía que allí tumbado, apoyando la barbilla en el suelo, era la viva imagen de la desolación. Y tiró de su cadena arrastrándolo sin avisar para ponerlo al lado del otro cachorro. Y no levantó la cabeza hasta que la mano de su señor se posó en ella alternando sus caricias a los dos jóvenes. Geis prefería glotonear un trozo de dulce mientras no le diesen un buen rabo, o por el culo, que aún le gustaba más.

Por fin llegó la tarta con velas que figuraban esclavos hechos de cera con una mecha en la cabeza para prenderles fuego. Y Manuel sopló y los apagó a todos, que ya eran bastantes.

Y ese era el momento elegido por él para abrir su regalo. Y abrirlo literalmente hablando porque se trataba de romperle el virgo para ensancharle el ano definitivamente. Adem, atento siempre a la jugada, desapareció y al regresar a la sala traía al joven africano envuelto para la ocasión en una capa de lamé de plata que le llegaba hasta los pies. Sólo le hubiese faltado un lazo para estar empaquetado a tono con la función que representaba en ese acontecimiento.

Por toda la concurrencia se propagó un murmullo, que acalló Manuel, y lentamente, regodeándose ante los otros amos, desató el lazo anudado en el cuello de la capa y cayó al suelo mostrando el contenido del paquete. Y el paquete del chico es lo que admiró a muchos al verlo de frente. Los anteriores susurros y comentarios ahora eran admiraciones y elogios hacia el cuerpo del cachorro de capa oscura de color antracita. Absolutamente rapado y afeitado en sus partes y sin más trapos encima, destacaba sobre su piel las correas blancas con argolla que ceñían sus muslos sobre las rodillas, así como las que apretaban su cintura, muñecas y tobillos. Y el brillo del acero del collar, se vertía por la cadena que bajaba desde el centro del cuello hasta los pies, donde se dividía en dos ramas para sujetarlos. Al igual que a su paso a la altura de las manos, que también estaban presas con ella.

Manuel giró al muchacho y todos apreciaron la forma de sus caderas, su espalda recta formando un triángulo invertido y las nalgas irresistiblemente redondas, firmes y sedosas. Las piernas eran torneadas con músculos largos que se ensanchaban en los muslos. El amo hizo un gesto y Adem subió al chico a un estrado y engancho las argollas de las correas blancas a otras tantas cadenas colgadas del techo que pendían de un cabrestante.

Manuel dio la orden y el chico fue izado por la cintura a un metro del suelo, quedando como una carpa, con la cabeza, brazos y piernas colgando. Adem sujetó la cadena de cada pié al piso de la tarima, separándolos al máximo, e igual hizo con las manos, como si las extremidades encadenadas del chaval fuesen los vientos de una tienda de campaña. Lazó la polla del chico, dándole al cordel unas vueltas alrededor de las pelotas y la tensó prendiéndola al piso con un mosquete. Todo el mundo guardó silencio y los tres cachorros de Manuel observaban con ojos muy abiertos la ceremonia de iniciación y posesión a que el amo sometía al nuevo perro de la casa.

El amo se acercó al muchacho y colocándose tras el culo, dijo: “Observar todos esta criatura que voy a tomar para mi servicio y ver como entro en su cuerpo tomando posesión de su ser, que será de mi propiedad para siempre. Hará lo que yo le ordene, no tendrá deseo porque en él sólo cabrá el mío. Ni voluntad, ya que será un mero reflejo del capricho de la mía. Simplemente será carne para mi disfrute y placer y nuca más levantará su cerviz ante mí mientras mi generosidad no lo permita. Al igual que dirigirme la palabra sin ser preguntado o permitirse el movimiento sin mi autorización. Sólo copulará y será cubierto y fecundado por quien yo diga, sea señor o simple perro. Y si lo considero digno de aparearse con otro de su casta, lo hará como, cuando y donde yo lo decida. Ahora voy a comprobar la estrechez de su esfínter, que dejará de ser virgen a partir de ahora”.

Manuel le pidió a Adem una varilla de acero de cuarenta centímetros, con punta redondeada y de un grosor algo mayor que el de una aguja para hacer punto, y la introdujo en el apretado ano del chaval, lubricándola con aceite. La cala fue entrando lentamente por el culo y la sacó totalmente limpia. Y el amo añadió, mostrándola a los asistentes: “ Como veis, mi fiel Adem sabe como preparar a un perro para que lo goce su amo. Ni rastro de otra cosa que no sean sus propios jugos y fluidos”. Y pasándosela por debajo de la nariz, prosiguió: “Huele a rosas el culo de este cachorro. Bravo, Adem. Eres un genio para estas cosas”.

Jul palidecía por momentos y no le llegaba la sangre al sentido, mientras que la verga de Bom se destacaba ostentosamente bajo el taparrabos, separándolo de su vientre por la cinturilla. Sin duda a la menor señal de su dueño habría saltado para encaramarse sobre el negro cachorro para montarlo. A Geis todo aquello le daba lo mismo. A no ser la posibilidad que su señor le permitiese al joven africano aparearse con él y que le enquistase en el recto su tremenda y húmeda polla para descargar allí sus bonitas pelotas, que le recordaban a un buen par de bombones de trufa.

Sin más preámbulos, Manuel dejó la sonda y sacó su tranca ya en ristre, la pringó de aceite y embistió al chico por la retaguardia, agarrando con firmeza su ariete, y la entrada de la fortaleza sucumbió al asedio. Se la encastró de golpe, aunando su quejido al del joven perro que aulló como un lobo atravesado por un lanzazo. Al jinete se les crisparon los dedos hincándolos en los ijares de la montura y ésta arañó el aire con los suyos. Aquellas entradas eran dolorosas de cojones y la sacó entera para comprobar que no se había despellejado vivo el pene. Y se la volvió a encajar entre las nalgas empotrándosela hasta tocar con los huevos el agujero. Esta vez sólo el chico gritó como un gorrino, pero Manuel ya lo montaba a galope tendido sin darle resuello. La fricción en la próstata hizo que el cipote del negro creciese hasta alcanzar un tamaño aterrador y su sangre joven, apelotonada en el miembro, lo impelía hacia su vientre como queriendo tocar el cielo. El muchacho pronto empezó a babear, tanto por la boca como por el pito, y su amo quiso estrenarlo corriéndose con él. El cachorro se convulsionó colgado por las cadenas y su dueño lo amarró por las caderas y se inclinó sobre su espalda hasta morderle el cuello, dando sacudidas y empujando con sus riñones, y lo llenó con el germen de su propia vida. Mientras su dueño lo fertilizaba con su semen y a pesar de las ligaduras, él vació sus bolas en el suelo después de rebotar la leche en su estómago.

El amo desmontó. Adem trajo un cono de látex mediano y Manuel se lo insertó en el ano al cachorro para que no vertiese. Y se puso ante la cara del perro para que limpiase su verga con la lengua, ya que aún seguía siendo virgo por la boca y a eso ya le pondría remedio más tarde.

Y se dirigió al sirviente: “Adem, descuelga a este perro y mételo en la jaula que más tarde lo despacharé a gusto. Sácale el tapón y ponle hielo para que se le contraiga el agujero. Quiero regodearme y volver a romperle el culo, experimentando esa expectación que siempre provoca descorchar una botella de champaña”. Y todos aplaudieron y vitoreaban a un amo tan diestro y avezado en la doma y entrenamiento de perros de buena raza. Al joven negro, que ya lo bautizara con el nombre de Aza por su brillo y color, le aguardaban largas sesiones de adiestramiento para poder servir a su dueño como se espera de un puto perro.

Una vez retirado el nuevo juguete con el culo ya desflorado, llamó a los otros tres cachorros, ordenándoles que se subiesen junto a él. Treparon con manos y pies hasta el entarimado, colocándose en hilera a las plantas del amo, y Manuel jaló por le collar a Bom poniéndolo en pie. Y dijo a sus invitados: “Amigos, quiero presentaros al resto de mis perros”. Y sobando la verga empalmada del mastín, por encima del suspensorio, añadió: “Este es la joya de mi casa. Mi campeón. Un luchador que en lugar de sangre corre semen por sus venas y es puro fuego cuando se aparea con otro de su especie”. La mano del dueño se metió en la raja del culo del perrazo y apretándole el esfínter afirmó: “Y meterla aquí es como hacerlo en el cráter de un volcán en erupción. No hay oro en el mundo que pueda comprarlo”.

Y este otro, refiriéndose a Geis, es el refinado capricho de un mandarín del celeste imperio. Y tanto en la boca como en el recto y la mano posee un arte irrepetible para extraerte la última gota de leche que almacenes en tus cojones. Es la meretriz por excelencia. Una puta de lujo”. Geis sólo pensaba que, como regalo de su amo al triunfador de las peleas, Bom iba a montarlo. Pero no tuvo tanta suerte en ese momento.

Se hizo un silencio denso y varios amos se removían en sus asientos. Sus perros enseñaban impúdicamente sus mingas tiesas, nerviosos y calientes como zorras en cuarentena. Jul tenía la frente prácticamente en el suelo y le llegó su turno: Y por último, Jul, que fue mi anterior adquisición”. Ni un relámpago lo hubiese fulminado mejor que oir la palabra “fue” en boca de su señor.

Manuel se agachó y con delicadeza le tocó el mentón y casi susurró: “Levántate”. Jul, con ojos lacrimosos, obedeció sin esquivar la mirada de su amo. Y erguido como su dueño, oyó: “El es lujuria, vicio, su dolor es mi placer y su gozo el sufrimiento para mi deleite. Es el éxtasis de un delirio supremo y ya no importa su físico para atraerme como un oso a la miel de las abejas. Pero su situación es trágica porque si un amo se enamora de su puto esclavo no sufre, puesto que lo coge cuando desea y no tiene que privarse de cualquier otro placer o capricho. Sin embargo si el vil perro, además de adorar a su dueño lo ama, la tortura lacerará su alma de por vida. Y este cachorro es el amor agazapado en mi alma que, como un guerrillero, espera un momento de descuido para asaltar mi corazón...Jul...bésame”. Y no lo exigía, sino que por primera vez en su vida no tomaba lo que era suyo. Se lo pedía como un acto de libre voluntad del muchacho.

Jul, bajó los párpados, entreabrió la boca y juntó los labios con los de su dios. Y Manuel supo que, en un descuido, lo habían poseído con ese beso. El chaval estaba paralizado . Le flaquearon los remos y Manuel tuvo que pasarle un brazo bajo un sobaco para que no se desplomase.

Y prendiendo a Bom de la mano, sin soltar a Jul, bajó del estrado, seguido de Geis gateando a toda pastilla sin perder de vista el abultado paquete del mastín, y Manuel gritó antes de abandonar el salón: “Amigos, se acabó la fiesta y que empiece la orgía”.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Capítulo 13 / El nuevo

Si Jul creía que después de un tiempo de relativa calma, su amo por fin se había aplacado y relajado la mano con sus perros, estaba equivocado.

A media tarde escucharon el silbido del dueño en el patio y corrieron a plantarse ante él a cuatro patas, pero el chico se paró en seco al ver al lado de Manuel otro cachorro más joven de raza negra, vestido con una túnica de lino blanco. Un efebo de azabache, de su altura, con pelo muy corto y rizoso cuya boca, carnosa como una fruta, era una constante incitación para mordérsela.

El muchacho aún en pie cayó de rodillas golpeando su cabeza contra el suelo. Y la nueva adquisición del amo, erguido junto a Manuel, veía a los tres esclavos con sus expectantes ojos negros, como interrogándose cual sería su destino en aquella casa.

No se trataba de un mal sueño. La pesadilla de Jul ya era una realidad y el nuevo juguete de su señor había llegado.

Manuel rasgó la tela que cubría su nuevo capricho y dejó que se deslizase hasta el suelo para descubrir ante los otros su espectacular cuerpo de ébano, cuya espalda se remataba con una lustrosa bola de cañón estallada a la mitad. Y Adem dijo admirado: “¡Un bello ejemplar, señor!”.

El amo, sopesando los genitales del nuevo perro, añadió: “Es de buena casta y está entero y sin estrenar”. Y dándole la vuelta lo inclinó hacia adelante. Y presionándole hacia afuera las nalgas, separándolas con cierto esfuerzo, dejó al descubierto un pequeño agujero, tan cerrado que parecía difícil que le entrase un simple palillo. Y prosiguió: “Merece la pena esperar un poco y desvirgarlo el día de mi cumpleaños”. Y acto seguido lo anilló con un aro plano de acero brillante que cerró para siempre al rededor de su cuello. Y ordenó: “Adem, llévatelo y tenlo apartado de los otros perros hasta entonces.

Dos regueros corrían por las mejillas de Jul ante la impenetrable mirada de su amo, que no le quitaba la vista de encima.

Para Geis aquello suponía tan sólo un compañero para divertirse y, con suerte, gozar comiéndole el rabo. A Bom, la llegada del nuevo cachorro podría proporcionarle más tiempo para retozar con Jul , al no ser usado con tanta frecuencia por su dueño. Pero para Jul era el peor martirio al que lo sometía su señor. El más dolorosamente cruel, ya que a partir de la fiesta en la que Manuel tomase posesión de su nueva mascota, comenzaría su interminable suplicio, viéndose privado de la generosa atención de su amo y del supremo privilegio de su sexo que disfrutaba diariamente casi a todas horas.

Aunque siguiese complaciendo a su dios, sus sentidos pocas veces volverían a alcanzar el delirio que los embargaba cuando su amo lo poseía. Los ojos se le nublaron de tristeza y envueltos en melancolía se arrastraba por el suelo buscando los pies de su dios para llamar su atención como el más vil de los gusanos.

Manuel veía el dolor del muchacho y le hubiese gritado lo mucho que lo deseaba, pero, por el bien de los dos, su corazón no podía claudicar, ya que era la única manera de destruir el ínfimo reducto de dignidad de su cachorro preferido, dejándole marcado en su alma que un perro nunca es imprescindible para su señor. Podía cambiar de mascota, una tras otra, y él solamente sería uno perro más de su jauría, al que le esperaba compartir un sitio en la perrera común.

Ante los acontecimientos, Jul temía el desapego de su amo y tendría que apurar la copa de doloroso placer que él quisiese escanciarle, aunque sólo fuese en contadas ocasiones. Y Manuel se mordía la lengua y apretaba los labios para no comérselo a besos al verlo tan humillado y desesperado por ser el primero en servirle en todo y para cualquier cosa que su dios quisiese hacer con él. Cómo podía saber el muchacho que Manuel estaba colado por él hasta el tuétano.

El amo quiso romper la tensión y ordenó a los cachorros que lo siguieran al gimnasio. Allí se deslomaron los cuatro a base de ejercicios, aunque Geis un poco menos , lógicamente, pero también hizo lo suyo. Aeróbic, gimnasia en el suelo y estiramientos y muchos saltos. Los demás eran más de aparatos, pesas, ejercicios de potencia y fuerza y cosas por el estilo. Todo demasiado brusco para Geis.

Bañados de sudor amo y esclavos se estiraron en el suelo y Manuel ordenó a Geis que le diese masajes como sólo el condenado chico sabía hacer. El delicado cachorrillo se volvía una anguila que no dejaba ni un ápice de piel o músculo sin relajar, acariciando el cuerpo del otro como si miles de mariposas de seda revoloteasen por encima, casi sin rozarlo pero proporcionándole un gusto infinito. Y luego también se lo hizo a los otros dos cachorros y lo que tenía que pasar pasó.

Manuel se enzarzó con ellos en una orgía de sexo sólo imaginable en una bacanal romana. Geis cabalgó sobre la verga de su amo mamando la polla de Bom y cambió de montura encima de Bom para chuparle el rabo a Manuel. Jul no tenía humor para eso y hubiera preferido quedarse al margen, mas un esclavo no es nadie para desear o dejar de hacerlo, ni mucho menos para pensar o retraerse cuando su dueño quiere usarlo. Manuel le comió el culo mientras le dio por el culo al más pequeño y lo besó en la boca al follarle la boca a Geis, enculado por el mastín. Sin duda el amanerado muchacho se estaba llevando la mejor parte y su cara era un fiel reflejo de ello.

Pero el dueño quiso más emoción y llevó a Jul a uno de los aparatos y lo penetró en seco mientras le obligaba a hacer el ejercicio. Al mismo tiempo Bom lamía el esfínter de su amo y Geis le comía a él el culo. Y desde luego era un experto haciéndolo porque el cachorrazo se corrió. Jul experimentaba ese punzante dolor de una embestida cruel y salvaje, desollándole casi las mucosas del recto. Y el aliento de su dios, mezclado de saliva y mordiscos en su boca, lo dejaron con los huevos secos en poco tiempo. Y Manuel lo giró bruscamente lo amarró por la nuca y le dio su leche en la garganta. Geis ya se había desnatado hacía rato, pero su resistencia para el sexo era encomiable y le limpió a todos los restos de semen en las mingas.

El amo se sentó en un banco y les hizo acercarse sentándolos a sus pies para acariciarles la cabeza. Jul no pudo contenerse y apoyó la frente en la rodillas de su señor; y éste notó que se prendían en su vello unas lágrimas. Manuel se decía por lo bajo cómo podría permanecer impasible ante unos sentimientos tan intensos como los de aquella criatura. Nunca se imaginó al cazarlo en los urinarios del parque que prendía su propio ser en el del joven muchacho. Había dado con un ser capaz de agotarse dándose entero a lo que adoraba. Su amo y señor. A Manuel, su único amor y dueño.

Manuel se piso en pie entre sus esclavos, separando ligeramente las piernas, y dejó que los perros olfateasen y lamieran el sudor que bañaba todo su cuerpo. Sus lenguas le limpiaron primero los brazos, disputándose los tres el regalo de sus sobacos mojados, y luego los muslos y pies, sin pasarles por alto hacerlo bajo las pelotas y la raja del culo. El amo iba requiriendo la boca de alguno para morderla y se abandonaba a las mil sensaciones que los cachorros causaban en su piel. Pero siempre insaciable en el placer, él ansiaba olerlos y frotar con el suyo sus jóvenes cuerpos sudorosos, sobrados de testosterona. La lasciva fragancia de Jul, fruto de su fatiga física, le erizaba los pelos de toda su anatomía, que eran muchos al ser un hombre velloso, y no dejaría ni un reducto del chico sin probar y aspirar su calor. Especialmente al rededor de sus genitales e el trasero. Pues el ano siempre era uno de los lugares preferidos en la geografía corporal del cachorro. Tanto como podían ser las axilas de Bom, o sus marcados pechos, adornados con dos pezones oscuros, que eran un manjar morderlos después de pellizcarlos para ponerlos tiesos.



El culo del mastín tampoco lo dejaba sin catar profundizando en sus cavidades. Y desde luego los cojones, que parecían una pera en vino dulce. Y Geis, todo él era un pastel o un delicioso canapé que había que degustarlo a trocitos , sin olvidar sus bolitas en plan guinda que rematase ese postre.

Y como el dueño se sentía generoso y complacido, permitió que también los perros se lamiesen entre ellos. Aunque estaba claro que quién aprovechaba mejor el dispendio era Bom, que se empachó de Jul cuanto le dejaban y podía atiborrarse con tan jugoso bocado, emborrachándose con su sudor. Aquellas tres criaturas eran una delicia para el paladar y el olfato, además de serlo para follarlos o zurrarles el culo, según se diese el día y el humor del amo.

Con la desazón del nuevo perro, aún sin cambios en la rutina ordinaria, pasaron los días y llegó la anunciada fiesta del cumpleaños de su señor.

martes, 6 de diciembre de 2011

Capítulo 12 / El amor

Había sido una noche intensa para el amo y sus dos preciosos cachorros, terminando los tres agotados y sudorosos después del castigo sufrido por los perros y el placer gozado con su amo, unidos no sólo por el sexo y el deseo sino también por la pasión entre ellos.

Aunque a Manuel le costase admitirlo, realmente quería a esos muchachos por igual, y no cabía en su mente separarse de ninguno de ellos. Sentía obsesión por Jul pero quería con todo su corazón al noble vencedor de sus peleas. Uno y otro eran el contrapunto y el complemento, al mismo tiempo, de un ser único e ideal para él.

Jul era intenso e inteligente y sobre todo sensible y sutil. Bom era cálido, noble, sencillo, auténtico en todo y valiente para entregarse por entero. Sabía que los dos lo adoraban y que el alma del más fornido era tan grande que podía amar a su dueño y al otro perro dejándose la piel en ello. Y esa noche casi pierde la de su espalda sino llega a ser por los cuidados de Adem, lo mismo que a Jul le habría quedado el culo como el de un mandril sin las artes del africano para aplicarles remedios a los dos.

Cubiertos de ungüentos calmantes, Manuel los llevó a su dormitorio y se acostó con ellos en la cama. Se estiraron al lado del amo, reposando la cabeza a cada lado de su pecho, Y Manuel, cobijándolos con los brazos levantó sus bocas hasta la suya para deleitarse en un único beso con los dos. El dueño sabía que sus cuerpos padecían aún los rigores del látigo, pero los esclavos, ya excitados, sólo podían agradecer con los ojos la ternura de su señor. Y Manuel, también empalmado, no quería sexo ni otra cosa que no fuese el amor de sus dos perros. Y los dos cachorros se durmieron, besándose con su amo, con los brazos entrelazados sobre el cuerpo de su dios.

El amanecer fue perfecto tanto para el amo como para sus no dos perros, que aún dormían como dos niños satisfechos cuando su amo, en silencio, les confesó su amor. Manuel suavizó sus moratones con saliva y recorrió los dos cuerpos penetrándose de su olor y su aliento. No podría decidir jamás cual de los dos era más bello, aunque desease poseer a todas horas al más nuevo en la casa. Y dándoles la vuelta les metió la lengua en el culo sucesivamente. Le tenía querencia a esos dos ojetes, tan redondos y jugosos, y tuvo que follarlos a los dos en cuanto el primero abrió un ojo. Y no precisamente el del culo, porque ése se lo abrió su dueño a uno y a otro, alternativamente, intercambiándoles sus fluidos rectales. El amo los inseminó a ambos y ellos, comiéndose la boca mutuamente, se dejaron la leche en el colchón. Luego Manuel alimentó con su propia mano a los dos, repartiendo su desayuno entre ellos y quitándose algún trozo de la boca el uno al otro, como es normal en perros jóvenes siempre dispuestos a jugar.



El resto del día los cachorros retozaron, rieron, se pelearon por alguna bobada y hasta Bom fue amable con Geis y no lo corrió como de costumbre al acercarse a Jul. Y sin embargo, Adem no estaba tranquilo. Algo le decía que, por su carácter, a veces demasiado impulsivo, su señor se cebaría con los muchachos al menor descuido que tuvieran entre sí. Y esta vez podría ser aún más duro con ellos. Cuanto más los amase más estricto sería para exigirles fidelidad y obediencia ciega. Cuanto mayor fuese el gozo de sus cuerpos con él, peor sería el dolor que les haría padecer si al amo le placía verlos sufrir por él. Es que aún dudaba si podrían ofenderle en algo aquellos muchachos?. Si respiraban era para inhalar su aire. Si veían era para venerar su imagen. Si vivían era para servirle y hubieran muerto por él si fuese preciso. Aunque verdad era que siendo machos podría tirarles la sangre y hacer alguna tontería sin la autorización de su dueño.

Hasta Geis daría el pito por su amo. Bueno, eso no sería dar mucho, pero daría el culo por su dueño si fuese necesario. Y si no lo fuese también, para que negarlo, pero el chico también era fiel y se moría por sentarse en la polla de Manuel, o por que le zurrase las nalgas si luego se la metía atornillándosela hasta el fondo. O simplemente si su señor le daba su leche para merendar. Cualquier cosa estaría bien para el frágil perrillo, porque a su manera lo amaba tanto como los otros.

Adem quedaba deshecho viendo a los cachorros torturados, pero nunca desobedecería a su señor incumpliendo su deber de ayudarlo a someterlos y darles el merecido castigo que ordenase el amo.

Y si algo tenía claro el africano, es que Manuel sabía como domar al perro más rebelde convirtiéndolo en un cordero. No había muchos amos en el mundo que supiesen apretar tan bien las clavijas a un gusano para elevarlo a la categoría de uno de sus perros. Manuel podía amar sin mesura pero también era inflexible cuando era necesario aplicar mano dura a los cachorros, disciplinándolos no sólo físicamente. No hay mejor arma que la humillación para debilitar el ego de un ser, anulándolo absolutamente como persona y poniéndolo en el único sitio que le corresponde estar. Un simple perro al servicio de su amo para usarlo y abusar de él si le place. Ser una mera propiedad sin otro fin que cumplir el supremo deseo de su señor. Adorar a su dios, a cambio de su desprecio o su amor si así lo premia. Y con el amor premiaba Manuel a sus esclavos, haciéndolos partícipes de su gozo, en un éxtasis de refinado e insufrible placer, hasta tocar la cima del más cultivado erotismo.

Pero ese día Adem no debía ser pájaro de mal agüero y levantar los fantasmas del miedo y la sospecha. Lo que tenga que ser, será, se decía. Y él tenía que atender la intendencia de la casa, como era su obligación, y procurar que los cachorros estuviesen siempre preparados y dispuestos para lo que el amo quisiese hacer con ellos. No era su misión preguntarle al señor el por qué de sus decisiones o sus temores.

Sólo Manuel era dueño de sus actos y sus perros esclavos. Y sabía perfectamente que medicina le sería más provechosa a cada uno para su salud física y mental, sometiéndolos a su dominio por la buenas o a la brava, como hay que hacer con animales de buena raza.

Y lo peor que podría haber para Jul era que su amo trajese a casa un nuevo juguete que lo desplazase, apartándolo de su lado.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Capítulo 11 / El castigo

Manuel cenó solo esa noche. No quiso la compañía de nadie. Solamente Adem le sirvió unas ligeras viandas y se retiró cerrando la puerta del comedor. Su mala hostia ya había remitido hacía horas, pero no usó a ninguno de sus perros después de la escena en el despacho. El detonante del enfado fueron asuntos ajenos a sus esclavos, mas a eso se sumó la aptitud de Bom respecto a Jul. O al menos lo que él imaginaba que le sucedía al muchacho. Bom siempre había sido un perro despreocupado de todo que no fuese comer, dormir, pelearse y follar. Bueno, sin olvidar que adoraba a su amo y aunque fuese para pegarle deseaba ser objeto de su atención. Pero Manuel quizás no se equivocaba y por la sangre joven del mastín también corría un conato de amor. Jul era muy guapo y desprendía un irresistible atractivo por sus formas y sus ademanes; y sobre todo con su mirada de cristal limpio y verde.

Bom era un ejemplar espléndido, sin la menor duda. Hermoso, fuerte, viril, siempre pletórico de salud y energía, al que tampoco resultaba difícil querer. Y los chicos pasaban tiempo juntos, solos o con Geis, que siempre les hacía gracias, y empezaban a entenderse y a pasarlo bien jugando o simplemente acompañándose el uno al otro cuando el amo no los usaba para nada. Tampoco eran demasiados esos ratos, puesto que Jul era la mascota de Manuel y éste lo tenía a su lado constantemente e incluso dormía al pie de la cama de su dueño y no en la perrera como los otros dos. Sin embargo hasta un amo llega a tener celos de sus perros. En este caso infundados por parte de Jul, que no sólo amaba a su amo con una irracional locura, sino que por sus compañeros únicamente sentía un cariño que iba en aumento al pasar los días, sin que pudiese considerarse como un mínimo atisbo de enamoramiento hacía ninguno de ellos. Le caía mejor Bom, eso estaba claro, pero nada más que eso. Y si hacía alguna caricia era a Geis, que, si podía y Bom no lo espantaba, se acercaba a Jul como una linda gata cariñosa.

El amo se fue a su dormitorio, pero en la misma puerta volvió sobre sus pasos y descendió a la cueva. Bom, posiblemente agotados sus nervios, dormía acurrucado contra los barrotes de hierro como si lo defendiesen de enemigos acérrimos. A Jul la proximidad de su dios le animó e iluminó la oscura celda donde se hallaba atrapado como un ratón, preso en una trampa de madera, pero sólo escuchó un chorro líquido repiqueteando en el los hierros y sobre algo distinto al suelo. El amo, con la chorra fuera de sus pantalones, se meaba sobre el enjaulado mastín, que despertó con un arranque de furia amenazando a sus fantasmas.

Y Jul oyó la voz de Manuel dirigiéndose al sobresaltado Bom: “El machito recuperó los cojones... Abre la boca, perro!”. Y se meó dentro de las fauces del asustado animal, diciéndole: “Después del gatillazo de esta mañana sólo sirves como retrete, puto cerdo. Bebe... Aprovecha lo que te da tu jodido amo, castrón! Oler a orines y a mierda es lo único que te queda por cobarde e inútil. So imbécil!... Porque si no lo hubieses hecho por listo, cosa que tú no eres, tendría un pase, porque su agujero sería la guillotina para tu pito si llegas a meterlo. Pero no le entraste al culo del cachorro por cobarde. O por algo peor....Por amor?. O es que no pudiste aguantar lo que sueñas y te hace delirar por la noche revolcándote en tu camastro?. Tanto lo follaste en tu mente, que ella te traicionó helándote la sangre en la verga a la vista de ese ojete rosado que se ofrecía ante ti?... Créeme si te digo que eso le puede pasar al más pintado. Y por esta vez te libras porque acertaste al no caer en la tentación de joder a mi mascota. Y sin embargo he de castigarte por desobedecerme, ya que has de cumplir mis órdenes aunque te vayan los huevos en ello”.

Manuel sacó a Bom de la jaula y lo arrastró por el collar hasta la cruz en aspa para sujetarlo de cara a ella. Agarró un látigo trenzado y le flageló la espalda con veinte azotes silbantes como saetas. Jul tragó saliva con cada zumbido en el aire y restallido del cuero sobre el piel de Bom, hasta que resonó el último. Mas en ningún instante pudo percibir el menor quejido del noble perraco, que se estremecía con cada ráfaga que cruzaba su espalda y el ardor que le escocía el alma. Manuel enrolló el largo flagelo y dijo: “Ahora voy a por el otro...Es su turno”. Y con aquellas palabras a Bom le cayeron las lágrimas, apoyando la frente en la madera.

El amo abrió la celda y en dos pasos se acercó a Jul, que miraba contra un muro. El chico no podía volver la cabeza impedido por el cepo, pero olió y notó el calor del cuerpo que estaba a su espalda. Y escuchó su voz: “Crees que me gusta castigarte?...Habla, perro!”.”No... mi señor”. Dijo Jul. “Entonces por qué me provocas, puto cabrón!...Mejor dicho, por qué lo provocas a él cuando no estoy delante?”, decía Manuel. “No, mi señ...”, quiso replicar el chico pero una patada en el culo lo calló. “Calla!... Crees que no puedo hacerte sufrir?...Cuanto más te ame, so mierda, más padecerás el tormento hasta que el dolor sea tu único placer. Lo último que me podría ocurrir es que un perro me de celos y tú no vas a ser el primero que vaya a conseguirlo. Has emputecido a ese cabestro que esta ahí fuera lacerado y crucificado como un reo de sacrilegio. Y tú eres el culpable!”. Con esa cara de inocente nos encandilaste a los dos y sólo eres un puto masoca que cuanto más te arrean más gruñes relamiéndote de gusto. Pero ten por seguro que tengo otros métodos para joderte vivo hasta dejarte el alma hecha un guiñapo. Pero por el momento te voy a dibujar un mapa en el culo con este arreador”.

Y Manuel, con la modalidad del rebenque preferida por los caudillos para castigar a sus caballos, bien agarrado, en su mano derecha, por el mango de plata labrada y sujeto a su muñeca por la argolla, descargó espaciados otros veinte trallazos sobre las nalgas del cachorro, despellejándoselas en cada lengüetazo con que la lonja de cuero probaba su carne. La quemazón del azotador era superior a la punzada de cada golpe que, aún sin precipitarse uno a otro, iban adormeciendo los terminales nerviosos de sus glúteos. Y si Bom no se empalmó con la flagelación, Jul casi se corre, mientras el dolido mastín sentía sobre si mismo el dolor de los mismos azotes que disfrutaba la mascota de su dueño.

El amo liberó a Jul de su presa, con el pijo absolutamente duro, y lo sacó de la mazmorra para mostrarle el costal rallado del perrote. Y desató a Bom llevándolo al potro. Primero lo colocó a él, bien amarrado a las patas del instrumento de gimnasia y ofreciendo el culo, y luego puso sobre su espalda a Jul, atado también como su compañero. Bom se debatía entre el placer del contacto con el otro cachorro y el insoportable roce sobre su piel. Y Manuel, detrás de Jul cargó su peso sobre los dos muchachos apretando los muslos contra el culo del último. Podría considerarse el tren del horror para los dos perros, pero la polla de Jul se transformó en un grueso salchichón en cuanto su dueño le metió la suya por el culo, rascándole con fuerza la piel reventada de las nalgas. Y el cipote de Bom creció aún más al sentir el miembro erecto del otro chaval restregándoselo por la raja de su trasero. Y el amo echó mano a la chorra de su mascota y la enfiló al ano del otro, bastando un seco empujón con sus piernas para que Jul se la clavase entera al chuleta de Bom. Jul nunca había penetrado a otro tío, ni su sexualidad le pedía hacerlo. Y al macho peleón le humilló la traición de su sexo enardecido por la invasión del otro perro. Dolor o placer, ya no había diferencia para los chicos. El amo llenó a su mascota como nunca lo había hecho hasta entonces. Y éste se derramó en Bom, uniendo su estremecimiento al de su dueño. Y Bom, en un espasmo sin fin, se corrió como jamás lo hubiese soñado siendo preñado por el otro cachorro.



Al mismo tiempo, en la cocina, Adem, con permiso de su señor, tenía empalado por detrás a Geis, que, con los ojos en blanco, sujeto por las caderas y sin tocar el suelo, subía y bajaba por el falo mitológico del mandinga, pegándole al dilatado agujero sus cargados cojones. Viendo la escena de Adem follándose al perro, diminuto en comparación con el rinoceronte que se lo ventilaba, podría asegurarse que al animal le iba a rebosar la leche del mastodonte hasta por la orejas. Y en poco tiempo una espesa nata blanca se escurría hacía el suelo desde el culo de Geis. Que, en cuanto el gran toro lo dejó libre sobre el suelo, se precipitó a lamer la mancha de semen sobre las baldosas, masturbándose como un poseso.

Manuel y sus dos cachorros permanecieron un rato eterno unidos por su pene y el de Jul, que todavía latían medio excitados al cobijo de la carne caliente de cada enculado. Y una vez liberados ambos perros los apretó contra su pecho, besándose los tres juntos en la boca. Daba lástima ver a cachorros tan hermosos heridos y cubiertos por detrás de cardenales y verdugones. Uno por encima de la cintura y el otro por debajo. Y entre los dos formaban un solo cuerpo bien castigado por la mano de su amo.