miércoles, 30 de noviembre de 2011

Capítulo 10 / La bronca

Jul percibió en el aire que iba a ser un día duro, porque su amo había vuelto de la calle irritado y con cara de muy pocos amigos. En el medio año que llevaba en su casa nunca lo había visto tan malhumorado.

Esa mañana su señor se fue temprano, después de meterle una soberana follada, que le dejó el culo como un horno de pan después de una larga jornada de trabajo un domingo de madrugada. Pero apenas habían transcurrido tres horas y entraba en la casa, dando un portazo y pisando fuerte con sus temibles botas de cuero negro de las que ya probara más de un puntapié.

Manuel entró en la biblioteca, dejó sobre la mesa unos papeles que sacó de una cartera, y pegó un fuerte silbido que les hizo mover el culo a sus perros para acudir junto a él. Los tres presentían que algo serio les aguardaba esta vez, mas a cuatro patas y en silencio aguantaban la tensión sin despegar la vista de los pies de su dueño. Y bramó el amo como un trueno: “Tú, cabrón de mierda, quítame las botas y déjamelas relucientes con esa jodida lengua llena de babas”, le gritó a Bom. Y al sumiso perraco le falto tiempo para descalzar a su señor y ponerse a desgastar el cuero sacándole brillo con la lengua. Al mismo tiempo, Manuel llamó a Geis a su lado lo subió a su regazo poniéndolo boca a bajo y con la peor mala leche del mundo le zurro la badana al chico sin pronunciar palabra. La mano de amo caía sin cesar sobre la carne del infeliz, que al poco maullaba lastimeramente como una gata con el rabo ardiendo. Aquel culito de porcelana se ponía rojo como el coral y Manuel aun le atizaba con más rabia como si el pobre chucho hubiese robado las alhajas de un sultán.

Jul hubiera querido preguntarle a su señor cual era la causa de se enfado, pero si malamente osaba respirar, cuanto más insolentarse dirigiendo a su dueño sus miserables palabras. Jamás se hubiese atrevido a tanto aunque la desazón le royese el corazón.


Manuel arrojó al suelo a su perrillo faldero, maltrecho y con el culo amoratado, y después de follarle la boca unos minutos lo despidió diciendo: “A tu sitio, flor de loto, que ya llevas el cuerpo arreglado por hoy”. E increpó de nuevo a Bom: “Deja ya de babarlas, que le sacas lustre hasta en la suela. Ahora chupame los pies. Y límpialos bien que están sudados de andar con esas putas botas de los cojones”. El mastín, realmente asustado, desnudó los pies del señor y comenzó su tarea por los desos, metiéndose uno a uno en la boca y pasando luego la lengua entre ellos, para terminar con un húmedo masaje por la planta y repetir la jugada en el pie izquierdo. Fueron varios minutos los que tardó Bom en satisfacer a su dueño, pero debió gustarle su servicio porque quiso premiarlo. “Bien, campeón”, le dijo frotándole la cabeza. “Eres un baboso pero mereces un premio...Voy a darte un gustazo...Eso que estas deseando desde hace tiempo. Y a ver si se te va esa tristeza de los ojos, que pareces un puto cabestro sin cojones”.

Y eso era cierto, porque el perrazo llevaba un mes melancólico y a ratos parecía triste, él que siempre estaba dispuesto a cualquier juego o podía pasar horas mirando a las moscas con ganas de tocarse la polla o frotarse los huevos, libre del envoltorio que los tapaba.

“Pero antes te toca a ti. Acércate Jul”. El amo lo llamaba y él estaba dispuesto a que desfogase sobre él el tremendo cabreo que llevaba en el cuerpo. El cachorro gateó rápido a sus pies para besarlos, pero su señor lo subió por la orejas sentándolo en los muslos y le dijo: “Agarrate a mi cuello que vamos a saltar, puto del diablo”. Y al metérsela a la brava, en seco, casi se la despelleja y se rompe el frenillo. “La madre que te pario, hijo de perra!. Cuándo se te abrirá como es debido ese puto agujero, joder!. Y le estampó dos leches en la cara al cachorro que casi lo descabeza. Jul quedó fuera de la realidad con la empitonada y ni se enteró de los soplamocos que le arreó Manuel. Bom no pudo evitar alzar la mirada del suelo y ver al cachorro subir y bajar sobre las piernas del amo, con un pedazo de carne metido en su culo, que sacaba y metía sin parar los bordes de su ano enrojecido. El perraco, excitado, se comía con los ojos las nalgas del otro muchacho, que su señor no cesaba de apretárselas con las manos y darle sonoras palmadas. Y ya estaba a punto de correrse cuando el amo lo hizo dentro del otro esclavo, rugiendo como un tigre e hincando los dedos en la carne del chico, que se había corrido al sentir el primer espasmo de su señor dentro de su cuerpo. El semen del amo salía del culo del chaval, escurriéndose por la polla aún clavada en él, y el salido mastín a duras penas podía contenerse.

Y habló el amo: “Ahora tu premio, machote. Acércate, Bom...Rápido!...Ponte en pie y quítate el suspensorio para ver ese rabo en libertad...Eso es...Hermoso y en forma como siempre...Aquí tienes lo que tanto envidias...Lo ves bien?...Ves este agujerito donde tengo clavada mi verga?...Pues es tu premio...Se la voy a sacar y tú se la metes...Así sentado en mis rodillas y enganchado a mi cuello, el culo de mi mascota es para ti y ya te lo dejo bien lubricado con mi leche...Fóllalo”. Gritó Manuel.

No se oía ni el vuelo de una mosca en todo la estancia. Hasta Geis, que sin dejar de llorar se quedó como si anunciasen el fin del mundo por la tele. Jul apretó los párpados intentando que sus pestañas detuviesen las lágrimas que se acumulaban en sus ojos. Y a Bom se le bajó la verga y su capullo apuntaba al suelo.

“Estoy esperando, jodido de mierda!...Qué pasa?...Te has vuelto impotente o de tanto estar con esa zorra ya sólo sirves para que te den por culo?. Fóllalo o te juro que no catas otro en tu puta vida, maricón!. Te castro y quedas para ser la puta de Adem...Es eso lo que buscas?. O prefieres ser el eunuco del harén sin huevos?”. Decía Manuel quemando con la mirada al apabullado perrote, que, desarmado y hundido, se puso a llorar como un niño.

En unos minutos de la bronca se pasó a la tragedia y todo era llanto alrededor de Manuel, que se lamentó: “En el fondo sólo sois unos mocosos de mierda. Y ahora llorones, para terminar de joderla. Putos críos!..Levántate Jul...Y largaros de aquí todos...Fuera!”.

Los tres esclavos salieron a gatas a toda prisa, y entró Adem que le preguntó a su señor: “Qué hago con los perros, señor?”. “Nada”. Contestó Manuel, pero añadió: “Por el momento ponle fomentos a Geis en las nalgas que le hará falta. Y a los otros dos átalos y enciérralos, pero separados. No vaya a ser que recupere la fuerza en la polla el otro cabrón. Te has dado cuenta, Adem, que el jodido animal se enamoró del cachorro?. Tan ciego está y tantas ganas tiene de montarlo que se le bajó la verga, no sé si del susto o del ansia de metérsela. Al puto cobarde se le derritió la minga como una vela a la puerta de un horno. Sólo lo provoqué para saber si se atrevía, puesto que no iba a dejar que lo follase, por supuesto. Ese puñetero agujero lo quiero cerrado para mí, aunque me despelleje la picha al taladrarlo. Quiero a un lobo no a un cordero mirando lánguidamente a una oveja todo el jodido día. Y no puedo dejar que mi campeón pierda su empuje ni su agresividad en la pelea. Mételo en la jaula y ponle un cinto de castidad o se mata a pajas. Y tú no le des mimos cuando está dormido porque también sé de que pie cojeas respecto a ese puto bravucón. A mi cachorro, a la mazmorra en el cepo y sin nada más... Ya le ajustaré las cuentas más tarde por darle confianzas al otro. Ahora voy a lavarme y mudarme de ropa que estoy pringado de leche por todas partes. Joder!, con que fuerza le sale al puto cachorro que me llegó hasta el cuello!. Y los pantalones chorreados con la que echó por el culo. Bonito mapa me dejó el muy cerdo”.

“Me permites hablar, señor?”. “Habla”. Dijo el amo. “El cachorro no hizo nada malo, señor. Al contrario, solamente quiere obedecerte y llevarse bien con los otros perros. Estoy seguro que su peor castigo sería que otro que no seas tú se lo follase”.

“Eso es todo?. Con mis perros hago lo que me sale de los putos cojones y si me peta desfogo la mala leche con ellos, que para eso los tengo y son míos”. Respondió Manuel. “Sí, señor. Pero a veces es difícil entenderte, señor. Y ellos sólo son cachorros a caballo entre la adolescencia y la juventud, mi señor”. “Lo sé. Claro que lo sé”, acató el amo. Y el criado salió a cumplir lo que le había ordenado el dueño de la casa.


Primero encerró a Bom, cabizbajo y sombrío, en una jaula dentro de la cueva de las sesiones, con el pito enjaulado en plástico transparente y con candado. Al fornido africano le enternecía el muchacho, pero tenía que cumplir las órdenes del amo. Pasó su mano por la cabeza del perro y le dijo en voz baja: “No tengas miedo que el amo no te va a cortar nada. Se valiente y pórtate como un macho”. Después encarceló a Jul, en una mazmorra de escasos metros, anexa a la cueva, aprisionando su cabeza y las manos con un cepo de madera al estilo medieval. El chico sólo hacía llorar y sorber los mocos. Y por último se encargó de Geis, que con mucho mimo le suavizó las nalgas con cremas y aceites, mientras se deshacía de gusto la muy perra y pretendía chuparle la soberana cabeza del pijo al inexpresivo criado.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Capítulo 9 / El sexo

Se quedó traspuesto esperando a que su esclavo abriese los ojos de una puta vez, pero el jodido chico seguía inmerso en un sueño que parecía eterno y feliz, a tenor por la cara angelical del muchacho. Viéndolo nadie diría que tan sólo hacía unas horas le habían torturado hasta por las orejas. Manuel se recostó sobre el antebrazo, mirando a su esclavo que yacía de espaldas a él, y un deseo irreprimible de poseerlo se adueñó de su alma. Era consciente que el pobre no debía estar aún para mucho sexo, pero el amo era él y aquel cuerpo solamente un juguete de su placer. Se arrimó, pegando su piel desnuda a la del puto esclavo, y sin más suavizante que la pasión que desgarraba su corazón penetró al muchacho, apretándole la espalda contra su pecho.

Jul notó el puyazo como si atravesasen su cuerpo de parte a parte, pero sólo volvió la cabeza hacía la mirada de su amo, encontrándose con su boca que lo buscaba con ansia de besos. Manuel juntó su lengua con la del chico y fue tanta la intensidad del beso como la del polvo que le estaba metiendo. Dejó respirar al esclavo y apretándole el vientre hacía él para clavarlo hasta fundirlo consigo mismo, no pudo reprimir por más tiempo la tensión que llevaba dentro, consumiéndolo en una lucha inútil por no claudicar ante el puto cabrón que estaba amando sin más razón que su propia locura.

Y sin despegar casi los labios le dijo al chaval: “Eres un hijo de la gran puta. Un perro de mierda. Un jodido maricón y te voy a reventar el culo. Así,...pégate más y abre las cachas. Y traga mi rabo por ese ojete que me aprieta la verga cada vez que lo fuerza a abrirse...Eres una zorra y me pones cachondo, pero te voy a enseñar cual es tu sitio aunque tenga que desollarte a correazos. Así ,....así.... toma polla, cabrón. Toma, jodido de mierda. No eres más que un cacho de carne con agujeros para que te folle por donde me de la puta gana. Y no pongas esos ojos de cordero inocente que en el fondo eres un guarro y gozas como un puto cerdo cuando te meten un buen rabo por el culo...Sabes como joden los lobos, cabrón?. No?. Contesta, hijo de perra cuando te pregunta tu amo!”. “No... lo... se,... mi señor”. Gimió el chico entre jadeos y sacudido por los empellones que le daba su amo jodiéndole el culo. “Pues lo vas a saber”, Respondió el amo.

Y con una rápido giro se puso encima del esclavo, le tapó la boca con una mano y con la otra le elevaba la barriga, levantándole el culo, y lo sujetó por la nuca clavándole los dientes. El chico disfrutaba de cada milésima de carne introducida en la suya, sorbiendo sus mucosas el calor y la vida de su amo, pero dejando que lo usase como un cordero se presta a que lo trasquilen. Esta vez no osaría suplantar a su señor tomando la iniciativa. Y con cuatro clavadas más recias empezó a correrse en las sábanas. Manuel, bañado en sudor, soltaba lascivia y babas en el cuello del chico y mantenía su cabalgada salvaje sobre un potro absolutamente domado y entregado a su dominio. Jul no declinó en su ardor y se mantuvo excitado, fabricando más semen en sus cojones para escupirlo al sentir el de su dueño colmando su deseo en un estremecido éxtasis de aullidos y jadeos.
Jul y Manuel se habían unido y algo superior a ellos no dejaba que se separasen.

Puede que sólo fuesen minutos pero hay momentos en que el tiempo no cuenta. Cuando Manuel se dejó caer al lado de su esclavo era un hombre agotado. Y fue Jul quien habló:
“Puedo hablarte, mi amo?”. “Sí...Habla”, murmuró su señor. “Mi amo. Perdóname si te ofendo con mi torpeza, pero aún soy un puto novato ignorante que sólo merece tu desprecio. Pero soy tuyo y no quiero mi vida si no es para servirte, mi señor”. Manuel calló un instante pero añadió: “Jul, yo sí quiero tu vida. Y te quiero a ti, niñato de mierda!. “Me has embrujado con esas pestañas y tus ojos verdes. Me embotas el olfato con el olor de tu cuerpo y de tu jodido culo. Y ese esbozo de sonrisa conque siempre me recibes me desarma y me ablanda. Pero aunque pueda tratarte con suavidad y hasta con dulzura a veces, no será menor el rigor del castigo cuando lo merezcas. Y que seas el preferido no significa que vayas a ser el único. La exclusividad es mía como tu amo, pero no tuya como mi esclavo. Y nunca menosprecies o rechaces a tus compañeros porque son míos y también me dan placer. Has entendido lo que te he dicho, Jul?!. “Sí, mi señor. Todo lo de mi amo es sagrado para mí, señor”. Respondió el chaval. “Ven al baño”. Le ordenó Manuel.

Entró en la ducha con su esclavo, permanentemente subido en una nube como un crío ante un regalo, y aguardó que el agua se templase para ponerse debajo los dos. Lo frotó por todas partes cubriéndolo de espuma y también se enjabonó el mismo y lo abrazó de frente para besarlo con tanto amor como no lo hubiera esperado Jacinto del dios Apolo. Ambos se acariciaron, dejando resbalar las manos entre la espuma del jabón, y sus miembros se buscaron para restregarse, recuperando las ganas de gozar otra vez juntos.

Jul quería chuparle la polla al amo. Y éste, como intuyendo el deseo de su esclavo, le puso las manos sobre los hombros y lo agachó poniendo su tranca al alcance de la boca de su insaciable mamón, que se la comió con gel y todo. Pero Manuel tenía verdadero vicio por el culo del chico y lo irguió dándole la vuelta y se la volvió a endiñar por donde amargan los pepinos, como suelen decir los que van por la vida de machos, y que desde luego a Jul no le amargaba en absoluto. Tanto es así que dejó fiel testigo de su placer en la mampara de la ducha, justo cuando su amo se lo dejaba a él dentro del culo. Y el amo no pudo menos que quejarse diciendo: “A este paso me dejas seco. Eres un cabrón con pintas, jodido mocoso”.

“Mi señ...”. Intentó decir el perro y una hostia tremenda lo dejó sin habla. “Jamás hables sin que yo te lo permita, puto estúpido!. Qué ibas a decir?. Que los dos somos un par de viciosos y que la culpa es mía por no controlarme?. Tú eres mi puta, Y ese ojete rosado y tan cerradito aún, me incita constantemente a que me lo coma o lo deshaga a pollazos. Es eso lo que ibas a decirme, zorra. Contesta!”. “No, mi señor”, dijo Jul con miedo. “Entonces?. Que tontería se te ocurrió?”. Grito el amo. “Que me azotases si lo merezco por ser una puta guarra y un vicioso, mi amo”. “Te castigaré cuando me de la gana y no para darte el gustazo de ponerte cachonda como una perra azotándote el culo. O crees que no me doy cuenta de que te corres cuando te zurro, puto masoca?. Date la vuelta. Apoya las manos en el cristal y ábrete de patas, cabrito!. Así. Ahora separate bien las nalgas con las manos. Eso es, que se te vea el agujero. Hummmm. Me pone a cien esta monada y voy a conservarte este ojete siempre apretado para que cada follada que te meta sea como una violación, rompiéndote el virgo mil veces.

Y cuando el chaval esperaba una manta de azotes, Manuel se puso en cuclillas y metió la lengua por el culo de su esclavo, relamiéndole el ano como un golfillo chuparía un caramelo. Desde la mucosa del ano y por toda la médula, el esclavo se electrizó con dulces quejidos. Y cuando su dueño volvió a ponerse en pie, lo hizo besando la espalda del muchacho y abrazándolo como si alguien quisiese arrebatárselo y alejarlo de su lado. Y dijo: “Si he de morir que sea follándote. Y sal de aquí que nos va a dar algo por estar mojados tanto tiempo. Venga, desfila, que además tenemos que comer, porque sólo de mi leche no te alimentas lo suficiente”. “Sí, mi señor”. Afirmó el esclavo.

Manuel ordenó que le sirvieran el almuerzo en el comedor. Y como de costumbre sus otros perros acudieron allí para postrase en el suelo cerca del amo. Era una gran sala de estilo modernista amueblada en madera de color claro y una mullida alfombra bajo la mesa y las sillas. Adem ya atenía todo dispuesto al llegar el señor con su mascota. Jul venía detrás de su amo, con su collar de plata al cuello, desnudo y oliendo a limpio y Manuel iba sin calzoncillos y un ligero quimono de seda, por lo que su miembro se balanceaba libremente de un lado a otro.

No hizo falta que le dijeran a Jul que debía hacer o donde ponerse. Se acercó a sus compañeros y se postró como ellos mirando a su dueño con devoción. Bom lo miró de reojo, disimulando que algo le molestaba para no provocar la ira de su dueño, pero Manuel le dijo: “Jul acércate a Bom”. Y el chico obedeció. “Bom, huele su culo y lámele el ojete en señal de amistad como un perro dócil y bueno”. Le mandó el dueño a su mastín y éste así lo hizo. Se puso detrás de Jul olfateo su trasero metiendo el hocico entre sus muslos y luego lamió el ano del cachorro, saliéndole el capullo de la polla por la cintura del suspensorio, empalmado como si estuviera catando a una perra en celo antes de cubrirla.

Jul estaba algo incómodo pero no le disgustó la comida de culo que le hizo su compañero, aunque no se excitó. Y el amo también le ordenó a él que confraternizase con Bom: “Ahora tú, Jul. Acariciale el lomo a ese puto chulo...Venga....Así, despacio,... con cariño...Así...Ves, Bom, como él también te quiere. Pues quiero que seas su amigo y nada de celos entre vosotros. Y eso también te lo digo a ti, Geis, aunque con tal de que alguien te cubre lo demás te importa un carajo, so zorra!. Jul acércate”. Y el cachorro fue a la vera de su amo dejando a Bom con la punta del pito reluciente y el taparrabos mojado y pringoso.

Manuel comía y con su mano le daba trozos a su mascota en la boca, sacando alguno de la suya, para compartir con él su propio almuerzo. El hambre hacía que el muchacho se precipitase a morder los pedazos que su dueño le dejaba entre los dientes, tragándolos con avidez puesto que no probara bocado desde el día anterior. “Despacio, que te atragantas, glotón!”. Bebe agua....Toma”. Y diciendo eso, Manuel vació sobre la mesa la panera de plata, echó agua en ella y se la puso en el suelo a su cachorro para beber.


Ya saciado el amo , salió al jardín con sus perros para tomar un café, fumándose un puro, mientras sus chuchos jugaban y corrían sorteando macizos y arbustos, bajo la vigilante mirada de Adem que los cuidaba con pericia y esmero.



Y así, entre juegos, sexo, distracciones y otras obligaciones, transcurriría una jornada más en la nueva vida que Jul, que aún privado de su libertad, ya no cambiaría por nada del mundo si ello implicaba perder a su dueño.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Capítulo 8 / El despertar

La desesperación se adueñó de Jul y el propio agotamiento y la fatiga del aislamiento acabaron por rendirlo y se durmió, sin darse cuenta, sostenido por las ataduras que lo unían a los maderos del aspa en al que lo torturó su amo.

Nada más amanecer, Manuel entró en la cueva sin hacer ruido. Iba cubierto por un batín de baño solamente y sus pectorales cubiertos de vello oscuro y espeso resaltaban entre la blancura de la felpa. No se había afeitado pero olía a jabón de baño, refrescando el aire viciado por su propia perversidad. Se acercó al chico, aún dormido y extenuado, y aspiró su sudor helado besándole la boca. No podía despertarlo porque lo quería inerte como un muñeco de trapo para deleitarse en su pasión por él, sin ningún testigo de su amor. Pero el muchacho presintió en sueños que había vuelto su amo y levantó la cabeza buscándolo con el olfato. Manuel le retiró la venda y lo miró a los ojos, que se entreabrieron brillantes de alegría para decir: “Mi señor”.

Manuel liberó los genitales del muchacho y le sacó despacio las bolas chinas que permanecían dentro del culo de su esclavo. El chaval no sentía sus miembros entumecidos pero flotaba al contacto de su dios. Manuel se pegó al cuerpo de Jul, apoyando el pecho del joven en sus hombros, y con extremo cuidado fue desprendiendo sus brazos y sus piernas de los maderos, sujetándolo como aun niño herido. Jul apoyó la cabeza en el pecho de su señor y éste lo alzó del suelo llevándoselo en brazos.

Jul sólo respiraba el cuerpo de su amo y el resto del mundo dejó de existir para el muchacho. Manuel lo acostó en su cama y se reclinó a su lado completamente desnudo. Era la primera vez que Jul lo veía así, sin ropa, mostrándole su atlético cuerpo en su estado natural. Y en contra de la debilidad que molía todo su organismo, se excitó dolorosamente, porque tenía la polla hecha una braga usada después del tratamiento intensivo que le había regalado su amo. Manuel se la cogió con la mano y el chico dio un respingo pero le sonrió y cerró los ojos. El amo soltó la minga del chaval y dejó que se quedase dormido a su lado, acompañándolo en el sueño porque no había pegado ojo en toda la noche por culpa del puto crío de los cojones.

La luz de la mañana lo espabiló, o quizás un ruido en la casa, y Manuel se volvió hacia su esclavo, plácidamente dormido aún, y se levantó despacio, sigilosamente, para comprobar como pasaran la noche sus otros perros.

Estaban en su perrera, cada cual en su jergón, tal y como le ordenó a Adem. El más pequeño, Geis, sujeto por una cadena al somier del camastro y el cinturón con cerradura y tapón dentro del culo para evitar su natural promiscuidad. Mientras que Bom, su gran mastín, roncando espatarrado pugnaba por presentar armas intentando luchar con su verga contra la jaula de plástico, parecida a un grifo, que la encerraba imposibilitando que se pusiese tiesa.

Manuel se acercó y se sentó junto a Bom para acariciarle el lomo y la cabeza, diciéndole: “Bravo, mi buen perro. Ayer te portaste muy bien, pero no vuelvas a pensar en coger a mi cachorro y ventilártelo. Aún te duele el culo, verdad?. La tiene muy grande el puto cabrón de Adem. Pero merecías el castigo. Se que azotándote no se consigue mucho de ti, por eso tengo que recurrir a lo que te espanta y anula, no sólo humillándote y degradándote como una puta meretriz de la peor taberna de un puerto, sino también haciendo que te metan por el culo ese aire de machito chulesco que te gastas ante otros esclavos. Siempre eres el gallito vencedor en todas las peleas que los amos organizamos, apostando por nuestros perros. Y hasta ahora tú siempre me has hecho ganar. Sabes de sobra que te quiero y que me gusta admirar tu belleza viril y tu raza de perro de presa sin más objeto en la vida que ser fiel a tu amo.


Y también sabes que para mí clavarla en esa obra de arte que tienes por culo es como si me follase al mismísimo David de Miguel Angel, pero con fuego en el culo que me consume la polla de gusto. Yo mismo te voy a quitar la jaula del pito para que se yerga orgulloso derrochando vida y salud en forma de semen. Adem, dame la llave de este candado”. Y nada más abrir la jaula, el pájaro levantó el vuelo; sin despegarse del cuerpo de Bom, naturalmente, y sin darle tiempo a moverse a su amo, tuvo una gloriosa polución matutina. “Joder!. Con qué estará soñando este hijo de la gran puta!. Y puedo asegurar que no es con la tranca de Adem. Será cerdo el muy cabrón! Menuda pareja!. Si os dejo a vuestro aire tendría que poner una tienda para vender cachorros o me invadíais la casa entre esa zorra y tú”. Y se sentó en el catre del otro esclavo para pasarle la mano por el culo y la cabeza, que resoplaba suavemente como si enfriase una taza de té. Y también le dijo: “tú siempre te portas bien, pequeño. Y también sabes que me gustas porque eres bonito como un muñeco de porcelana china; pero muy puta, eso sí. Tienes una piel tan agradable y un culito que parece una manzana reineta, sobre todo cuando tienes un rabo metido por el agujero. Y a ti no tengo que decirte lo que me haces gozar al abrirte de patas como la perra más salida del mundo y te follo viva hasta que te saltan las lágrimas y tu ojete rebosa mi lefa cuando todavía estoy dándote los últimos coletazos con mi rabo. También te voy a soltar a ti. Pero el cinturón te lo quita Adem cuando te laves; y te pone esa colita que mueves como un molinillo para llamar la atención de este follador irredento que esta ahí tumbado como una marmota... Venga, ya va siendo hora de asearlos y hacer ejercicio. Adem levántalos y dales el desayuno antes de nada”, “Ya lo tienen en sus cuencos, señor. Hay que hacer algo con el otro cachorro, señor?. Inquirió el tremendo africano de mármol negro. “No Adem. Ese otro es cosa mía. Además tiene que dormir y reponerse un poco de la sesión que tuvimos ayer los dos. Voy a mi cuarto y ya te avisaré para que me traigas un buen desayuno, porque necesitaré comer bastante”. “Sí señor”. Respondió el impertérrito criado.

Adem se quedó con los dos perros y antes de sacarlos de sus ensoñaciones se agachó en cuclillas al lado de Bom, mirándolo con una dulzura impropia de aquel bisonte. Extendió una manaza y sus dedos, gruesos como morcillas, rozaron ligeramente el rostro del muchacho y le besó en la frente apenas sin tocarle con los labios. Y bajó hasta el vientre absorbiendo con su lengua, el semen aún fresco del bello potro. Adem adoraba al esclavo en silencio. La única ilusión de su existencia se repartía en servir a su señor con absoluta fidelidad y en gozar de aquel machote si se lo permitía el amo del chaval.

En unos segundos revivió todo el placer de la noche pasada y su enorme polla se endureció. Y con la carpa montada entre las piernas zarandeó a Geis, que al verle el cipote inhiesto sacó la lengua moviéndola como un gatito bebiendo leche. Y el africano se dio media vuelta y tocó la espalda de Bom para despertarlo, provocando un respingo en el chico, que se tocó el ano, aún húmedo y sin cerrar del todo, recordando al instante el terrible pollazo que aquel mastodonte le había endilgado por el culo, abrasándole el recto con su falo ramificado de venas gruesas como sarmientos.

Pero el tiempo dedicado al ejercicio, lograba que Bom olvidase cualquier trauma. El amo había instalado un gimnasio en la casa, para mantenerse en forma tanto él como sus esclavos, y el chavalote se mazaba poniendo a tono su musculatura y corriendo kilómetros sobre una una cinta sin recorrer ni un centímetro. Adem, siempre hierático, cuidaba de que los perros hiciesen los ejercicios adecuados para cada uno de ellos, sin olvidar flexiones ni los estiramientos oportunos, y tras un saludable baño de vapor les relajaba sus carnes y articulaciones con unos masajes que envidiaría un pachá otomano. Manuel cuidaba bien a sus perros y sabía como tenerlos satisfechos e incluso felices dentro de su condición de esclavos, porque aunque no le preocupase que sintiesen placer en el sexo, si le importaba el bienestar y la salud de sus cachorros.

Estaba orgulloso de la belleza de tales ejemplares y los exhibía antes sus amigos, provocando más de un reguero de lascivia por la comisura de los labios de otros amos. Y era en las reuniones que hacían para enfrentar a sus campeones en la lucha cuando más disfrutaba. Bom sin duda alguna era el mejor y nunca había sido vencido por un contrario. A los perros se les aceitaba el cuerpo y competían desnudos, pero con un artilugio de castidad puesto en sus genitales para que no se corriesen ni montasen durante la contienda. También se les enfundaban en las extremidades patucos y manoplas sin dedos para evitar arañazos que les marcasen la piel y un bozal para que no se mordiesen durante el enfrentamiento. Ganaba el que inmovilizaba al contrario bajo su cuerpo, sin posibilidad alguna de que consiguiese ponerse a cuatro patas de nuevo.

Resultaba enervante ver a dos cuerpos relucientes y resbaladizos, pletóricos de salud y energía, empujándose uno al otro, con sus miembros entrelazados, para derribar al contrario obligándolo a besar el suelo. Aplastándolo con el pecho para impidiendo que se le escurra y rompa la presa, hasta dejarlo indefenso rumiando en su boca el amargo sabor de la derrota. La gloria del triunfo y el premio de la apuesta correspondían a su amo. Y al vencedor, bajo la mirada voraz y rabiosa de los vencidos, se le recompensaba quitándole el bozal y poniéndole en el suelo ante sus fauces una cena extraordinaria servida en un bol de lujo. Saciada su tripa, su amo lo montaba delante de la concurrencia, todo lo salvajemente que fuese capaz, colmándolo con su semilla, que se recogía en un cuenco, nada más sacarle la verga, para dársela de postre al campeón como un reconocimiento especial por su arrojo. Después se liberaba su miembro y su propio amo lo ordeñaba sobre un bol, para que el esperma del ganador sirviese de alimento al perro derrotado por él en la pelea, dándole así algo de su fortaleza.

Era todo un ritual para los amos, pero en ese juego Manuel había ganado muchos cuartos gracias a Bom.

Y Geis también participaba y tenía su función. Se le ponía un suspensorio de raso negro y un collar con piedras brillantes, como si fuese un caniche, y lamía y chupaba las pollas de todos los amos que lo deseasen, mientras los otros perros luchaban. Y si a su amo le apetecía, se sentaba a horcajadas sobre sus rodillas, enganchado a su cuello como un mono titi, y brincaba sin parar follándose como una loca, hasta que se señor se hartaba y lo dejaba caer al suelo, ordenándole que le limpiase la verga con la boca.

Limpios y repuestos de las fatigas del ejercicio, Bom y Geis se entretenían en la cocina alrededor de Adem, esperando que les cayese algo de lo que el garañón zaino preparaba para el desayuno del amo, que ya estaba dispuesto para cuando el señor ordenase que lo sirviesen.

Sin embargo iba a enfriarse el refrigerio porque Manuel volvió a acostarse junto a Jul, velando su sueño y aguardando un movimiento del chico que le indicase que ya estaba despierto para gozar con él otra vez. Verlo tendido sobre su propio lecho le infundió una ternura infinita hacia su esclavo. Y lo cierto era que aquel ser había nacido para ser suyo y su destino como perro sólo era ser usado sin más objeto que satisfacerle. Manuel ya estaba convencido que sería el dueño de Jul mientras viviese.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Capítulo 7 / La tortura

Jul escuchó cerrarse la puerta de la cueva y todo quedó en silencio. Sólo sonaban sus grilletes al moverse, pero su amo estaba allí cerca, aunque no detectase donde se hallaba. No se atrevía a pronunciar ni una palabra y apenas oía las botas de su señor sobre el suelo, pero su olor si se adelantó y lo olfateó, sudado y oliendo a esperma reseco. Una caricia rozó su mejilla y el aliento de Manuel se fue uniendo al suyo sin llegar a convertirse en un beso.

Estaba nervioso y ansioso por servir a su dios. El quisiera ser su única puta, su único perro, su único juguete, pero eso no era un privilegio que mereciera un miserable esclavo, aunque no pudiese evitar que su mente lo desease.

Aun tenía el cono de cristal en el culo, pero ni estaba frío ni conservaba el hielo en su interior. Y notó que el amo se lo sacaba y volvió a alejarse de él. Otra vez el silencio y la presencia de su amo flotando a su alrededor.

La incertidumbre empezó a hacer mella en su ánimo y un sudor frío recorrió su cuerpo. No sabía ni siquiera si había pasado mucho o poco tiempo hasta que volvió su amo a su lado. Por qué hacía eso su dueño, se preguntaba Jul. Si lo que deseaba era torturarlo cruelmente lo estaba consiguiendo. Pero Manuel, hasta el momento, sólo lo había contemplado atado a una cruz de madera. Lo miraba sin cansarse de hacerlo. Lo deseaba más que a cualquier otra criatura y estaba subyugado por el muchacho sin querer admitirlo a ningún precio. Iba a castigarlo por eso más que por haberlo usado en el baño y quiso que el sufrimiento del chico fuese algo privado entre los dos. Un dolor hasta cierto punto compartido ya que el esclavo ya era una parte de sí mismo. Su lucha interna era un desafío de titanes entre su orgullo y prepotencia y la humilde condición de su perro. El refinamiento de la posesión y el dominio contra la ciega obediencia de su cachorro. El uso incondicional de un objeto de su propiedad frente a la pasión y el amor de dos seres unidos en un éxtasis de dolor y placer. La sublimación de la lujuria y la perversión ante la vulgaridad del sexo entre animales. Pero era Manuel quién debía elegir el bando y vencer en esa lucha, ya que Jul siempre sería el vencido rendido a sus pies.




Manuel agarró el pene del chico, totalmente excitado, y le introdujo por la uretra una sonda de acero, bien lubricada pero que hizo chillar al muchacho como un cerdo en manos de un matarife. Jul aún no se había repuesto del dolor y su amo le dio una descarga eléctrica que desde el pito le llegó al cerebro con un calambrazo brutal. Por debajo de la venda que lo cegaba salieron dos regueros de lágrimas y sus mejillas palidecieron de miedo. De pronto sintió que algo metálico entraba por su ano y en cosa de unos segundos una segunda descarga en el interior del recto volvió a estremecerlo, lanzando un estridente maullido como un gato que pisase un cable pelado. El chico dejó caer la cabeza sobre el pecho, respirando con agitación, y el amo le endiñó dos descargas al mismo tiempo, en el pito y en el culo, más intensas que las anteriores. Jul creyó morir de angustia y el dolor era insoportable, pero su señor siguió dándole descargas alternativamente en uno y otro lado, añadiéndole otros electrodos en los pezones para que el dolor fuese más repartido pero intenso. Y a pesar del sufrimiento la corriente eléctrica mantenía el miembro del muchacho como un poste de la luz, y nunca fuera más adecuado el símil. Manuel electrocutaba a su esclavo con energía de baja intensidad, pero el esclavo lo tenía achicharrado con alto voltaje. Y llegó al extremo de que el muchacho perdiese el conocimiento.

Manuel lo vio inerte, colgado del aspa, y su corazón quiso ablandarse, pero un amo no puede consentir que un esclavo posea el espíritu de su dueño esclavizándole el alma. Y siguió con su tormento. Arrojó agua fría a la cara del chico, que despertó del vahído, y le retiró el dildo y la sonda, volviendo a gritar otra vez el perro. Y sin descolgarlo le amarró los cojones con un cordel, apretándoselo con varias vueltas hasta inflamárselos, y con un mimbre se los golpeó de bajo arriba. El chaval aullaba como un lobo herido y sentía sus huevos embotados por la sangre agolpada en ellos, lo que los hacía mucho más sensibles al dolor. Después le tocó el turno a la polla y se la dejó como un pimiento morrón en salsa. Porque cuanto más mimbrazos le atizaba en la verga, más dura se le ponía al chico que no cesaba de soltar babas que le escocían en la uretra irritada por la sonda.

Una ristra de bolas de acero fueron entrando una a una por el ojete de Jul, provocándole una sensación fría y desagradable en la tripa al moverse ellas solas dentro del chico, mientras su amo continuaba jugando con sus genitales. Pero faltaba el calor del contacto carnal con su amo. Jul era usado sin sexo, puesto que tanto dolor solamente podía causarle el placer psíquico de ser su dueño quien lo causaba para disfrutar con el sufrimiento de su esclavo. Jul hubiera preferido que lo alimentase con su leche o que lo follara con toda la brutalidad que quisiera su dueño, mas aquel sórdido despego de su dios minaba su entereza para soportar el suplicio. Había sido tan grave su pecado para que su amo no entrase en su cuerpo ni lo sobase como antes?. Al muchacho sólo le consolaba que tanto castigo era la voluntad de su señor. Sabía que una cuerda le colgada del culo y que se tensaba tirando de las bolas hacia fuera, saliéndole como si fuese una gallina poniendo huevos. Y antes de expulsar la última entraron todas otra vez con mucho más malestar que antes.

En silencio, lloró de soledad más que por el martirio físico y Manuel, congestionado de furor y con las venas de su cuello a punto de estallar, se pegó a él imprecándole: “Te duele, cabrón... Jodido hijo de puta!...Grita!. Suplícame!...Pide que me apiade o no serás más que un montón de estiércol cuando acabe contigo...Chilla perro de mierda!. Quiero que me temas!. Que te cagues de miedo sólo con verme!. Voy a torturarte hasta que te arrastres como una sanguijuela a mis pies. Vas a sufrir y padecer todo lo que me estas torturando a mí, puto asqueroso!. Suplica, cabrón!. Ruégame que pare o te juro que no queda de ti ni el recuerdo!. Habla!”. Y el muchacho, con voz queda y entrecortada obedeció a su señor: “Sí,.. mi... amo...Te...lo...suplico...Haz...lo...que...quieras...de...mí,...mi... dios,...pero...no...me... dejes...sin...ti, mi señor”. Manuel cerró los ojos apretándolos con todas sus fuerzas y se fue de la cueva dando un portazo que estremeció la casa.

Y allí quedó Jul, atado a su cruz, con seis bolas de metal dentro del culo, la polla inflamada y los huevos morados como berenjenas. Y rodeado de un negro silencio de mortal soledad.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Capítulo 6 / La sesión

A media tarde el amo llevó a Jul a su dormitorio, grande y luminoso, de diseño sofisticadamente minimalista y una cama de dos por dos frente a un gran espejo que cubría la pared tras la que estaba el vestidor y el baño de su señor.

Manuel sujetó al chico por la cadena de plata puesta en su cuello y lo condujo al cuarto de baño, recubierto en parte de cerámica grisácea con tonos de metal oxidado, rematado en acero brillante, y el resto de los muros satinados en un tono piedra pómez. Recibiendo la luz todo el conjunto por una ventana de dos hojas de cristal labrado y bisel en su contorno.

El señor besó a su esclavo en la boca y preparó un irrigador con agua tibia para limpiar los intestinos del muchacho antes de usarlo junto a los otros esclavos como aperitivo previo a la cena. Manuel quería disfrutar cada instante del tiempo dedicado a su mascota y gozar con cada temblor o gemido que el dolor o el placer provocasen en el joven cachorro.

Se sentó en una banqueta y colocó a Jul sobre sus rodillas de cúbito prono, con el culo ligeramente en pompa, y con delicadeza introdujo en su ano la cánula que llenaría lentamente su reducido vientre, notándolo el amo en sus muslos a medida que el agua invadiera las entrañas del muchacho.

Manuel acariciaba las nalgas del chico con la palma de una mano y sujetaba con los dedos de la otra la goma del irrigador. Impidiendo así, que el esfínter expulsase el canuto en alguno de los espasmos que le iba causando la presión del líquido en las tripas al chaval. Este, apretaba el culo formando unos preciosos huecos a cada lado de las nalgas, agudizando su redondez y tersura, y parecía un melocotón maduro que daba unas irresistibles ganas de morderlo.

El amo se complacía mirando la fresca belleza del crío, que comenzaba a moverse incómodo al sentirse lleno y no poder defecar, y le advirtió que aguantase que aún faltaba un poco más para vaciarle entera la bolsa del irrigador. Y Jul apretó los puños contra su boca, cerrando fuertemente los ojos, y quiso pensar en otra cosa que no fuese lo que le estaba jodiendo la puta lavativa. Al fin terminó el goteo y su dueño lo puso en pie, diciéndole que apretase más el culo. Pero no le dejó sentarse en la taza, sino que volvió a doblarlo y amarrándolo por la caderas desde atrás, le metió la verga por el culo a modo de tapón. Otra vez iba a batirle el agua con su polla dentro del recto. Y el cachorro rememoró su anterior experiencia en el sótano. Pero pasada la primera embestida del rabo de su señor, comprimió las nalgas absorbiendo la polla de Manuel hacía dentro y con rítmicos espasmos del recto fue follándose el mismo, logrando que el agua acariciase el miembro de su dueño sin dejarle que le bombease el conducto anal como la vez anterior.

Invadido por el émbolo con el que él mismo impelía el líquido en su interior, removiendo sus vísceras, Jul, como una saeta, se disparó haciendo diana en un punto erógeno de extrema lujuria y envuelto en un torbellino de doloroso placer anuló la iniciativa de su amo, sumiéndolo en un mero apéndice carnoso para lograr su propio orgasmo. Y lanzó al aire un géiser de esperma que se estrelló contra la mampara de la ducha. Manuel, incapaz de controlarlo, dejó que el chico, sin dejar de mover las caderas, le exprimiese la polla con su ano succionándole la leche, mientras que el desmadrado muchacho, con un ansia irreprimible de sexo, lamía el cristal por el que resbalaba su semen.

El amo, derrotado y atónito ante tal libidinosa fogosidad, quedó inerte dentro del culo que lo había ordeñado y fue el propio chaval quién permitió al pene de su dueño salir de él, flácido y sin recursos.

Manuel, enrojecido de indignación sabiéndose usado por su esclavo, lo hubiese apaleado allí mismo hasta mazarlo como a un pulpo antes de cocerlo, pero estaba paralizado ante la disyuntiva entre desatar su ira o lanzarse a la boca entreabierta del muchacho para comérsela y disputarle el sabor de la leche que le manchaba los labios. Y Jul, arrobado por el sublime deleite de aquella tortura, lo encelaba con la mirada febril y obscena de sus ojos verdes.

Manuel regresó a su ser y sentó al esclavo en la taza del inodoro para que vaciase los fluidos retenidos en su vientre. Le ordenó que le limpiase la verga con la boca, aprovechando para orinarle en ella y ver como se bebía el meo de su dios con el mismo gusto que la mejor cerveza de barril. El chico lo hizo todo con una dedicación casi religiosa, dejando que su organismo se liberase de la opresión de los restos y fluidos que incomodaban sus intestinos. Y en cuanto pedorreó los últimos gases, su amo lo alzó por un brazo, lo inclinó apoyándole el pecho en uno de sus muslos y con un trozo de papel higiénico le limpio el culo como a un párvulo, pretendiendo humillarlo. Después le dio dos fuertes manotazos de abajo arriba en medio del ojete y lo empujó dentro de la ducha.

“Lávate bien que el baile va a empezar dentro de poco”. Dijo Manuel guardándose para sí la continuación de la frase: “Te vas a enterar quién es tu amo, perro cabrón. Vas a aprender de una vez por todas cual es tu papel en esta fiesta y que el placer de una mierda como tú no cuenta, y mucho menos usándome como un puto consolador para correrte como una zorra masturbándote el culo con mi rabo, jodido hijo de perra!. Voy a hacerte purgar lo que has hecho hasta verte a mis pies como un apestoso excremento. Te voy a enseñar lo que vale un peine, asqueroso mamón!”. Y sólo dijo en voz alta: “Date prisa que ya deben estar preparados los otros perros”.

Manuel se calzó un ceñido chaps de piel negra y adornó su tórax con un arnés a juego, llevando botas y muñequeras de cuero del mismo color. Y después de secar al esclavo le colocó en las cuatro extremidades grilletes de cuero con fuertes argollas de acero.

Salieron de la alcoba del amo y Jul lo siguió como un niño que por primera vez lo llevasen al parque de atracciones. Expectante, casi ilusionado por saber en que consistiría la sesión organizada por su señor como su fiesta de bienvenida a la casa. Salieron al patio y por otra puerta descendieron a otro sótano que más bien era una cueva con techos abovedados. En tiempos se había usado para almacenar vino y otros alimentos y mercaderías, pero ahora su destino tenía otro matiz mucho más refinado, puesto que sus muros eran testigos resonantes de los gritos y gemidos que proferían los perros esclavos del dueño de la casa, cuando los usaba y se regodeaba sometiéndolos a sus caprichos sexuales. En el lúgubre escenario ya estaban Adem, con un arnés tachonado y su martillo pilón al aire, y los dos perros puestos en pie, desnudos, empalmados y con los ojos mirando al suelo, unido uno al otro por una cadena sujeta a sus collares.

Al aparecer el amo con Jul en la puerta, Bom no pudo mantener su actitud sumisa y clavó la mirada en el cachorro, mordiéndose el labio, sin que su expresión reflejase si quería morderlo o follárselo por el culo hasta que su leche saliese por la boca del puto muchacho, ascendiéndole por el aparato digestivo. Manuel reparó en ello y fulminó a su perrazo que de inmediato bajo la vista tres capas más abajo del subsuelo. El amo estaba seguro que el puto cabrón en sus poluciones nocturnas soñaba con tirarse al cachorro y dejarle el agujero del culo morado y ajado como un lirio marchito. Y Manuel, si algo tenía claro era que aquel jugoso agujero sólo sería para su placer, ya fuese con su pito, con sus dedos o con la lengua; o divertirse con él metiéndole juguetes anales u otros objetos adecuados al uso. No estaba dispuesto a que ningún ser volviese a hollar ninguna de las entradas al cuerpo de su esclavo predilecto, ya que antes de permitirlo prefería cerrárselas para siempre poniéndole un bozal y un casto tapón en el culo. Jul era exclusivamente suyo.

El amo llevó a Jul hacia una cruz aspada y lo crucificó de frente en ella atándolo por los grilletes. Le vendó los ojos y ató una cuerda en sus genitales, estrangulándole los cojones con unas cuantas vueltas. Como remate Adem le acercó un plug de cristal, con hielo en su interior, y se lo encasquetó por el ano encajándoselo en el culo para que no le cayese. El frío recorrió la espina dorsal del chico como un relámpago de hielo, y su esfínter quedó adormecido como si le hubiesen aplicado un anestésico. Y allí lo dejó su amo, sin ver pero pudiendo oír la suerte que esperaba a los otros dos perros de su señor.

Y el primero fue Bom, aunque Jul aun no sabía de cual se trataba. Adem lo atravesó boca abajo sobre un potro gimnástico, amarrándole las extremidades a las cuatro patas, y le amordazó la boca con un bocado de caucho, abrochándoselo en la nuca con una correa bien apretada. Y empezó la fiesta para él. El amo, con una paleta de cuero en su mano derecha, le dejó las cachas como amapolas después de atizarle cien azotes, pausados unos segundos ente uno y otro para dejar que su carne recuperase la sensibilidad y el puto cabrón del perraco no se perdiese ni un ápice del dolor que merecía recibir porque a su señor le salía del pijo. Y por osar apetecer la carne fresca de su mascota. Bom se estremecía y sus aullidos amortiguados por la sordina puesta en su boca, llegaban a los oídos de Jul con un tono de perversión que se unía e incrementaba con el restallido del cuero sobre la piel del indefenso animal. Se hizo el silencio y al poco Jul oyó como su amo resoplaba y jadeaba dándole por culo a alguno de sus esclavos, pero sin saber cual podría ser el afortunado. Y era el propio mastín quién servía al amo de montura, recibiendo un polvazo de categoría.

Bom, era todo un ejemplar de piel brillante, con ancas como rocas de cuarzo y extremidades esculpidas y torneadas para ser usado en una lección de anatomía, mostrando hasta el más insignificante músculo de un cuerpo. Un animal único para ser exhibido en el palenque de un concurso de cría de raza a pesar de su mezcla de sangre. Su monta era sublime para el amo, que se encendía forzando sus nalgas cerradas para hundirle la polla hasta el corvejón, obligándole a abrirlas y aflojar el ojo del culo. Por eso le desconcertaba su galopante obsesión, ya que estando dentro del mastín, sintiendo su carne ardiendo y dándole caña, con los ojos fijos en el cachorro aspado, su mente gozaba reviviendo su olor, su tacto, sus gemidos, su placer, su sexo y el sabor de sus labios y el brillo verdoso de unos ojos de mirada franca, irremisiblemente indeleble en su alma. Azotó con su mano al perraco, clavándole con saña el rejón de su verga en el culo, pero a quien deseaba zurrar era a su propio corazón por no poder separarse ni por un minuto del otro chiquillo. Manuel estaba literalmente jodido y lo sabía. Descabalgó sin correrse, dejando al perrazo con la minga tiesa, escurriendo líquido preseminal, y cogió un respetable cono de caucho que le alargó Adem y se lo insertó en el culo ardiente y dolorido por fuera, dada la zurra que había sufrido, y escocido por dentro por la violencia de las embestidas de una brutal follada que, por primera vez, no concluía con un orgasmo bestial.

Y llegó el turno del otro perrillo, de aspecto delicado y piel fina, con su graciosa manera de mover aquel culete que remataba por detrás un cuerpo atractivamente frágil, cargado de vicio e impudicia. Y a éste prefirió meterle el brazo por el ano. Con ayuda de Adem lo acomodaron en un sling colgado del techo, sujeto de pies y manos, y lo amordazaron con una bola de goma que sujetaron a su cabeza con una correa de piel. Y untándole el agujero con crema pastosa, la mano enguantada en goma del amo empezó su viaje por el recto del chico, dilatándole el esfínter despacio y avanzando lentamente por su interior hasta introducirle también el antebrazo. A Geis se le retorcía el alma de gusto y se movía como una anguila para tragarse mejor el fuerte brazo de su dueño. Era una puta guarra sin paliativos y su único placer estaba en el culo. Por orden del amo, Adem le pellizcó los pezones con pinzas quirúrgicas, después de lazarle la punta del pito y estirarle los huevitos tirando de ellos por un cordel atado al escroto, que se lo enganchó a los dedos gordos de los pies para que al moverse tirase de ellos el mismo. La zorra se volvía loca con un buen fist y por el pellejo engurruñado del pijo goteaba si cesar una babilla transparente y pegajosa. El cabrón del amo le metió el brazo más que nunca como si pretendiera sacarle su puta lascivia por el culo, pero cuanto más le entraba más revolvía los ojos la muy cabrona de la nenaza. Se introdujo hasta el codo, llegando a traspasar el segundo esfínter, y se lo saco para repetir la faena con el puño cerrado unas cuantas veces más. Era todo agujero el puto culo de Geis cuando el amo sacó por última vez su brazo. Le quedó abierto y negro como el brocal de un pozo sin fondo, por el que salían restos de crema, baba y los fluidos del orgasmo de aquella puta perra que se corría más por el culo que por la polla.

Pero Manuel no se desprendía de su desazón y por muy dura que tuviese la polla no conseguía correrse como hubiera sido lo normal en él. Y su cabreo iba en aumento. Adem notaba el enfado de su amo y miraba al cachorro crucificado en el aspa de madera, sabiendo que él era la causa de su malestar y su falta de concentración al usar los otros esclavos. Pero ese problema solamente su señor podría resolverlo.

Manuel se dirigió a Adem y con una palmada en el hombro le dijo: “Has preparado muy bien a mis perros... Mereces un premio. Puedes follártelo”. Y no hacían falta más palabras porque el amo sabía de sobra cual de era el culo que hacía las delicias de aquel armario de tres cuerpos de color negro. Y Bom también lo sabía. Sólo se la había metido en un par de ocasiones, muy de cuando en cuando, pero era consciente que su agujero no volvía a ser el mismo cada vez que aquel animal de ébano lo empalaba con su chorra. Era como si su cuerpo se abriese al medio y un ariete gigante lo destrozase por dentro, dejándolo mudo y ciego de dolor. Comenzó a sudar por todos los poros y con las manos crispadas se resignaba al inevitable tormento. La tranca de Adem empalmada era como la de un caballo pero en gordo. Un verdadero espectáculo digno de un circo.

Y el cachalote de piel brillante y oscura, masturbándose con una mano y luciendo sus dientes blancos con una sonrisa simplona pero espeluznante para la víctima que lo aguardaba en el potro, se puso detrás del chico mirándole el culo con auténtica gula y le sacó despacio el plug, recreándose la vista al verle el agujero aun sin cerrar del todo, húmedo y lubricado con algo de crema y mucho terror. Bom apretaba los dientes y cerraba los ojos como un desesperado porque si temía el dolor de la enculada mucho peor era el suplicio de la espera. Lloraba pero suplicaba en silencio que pasase pronto ese trance. Y el capullo reluciente de Adem enfiló el ojete del culo de Bom y el amo no quiso perderse detalle, viendo en primera fila la entrada triunfal de semejante vergajo dentro de su puto mastín. El ano de Bom se resistía ante aquel tren de carne caliente que pugnaba por romperlo, pero la fuerza del tranco africano no retrocedía ni un milímetro en su empeño. El perraco se bababa porque tragaba saliva con dificultad a causa de la mordaza y sabiendo lo inútil de cualquier resistencia relajó sus carnes y echó hacia tras el culo que súbitamente fue penetrado por el grueso capullo de Adem. Bom quedó sin respiración y creyó morir por la dolorosa punzada que sintió en su vientre. A penas podía reponerse pero insufló aire en sus pulmones inhalándolo profundamente por la nariz, como tantas veces le había enseñado su amo cuando lo sometía a duras sesiones de juegos anales.

Adem, empujando con los riñones, introdujo todo su instrumento en el culo del muchacho , que parecía romperse en dos, y apoyando las manos en las caderas de Bom le bombeó el culo con la energía de un toro bravo. Y el chico temía que la punta del rabo de aquella bestia le saliese por la boca. La escena era todo lo morbosa que Manuel deseaba y ver al jodido perraco pinchado en el trabuco de Adem como una miserable aceituna, ahora rellena y no precisamente por una simple anchoa, logró que su miembro reaccionase. Al punto que los tres se desnataron al tiempo. Adem, con espasmos de cíclope se vertió dentro del muchacho, que no pudo soportar el gusto de un chorro caliente en sus entrañas y su pene pasó del babeo a agitarse entre sus piernas soltando leche. Y al amo a penas le dio tiempo para apretarse la minga y recoger su propia leche en una mano. Luego se la dio a lamer a la perraca que seguía en el sling excitada como una mona.

Jul intuía cual de sus dos compañeros había sido el protagonista del juego y no entendía por que su amo lo dejara aparte ignorándolo durante todo el tiempo que había durado la sesión. Pero una vez más se le escapaba el sutil refinamiento de su señor y no sospechaba que lo bueno para él aun estaba por venir.

“Y ahora suelta a esos dos y llévalos a su perrera”. Le ordenó el amo a Adem. “Espera... Antes ponle a ese puto mastín la jaula en el pito para que no se masturbe ni monte a esta zorra y que cague toda esa nata que le dejaste en el culo.... Y a esta perra viciosa atala al camastro y ponle el cinturón de castidad con un buen tapón en el culo para que no provoque a este estúpido imbécil... Y simplemente dales de beber que hoy no necesitan cena ninguno de los dos”. Añadió el señor. “Sí, señor...No los lavo antes, señor?”. Preguntó Adem. “No. Hasta mañana que se revuelquen en su propia mierda estos cerdos...Vete ya, que yo me quedo con este otro para jugar un rato con él”.

Y Adem se llevó a los dos perros, dejando a su amo solo con su cachorro crucificado en aspa como un bacalao seco.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Capítulo 5 / La casa

Y por ese día aún no habían terminado las sorpresas para Jul.

Cuando cruzaba el patio de la casa con su amo, por otra puerta grande y acristalada aparecieron dos jóvenes casi desnudos. Bueno, uno con un tanga colorado y un collar al cuello de piel encarnada, cerrado con un candado de acero, y el otro con un suspensorio negro y con un collar de cuero negro con tachuelas y abrochado al rededor del pescuezo con otro candado del mismo metal más grande que el del otro muchacho.

Ambos llevaban el pelo rapado y al llegar hasta el amo se postraron a sus pies tocando el suelo con la frente. Y Jul vio que uno de ellos, al parecer el más joven, llevaba una colita insertada en el ano que agitaba graciosamente al mover el culito. Y no pudo reprimir su cara de asombro, interrogando a su amo con los ojos, que sin verlo dijo: Estos son perros al servicio de la casa. El más pequeño es Geis y el otro Bom. Son tus compañeros”. A Jul se le perdió la mirada y la tierra se abrió bajo sus pies. Si en un primer momento no entendió nada, ahora lo tenía todo muy claro. Sólo era un perro más en la casa de su amo y agachó la cabeza con tristeza y desesperanza en el corazón. El amo hizo levantarse a los otros dos perros con un gesto y les dijo: “Este es Jul y es mi mascota y mi juguete sexual. Y también es mi objeto más preciado en esta casa. Bom, tú eres el perro guardián y ya sabes cual es tu obligación”. “Sí, amo”. Contesto el joven con voz masculina y entera.

Bom, que así le había bautizado el amo por tener un cuerpo explosivo como la dinamita, era un machito mestizo de algo más de veinte años, de color cobrizo sin vello, más alto que Jul y con un tipo de infarto, que con sus ojazos oscuros miraba fijamente al nuevo esclavo sin pestañear. Mientras que Geis, que el motivo del nombre era que según su dueño parecía una geisha y miraba a Jul con unos ojos almendrados y risueños, era un jovencito oriental de piel entre azafrán y canela, bastante nenaza, y totalmente lampiño, vieras por donde lo vieras, que estaba muy bien hechito, aunque resultaba bastante poquita cosa al lado del otro perrazo. Pero resultaba simpático moviendo su pequeño culito tan redondito con su colita y todo. De no ser un perrillo forzosamente tendría que ser un muñequito de terracota.

“Y tú, Geis”, dijo el amo, “lleva al nuevo a que se lave y que le den algo de comer. Y luego me lo traes. Y tú Jul, desnudate y ve con Geis”. El nuevo esclavo sin levantar la vista dio un paso pero el dueño lo paró de un manotazo: “ Desnúdate ya. Aquí mismo. Venga. Los perros no llevan ropa en la casa de su amo”. Y podía decirse que en lugar de desnudarse dejó caer su ropa al suelo. Los otros dos siervos lo miraron de pies a cabeza y Bom frunció ligeramente el ceño y hasta en su interior gruño como un macho encelado. El otro sonrió y seguramente le pareció muy mono la nueva mascota del amo. “Bom, coge esos trapos de mierda y tiralos”, añadió el señor y se fue por otra puerta adornada en bronce.

Los tres compañeros se fueron del patio a cumplir las órdenes del amo. Y Jul comió por primera vez a cuatro patas en un bol puesto en el suelo de la espaciosa cocina de la casa, en la que cada uno de los tres tenía su comedero de aluminio y otro cacharro de barro donde siempre había agua para beber. En ella estaba un negro, de cuarenta años largos, grande, fuerte y brillante como un búfalo africano, llamado Adem, silencioso y de rostro inexpresivo con nariz roma pero ancha, que apenas disimulaba su abrumador badajo bajo el pantalón de lino blanco que vestía. El no sólo se ocupada de la intendencia, sino que también cocinaba y organizaba y atendía las necesidades diarias de la casa.

Una vez que hubo comido y ya aseado en un lavadero con retrete, anexo al cuarto donde dormían los esclavos y próximo a la cocina, Geis llevó a Jul ante el amo, que se encontraba en una amplia sala rectangular, utilizada como estudio, a la que se entraba por la misma puerta que traspasó Manuel al salir del patio. La decoración era sobria pero muy confortable. Entrando a la derecha una chimenea de mármol gris, sobre la que lucía un lienzo abstracto con muchos colores, hacía más acogedora la estancia. Y delante de ella se sentaba el amo en un sofá de cuero negro, que hacía ángulo con una de las dos puertas por las que se accedía al jardín de la casa. Al otro lado, sobre la mesa de trabajo de diseño, en acero y cristal, estaba el ordenador con el que Manuel navegaba por mundos virtuales y una estantería con libros cubría la otra pared. En el suelo se extendían dos grandes alfombras persas y Bom, que dormitaba a los pies de su amo sin más preocupación que rascarse de vez en vez una pierna o el culo.

Aunque estaba abierta, los dos cachorros se detuvieron en la puerta sin osar entrar en el despacho del señor. Y éste con un gesto de su mano les indicó que pasasen. Geis se adelantó a Jul, poniéndose a 4 patas para acercarse a su dueño moviendo el culito, y Manuel preguntó, al tiempo que Bom se ponía también en cuatro y en guardia como un mastín leones: “Comió bien?”. “Poco, señor. Tu siervo Adem le puso en el suelo un bol mediado, pero no lo comió todo, amo”. Contestó la perrilla. “Tampoco bebió suficiente?”. “Eso sí, señor. Bebió bastante en su cuenco, mi amo”. Aseveró Geis. “Acercate!”. Ordenó el amo a Jul que venía totalmente desnudo y sólo miraba al suelo con tristeza infinita. “A cuatro patas, imbécil, como cualquier otro perro. O acaso creías que eras el único al servicio de tu amo, estúpido animal?. Rápido...ven aquí”. Gritó su dueño.

El chico caminó como un perrillo apaleado, llevando el rabo entre las patas traseras, observado por la graciosa perra del rabillo temblón y vigilado por el otro perrazo, y se paró a un paso de su señor sin levantar la vista para no mostrarle su llanto. Y el amo le interrogó con voz áspera: “Qué pasa. No te gusta mi comida?”. “Sí , mi señor”. Balbuceó el neófito cachorro. “Entonces, por que no comes todo lo que te dan?”. Era fácil responder que si no comía era porque la angustia no le dejaba hacerlo, pero se limitó a decir casi llorando: “Lo haré, mi señor. Lo comeré todo, mi amo”. Y miró a Bom que se agitaba inquieto cerca de él. El amo también lo hizo, fijándose en lo abultado que se veía el paquete bajo el suspensorio del puto perraco, y le dijo: “Ya estas nervioso, cerdo cabrón?. En cuanto ves algo que se mueve ya estas armado para tirártelo. Serás hijo de perra, so vicioso!. Y tu Jul no le tengas miedo que no va partirte a dentelladas. Lo que quiere es preñarte y romperte el culo, el muy maricón. Pero no puedes, verdad asqueroso de mierda?. Lo que darías por jugar con este cachorrito y ventilártelo a todas horas. Ya no te llega con que te permita montar a esta otra putita alguna vez?”.

A Geis se le iluminó la cara al oír a su dueño decir aquello y en su tanga colorado se insinuó una pequeña carpa presionada por su pitorrín. “Serás perra!”, le dijo el amo a la cachorra que al parecer siempre estaba salida como una mona. “Si no llegas a llevar el rabo en el culo andarías preñada todo el día. Joder!. Qué puta salió la condenada!. Venga, so zorra, sácale la leche a este cabrón o le reventarán las bolas con la presión”. Y Geis como un rayo se fue junto a Bom, le bajó el suspensorio, y colocándose como un ternero bajo el vientre de la vaca, le amarró con la boca el miembro amoratado y lo succionó con ansia hasta que, entre convulsiones y gruñidos, el macho lo alimentó con su esperma, sin que lo soltase la mamona antes de cerciorarse de que le dejaba secos los cojones.

Bom resoplaba y babeaba por las fauces entreabiertas y Jul ni por un minuto levantó la vista para ver la escena. “No te gusta ver a tus compañeros divertirse?”. Le recriminó el amo. “Sí, mi señor”. Dijo el cachorro con muy poca convicción. “Ya veo....Levántate y acercate a mí”. Le ordenó Manuel y el chico obedeció sin ilusión. Entonces el señor le acarició el culo diciendo: “A mí si me agrada ver a mis perros felices. Y a ti mucho más”. Cachondo como un mono al ver a su mascota humillado y vencido, se desabrochó la bragueta, sacó la polla y con precisión de experto sentó al cachorro en su rabo mirando hacia los otros dos perros. Y con un suspiro profundo lo ensartó apretándolo contra él con ambas manos y se lo benefició haciéndole brincar como un pelele.


Nada más ser embestido por su amo, la verga del chico se alzó en triunfo como el asta de una bandera y todo lo que no fuese el placer de su dueño dejó de existir para él. Cerraba el esfínter comprimiendo el pene invasor para deleitarse con el roce de las venas y el calor de la sangre que lo regaba y mantenía erecto y su cerebro bullía enloquecido dejando se alma a flor de piel. Manuel no podía soportar el placer tan sutil que le daba aquel chaval con su entrega y el fuego de una vida aún por vivir que se derramaba generosamente en cada lágrima o en el más leve suspiro del muchacho. Vibraba por igual con el dolor o el placer, llegando a alcanzar junto a él el éxtasis más refinado con la unión de sus cuerpos. Los gemidos del jodido crío sonaban en los oídos de su dueño como aleluyas de un coro celeste. Y el cachorrillo, agitado y convulso, se corrió sobre las rodillas de su amo, apretándole los muslos con las manos, deleitando al vicioso Geis y provocando otra erección en el voraz mastín de la casa.

Manuel lo descabalgó, sacándole del culo su nabo a punto de estallar, y poniéndolo de rodillas frente a él le agarró la cabeza y se la clavó enchufándole el tranco en la boca. Jul, casi sin respiración, no podía ni mamarla, simplemente el amo se lo follaba por otro hueco distinto al ojo del culo. Y con pocos trallazos, Manuel hundió los riñones, impulsando el vientre contra la cara del chico, y le lefó la garganta con varios chorrazos calientes. Jul, relamiéndose los labios, sonrió, se sentó sobre los talones y penetró los ojos de su amo con los suyos agradeciéndole el desayuno.

Manuel quedó inerme por un momento y sólo reaccionó para ordenarle a Geis que le trajese el estuche azul que estaba sobre el cristal de la mesa. El chaval, ágil como una ardilla, lo hizo de inmediato y se lo entregó al amo. Y éste, acariciando la cabeza de Jul, lo abrió sacando de su interior una gruesa cadena de plata y un pequeño candado del mismo metal, que le colocó al cuello a su dócil mascota, diciéndole: “Este es tu collar y tu ya eres mi inseparable y fiel esclavo. Donde yo vaya tu vendrás conmigo y te tomaré y poseeré donde quiera, como se me ponga en las narices y cuando me salga de la puta chorra, jodido puto de mierda!. Este objeto es lo único que llevarás puesto mientras estemos en casa. Y dormirás a los pies de mi cama... Y tú, Bom, ni se te ocurra ponerle un dedo encima porque te capo. Y sabes que lo hago. Jul, siéntate al lado del sofá y apoya la cabeza en mi rodilla”. “Sí, mi amo”, dijo el chaval saliéndole la felicidad por la orejas al estar arrimado a su amo, que le acariciaba la nuca y los hombros con la mayor ternura que jamás pudiese sospechar en un hombre de carácter tan duro y firme como su señor.

“Y vosotros dos quitaros los taparrabos y poneros a follar fuera de la alfombra. Venga, puto animal insaciable, monta a esa zorra hasta que le hagas cayo en el culo, que sois como dos monos salidos dentro de una jaula”.

Y así como se quitaba el suspensorio, Bom se abalanzó sobre Geis, amarrándolo por detrás, y sin darle tiempo a bajarse el tanga y quitarse el rabo se lo arrancó todo de un tirón y lo penetró salvajemente como un semental cubriría a una vaca de raza en una ganadería de reses bravas. El afeminado muchacho, sobre sus rodillas y abierto de patas, apoyó la cabeza en el suelo para poner su culo en pompa con el agujero bien abierto, mientras que el otro perraco, fuerte como un roble, lo deslomaba puesto en cuclillas con las manos en sus riñones y cargando el peso de todo su corpachón sobre el reluciente cuerpecito del enculado. Y oía la voz del amo que le increpaba: “ Qué pasa, maricón, no sabes o no puedes darle más fuerte a esa puta cachonda. O lo haces mejor o dejo que Adem te de por culo. Y ya sabes que esa tranca cuesta tragársela, pero que cuando está frente a un agujero bien colocado entre dos preciosas nalgas morenas y duras como melones, no hay quien pueda impedir que lo trepane hasta partirlo en dos mitades. A ver quien para a ese animal en su embestida una vez que se arranca!”.

La palabras del amo enardecieron la lujuria tanto del macho como de la perra que estaba debajo y los dos arquearon la espalda y entre sacudidas, gemidos y sonoros gruñidos babosos, se corrieron a duo uno dentro del otro y el más pequeño en el suelo.

“Joder!. Me han puesto cachondo estos dos. Y a ti también, puto cabrón!. Mira como tienes la minga apuntando al techo otra vez. Venga chúpamela que te la voy a meter por el culo hasta el fondo para que quedes completo y saciado hasta la tarde”, dijo el amo dándole la churra a Jul que se puso a la faena ipso facto, caliente como un conejo que no para de follar. Y el amo repartió sus órdenes: “Vosotros dos iros a ayudar a Adem con las tareas domésticas. Pero antes lamer del suelo la leche de la perra y tú, Bom, ponle el rabo en el culo para que no vaya cagando toda la casa con tu semen. Luego vais al gimnasio a poneros en forma y hasta media tarde no os necesito. Pero antes de ir a cenar os voy a usar a los dos, así que le diré a Adem que os ponga un par de lavativas a cada uno. Os quiero muy limpios y preparados como de costumbre...Y tú, precioso cachorro, sigue mamando que aún te queda trabajo que hacer. Y ya te pondré yo mismo unas lavativas cuando llegue el momento de trabajarte ese culo, que me pone ciego con sólo olerlo a diez pasos. Bom, Geis, acercaros”. Y los dos caminaron como perros falderos para que el amo acariciase sus cabezas y les diese una sonora palmada en el culo antes de irse a sus quehaceres.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Capítulo 4 / La prueba

Se abrió la puerta del sótano y Manuel apareció en el umbral con unos vaqueros bien puestos, marcando paquete y resaltándole la potencia de sus muslos y culo, ceñidos por un cinto de cuero negro de amplia hebilla y una camiseta blanca en la que se dibujaban todos los músculos del dorso como si fuese una segunda piel. El atuendo lo remataba por los pies con calcetines de algodón y zapatillas deportivas, también de color blanco.

Jul, que seguía en el jergón aunque estaba despierto desde hacia un buen rato, se deslumbró con la claridad de la escalera y pestañeó, cerrando unos segundos los ojos, al encender la luz su amo. Sin embargo bastaba su olor y entrever su silueta para que se iluminase su vida y latiese su corazón como un loco desenfrenado. Ya estaba otra vez con él y volvería a usarlo y a poseerlo, o lo que le saliese del culo hacerle porque lo importante era servirle y darle todo el placer que un estúpido perro pudiese darle. No se atrevió ni a moverse a pesar de que la cadena que todavía llevaba enganchada al collar no estaba sujeta al catre ni a la pared, simplemente colgaba esparramándose por el suelo.

Manuel se acercó al chico despacio y le espetó con voz seca y autoritaria: “Levántate, cerdo. Vístete y largate”. El muchacho se quedó de piedra. En un instante no supo como reaccionar y el mundo se le vino encima como en un terremoto. “No me oyes, guarro?. He dicho que te pires. Venga. Ahí tienes la puerta abierta. Eres libre, Vete a tu casa o donde te salga del pijo”. Los ojos verdes del crío se abrieron en un gesto de no entender nada y se nublaron de estupor. El amo lo amarró con fuerza y lo arrastró fuera del jergón. Y cogiendo de un rincón la ropa del muchacho se la tiró a la cara. Y le gritó otra vez: “ Que te vayas, coño!”. Y le quitó el collar de malos modos. “Anda, mea antes de nada no vaya a ser que te lo hagas encima otra vez, marrano!

A Jul le superaba la situación y no podía pensar. Qué había hecho para que su dios lo despreciase de tal forma. Desde que lo encontró en los urinarios del parque fue un puto perro dócil al que le hizo cuanto quiso y le salió de las pelotas, al muy cabrón y ahora, sin más y sin motivo, lo echaba de su lado con una patada en el alma. La peor y más dura que le había dado hasta ese momento.

Sin levantar la vista y sorbiendo el llanto y los mocos meó en el cutre retrete y se vistió. Primero se puso los gallumbos algo deteriorados, luego el vaquero raído y algo flojo y a continuación los calcetos y las zapas de baloncesto, sin atar los cordones, y terminó metiendo por la cabeza rapada una camiseta con letreros un poco larga para él.

Mirando de reojo al amo salió por la puerta y subió la escalera sin saber siquiera ni el tiempo que había pasado allí dentro. Ni si era de día o de noche, aunque le parecía imposible que hubiesen sido dos días y ya fuese domingo. Incluso se le había quitado el hambre que tenía hace un rato, porque no había probado bocado en todo su encierro y su carcelero sólo le había dado agua para beber. De la impresión se la había cerrado la boca del estómago y no le entraba ni una aceituna.

Manuel iba delante sin mirarlo, como si de repente ya no existiese. Abrió la puerta de la calle y los saludó un resplandor que anunciaba el amanecer de un día luminoso, propio de un domingo en que la gente sólo piensa en salir a la calle, pasear y pasarlo bien. Pero por desgracia no era así para Jul. Para él podía ser el peor día de su vida al peder al hombre que lo conquistó tratándolo como a un perro y follándolo como a una puta zorra que no merece más que desprecio. Aquel duro individuo mal encarado era su amo. Su único dios. El amor que siempre había soñado desde hacía tiempo sin ser consciente de ello, hasta que dos bestias lo violaron en los retretes del parque.

Manuel se detuvo en la misma puerta de la casa y el muchacho pasó por su lado sin osar mirarlo y tomó hacia la izquierda como podría ir para el otro lado, porque le daba igual una cosa que otra dado que no sabía ni donde puñetas estaba.

Miró atrás y vio a Manuel aun en la entrada con la puerta abierta y un nudo se le formó en la garganta que le impedía hasta respirar. Y escuchó otra vez la voz de su amo: “Jul. Ven aquí. Rápido!”. El chico no era capaz ni de mover los pies pero arrancó de repente y se lanzo hacia Manuel llorando como un niño perdido. Manuel abrió los brazos y lo estrechó apretándolo con fuerza. Y le dijo: “Bien, chavalote. Creo que has superado la prueba con sobresaliente. Podría haberla alargado un día más pero ya es suficiente. Ven. Ahora si mereces ser mi esclavo.”. El chico hipaba desconsolado y el hombre lo consoló: “No llores más muchacho que no te voy a dejar marchar. Sólo quería saber si deseabas irte y ser libre o quedarte conmigo y ser mío para siempre.”. “Sí, mi señor. Mientras tú lo quieras seré tuyo.”. Dijo el crío con firmeza como jurando por lo más sagrado para él.

Entraron en la casa otra vez y el chico se iba directo a la escalera que le conduciría de nuevo a su calabozo. Pero Manuel lo agarró por los hombros y estrujándolo contra su pecho le indicó otro camino. Le mostró un portalón de madera tachonada que no estaba cerrado con llave, que al empujarlo les franqueó el paso a un hermoso patio con flores y plantas, en cuyo centro del empedrado soltaba agua un chafariz por un solo caño. Y alrededor del ese lugar tan apacible, se alzaba un piso con un corredor sobre columnas, rematadas en arcos, que lo cerraba formando un cuadrado perfecto. El chico se quedó un tanto asombrado. Y mucho más cuando su amo le soltó: “Esta es mi casa. Y desde ahora la tuya. Bueno. Lo cierto es que ni se si tienes familia, ni donde vives ni que haces. Pero te quiero aquí a mi lado. Así que arregla tus cosas donde sea y te instalas aquí. Entendido, cabrón?.” . “Sí, mi señor.”. Contestó el chaval sin poder creérselo del todo.

Iba a vivir con su dueño!. Con su macho y en un casón de la hostia!. No podía ser cierto. El no deseaba nada que no fuese servir y adorar a su señor. Y a cambio de su abnegación y entrega su amo iba a cuidarlo y protegerlo como nunca lo hizo nadie. Ya que a su padre ni lo conoció y su madre había muerto un lustro antes a causa de una enfermedad mal tratada que el chico nunca supo muy bien cual fue. Ahora vivía en casa de una prima segunda de su abuela, pero la mujer se iba con frecuencia al pueblo y él se las apañaba bien estando solo. Cobraba una pensión de orfandad y con los estudios alternaba algún trabajo para ir saliendo adelante con algo más que lo justo. Pero al ser verano no tenía ni trabajo ni clases y de ahí que fuese con más frecuencia a zanganear al parque donde lo cazó su amo. La verdad es que no tenía mucho que arreglar para quedarse con su señor.

“Tienes algo importante en esa casa?”. Preguntó el señor. “La ropa y poco más, mi amo. Bueno, un MP3, un PC clónico que monté yo mismo y un par de balones de fútbol, las botas, el chandal, una mochila y una bolsa de deporte, mi señor. Y las cosas de aseo, cepillo de dientes, desodorante, colonia y todo eso, mi amo...Y el cargador del móvil, mi señor, porque el móvil me lo birlaron hace poco mientras jugaba al fútbol, amo”. “Ya veo. Todo un ajuar.”. Comentó Manuel. Y añadió: “Bueno. Por el momento lo dejamos allí porque no te va a hacer falta para nada. Ok?”. “Sí, mi señor. También tengo allí la cartera con el DNI, una visa y veinte pavos y otros cincuenta metidos en una lata, que son tuyos mi señor. Ah y lo que tenga en la cuenta del banco, claro, que serán unos quinientos euros por lo menos. Te lo daré todo mi amo”. Dijo el chiquillo, que más que pisar flotaba sobre las piedras del patio de la casa de su señor. “Todo un capital, pero no lo necesitamos para nada.”. Contestó Manuel, pensando para sí que ambos tenían de común carecer de una familia, pero a él lo habían dejado forrado, mientras que el puto crío no tenía donde caerse muerto. Y el chico, por un momento pensó: “Será tan rico este tío?. Si todo esto es suyo, menuda chabola que se gasta el menda....Joder!”.

Pero si de algo podía estar seguro Manuel era de que a Jul lo que menos le importaba era su dinero y toda la fortuna que pudiese atesorar. Su pasión era él como persona sin más atributos que aquellos que lo embelesarón durante su encierro y le demostró que además de un macho era un amo con todas las de la ley. Y además de castigarlo y humillarlo, lo hizo gozar como nunca soñó en su puta vida. Cierto que los putos violadores lo hicieron correrse dos veces sin tocársela, pero con su amo era completamente diferente. Con su señor se corría hasta por el culo solo con rozárselo. Subía al cielo y bajaba para volver a subir, como en una montaña rusa sin fin. El sexo con Manuel era mejor que el parque de atracciones con túnel del terror incluido. Sin salir de un sótano tenía todas la emociones que podía imaginar e incluso algunas inimaginables también.

Pero la peor, la más dura fue la tortura psicológica al echarlo a la calle sin saber por que ni en que había disgustado al cabrón de su dueño. Eso estuvo a punto de destrozarlo por dentro como si le hubiesen dado a beber un ácido corrosivo. Le dolió mucha más que la fusta, el cinto y las pinzas en sus pezones. Y se sintió más humillado que limpiando sus orines con la lengua en el suelo del sótano o corriendo alrededor de la mesa a cuatro patas como un puto perro de mierda. Y encima, con la amenaza de no volver a ser follado por su extraordinario macho, ni notar sus dedos dentro del culo hurgándole y acariciando su próstata, que le producía tal placer que sólo de pensarlo se corría como una zorra. Y estaba seguro de volverse loco si le hubiera privado para siempre del sabor salado de la leche que le daba su dios, permitiendo que le mamase el teto ciclópeo e inagotable de su polla dura y erecta como un faro costero de granito encalado. Y mucho menos dejar de notar dentro de su cuerpo el gordo cipote de su amo perforándole el culo como si pretendiese sacar petróleo de él. El supremo y doloroso placer de semejantes enculadas por nada del mundo podría perdérselas, aunque tuviera que lamer los suelos de todos los urinarios del mundo si así lo quería su dueño. Porque incluso cuando lo folló con el agua dentro del vientre, Jul tenía que admitir que aún cagándose vivo y muerto de dolor por los retortijones, había disfrutado como una puta cerda calzada por dos potentes machos. Tenía el culo lleno a tope, como si dos rabos enormes le diesen caña bien empotrados en su recto. Desde luego el puto cabrón de su amo sabía como saciar a un miserable perro y dejarlo espatarrado en el suelo chorreando semen por la minga y el culo.

Y su amo interrumpió sus meditaciones con algo más prosaico pero necesario: “Tendrás hambre, supongo.”. “Sí, mi señor. Mucha, mi amo”. Casi gritó el chaval. “Está bien. Ahora tomarás un buen desayuno. Y luego a hacer tus tareas, que aquí tu vida no va a ser de rositas si es lo que crees”. “Haré lo que mandes, mi amo. Tú eres mi única ley para mí, mi señor”. Contestó Jul.

Y a Manuel se le pasó por la cabeza la terrible idea de que hubiese apostado demasiado fuerte al echarlo y el crío se hubiese marchado. Por supuesto no era esa su intención. Necesitaba al muchacho más de lo que él hubiese querido cuando lo cazó en el parque. El chico era oro de ley y algunos siglos antes hubiese valido su peso en oro multiplicado por tres, por lo menos. Manuel era el dueño de Jul, pero el muchacho se había adueñado del corazón de su amo sin pretenderlo, pero de una forma inexorable. Nunca volvería a ser libre, pero su suerte no iba a ser peor que la de muchos siervos cuyo patrón los explota por un salario de hambre. En el fondo por primera vez en su vida la suerte le esbozaba una sonrisa y Manuel sería para él su amo, su amante, su maestro y su padre, como Adriano lo fue para su amado Antino.

Pero, acaso no le iba a dar polla con el desayuno?. Qué mejor reconstituyente que la leche de su propio amo para empezar la jornada!.

Al parecer, el chico aún no conocía bien hasta que punto podría llegar la generosidad de su dueño a la hora de tratar a su esclavo como es de ley .

sábado, 12 de noviembre de 2011

Capítulo 3 / La doma

Julio, es decir Jul, permaneció encerrado en el sótano todo el fin de semana, sometido por su amo a toda clase de abusos y vejaciones, y llegó a temer que le saliese cayo en el ano de tanta clavada. Su señor era un follador irredento y en cuanto le tocaba el culo al chaval se excitaba como un burro y lo empalaba vivo. También es verdad que al chico no hacía falta que su dueño lo rozase, porque con que lo mirase ya estaba empalmado y salido como una zorrita primeriza.

En cuanto el amo le puso el collar de perro, que llevaría durante todo su adiestramiento, le vendó los ojos y lo dejó solo, sentado en la silla con las manos esposadas a la espalda y el muy cabrito se largó del sótano dejándolo a oscuras. El paso del tiempo se detuvo para el muchacho, privado de la luz y sin oír ningún ruido en su entorno, y no podría jurar si fueron horas o días los que transcurrieron hasta escuchar como se abría el cerrojo de la puerta.

Los pasos del amo se acercaban a él y oyó su sonora voz de nuevo: “Vamos a seguir con tu doma, perro esclavo”. Lo puso en pie y lo llevó, con los ojos tapados todavía, hacia un lado del sótano, pero Jul no adivinó de cual se trataba, ya que al no ver nada perdió totalmente el sentido de la orientación. Sólo percibía ruidos y sensaciones y las plantas de sus pies le dijeron que se dueño lo metía en el frío pilón de acero. Sería para lavarlo, supuso el joven. Y escuchó el repiqueteo del agua sobre el metal que le salpicaba las piernas. Entonces el amo le ordenó ponerse a cuatro patas y aguardó unos minutos sin saber que preparaba su señor. Los dedos del amo tocaron su esfínter y notó algo delgado que le entraba por el agujero, al tiempo que el muy cabrón le decía: “Aprieta el culo, jodido imbécil!. Que te voy a aligerar el vientre con una buena lavativa.”. Y el agua le fue llenando las tripas e hinchando la barriga, despacio. Como si solamente fuese un ligero goteo, pero que, a causa de los retortijones, pronto se hizo insufrible para soportarlo mucho más tiempo. El agua entraba sin parar y Jul no veía el momento de poder cagar. Pero eso todavía no estaba en los planes del cabrón de su amo, que, tan pronto como le sacó la cánula del culo, le metió un plug, a modo de tapón, para impedirle que expulsase el líquido, amenazándolo con las penas del infierno si le salía una mísera gota.

“Te duele la barriga?”. Le preguntó su amo. Y el inocente Jul se lo dijo: “Sí,...mi ...señor”. “Bueno. Eso tiene remedio. Te masajearé la barriga y veras como se te pasa”. “Será cabrón este hijo de la gran puta”, se dijo para sí el pobre chaval en cuanto la mano del amo empezó a apretarle bajo el estómago removiéndole las entrañas sin compasión.

Viendo la intensidad del rubor en los mofletes del chico, semejantes al barómetro de una caldera a punto de estallar por la presión, se apreciaba la perentoria necesidad de aliviarse que le urgía al coitado. Pero a Manuel aún le quedaba otra carta en la manga para jugarla con su esclavo. Con velocidad de vértigo sustituyó el tapón de goma por su propia verga y le metió una soberbia follada a su perro, batiéndole el agua dentro del recto, mientras le susurraba a la oreja: “Verás como quedas de limpio. El agüita y la polla del amo dándole gusto a mi perra. Te gusta. Eh, puta?. A ver... Hummmm. Estás cachonda y te gotea la minga, zorra!. Sí. Otras putas como tú dicen que es como tener dos pollas juntas dentro del culo y se vuelven locas de gusto las putas cabronas. Sí, verdad?. Sientes lo mismo, puta?. Esos gruñidos son de placer. No, cerda?. Contesta, puerca de mierda, cuando te pregunta tu dios!”. “Sí, mi amo.”. Apenas pronunció el chico. Y sonaron más gritos: “Sí, qué, marrana!. Gruñes o gozas cuando te monta tu amo!”. “Gozo,...mi... dios. Pero... déjame cagar”. El otro le arreó un azote en la nalga, pero Jul le rogó: “Te lo suplico...amo. No....Puedo...más”. Y comenzó a llorar como un desconsolado.

Su señor dijo: “Cagarás cuando a mi me salga de los cojones”. Y le amordazó la boca con una mano, metiéndole más caña con fuertes azotes y clavadas, mientras el llanto del crío le corría por los dedos. Y al rato su dueño y señor le dijo en voz baja: “Voy a sacar la polla y te siento en la taza a toda leche. Así que cierra bien el culo, porque si manchas el suelo de mierda te la comes”. Y dicho y hecho, el chaval apretó el culo y en medio segundo estaba sentado cagando a sus anchas entre ruidos intestinales y fuertes pedos.

Durante mas de media hora soltó por el culo hasta lo que no tenía, mientras su dueño preparaba otra fase del entrenamiento, colocando sobre el aparador un especulo de acero, consoladores de látex de varios tamaños y un bote de crema blanca y espesa como la manteca de cerdo. Jul quedó extenuado y sin fuerzas para levantarse del retrete, pero su amo le ayudó a incorporarse y con cuidado le limpió el culo, ya que el muchacho seguía con las manos atadas tras la espalda.

Entre las horas que llevaba sin comer ni beber y la gran cagada que se había marcado el chaval, el pobrecito parecía un pelele manejado a su antojo por el puto dueño, que lo traía y llevaba como a un muñeco de trapo, al que le brillaba la cabecita rapada y su redondo culete de futbolista mostraba las marcas de la taza del water y los azotes.

Manuel sujetó una cadena al collar de su perro y tiró de él para llevarlo a la mesa, cubierta ya por un hule negro, soltando los grilletes enganchados detrás de su espalda y poniéndolo sobre el tablero a cuatro patas como a un perro en la consulta del veterinario. El amo se puso unos guates de goma y si bien no se trataba de vacunarlo, sí de explorarlo por dentro dilatándole el ano con el especulo, como si fuese un coño, para verle las paredes del recto con una linterna muy estrecha. Una vez revisado el culo del chico, retiró el aparato separador y con dos dedos le metió dentro, por el ojete, una dosis de crema pastosa y fue abriendo cada vez más el agujero hasta introducirle todos los dedos menos le gordo.

Jul resoplaba. Pero entre el morbo que le daba todo aquello y el gusto que sentía en su interior, el chaval, caliente como una zorra, no hacía más que destilar babilla por la picha. Cada vez que su amo le acariciaba la próstata, el puto crío subía al cielo sin alas, pero sin ganas de regresar al suelo, y se le erizaba la espina dorsal arqueándola y ronroneando como una gata mimosa. Y para Manuel el placer era doble, porque penetrar a su esclavo lo ponía ciego de gusto y, al mismo tiempo, ver la calentura de su miserable perro lo excitaba como nunca lo había logrado follándose a cualquier otra zorra anteriormente.

Hacer disfrutar a un pobre ser y castigarlo o zurrarlo más tarde por cualquier torpeza, era otro placer, ya que, en opinión de Manuel, un amo si bien tiene el derecho a usar a su esclavo como le plazca, también pesa sobre él la obligación de corregirle los defectos, educarlo y en definitiva cuidarlo como su propiedad más estimada. Y el esclavo, aunque es consciente de que su única razón de existir es dar placer a su amo, también se da cuenta de los desvelos de su señor al protegerlo y atender sus humildes necesidades, por lo que lo adora y venera como al ser superior que es para él. Y para Jul Manuel lo era.

Cada segundo que pasaban juntos consolidaba más la sumisión y dependencia del chico hacia el hombre que lo había cautivado y lo mantenía secuestrado y sujeto por innecesarios grilletes. Ni aquellas correa que apresaban las extremidades del muchacho, ni las más férreas cadenas que pudiera fabricar el herrero más diestro, serían más fuertes que la sutil trama de atracción y pasión en la que Jul estaba sujeto y enredado.

Aunque las paredes se desplomasen y quedasen a cielo raso, aquel puto perro jamás escaparía de su amo, ni se alejaría un sólo palmo de su lado.

Manuel no quería que el esfínter del chaval quedase tan abierto que le privase de gozarlo plenamente cuando lo follase y por eso no le metió la mano entera hasta el antebrazo como a otros perros. Este chucho iba a ser especial para el amo y su doma debía ser realizada con tino y paciencia hasta obtener todo el provecho posible del joven esclavo. Estaba seguro que el chico tenía potencial para ser un magnífico objeto sexual y un siervo perfecto. Tan sólo era cuestión de enseñarle cuanto debía saber y hacer, puliendo sus defectos y malos hábitos. Si a un ser tan joven no se le corrige cualquier querencia de entrada, luego resulta cada día más difícil aunque lo muelan a palos. Y según Manuel los castigos corporales deberían ser los justos, sin llegar a torturas innecesarias. Nada más lejos de su intención que deteriorar una propiedad tan valiosa volviéndola inservible.

Y el amo comenzó el juego anal penetrando con los consoladores el culo de Jul, metiéndoselos sucesivamente de menor a mayor, clavando los dildos a fondo, haciéndolos girar como si fuesen tornillos. Cada vez que le sacaba uno, resbalaba desde el ano del chaval un hilo seroso, mezcla de jugos y crema, que le escurría hacia el escroto para caer goteando sobre el hule a un ritmo similar al que le caía del pito. Y el amo decidió poner fin en lo posible a tanta destilería seminal y le ató los huevos dándoles varias vueltas con un cordel, que después sujetó a la polla con un nudo marinero. Eso evidentemente sólo detuvo un poco el flujo del pene, pero el del ano no dejó de brotar.

No podía dudarse que si el amo se divertía como un toro montando vacas en una dehesa, el chico se lo pasaba teta y no recordaba como era su pilila sin estar tiesa. Ambos sudaban feromonas y el hambre del otro los cegaba como putos adolescentes.

Jul ya tenía el culo como un bebedero de patos de tanto mete saca, pero aún le faltaba lo mejor para él. La verga de su amo deshaciéndoselo sin reparar en su daño ni placer. Se le ponía el vello de punta aguardando la clavada de su macho, para fornicar con él perdiendo los sentidos a otra realidad que no fuese la carne de su señor abrasándole las entrañas por la lujuria que su vil cuerpo de perro desatada en su amo. Y ese momento, como ya anteriormente, llegó cuando menos lo esperaba. Y, antes, lo bajo de la mesa con un dildo gordito metido en el agujero y lo puso ante él de rodillas obligándolo de entrada a chuparle el rabo, pero al ir aumentando la intensidad de la mamada le folló la boca, agarrándole al cabeza con las dos manos, evitando que el tranco saliese de la cavidad bocal ni un ápice. El chico se la comía toda entera con una mirada acuosa, encharcándola de babas y respirando a duras penas por la nariz. Y el amo se corrió dentro, pero en esta ocasión le permitió al esclavo paladear su esperma antes de tragárselo. Saborear la leche de su señor supuso para Jul deleitarse con el néctar más rico que jamás había probado. Era el mejor regalo que hasta ese instante le había obsequiado su dios y no pudo evitar correrse como un cochino salpicando las botas de su dueño.


Y la reacción de Manuel no se hizo esperar. El chico aún no sabía que le había manchado con su lefa, pero la bronca de su señor le puso al corriente del castigo que le esperaba por guarro y no poder contenerse ni con la picha y los cojones atados. Primero lamió las botas del cabreado amo y, una vez lustrosas, lo llevó en volandas hacia el centro del sótano y lo colgó por las muñecas de uno de los ganchos del techo, rozando a penas el suelo con las puntas de los pies, como un conejo en la carnicería. Sacó de un armario una fusta de cuero y le azotó la nalgas mientras el chico daba vueltas sobre si mismo por el dolor. Y allí quedó suspendido con el culo taponado aún y castigándole los pezones con sendas pinzas de acero de las que se balanceaban dos pesos. Y el chaval oyó como se abría y cerraba la puerta del sótano quedando otra vez a oscuras y absolutamente solo.
Sin duda merecía aquel castigo y temía que su amo no le perdonase haber sido tan cerdo. Sentía asco de si mismo y se percataba de que solamente era una puta mierda pinchada en un palo al lado de su señor. Hubiera querido que lo patease y arrastrase por el suelo si con ello volvía junto a él para usarlo como quisiera. Pero pasó el tiempo y su amo no regresó.

Y por fin oyó ruido en la cerradura cuando ya tenía los brazos entumecidos al estar tanto tiempo colgado tocando el piso sólo con la punta del dedo gordo de cada pie. Y su corazón latió de nuevo y le daba igual que su dios lo torturase o lo hiciese morir de placer. Lo único importante era que su amo estaba junto a él.

Manuel levantó ligeramente al chico, sujetándolo por la cintura, y lo descolgó. El chaval no podía verlo y por tanto no sabía que su dueño admiraba su cuerpo de arriba a abajo, recreándose en su estrecha cintura, a partir de la cual y por detrás se formaba una curva con dos hoyuelos, al final de la espina dorsal, que anunciaban dos nalgas duras y redondas como pelotas de goma maciza, que apretaban la raja que las separaba queriendo guardar el rosado orificio que formaba el ano. Por delante, se deslizaba desde el ombligo el vientre raspado y muy prieto, que ahora ya no se adornaba de vello en el nacimiento del pene del muchacho. Los muslos eran fuertes y robustos y las piernas musculosas y ágiles de jugar al fútbol. Sobre la cintura, el dorso estaba esculpido a la perfección. La espalda recta y el estómago bien marcado, rematado en un pecho definido, se ensanchaban hasta llegar a unos hombros anchos, a cuyos lados pendían unos brazos con los músculos desarrollados por el ejercicio. La verdad es que estaba muy bueno aquel jodido chiquillo de los cojones. Pero Jul no adivinaba lo que hacía su amo. Percibía su respiración y sabía que estaba inmóvil, pero nada más. Hasta que una mano le tocó el culo y supuso que iba a suceder de inmediato.

Y se volvió a equivocar porque el amo le quitó los grilletes, las pinzas de los pezones y la venda de los ojos, y le ordenó hacer ejercicio dando vueltas alrededor de la mesa pero a cuatro patas como corresponde a un buen perro para mantenerse en forma. Lo menos dio cuarenta vueltas y tenía las rodillas hechas polvo. Por fin se había desempalmado, estaba cansado y tenía sed. Y el amo, atento a sus necesidades, le puso agua en un cacharro colocado en el suelo y le permitió beber a lametazos, metiendo la boca dentro del agua como un lebrel sediento al final de una carrera. Después de eso hubiera dado la vida por descansar tirado en el catre y dormir como un bendito, mas no era esa la idea de su señor. El chaval puso ojos de cordero degollado y el puto amo se sentó en una silla, mirándolo con ansia, y de un tirón lo atrajo hacia él sentándolo a horcajadas en sus rodillas para ensartarlo en su polla como a una aceituna. De frente a su dueño, el chico quedó empalado apoyando el culo en los grandes cojones de Manuel. Y, como en un tiovivo, brincaba sobre los muslos de su señor separándose las nalgas con sus manos para que lo clavase mejor.

Y ahora sí había llegado la hora del polvazo. Manuel lo calzó brutalmente como si pretendiese sacar su capullo por el ombligo del crío. Y le dio por culo casi una hora hasta que se corrieron los dos juntos. Quedaron sentados un buen rato, abrazos fuertemente y sin desclavarse el uno del otro, y luego el amo lo llevó por la cadena hacía el catre, donde lo dejó tumbado para que durmiese hasta la ahora de continuar la doma de su puto esclavo.